-Dicen que eres un engendro, una rareza. -La voz sonaba distorsionada. El Gris se removió, yacía en una superficie blanda-. Les he oído. Te comparan con las peores criaturas. Peor que un vampiro. Tú no robas la sangre, Gris, tu juego es infinitamente más peligroso, te atreves a comerciar con almas, como hacen los demonios. Practicas las artes del infierno. ¿Tal vez porque al no tener alma no aprecias su valor? ¿Es ese tu secreto? Consideras las almas como un bien intercambiable, con el que se puede negociar y hacer tratos.
No eres capaz de comprender que son la esencia de todo ser vivo, su yo más íntimo y su inmortalidad. ¿O tal vez es la envidia lo que mueve tus actos? Tu vacío interno te diferencia de los demás, te mantiene separado, y te impide valorar un alma como lo que realmente es. Ambicionas una para poder comprender, saber qué es la vida. Algo que desconoces porque en realidad estás muerto. ¿De qué otro modo clasificar tu condición? Y por ello te desprecian, no te quieren a su lado. Toleran tu presencia porque te necesitan puntualmente, pero eso es todo. Luego te repudian. Todo eso cuentan de ti, Gris. ¿Es cierto? ¿Hay algo de verdad en esas palabras? Me gustaría saberlo.
El Gris consiguió alzar los párpados, no sin esfuerzo. Aún le dolía cada centímetro de su cuerpo, moverse era una tortura. No reconoció el lugar en el que se encontraba, pero la cama era confortable.
Dos ojos cálidos le observaban. Eran brillantes, sinceros, pero no podía ver su color. Aun así los reconoció.
-¿De veras quieres saber la verdad, Sara? ¿Podrás encajarla?
-¡No te muevas! Estás bien, pero debes descansar. Te trajimos a una habitación para que pudieras recobrarte a solas. Los demás esperan fuera. Vendrán pronto. Tenemos poco tiempo.
El Gris renunció a levantarse, continuó tumbado.
-¿Poco tiempo para qué?
-Para que me cuentes, para que me expliques si lo que he oído es cierto. -La voz de Sara sonaba triste-. Para eso he venido. Me ofreciste una prueba, una muestra de lo que me esperaría si decidía acompañarte, ¿recuerdas? ¿O acaso me mentiste?
-No te mentí, pero la prueba es para ti también. Tengo que saber si puedes venir con nosotros, cuál es tu límite, y hasta dónde puedes llegar.
-¿Entonces dudas de mí?
-Se necesita de una gran fortaleza. Casi nadie es capaz de soportarlo. El anterior rastreador nos abandonó porque era demasiado para él.
-¿Qué hay del niño y Álex? Ellos llevan mucho tiempo contigo, lo sé, les he oído. Incluso Miriam dice haber coincidido contigo en numerosas ocasiones. ¿Son ellos más fuertes que yo?
-Es diferente. Les mueven otras motivaciones. Ellos no precisan de tanta fortaleza.
-¿Por qué no?
-Porque no son normales. Tú sí lo eres.
-¿Quieres decir...?
-No es lo que piensas. Tienen alma, en eso no se diferencian de ti, pero no son personas normales y corrientes, ya lo irás comprendiendo. No es fácil. Sus motivos son complicados de entender.
-¿Quieres decir que no son tus amigos? ¿Te acompañan solo por interés?
-Como te he dicho, tienen sus razones. Y son mucho más poderosas de lo que puedas imaginar. No, no son mis amigos. Y sin embargo tal vez sean mi única familia, o lo más parecido a una familia que yo pueda tener.
-No parecéis tener ese tipo de relación en absoluto. Es cierto que se nota que os conocéis desde hace tiempo, pero una familia es mucho más. ¿Por qué ellos?
-Porque nadie más puede serlo.
Se produjo un silencio incómodo. Sara no supo qué decir ante aquella afirmación tan categórica, pero no le sentó bien.
-¿Qué hay de ti? ¿Eres aquello de lo que te acusan? ¿Un monstruo más parecido a un demonio que a un ser humano?
-Algo hay de cierto.
La expresión de Sara cambió, se apagó y ensombreció su rostro.
-Esa no es una respuesta clara. -Su voz también se debilitó. Con toda seguridad, no esperaba la anterior contestación del Gris-. Más bien parece una evasiva, un modo de no revelar la verdad.
