La Casa de Los Vampiros
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La Casa de Los Vampiros

cibene
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Capítulo 1 1

Justo cuando pensaba que el día no podía ir peor, vi al tipo muerto de pie junto a mi taquilla. Kayla hablaba sin parar con su habitual cháchara y ni siquiera se percató de su presencia. Al principio. De hecho, ahora que lo pienso, nadie más se fijó en él hasta que habló, lo cual es, por desgracia, una prueba más de mi extraña incapacidad para encajar.

-No, de verdad Zoey, te juro por Dios que Heath no estaba tan borracho después del partido. En serio, no deberías ser tan dura con él.

-Ya -contesté de forma distraída-. Claro. -Entonces tosí. De nuevo. Me sentía como la mierda. Debía estar cayendo bajo lo que el señor Wise, mi «más que un poco loco» profesor de biología avanzada llamaba la Plaga Adolescente.

Si moría, ¿me libraría eso del examen de geometría de mañana? Solo quedaba esa esperanza.

-Zoey, por favor. ¿Acaso me estás escuchando? Creo que sólo se tomó unas cuatro, no sé, quizá seis cervezas y tal vez unos tres chupitos. Pero en realidad eso no importa. Es probable que no hubiera tomado casi nada si tus estúpidos padres no te hubiesen obligado a volver a casa después del partido.

Compartimos una mirada de resignación, en total acuerdo sobre la última injusticia cometida contra mí por mi madre y el perdedor con el que se había casado hacía tres largos años. Luego, tras una pausa de apenas un suspiro, K siguió con su parloteo.

-Además, estaba celebrándolo. ¡Me refiero a la victoria sobre los de Union! -K me sacudió el hombro y acercó su cara a la mía-. ¡Hola! Tu novio...

-Mi casi novio -corregí, haciendo todo lo posible por no toser en su cara.

-Lo que sea. Heath es nuestro quarterback, así que es normal que lo celebre.

Hacía como un millón de años que BrokenArrow no ganaba a Union.

-Dieciséis. -Soy lo peor en mates, pero los problemas de K con los números hacen que yo parezca un genio.

-Vale, lo que sea. El caso es que estaba contento. Deberías dejar al chico en paz. -El caso es que estaba hasta el culo por quinta vez al menos esta semana. Lo siento, pero no quiero salir con un tío cuyo principal objetivo en la vida ha cambiado de querer jugar al fútbol universitario a intentar engullir un pack de seis birras sin vomitar. Por no hablar del hecho de que se va a poner gordo con tanta cerveza. - Tuve que parar para toser. Me sentía un poco mareada y me obligué a respirar lenta y profundamente cuando pasó el ataque de tos. K, con su parloteo, ni se dio cuenta.

-¡Aj! ¡Heath gordo! No es algo que una quiera ver.

Me las arreglé para evitar nuevas ganas de toser.

-Y besarle es como chupar pies empapados en alcohol.

K arrugó el gesto.

-Vale, enferma. Qué pena que esté tan bueno.

Puse los ojos en blanco, sin molestarme en intentar ocultar mi enfado ante su típica superficialidad.

-Siempre estás de mal humor cuando te pones enferma. Da igual, no tienes ni idea de la cara de perrito abandonado que Heath tenía cuando le ignoraste en la comida. Ni siquiera pudo...

Entonces le vi. El tío muerto. Vale, me di cuenta enseguida de que no estaba técnicamente «muerto». Era un no muerto. O un no humano. Lo que fuera. Los científicos decían una cosa, la gente decía otra, pero al final el resultado era el mismo. No había confusión sobre qué era él, e incluso aunque no hubiera sentido el poder y la oscuridad que emanaban de él, no había maldita forma de que me pasase desapercibida su marca, una luna creciente de color azul zafiro en la frente, además del tatuaje de nudos entrelazados que enmarcaba sus ojos igualmente azules. Era un vampiro. Era algo peor, un rastreador.

Pues, joder, estaba ahí de pie junto a mi taquilla.

-¡Zoey, que no me estás haciendo caso!

Entonces el vampiro habló y sus ceremoniales palabras fluyeron a través del espacio que nos separaba, peligrosas y seductoras, como sangre mezclada con chocolate derretido.

-¡Zoey Montgomery! La Noche os ha escogido, vuestra muerte será vuestro renacer. La Noche os llama, escuchad su dulce llamada. ¡El destino os aguarda en La Casa de la Noche!

