Amor Mio. Eres Indomable
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Capítulo 7 7

7

Apreté los labios, congelada en mi posición.

-Tu coche -repetí en voz baja.

Él entrecerró sus ojos y contuvo la respiración unos segundos.

-Sí, mío, ahora, ¡¿puedes bajarte?! -gruñó.

Lo hice, intentando mantener la dignidad frente a sus intensos ojos verdes. Mis amigas se acercaron para ayudarme a bajar mientras el tal William Covington esperaba, cada vez más impaciente. Una vez que estuve en el suelo pude ver la cagada que dejé en su auto. Estaba destrozado.

-Ups -fue lo único que pude decir en respuesta.

-Maldito trío de locas -farfulló, sacando algo de su chaqueta.

-Hey, ¡no somos locas! -le gritó Jenna.

William se giró, fulminándola con la mirada.

-Esto no va a quedarse así -añadió. En la mano tenía su teléfono celular y en él rápidamente comenzó a teclear.

-¿Qué hace? -inquirió mi rubia amiga, temblando de miedo-. Quizá esté llamando a algún matón, ¡quizá nos haga algo! ¡Julianne, maldita sea, te dije que esto iba a ser un error!

Victoria puso los ojos en blanco y yo me acerqué al tal William.

-Señor, lo siento mucho, estaba pasando por una crisis nerviosa y...

-Estoy llamando a la policía -me informó, poniéndose el teléfono en la oreja-. Crisis nerviosa -refunfuñó-. ¡Hola, Emmanuel, amigo! Mi buen policía.

Mis amigas y yo nos miramos, abriendo los ojos de par en par.

Mierda, mierda, mierda, ¿¡por qué siempre la cago!?

El muy maldito nos sonrió con los ojos entrecerrados, como si al menos disfrutara de vernos asustadas. Yo lo repasé con los labios apretados, cruzada de brazos para parecer más amenazante, y me di cuenta de que su aspecto de chico malo era el complemento ideal para su mirada prometedora de peligro y venganza.

El tal William... -Ya ni recordaba su apellido-, usaba una chaqueta de cuero que le hacía juego a sus jeans rasgados. De su oreja derecha pendía una argolla, lo que le hacía ver más varonil y peligroso.

Y el maldito es guapísimo, pensé.

-Sí, necesito de tu ayuda. Sucede que TRES LOCAS me han destrozado el coche. Sí, el Mustang -declaró, entrecerrando aún más los ojos-. Estaría encantado que vinieras. Sí, el calabozo estaría fenomenal.

" ¿Calabozo? ", inquirió Jenna entre gestos, a punto de echarse a llorar. Yo abrí los ojos, asustada también.

-Hey, amigo, podemos arreglar esto de otra manera, mi amiga es una profesional intachable y podría pagarle el coche -comenzó a decir Victoria, quitándole importancia al asunto.

¿Yo? ¿Pagarle el coche? ¡Pero si era un Mustang! ¿Qué no lo había escuchado?

William la miró y no le prestó atención.

-¿Cuánto te tomarías? ¿5 minutos? ¡Eso es perfecto! Estarás deseoso de hacerles pasar un momento de mierda a este trio de LOCAS -afirmó, enfático en la última palabra.

Yo me armé de valor y me acerqué a él, levantando la barbilla con arrogancia.

-Usted está siendo muy cruel con nosotras -le recalqué-. Ni siquiera sabe por lo que he pasado últimamente.

Él dejó de hablar por el móvil y se pasó una mano por el desordenado cabello, evaluando mis expresiones. Al parecer se había dado cuenta de mi borrachera.

-Ya veo de qué se trata su crisis -espetó-. La policía está en camino y no descansaré hasta verlas tras las rejas.

Mi barbilla tiritó, pero no le demostré temor.

-Esto no es gentil de tu parte, William -afirmé-. Ninguna de las tres irá al calabozo. ¡Por ningún motivo iré a la cárcel!

El policía cerró la celda a centímetros de mi cara, golpeándola con fuerza. Me sobé las muñecas, adolorida por las apretadas esposas y miré asustada hacia mis rincones, viendo a las demás prisioneras de una noche.

-Gracias, Julianne -espetó Jenna, abrazándose a sí misma. Estaba furiosa.

-¿Quieres dejar de hablar, maldita sea? -le ordenó Victoria mientras se apoyaba en la banca de la celda y ponía sus cabellos aleonados contra la pared-. Ya ha sido suficiente, ¡no busquemos culpables!

¿Por qué, Dios? ¡¿Por qué?! Siempre la cagaba, no había momento en que no metiera la pata como las tontas. Ahora la noche terminaría en esta celda maloliente, con todos esos policías acechándonos como si fuéramos delincuentes de gran prontuario.

-¡Así que estas son las delincuentes que destrozan coches ajenos! exclamó el que parecía ser el jefe de policía.

Venía con un café en la mano, el que soplaba mientras nos observaba con satisfacción.

Maldito imbécil, ya verás .

-No somos delincuentes, señor, lo que ocurrió fue un error -aclaré, tomando las barras con las manos temblorosas, fingiendo que le tenía respeto.

Él enarcó una ceja y acortó la distancia entre los dos.

-Me presento, soy Emmanuel Grant, jefe de policía de Chicago, imagino que debe estar contenta de hacerme perder el tiempo mientras se excusa de manera barata e informal, ¿no?

Miré a mis amigas, que estaban tomándose la cara, completamente desechas por mi culpa.

-Ya le dije que fue un error, yo pensé que el coche era de mi ex marido...

-Ah -respondió, levantando las cejas-. Así que quería destrozar un coche de todas maneras. Imagino que su ex esposo no tiene idea de la clase de mujer de la que se salvó.

            
            

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