La Casa de Los Vampiros
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Capítulo 5 5

A primera vista, el perdedor de mi padrastro, John Heffer, parecía un buen tipo, casi normal. (Sí, ese es su verdadero nombre; y por desgracia también es ahora el apellido de mi madre. Es la señora Heffer. ¿Te lo puedes creer?). Cuando él y mi madre comenzaron a salir, incluso escuché a alguna de las amigas de mamá decir que era «guapo» y «encantador». Al principio. Por supuesto, ahora mamá tiene todo un nuevo grupo de amigas, unas que el señor Guapo y Encantador encuentra más apropiadas que el grupo de mujeres solteras y divertidas con las que acostumbraba a salir.

Nunca me gustó. De verdad. No lo digo solo porque no pueda soportarle ahora. Desde el primer día en que le conocí tan solo vi una cosa: un farsante. Finge ser un tío majo. Finge ser un buen marido. Incluso finge ser un buen padre.

Tiene el mismo aspecto de cualquier otro padre. Tiene el pelo oscuro, piernas delgadas y está echando barriga. Sus ojos son como su alma, de un color pardo pálido y frío.

Entré en la sala de estar y le encontré de pie junto al sofá. Mi madre estaba acurrucada al borde, agarrándose las manos. Sus ojos ya estaban enrojecidos y acuosos. Fantástico. Iba a hacer de madre histérica y dolida. Es un papel que interpreta muy bien.

John intentó atravesarme con la mirada, pero mi marca le distrajo. Torció el gesto con desagrado.

-¡Aléjate de mí, Satanás! -citó, con lo que a mí me gusta llamar su voz de sermón.

Suspiré.

-No es Satanás. Tan solo soy yo.

-Ahora no es momento de sarcasmo, Zoey -dijo mamá.

-Yo me ocuparé de esto, cari -dijo el perdedor, acariciando su hombro distraídamente antes de volver a centrar su atención sobre mí.

-Te dije que tu mal comportamiento y tu problema de actitud te pasarían factura.

Ni siquiera estoy sorprendido de que haya ocurrido tan pronto.

Negué con la cabeza. Me lo esperaba. Es justo lo que esperaba y aun así fue un golpe. El mundo entero sabía que no había nada que pudiera hacerse para provocar el cambio. Todo ese «si te muerde un vampiro, mueres y te conviertes en uno» no es más que pura ficción. Los científicos han intentado durante años descubrir qué es lo que causa la secuencia de eventos físicos que llevan al vampirismo, con la esperanza de que si lo descubrían podrían curarlo, o al menos inventar una vacuna para luchar contra ello. Hasta el momento no había habido suerte. Pero resulta que ahora John Heffer, el perdedor de mi padrastro, había descubierto de repente que el mal comportamiento adolescente -en especial mi mal comportamiento, que en su mayoría consistía en alguna mentira ocasional, algunas ideas cabreantes y comentarios de listilla dirigidos principalmente contra mis padres, y quizá algo de lujuria medio inofensiva hacia AshtonKutcher (es triste que le gusten las mujeres mayores)- era de hecho lo que provocaba esta reacción física en mi cuerpo. ¡Bueno, joder! ¿Quién sabe?

-Esto no es algo que yo haya provocado -conseguí decir finalmente-. Esto no ha sucedido por mi culpa. Me lo han hecho. Cualquier científico del planeta estaría de acuerdo con eso.

-Los científicos no lo saben todo. No son hombres de Dios.

Me le quedé mirando. Él era un patriarca de las «gentes de fe», una posición de la que estaba, oh, tan orgulloso. Era una de las razones por las que mamá se había sentido atraída por él, y a un nivel estrictamente lógico podía entender por qué. Ser un patriarca significaba que un hombre tenía éxito. Tenía el trabajo adecuado. Una bonita casa. La familia perfecta. Se suponía que hacía lo correcto y creía en lo correcto. Sobre el papel tenía que ser una gran elección como nuevo marido y como padre. Qué lástima que el papel no hubiese mostrado la historia al completo. Y ahora, con toda probabilidad, iba a jugar la carta del patriarca y a lanzarme a Dios a la cara. Apostaría mis nuevos zapatos Steve Madden a que aquello irritaba a Dios tanto como me cabreaba a mí.

Lo intenté de nuevo.

-Lo hemos estudiado en biología avanzada. Es una reacción fisiológica que tiene lugar en los cuerpos de algunos adolescentes cuando se eleva su nivel hormonal. -Hice una pausa, pensando con detenimiento y totalmente orgullosa de mí misma por recordar algo que había aprendido el semestre pasado-. En cierta gente las hormonas desencadenan esto y lo otro en un... un... -Hice un esfuerzo y recordé-: Un hilo de ADN desechado, que inicia todo el cambio. -Sonreí, no a John en realidad, sino porque me asombraba mi capacidad para recordar cosas de un tema con el que habíamos acabado hacía meses. Sabía que la sonrisa fue un error cuando observé aquella mandíbula familiarmente apretada.

-El saber de Dios supera a la ciencia y es una blasfemia por tu parte decir lo contrario, jovencita.

-¡Nunca he dicho que los científicos sean más listos que Dios! -dije lanzando las manos hacia arriba, al tiempo que trataba de contener la tos-. Tan solo intento explicarte todo esto.