Levantó un dedo largo y pálido y me señaló. Con el estallido de dolor en mi frente, Kayla abrió la boca y gritó.

Cuando las manchas brillantes desaparecieron al fin de mis ojos, levanté la mirada hacia el rostro sin color de K, que me observaba.

Como de costumbre, dije la primera tontería que se me vino a la cabeza.

-K, los ojos se te salen como los de un pez.

-Te ha marcado. ¡Oh, Zoey! ¡Tienes el perfil de esa cosa en la frente! - Entonces se llevó la mano temblorosa a sus blancos labios e intentó, sin éxito, contener un sollozo.

Me incorporé y tosí. Tenía un tremendo dolor de cabeza y me froté el entrecejo. Notaba una punzada, como si me hubiera picado una avispa y el dolor se iba extendiendo alrededor de los ojos y bajaba hasta mis mejillas. Me sentía como si fuese a vomitar.

-¡Zoey! -K ahora sí que lloraba y hablaba entre pequeños hipos húmedos-. Oh... Dios... mío. Ese tío era un rastreador. ¡Un rastreador de vampiros!

-K. -Guiñé los ojos con fuerza, en un intento de despejar el dolor de cabeza-. Deja de llorar. Ya sabes que odio que llores. -Estiré los brazos para intentar tranquilizarla tocándole los hombros.

Ella se encogió de forma instintiva y se alejó de mí.

No podía creerlo. Se había apartado, como si me tuviese miedo. Debió ver el dolor en mis ojos, porque al momento empezó de nuevo con su chachara incesante.

-¡Oh, Dios, Zoey! ¿Qué vas a hacer? No puedes ir a ese lugar. No puedes ser una de esas cosas. ¡Esto no está pasando! ¿Con quién se supone que voy a ir ahora a los partidos de fútbol?

Me percaté de que no se había acercado a mí en ningún momento durante su arranque. Me aferré a ese sentimiento de dolor y malestar en mi interior que amenazaba con hacerme romper a llorar. Mis ojos se secaron al instante. Era buena ocultando las lágrimas. Tenía que serlo, había tenido tres años para practicar.

-No pasa nada. Lo solucionaré. Es probable que no sea más que un... extraño error -mentí.

En realidad no conversaba, tan solo hacía que salieran palabras de mi boca. Todavía haciendo una mueca por el dolor de cabeza, me puse en pie. Al mirar a mi alrededor tuve una ligera sensación de alivio al ver que K y yo éramos las únicas en la sala de mates y tuve que contener lo que sabía que era una risa histérica. Si no hubiese estado totalmente atacada con el dichoso examen de geometría que tenía al día siguiente, razón por la que había corrido hacia mi taquilla para coger el libro con la intención de intentar estudiar de forma obsesiva (e inútil) por la noche, el rastreador me hubiese encontrado frente a la escuela con la mayoría de los mil trescientos chicos que iban al Instituto Sur de Secundaria de BrokenArrow, esperando a lo que el estúpido clon de Barbie que tengo por hermana llama «la gran limusina amarilla». Tengo un coche, pero estar allí con los menos afortunados que tienen que ir en los autobuses es la tradición, por no mencionar que es una excelente manera de observar quién pega a quién. Por lo que parecía, tan solo había otro chico en la sala de mates; un empollón alto y delgado con los dientes torcidos, de los que por desgracia tenía un primer plano porque estaba allí de pie con la boca abierta, y mirándome como si yo acabase de dar a luz a una piara de cerdos voladores.

Tosí de nuevo, en esta ocasión una tos realmente húmeda y desagradable. El empollón emitió un leve chillido y se escabulló por la sala hacia el aula de la señora Day, aferrando un fino tablero contra su huesudo pecho. Supongo que el club de ajedrez había cambiado su hora de reunión a los lunes después de clase.

¿Juegan los vampiros al ajedrez? ¿Había vampiros empollones? ¿Y qué hay de animadoras vampiras tipo Barbie? ¿Tocaba algún vampiro en la banda? ¿Había vampiros Emo con su raro estilo «chico con pantalón de chica» y esos horribles flequillos cubriéndoles media cara? ¿O eran todos esos extraños chicos góticos a los que no les gustaba demasiado lavarse? ¿Me iba a convertir en una chica gótica? O peor, ¿en una Emo? No me gustaba particularmente ir de negro, al menos no solo de negro, ni sentía una repentina aversión hacia el agua y el jabón, ni tampoco tenía un deseo obsesivo de cambiar mi peinado y llevar demasiado lápiz de ojos.

            
            

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