La Casa de Los Vampiros
img img La Casa de Los Vampiros img Capítulo 4 4
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Capítulo 4 4

Tardé quince minutos en llegar a casa, pero me pareció que pasaban en un abrir y cerrar de ojos. Me encontraba en el paseo de entrada demasiado pronto, intentando prepararme para la escena que me esperaba dentro, tan segura como que el rayo precede al trueno.

¿Por qué había estado deseando llegar allí? Supongo que técnicamente no lo deseaba tanto. Supongo que tan solo estaba huyendo de lo que había sucedido en el aparcamiento con Heath.

¡No! No iba a pensar en aquello ahora. Además, probablemente había algún tipo de explicación racional para todo, una explicación racional y sencilla. Dustin y Drew eran unos retrasados, cerebros totalmente inmaduros llenos de cerveza. No había usado un nuevo poder espeluznante para intimidarles. Tan solo les había asustado ver mi marca. Era simplemente eso. Es decir, la gente tenía miedo a los vampiros.

-¡Pero yo no soy un vampiro! -dije. Entonces tosí mientras recordaba la hipnótica belleza de la sangre de Heath y el arrebato de deseo que había sentido hacia él. No hacia Heath, sino hacia la sangre de Heath.

¡No! ¡No! ¡No! La sangre no era bella ni deseable. Debía estar bajo los efectos de una conmoción. Eso era. Tenía que ser eso. Estaba en estado de shock y no podía pensar con claridad. Vale... Vale... Distraídamente, me toqué la frente. Había dejado de quemar, pero aún la sentía diferente. Tosí por enésima vez. De acuerdo. No pensaría en Heath, pero no podía seguir negándolo. Me sentía diferente. Mi piel estaba ultrasensible. Me dolía el pecho y, a pesar de que llevaba puestas mis gafas de sol Maui Jim, seguía abriendo los ojos con dolor.

-Me estoy muriendo... -gemí, y entonces cerré la boca al instante. Puede que efectivamente me estuviese muriendo. Levanté la vista hacia la gran casa de ladrillo que, después de tres años, aún no sentía como mi hogar. «Supéralo. Simplemente supéralo». Al menos mi hermana no habría llegado aún a casa. Ensayo de animadoras. Con un poco de suerte, el trol estaría hipnotizado con su nuevo videojuego Fuerza Delta: Black Hawk Derribado. Puede que tuviera a mamá para mí sola. Quizá ella lo entendería... Quizá ella sabría qué hacer...

Ah, diablos. Tenía dieciséis años, pero de repente me di cuenta de que no quería a nada tanto como a mi madre.

-Por favor, que lo entienda -susurré en una sencilla oración a cualquier dios o diosa que pudiera estar escuchándome.

Como de costumbre, entré por el garaje. Recorrí el pasillo hacia mi habitación y tiré el libro de geometría, el bolso y la mochila sobre la cama. Luego, respiré hondo y fui, un poco temblorosa, en busca de mi madre.

Estaba en el cuarto de estar, acurrucada en el borde del sofá, bebiendo una taza de café y leyendo Sopa de pollo para el alma de la mujer. Parecía tan normal, tanto como solía parecer. Salvo porque solía leer romances exóticos y llevaba maquillaje de forma habitual. Aquellas eran dos cosas que su nuevo marido no permitía (menudo cerdo).

-¿Mamá?

-¿Hum? -No levantó la mirada.

Tragué con fuerza.

-Mamá. -Usé el nombre con el que solía llamarla antes de que se casara con John-. Necesito tu ayuda.

No sé si fue el uso inesperado de «Mamá» o si algo en mi voz activó una pizca de intuición materna que aún quedaba en algún lugar de su interior, pero los ojos que levantó de inmediato del libro eran dulces y estaban llenos de preocupación.

-¿Qué es, cariño...? -empezó a decir, pero las palabras se congelaron en sus labios cuando sus ojos descubrieron la marca en mi frente.

-¡Oh, Dios! ¿Qué es lo que has hecho ahora?

El corazón comenzó a dolerme de nuevo.

-Mamá, yo no he hecho nada. Esto es algo que me ha ocurrido, no lo he provocado yo. No es culpa mía.

-¡Oh, por favor, no! -gimió como si yo no hubiera dicho una sola palabra-. ¿Qué va a decir tu padre?

Yo quería gritar: ¡cómo íbamos ninguno a saber lo que iba a decir mi padre si no le habíamos visto u oído nada de él desde hacía catorce años! Pero sabía que no serviría para nada y siempre la enloquecía cuando le recordaba que John no era mi verdadero padre. Así que probé una táctica diferente. Una que había abandonado hacía tres años.

-Mamá, por favor. ¿No podrías ocultárselo? Al menos durante un día o dos. Mantenerlo en secreto entre nosotras dos hasta que... no sé... nos acostumbremos a ello o algo. -Contuve el aliento.

-Pero ¿qué le diré? Ni siquiera puedes tapar esa cosa con maquillaje. -Sus labios hicieron una mueca extraña cuando lanzó una mirada nerviosa a la luna creciente.