-Es cuanto puedo decirte por ahora. Sara, tienes que entenderlo. Vas a ver cosas increíbles, algunas de ellas, terribles. Si decides no acompañarme lo entenderé. En ese caso, cuanto menos sepas mejor, es por tu seguridad.
-Si me quedo, ¿me dirás toda la verdad acerca de ti?
-Al menos hasta donde yo sé.
Sara se tomó un momento para pensar.
-¿Por eso consientes que te traten de ese modo? ¿Por qué no replicaste a Mario o a su mujer cuando te insultaron?
-No lo hicieron. Ellos creen que soy un monstruo. Hay mucha gente que piensa lo mismo, no es para tanto.
-Eso explica que a Diego y Álex no les extrañara. Pero aun así, ¿no te molesta que otros te consideren algo que no eres?
-¿Crees que cambiarían las cosas si les dijera que no lo soy? Nada en absoluto. Discutir ese punto es una pérdida de tiempo.
-No has contestado a mi pregunta.
-No, no me molesta. Están en su derecho. ¡No, espera! Déjame terminar, y escúchame con atención. Hay un precio para que yo esté aquí...
-Lo sé. Yo también cobro por mis lecturas. Tenemos que vivir de algo, pero eso no implica que no ayudemos a los demás.
-Pero yo no cobro dinero. Bueno, la verdad es que sí, un poco, pero eso es solo una parte del pago, la más pequeña. Quien me contrata me paga con su alma. Por tu cara veo que ahora empiezas a entenderlo. No importa, es comprensible. He visto esa expresión muchas veces, demasiadas. Así reaccionan las personas ante mí, con rechazo, con desprecio..., con miedo. Estoy acostumbrado, es parte de mi mundo afrontar esa mueca cada vez que alguien me conoce. Pero no soy un demonio. No me entregan su alma como cuando sellas un pacto con auténtico demonio. Mi situación es diferente. En mi caso es una especie de préstamo.
-Pero... -A Sara le costaba asimilar lo que acababa de oír-. Eso es imposible. Va en contra del código, lo sé muy bien. Jugar con el alma de otra persona es un pecado imperdonable. Los ángeles te matarían si se enteraran de que...
No terminó la frase. Una idea empezó a formarse en su mente.
-Ya lo saben -dijo el Gris confirmando sus sospechas.
-Entonces, ¿cómo es que no...?
-Porque soy una excepción, una anomalía. Mientras no estén seguros de qué o quién soy no acabarán conmigo. Sé que es difícil de creer que los ángeles no sepan algo, pero así es. El tiempo apenas tiene significado para ellos, pues son inmortales, y por ello decidieron investigar mi caso, no precipitarse antes de tomar una decisión. Por eso, el código hace una excepción conmigo, por eso puedo tomar un alma por poco tiempo, siempre y cuando me la ofrezcan.
-Ahora comprendo por qué Mario pidió la presencia de un centinela antes de cerrar el trato contigo. No quería ofrecerte su alma sin que alguien vigilara que no habrá ningún problema, que no la perderá definitivamente.
El Gris asintió.
-Tenía miedo. Y no le culpo. Él odia hacerlo, me odia a mí por exigir ese pago y le aterroriza la idea de entregar su bien más preciado a alguien que no se muestra al sol. Tú conoces la razón de mi rechazo a la luz natural, pero él no. Solo ha escuchado cómo me comparaban con un demonio roba-almas y no le queda más remedio que aceptar el precio para salvar a su hija. Esa es la verdadera motivación de la mayoría de la gente que me contrata: la desesperación. Siempre han probado otro método antes de recurrir a mí. Siempre.
-Pero si los ángeles han retocado el código para contemplar tu situación, no debería preocuparle. Al fin y al cabo, está todo regulado.
-¿De veras? ¿Entregarías tu alma sin más a un desconocido? ¿Arriesgarías tu inmortalidad? No, no lo harías, lo sabes muy bien. Al menos, no sin haber agotado antes otras opciones más... digamos que más baratas.
-Entonces es culpa de los ángeles. ¿Por qué no hacen pública tu condición? Si hablaran de ti al mundo oculto, si la gente te conociera como alguien que está bajo su protección, desaparecerían esos rumores.
