-Queremos ver a nuestra hija -dijo Mario Tancredo.
La voz había recobrado su vigor característico y autoritario. Era una voz que había negociado acuerdos internacionales, segura de sí misma, una voz que ganaba millones de euros, que dirigía la vida de cientos de miles de empleados, que forjaba fortunas y aplastaba enemigos. Una voz ante la cual la