-Mamá, no me refería a quedarme aquí mientras nos acostumbramos a ello. Tengo que irme, ya lo sabes. -Tuve que hacer una pausa cuando una fuerte tos hizo temblar mis hombros-. El rastreador me marcó. Tengo que mudarme a La Casa de la Noche o me pondré más y más enferma. -Y entonces moriré, intenté decir con los ojos. Ni siquiera podía decir las palabras-. Tan solo quiero un par de días antes de tener que enfrentarme a... -Me callé para no tener que pronunciar su nombre, en esta ocasión provocando la tos a propósito, lo cual no era difícil.

-¿Qué le voy a decir a tu padre?

Sentí un ataque de miedo ante el pánico en su voz. ¿No era ella la madre? ¿No se suponía que ella tenía las respuestas en lugar de las preguntas?

-Solo... solo dile que voy a pasar los próximos dos días en casa de Kayla porque tenemos que entregar un proyecto enorme de biología.

Observé el cambio en los ojos de mi madre. La preocupación se disipó y dio paso a la dureza que conocía demasiado bien.

-Así que lo que estás diciendo es que quieres que le mienta.

-No, mamá. Lo que estoy diciendo es que quiero que, por una vez, antepongas lo que yo necesito a lo que él quiere. Quiero que seas mi mamá. ¡Que me ayudes a hacer el equipaje y me acompañes a esta nueva escuela porque estoy asustada y enferma y no sé si puedo hacerlo yo sola! -Acabé a toda prisa, respirando con fuerza y tosiendo en la mano.

-No sabía que había dejado de ser tu madre -dijo con frialdad.

Me hizo sentir aún más agotada que Kayla. Suspiré.

-Creo que ese es el problema, mamá. No te importa lo suficiente como para darte cuenta. No te ha importado nada salvo John desde que te casaste con él.

Sus ojos se estrecharon al mirarme.

-No sé cómo puedes ser tan egoísta. ¿No te das cuenta de todo lo que ha hecho por nosotros? Gracias a él dejé aquel horrible trabajo en Dillards. Gracias a él no tenemos que preocuparnos por el dinero y tenemos esta casa grande y bonita. Gracias a él tenemos seguridad y un brillante futuro.

Había escuchado aquellas palabras tan a menudo que podía haberlas recitado con ella. Era en este punto de nuestras no conversaciones cuando yo solía disculparme y volvía a mi habitación. Pero hoy no podía disculparme. Hoy era diferente. Todo era diferente.

-No, madre. La verdad es que por culpa de él no has prestado la más mínima atención a tus hijos durante tres años. ¿Sabías que tu hija mayor se ha convertido en una putilla taimada y malcriada que se ha tirado a medio equipo de fútbol? ¿Sabes qué sangrientos y desagradables videojuegos esconde Kevin? ¡No, pues claro que no! Los dos actúan como si fuesen felices y fingen que les gusta John y todo este rollo de familia de ensueño, así que tú les sonríes, rezas por ellos y les dejas hacer lo que sea. ¿Y yo? Crees que soy la mala porque no finjo, porque soy honesta. ¿Sabes qué? ¡Estoy tan harta de mi vida que me alegro de que el rastreador me haya marcado! Llaman a esa escuela de vampiros La Casa de la Noche, ¡pero no puede ser más oscura que esta casa «perfecta»! -Antes de que pudiera llorar o gritar, me di la vuelta y me fui sin decir palabra a mi habitación, cerrando la puerta de un golpe tras de mí.

Ojalá se ahoguen todos.

A través de aquellas paredes demasiado delgadas pude oír a mi madre haciendo una histérica llamada a John. No había duda de que vendría a toda velocidad a casa para ocuparse de mí, «el problema». En lugar de caer en la tentación que sentía de sentarme en la cama y llorar, vacié la mochila de la porquería de la escuela. ¿Para qué lo necesitaba a donde iba? Probablemente ni siquiera tienen clases normales. Es probable que tengan clases como «Desgarrar la garganta de la gente» e... e... «Introducción a cómo ver en la oscuridad». Lo que sea.

No importaba lo que mi madre hubiera hecho o no, no podía quedarme allí. Tenía que irme.

Así que, ¿qué necesitaba llevar conmigo?

Mis dos pares de vaqueros favoritos, aparte de lo que llevaba puesto. Un par de camisetas negras. En fin, ¿qué otra cosa llevan los vampiros si no? Además, te hacen parecer más delgada. Estuve a punto de dejar mi bonita blusa de color celeste brillante, porque todo ese negro iba a deprimirme más con toda probabilidad, así que también la incluí. Luego llené la bolsa lateral de sujetadores, tangas y cosas de maquillaje y para el pelo. Estuve a punto de dejar mi peluche, Otis el Pes (no podía decir «pez» cuando tenía dos años), sobre la almohada, pero... bueno... vampiro o no, no creía que fuese a dormir muy bien sin él, así que lo metí con cuidado en la maldita mochila.

Entonces oí llamar a mi puerta y aquella voz me habló desde fuera.

-¿Qué? -chillé, y a continuación me convulsioné con un desagradable ataque de tos.

-Zoey. Tu madre y yo tenemos que hablar contigo.

Genial. Estaba claro que no se habían ahogado.

Acaricié a Otis el Pes.

-Otis, esto es una mierda. -Estiré los hombros, tosí otra vez y salí a hacer frente al enemigo.

            
            

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