-No pueden hacer eso. No saben quién soy realmente y no pueden arriesgarse a apoyarme por si luego resulto estar del otro lado. Además, no lo has entendido. Ellos no me han aceptado. Han hecho un paréntesis hasta que averigüen la verdad, y puedes estar segura de que lo harán, es solo cuestión de tiempo. Es una forma de mantenerse neutros ante una de las escasísimas situaciones que no controlan. Eso se les da muy bien. Pero cuando llegue el momento de la verdad, se librarán de mí, cuando sepan que no corren ningún peligro al hacerlo, no dudarán. Y cuando eso suceda, será el fin para mí...
-Porque no tienes alma -terminó Sara.
-Exacto. Como ves, mi tiempo es limitado. Mi camino es una carrera. Debo alcanzar mi meta, antes de que ellos se decidan a actuar.
-¿Y cuál es esa meta? ¿Qué objetivo persigues?
-Eso no puedo revelártelo todavía. Pero no temas, si decides acompañarme lo sabrás, te lo prometo. No te pediría que lo hicieras sin saber dónde te metes.
-Está bien, esperaré. Pero hay algo que debo saber, que necesito saber. Es una idea un poco estúpida. No me importa reconocer que me da vergüenza preguntártelo, pero tengo que sacarme la duda de encima o me volveré loca. Es una tontería, pero cuando algo se mete en la cabeza, no puedo ignorarlo. Y esto lo tengo atravesado desde que escuché algo antes, a los demás. Hablaban de ti y de mí. No saben por qué me has pedido que me una a vosotros. Y he caído en la cuenta de que yo tampoco lo sé. Hay otros rastreadores, y con más experiencia que yo, algo sencillo ya que soy una novata. Así que solo quiero saber... ¿me has seleccionado para hacerte con mi alma?
***
-¡Bah! Al final no he tenido que hacer nada -refunfuñó Diego con cierta decepción-. El Gris se encuentra bien. Necesita reposo, pero no de mi talento. Nuestra amiga está cuidando de él. Se ha puesto un poco tontita con lo de permanecer junto a su cama. Tierno, ¿verdad? -Hablaba para sí mismo, sin importarle que los demás no le prestaran atención-. En fin, ya tendré ocasión de lucirme -se lamentó-. ¿Dónde está la niña? Aún no la he visto.
Álex y Miriam la ocultaban con sus cuerpos. Estaban inclinados sobre ella, haciéndole algo que el niño no podía ver desde la entrada de la habitación. Mario y Elena observaban con gesto preocupado, mientras el abogado del millonario tomaba aire en una de las ventanas abiertas. Plata estudiaba con interés el boquete de la pared que ahora comunicaba con el salón. Se mantenía de pie sin apoyarse en nada.
-Si hubieras venido antes, la habrías visto perfectamente -dijo Álex sin volverse.
-Lo que me faltaba por oír-bufó el niño-. Cuando tú vayas al infierno, ya me contarás si te atreves a arrimar las narices donde hay un demonio suelto.
-Bien, esto ya está -dijo Miriam.
Ella y Álex se retiraron, salieron del círculo de runas y Diego por fin pudo ver a la niña con claridad.
-¡La hostia, qué bicho más feo! Quiero decir... niña -rectificó ante la amenazadora mirada de Elena-. No era mi intención... En realidad no es tan... Mierda, no puedo evitarlo, es que es muy fea. Es por mi maldición, de verdad...
-Cierra la boca, niño -dijo Miriam interponiéndose en el camino de Elena. La ofendida madre se había separado de Mario y avanzaba hacia Diego con la mano alzada-. No le hagas caso, Elena, por favor. Es cierto que no es culpa suya. Solo es un crío estúpido. Yo me ocupo de él.
Elena se calmó, asintió a la centinela y regresó con Mario. Su marido tenía la vista enterrada en el espantoso ser en que se había transformado su hija, ajeno a cuanto sucedía a su alrededor.
-Me encanta que me defienda una centinela -dijo el niño sonriendo a Miriam. Soltó un bostezó largo-. Joder, qué sueño tengo. ¿Qué hora es?