-No necesito que alguien de dieciséis años me explique nada.

Bueno, llevaba puestos esos pantalones realmente feos y aquella horrible camisa. Estaba claro que necesitaba que una adolescente le explicase algunas cosas, pero pensé que no era el momento adecuado para mencionar su evidente y desafortunado problema con la moda.

-Pero John, cariño, ¿qué vamos a hacer con ella? ¿Qué dirán los vecinos? -Su cara palideció aún más y contuvo un sollozo-. ¿Qué dirá la gente en misa el domingo?

John frunció el ceño cuando abrí la boca para contestar y me interrumpió antes de que pudiese hablar.

-Vamos a hacer lo que debe hacer cualquier familia de bien. Lo dejaremos en manos de Dios.

¿Me iban a mandar a un convento? Por desgracia, tuve que ocuparme de otra serie de ataques de tos, así que siguió hablando.

-También vamos a llamar al doctor Asher. Él sabrá qué hacer para apaciguar esta situación.

Maravilloso. Fantástico. Iba a llamar al loquero de la familia, el Increíble Hombre Inexpresivo. Perfecto.

-Linda, llama al número de emergencias del doctor Asher y luego creo que sería sensato activar la cadena telefónica de oraciones. Asegúrate de que los otros patriarcas saben que tienen que reunirse aquí.

Mi madre asintió y empezó a levantarse, pero las palabras que salieron de mi boca hicieron que se dejara caer de nuevo en el sillón.

-¡Qué! ¿Tu solución es llamar a un loquero que no tiene ni idea sobre adolescentes y traer a todos esos viejos estirados aquí? ¡No! ¿No lo entiendes? Tengo que irme. Esta noche. -Tosí con un sonido desgarrado que me hizo daño en el pecho-. ¡Lo ves! Esto irá a peor si no me voy con los... -Dudé. ¿Por qué era tan difícil decir «vampiros»? Porque sonaba tan extraño y, parte de mí lo admitía, tan fantástico -. Tengo que ir a La Casa de la Noche.

Mamá se puso en pie de un salto y por un instante pensé que iba a salvarme. Entonces John le puso un brazo posesivo alrededor del hombro. Ella le miró y, cuando volvió la mirada de nuevo hacia mí, sus ojos casi parecían pedir disculpas, pero sus palabras, como era típico, reflejaron solo lo que John hubiese querido que dijera.

-Zoey, seguro que no hará daño que te quedes aunque solo sea esta noche en casa.

-Claro que no -le dijo John-. Estoy seguro de que el doctor Asher verá necesario hacer una visita a domicilio. Con él aquí ella estará perfectamente. - Acarició su hombro, intentando parecer afectuoso, pero en lugar de dulce sonó viscoso.

Les miré a los dos. No iban a dejarme marchar. No esta noche, y quizá nunca, o al menos no hasta que tuviera que ser sacada de allí por los camilleros. De repente comprendí que no era solo por la marca y por el hecho de que mi vida hubiera cambiado del todo. Era una cuestión de control. Si me dejaban ir, de alguna manera perdían. En el caso de mamá, me gustaba pensar que tenía miedo de perderme. Y sabía lo que John no quería perder. No quería perder su preciada autoridad y la ilusión de que tenía una pequeña familia perfecta. Como ya había dicho mamá: ¿Qué pensarían los vecinos y qué pensaría la gente en misa el domingo? John tenía que preservar la ilusión, y si eso significaba permitir que yo me pusiera muy, muy enferma, pues bien, ese era un precio que estaba dispuesto a pagar.

Yo no estaba dispuesta a pagar, sin embargo.

Supongo que había llegado el momento de que tuviera el control en mis manos (después de todo, tenía muy bien hecha la manicura).

-Vale -dije-. Llamad al doctor Asher. Poned en marcha la cadena telefónica. Pero ¿os importa que vaya a echarme hasta que todo el mundo esté aquí? -Tosí de nuevo por si acaso.

-Pues claro que no, cariño -dijo mamá, que pareció claramente aliviada-. Puede que un poco de descanso te haga sentir mejor. -Entonces se apartó del brazo posesivo de John. Sonrió y luego me abrazó-. ¿Quieres que te dé algo para el catarro?

-No, estaré bien -dije, aferrándome a ella durante solo un segundo, deseando con todas mis fuerzas que estuviésemos tres años atrás y aún fuera mía... todavía de mi lado. Entonces respiré hondo y di un paso atrás-. Estaré bien -repetí.

Me miró y asintió, diciéndome que lo sentía de la única forma que podía, con los ojos.

Me di la vuelta y comencé a alejarme de ella en dirección a mi dormitorio. A mi espalda, el perdedor dijo:

-¿Y por qué no nos haces un favor a todos y miras a ver si puedes encontrar algunos polvos para tapar esa cosa que tienes en la frente?

Ni siquiera me detuve. Simplemente seguí andando. Y no pensaba llorar.

Voy a recordar esto, me dije a mí misma con seriedad. Voy a recordar lo terriblemente mal que me han hecho sentir hoy. Así, cuando esté asustada y sola y lo que quiera que vaya a ocurrirme empiece a ocurrir, voy a recordar que nada puede ser tan malo como estar atrapada aquí. Nada.

            
            

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