Ever.
La dejé sobre la mesa mientras sin soltar sus labios le acariciaba su cabello, una de mis perdiciones en ella. Podía sentir lo acelerado que estaba su ritmo cardíaco y cuanto me gustaba saber que estaba así por mí.
Llevé mis manos a sus piernas descubiertas, pues hoy llevaba un vestido que no era ceñido a su cuerpo, sino más bien holgad