-Diego, bonito -dijo Miriam con fingida dulzura-. Son las cinco de la madrugada y vas a empezar a portarte como un buen chico. No querrás verme enfadada, ¿a qué no? Ya nos conocemos, y sabemos cómo funciona esto. Controla esa lengua tuya tan afilada o...
-¿O qué? ¿Informarás de mí a los ángeles? Qué miedo. Te has equivocado en una cosa: sí que quiero verte enfadada, Miriam. Me gusta mucho, te lo juro. Es un placer difícil de describir, como cuando un profesor te castiga y luego consigues putearle delante de todo el mundo. Una delicia... Vale, vale, ya lo dejo, no te pongas así, contendré mi boca. Lo hago por ti, para que veas cuánto te aprecio...
Un estornudo resonó en la habitación. Diego palideció. Miriam no pudo esconder su alegría, sus ojos brillaron divertidos.
-¿Algún problema?
-¿Quién ha sido? -preguntó el niño, alarmado. El abogado estornudó de nuevo, dos veces seguidas-. Largo. Fuera de esta habitación.
-¿Cómo dices? -preguntó el abogado muy sorprendido.
-¡He dicho que te pires! -estalló Diego-. Estás acatarrado. No quiero tus gérmenes por aquí cerca.
-No estoy resfriado, no tengo fiebre. Es solo un poco de frío por haber estado junto a la ventana.
-Me importa un huevo, tío -ladró el niño con la tez cada vez más blanca, su voz temblaba-. Ahora mismo ese cuerpo rechoncho tuyo es un criadero de virus y bacterias. Si no te largas lo haré yo, y os prevengo a todos: cuando me necesitéis no acudiré en vuestra ayuda...
-Qué pesado eres, niño. -Álex le palmeó el hombro-. Solo es un estornudo -intercambió una mirada con Miriam.
-Está bien -accedió la centinela, y le pidió al abogado-: Es mejor que salgas de la habitación.
-¿Por un estornudo? Esto es absurdo -se quejó, indignado.
-El niño no parará hasta que te vayas, le conozco -explicó Miriam-. Lo siento. Hablaré con él a ver si se tranquiliza.
El abogado resopló y sacudió la cabeza, mientras miraba a Diego con una mueca de desaprobación. Elena le hizo un gesto con la cabeza y salió del cuarto.
El color regresó al rostro de Diego.
-Mucho mejor -afirmó-. Hay que cuidarse. Aprovecharé para examinar a la niña -dijo escogiendo bien la palabra-. Se la ve muy tranquila.
Estaba dormida, tumbada con la cabeza excesivamente inclinada a un lado. Su pecho apenas se movía, pero la respiración retumbaba como el motor de un camión.
-No la toques -le advirtió Miriam.
-¿Te crees que estoy mal de la cabeza? -repuso el niño-. Si estoy tan cerca es porque la habéis esposado. Eso es lo que hacíais cuando entré, ¿no? ¿Qué pasa? Que la niña se las trae. Si no, con las runas sería suficiente.
Las muñecas de la niña-demonio estaban rodeadas por dos gruesos brazaletes de plata. Tenían grabados muchos símbolos. De los brazaletes surgían cadenas que iban hasta la pared.
-Es fuerte -confirmó Álex-. Aún no sabemos cuánto, pero noqueó al Gris.
-No parece gran cosa -opinó Diego agachándose para verla más de cerca-. A lo mejor fue por el olor. ¡Qué pestazo, tío! Huele peor que el espectro que expulsamos de las cloacas hace seis meses. ¿Te acuerdas? Aquel sí imponía. Era muy tocho, cachas, y llevaba una maza tan grande como yo, pero esta niña es una esmirriada.
-Mira que eres ignorante, niño -dijo Miriam-. El físico es lo de menos en estos casos. ¡Sepárate de ella de una vez!
-Está dormida. Así no puedo preguntarle por el infierno. -Diego acercó más la cara, a un palmo de la de la niña, y alargó el dedo índice para tocarla.
-¡No lo hagas! -gritó Miriam-. ¡Apártate de ella!
-Tranquila, centinela -dijo Diego retirando el dedo un poco-. No te pongas nerviosa. -Volvió a acercarlo, casi tocó la mejilla de la pequeña Silvia. Miriam le lanzó una mirada feroz y el niño apartó la mano pero la mantuvo cerca, amenazando con aproximarla una vez más-. ¡Qué divertido!
-Condenado crío... -rabió la centinela.
Cada vez que el niño amenazaba con arrimar el dedo, Miriam hacía una mueca.
-Te veo muy tensa, rubita. -Diego señaló la otra mejilla, la de la cicatriz que expulsaba humo-. ¿Si toco aquí también te enfadas? ¿Y si la toco en un brazo? Siento curiosidad. ¿Qué sucedería si meto la pata con un demonio en presencia de una centinela de tu categoría? ¿Te regañarían los ángeles? Apuesto a que sí. ¿Tú qué opinas, Álex? Seguro que a esos estirados no les haría ninguna gracia...
Todo su cuerpo sufrió una violenta convulsión. Retiró la mano, tropezó, cayó al suelo. La niña acababa de abrir los ojos. Diego gateó hacia atrás, de espaldas, a un ritmo frenético, como si el suelo estuviera cubierto de brasas y no pudiera posar las manos más que una fracción de segundo.
-¡Atrás! -ordenó Miriam, sacó su martillo.
-¿Dónde vas, niño? -rugió el demonio.
-¡Joder, qué voz tiene el bicho! -Diego llegó a la puerta medio corriendo, medio gateando-. ¡Maldición, no se abre! -protestó tirando del pomo con todas sus fuerzas.
-Domina tu miedo, niño -le dijo Miriam-. La he cerrado yo. No voy a dejar que ese demonio escape.
-¿Estás loca? ¡Abre y déjame salir, lunática!
-No.
-Saltaré por la ventana -decidió Diego.
-El pánico le supera -dijo Miriam-. Álex, contrólale. ¿Pero qué haces? ¡Ve a por él! ¡Muévete, estás más cerca que yo!
Álex no obedeció, permaneció donde estaba, impasible. La niña abrió la boca superando el límite de la mandíbula. Vomitó un revuelto de rugidos desafinados, incomprensibles.
Diego enloqueció, aceleró al escuchar aquel gorgoteo del infierno, saltó y falló, se estrelló contra la ventana que estaba cerrada. Se desplomó en el suelo.
El demonio sacudió los brazos, tiró con todas sus fuerzas. La pared tembló, pero las cadenas resistieron. Miriam se relajó y volvió a enfundar el martillo en su muslo, lo cubrió con su chaqueta de cuero.
La niña cayó al suelo de rodillas y enterró la cabeza en las manos.
-¡Papá! -sollozó. No era la voz ronca del demonio, era la de Silvia. Una voz dulce y desvalida-. Me has encadenado... ¿Por qué? ¿Estoy castigada? ¿Qué he hecho?
-¿Silvia? -El rostro de Mario se iluminó-. ¿Eres tú, hija? ¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?
-Me duele... -contestó la niña-. No me siento bien. Quiero irme, papá.
Mario dio dos pasos, se acercó.
-Se te pasará, cariño. Esta gente ha venido a curarte.
-¿Estoy enferma?
-Sí, pero no es grave.
-¿Por qué me has encadenado? Me aprieta. Quítamelas, papá. Llévame al médico -lloró, se sorbió la nariz.
-¡No! -intervino Miriam-. Es un truco. No es tu hija quien habla.
Mario dudó, buscó consuelo y consejo en los ojos de su mujer. Elena no se había movido, permanecía con la cabeza baja, como si no se atreviera a mirar.
-¿Estás segura? -preguntó Mario.
La centinela asintió.
-Tú mismo lo has visto hace un instante. ¿Crees que el demonio se ha ido así, sin más, en menos de un segundo?
Le costó, pero asimiló que era cierto. Mario no dijo nada, sus ojos se humedecieron.
-¿Qué demonio, papá? ¿De qué habla esa señora? Me estoy asustando.
-Es mejor que salgáis -les dijo Miriam a los padres-. Os confundirá, no la escuchéis. Todos deberíamos irnos. Ya hemos comprobado que las cadenas aguantan.
-No me dejes sola, papá, te lo suplico... -siguió rogando y llorando.
Miriam obligó al millonario a retroceder hasta donde se encontraba su mujer. La centinela abrió la puerta. El abogado estaba al otro lado, pálido, con los ojos desencajados.
-¿Qué ha sido ese estruendo?
-Llévatelos -ordenó Miriam señalando a Mario y a Elena-. Que descansen, lo necesitarán. Y tú, Álex, recoge al niño. Si se despierta aquí solo, se morirá del susto.
-A mí no me das órdenes, Miriam. No estás al mando.
-Empiezo a hartarme de ti. ¿Cuál es tu problema? No has ayudado a Diego y no me has explicado cómo pudiste llegar antes que yo a la habitación para ayudar al Gris. Escondes algo y no me gusta.
-¡No me toques! -gritó Álex. La centinela se puso en guardia en un acto reflejo, se llevó la mano al mango del martillo-. Cuidado, Miriam. No te metas en mis asuntos, te lo advierto. Mantente dentro de tu código de mierda y déjame tranquilo. Y si algo no te gusta, te jodes.
Y salió de la habitación. Tuvo cuidado de no tocar a la centinela, la rodeó al pasar a su lado.
-¿Dónde está Plata?
Miriam ayudó al niño a levantarse.
-No lo sé. -Cayó en la cuenta de que no lo veía desde hacía un buen rato-. Se habrá ido a cambiar, pero volverá. Ya le conoces.
Diego se dejó llevar fuera de la habitación. La centinela cerró la puerta y trazó una runa sobre ella.
-¡Mierda! -se quejó el niño-. Menudo chichón me ha salido. A lo mejor tengo alguna hemorragia interna. -Se palpó todo el cuerpo con ansia-. Tendré que hacerme un chequeo. ¿Me di muy fuerte? Podría padecer daños internos...
-No te pasa nada -dijo Miriam, asqueada-. Te está bien empleado por payaso.
-Estás disfrutando, ¿verdad? Mi tormento te causa placer...
-Presta atención, niño. He sellado la habitación. Diles a los demás que nadie intente entrar, enviaré a alguien a recoger al demonio.
-¿Te vas?¿A dónde?
-A cumplir con mi obligación. Voy a entregar al Gris a los ángeles, tal y como me han ordenado.
***
-Tenemos que hablar.
La voz surgió de la esquina, de las sombras, de un resquicio oscuro.
Sara giró el regulador de la lámpara, aumentó la luz. La oscuridad retrocedió y la figura quedó a la vista.
-¡Álex! Menudo susto me has dado. -La rastreadora miró a la puerta, estaba cerrada-. ¿Cómo has entrado? No he oído nada.
Álex se acercó a la cama.
-Tenemos que hablar -repitió.
El Gris se incorporó con dificultad.
-Aún no estás recuperado del todo -dijo Sara-. No deberías...
-A solas -la cortó Álex.
Ni siquiera la miraba, sus ojos estaban fijos en el Gris. Ella no importaba, solo era un estorbo, un incordio para el que no tenía tiempo.
-Déjanos, Sara -pidió el Gris-. Me encuentro mucho mejor -añadió adelantándose a la pregunta de ella.
La rastreadora se levantó de mala gana y abandonó la habitación. No pudo evitar lanzar a Álex una última mirada de desprecio antes de cerrar.
-Eres un imbécil -dijo Álex en cuanto estuvieron a solas-. Ni siquiera sé por dónde empezar -masculló. El Gris guardó silencio y esperó-. ¿Mataste a Samael?
-¿Ha venido Miriam? -preguntó el Gris.
Solo sus labios se movieron, su rostro no adoptó ningún gesto. El tono era el acostumbrado: indiferente, sin mostrar la menor preocupación o inquietud.
Álex no le ayudó a levantarse. Le observó inmóvil mientras el Gris comprobaba su pierna derecha. Le dolía, no soportaba bien el peso de su cuerpo.
-Si me preguntas por Miriam es que la esperabas -razonó Álex-. Si la esperabas, es que eres culpable.
-Imaginaba que la enviarían a ella.
El Gris dio un paso. La rodilla no aguantó, cedió al peso y se dobló.
-Levántate. -Álex no le tendió la mano-. Plata dijo que estuviste presente en la muerte del ángel. ¿Cómo se te ha ocurrido ocultarme algo así?
-No tengo por qué contártelo todo. No es asunto tuyo.
Se sentó en el borde de la cama y se masajeó la pierna. El dolor remitió un poco.
-Sí que lo es. No se te ocurra darme la espalda. Hicimos un pacto.
-Y lo estoy cumpliendo. No es mi culpa si no te gusta el modo en que lo hago, pero eso no invalida el hecho de que estoy cumpliendo.
-Entonces, dime. ¿Qué pasó con el demonio en su habitación?
-Cometí un error. Me confié. Esa niña es muy fuerte, tal vez demasiado.
-No te creo, Gris. No eres un novato. ¿Revisaste las runas? -El Gris asintió-. Pues no me digas que te equivocaste, esas runas son muy sencillas. Dame otra explicación. Quiero saber por qué esa niña casi te mata.
El Gris inclinó la cabeza.
-Imagino que me engañó. Ese demonio me ocultó su fuerza, no lo vi venir.
-Eso no me basta. No deberías haber ido solo. No tienes derecho a exponerte de esa manera. ¡Me lo debes!
-No. El trato no especifica cómo debo vivir mi vida. Eso es cosa mía.
-¡Estúpido temerario! -escupió Álex-. No sabes nada. No entiendes nada.
Los ojos del Gris brillaron.
-Intento ser paciente, pero me lo pones muy difícil. El que se la está jugando aquí soy yo, no tú. Cuando lo arriesgues todo, como hago yo, podrás darme lecciones. Mientras tanto, yo decidiré lo que más me conviene.
-No vayas por ahí. Conmigo no juegues, Gris. La cagaste, y me obligaste a actuar. Miriam sospecha algo por la rapidez con la que llegué a tu lado. Tuve que hacerlo para salvarte, fue por tu culpa. No solo te expusiste tú, me has expuesto a mí también. Creo que me ha descubierto.
Esta vez el Gris arrugó la frente, dejó de masajear su pierna y miró a Álex.
-¿Estás seguro? No debiste hacerlo, me las hubiera arreglado sin ti. -Dio un puñetazo en la cama-. El imbécil eres tú. ¿Te vio?
-No, no me vio. Pero puede que ate cabos, no es tonta. Y fue por tu culpa, maldito estúpido. Tenía que salvarte.
-No podemos cambiar lo sucedido, pero la próxima vez, mantente al margen. Sé cuidarme solo.
-Corres demasiados riesgos, innecesariamente. Podías realizar tus preguntas delante de mí, o del niño, no sé por qué esa manía de hacerlo a solas. Y seguimos de una pieza porque tuvimos suerte. Si el demonio no hubiera estado centrado en ti, si no hubiera sido porque le pude sorprender por detrás, habría acabado con nosotros. No cometerá ese error dos veces.
-Algo se me ocurrirá. Y en cuanto a la posesión...
Álex estalló.
-¡Me importa un huevo la posesión! Por mí, puede llevarse a esa niña al infierno a que la violen todos los demonios, uno detrás de otro. No podemos preocuparnos de estas chorradas. Tenemos cosas más importantes que hacer. Miriam te va a llevar ante el cónclave. Van a acabar contigo, y no lo voy a consentir. Debes vivir, maldito imbécil, lo sabes, o nuestros planes fracasarán. Tengo que salvarte.
-¿Vas a enfrentarte a los ángeles? ¿Es ese tu plan? Es absurdo, nadie puede hacerlo. Solo los demonios más fuertes tendrían una oportunidad de vencer a un ángel.
-Es cierto -repuso Álex suavizando bruscamente el tono de voz-. Por eso necesitamos tiempo para pensar, para resolver el lío en que te has metido.
-No sé qué andas tramando, pero no me gusta. Conozco esa cara tuya. Y voy a continuar con el exorcismo, te lo advierto. No quiero que vuelvas a interferir. Sé que intentaste matar a la chica, no solo salvarme. Querías acabar con ella para que nos fuéramos. No lo lograste porque es increíblemente fuerte, ya te lo dije. Por eso me sorprendió. Tengo que saber más de ese demonio.
-¡No! Ese demonio no importa. El problema son los ángeles y el cónclave. No se reúnen para darse palmaditas en las alas. Y son mucho más peligrosos que cualquier demonio.
-¿Y qué piensas hacer para salvarme?
-Aún no lo tengo claro -contestó Álex-. Pero te repito que necesitamos tiempo, y como puede que la centinela me haya descubierto, el primer paso es elemental. Hay que matar a Miriam.