Las piernas me fallan y me siento en la butaca cerca de la caja. El documento explicaba que la prórroga del pago se cumplía y que debería entregar lo estipulado en los documentos.
- Soy una estúpida, me digo a mí misma.
Confiaba en mi padre. Por eso, cuando decidí montar la tienda, llame a mi padre desde Londres, donde había estado en casa de mi abuela materna, le dije que regresaría y quería un inmueble que había visto online. Yo le giré el cheque para que él lo comprara. Lógicamente, estaba a su nombre y no me preocupe por cambiar eso. Y ahora, tengo en mis manos el documento que me arrebata lo más preciado. Cada vez me sentía más enferma.
Debía arreglar esto. Necesitaba explicar la situación.
Reviso los papeles y se me hiela la sangre cuando leo el nombre del casino al que le había cedido todo lo que teníamos.
Reina de Corazones.
No. No. No
-¡Debe ser una puta broma! -Grito furiosa.
Mi futuro dependía de Lucas Salvatore. El hombre con el que, años atrás, me iba a casar y deje plantado un día antes de la boda.
Recojo mi bolso y con el sobre en mis manos salgo de la tienda, no sin antes cerrar bien con llave. Tomo un taxi y le doy la dirección del casino.
Diez minutos después, estaba frente al casino del hombre que no veía hace ocho años.
Camino hasta la puerta lateral, donde sabía que era la única entrada a esta hora de la tarde, pero estaba custodiada. Acomodo mi vestido azul eléctrico, de corte recto, y toco mi cabello rubio, que me llega hasta mis caderas. Muy poco le cortaba el largo, solo las puntas mensualmente. Era el recordatorio de que era una sobreviviente.
Me acerco hasta la puerta y de inmediato me detienen.
-¿Desea algo? -me dice uno de los gorilas en la puerta.
-Necesito hablar con Lucas-digo sin ninguna formalidad.
-El señor, no está -espeta acercándose -Así que, le pido que se retire -Levanto el rostro y lo miro con ganas de cortarle la garganta.
-¿Me podría decir a qué hora regresa? Es urgente.
-No podemos dar esa información.
¡Maldición!
Estoy por irme y regresar en la noche, cuando escucho que abren la puerta y una figura va saliendo. Me mira y veo el shock reflejado en su rostro para luego volverse una máscara de serenidad. La cual cubre la sorpresa
-Gianna -dice mi nombre como si le costara hacerlo.
-Adriano- me acerco al mejor amigo de Lucas- Él, ¿Está? -no necesitaba decir su nombre, él sabía de quién hablaba.
-No está y dudo que quiera verte- me responde en tono seco.
-¡Maldita sea, Adriano! Esto me llego esta mañana a la tienda y no es posible- él, mira el sobre que le pongo delante y suelta un suspiro.
-No se puede hacer nada -me informa- todo es legal. Lo siento, Gianna.
-¿Lo sabías? - pregunto, dándole una mirada acusatoria.
-Tu padre apostó y perdió. Lo siento- dice como si no fuera la gran cosa.
-¡Puede quedarse con todo, menos con mi tienda! - grito fuera de mí- ¡Es mía! Yo la compré y la trabaje- continúo- No es justo Adriano, él no puede quedarse con algo, por lo que luche y saque adelante. Él lo sabe, Tú lo sabes, ¡Maldita sea! - su expresión se suaviza, pero luego vuelve a su postura original.
-Paga la deuda y te podrás quedar con la tienda
-Es una suma exorbitante que no estoy en posición de pagar y lo sabes- me acerque hasta él, y arrugo el sobre lanzándolo el pavimento para pisarlo con mis zapatos negros, de Carolina Herrera -Estos no son negocios. Es una venganza- señalo -dile a Lucas que, para que se quede con mi tienda, tendrá que mandarme a unos de sus matones y acabar conmigo, ¿Entendido? -él asiente. Me doy media vuelta y camino con toda la dignidad.
Demostrando una seguridad que no sentía en ese momento. Siempre le daba batalla a Salvatore y esta, no iba a ser la excepción.
★★★★★★★★
Por la noche, al llegar a mi departamento, me cambio la ropa que llevaba para trabajar y me pongo unos pantalones de deporte ajustados, un top y mis zapatillas de deporte. Mi departamento tenía dos habitaciones de las cuales, una, la había convertido en un pequeño Gimnasio donde me ejercitaba casi a diario.
Si bien no lo hacía por las mañanas, lo hacía en la noche al llegar.
Recojo mi cabello en una cola alta, subo a la cinta y enciendo la música de mi iPod. Adele suena a través de mis auriculares y comienzo con mi caminata.
Debía de mantenerme en forma saludable, mientras más me cuidara, menos propensa seria a sufrir de nuevo esa enfermedad. A menos así lo sentía y quería creer.
Pensamos que no nos pasara, o sencillamente no prestamos atención a que es algo que sucede cuando menos lo esperas, piensas que siendo joven estás exenta a él. Pues eso me sucedió a mí.
A los diecinueve años y a punto de casarme con el hombre de mi vida, la noticia del cáncer me llegó como una puñalada mortal. Él estaba ahí acechándome. Los médicos me aseguraron que tenía que ser rápida. Operarme y comenzar con mi tratamiento.
Y ahí es donde mi historia se tuerce. ¿Qué hacía? Estaba a dos días de la ceremonia y no iba a hacer pasar a Lucas por lo que me esperaba. ¿Qué podría decir? ¡Hey! ¡Cariño! Mi regalo de bodas es que ¡Sorpresa! Tengo cáncer.
Como empezar un matrimonio así.
Por eso, cancelé la ceremonia y me fui a Londres, a casa de mi abuela. Allí comencé mi viacrucis. ¿Egoísta? Sí. No lo niego, ¿Me arrepiento? A veces lo hago, pero luego de pasar mi proceso donde gracias a Dios salí adelante, me dieron la noticia que el tratamiento había hecho que las posibilidades de concebir fueran poco probables y que, debía estar en remisión y chequearme cada seis meses. Ahora, es una vez al año.
Decidí cambiar mi forma de vida a excepción de la cafeína que por más que traté de dejarlo, sencillamente no pude.
Alejo los pensamientos, subo la velocidad y comienzo a correr.
Necesito agotarme físicamente y así poder dormir un poco. Gracias a mi condición física, corro un poco más sin parar hasta que el día de trabajo, el estrés y recordar mi pasado comienzan hacer efecto en mí. Pero sé que necesito algo más, así que mañana iré al gimnasio donde práctico kickboxing desde hace cuatro años.
Por increíble que parezca, me relajaba más haciendo eso que, haciendo yoga, lo cual hacía de vez en cuando.
Una hora más en la caminadora y estoy muerta. Voy hasta mi habitación y me deshago de la ropa sudada, me ducho y me meto en la cama donde después de mucho dar vueltas, me duermo.
********
-Gracias por su compra - le doy la factura a la clienta. Tomo el café que está a un lado de la caja registradora y sorbo.
Miro la hora en el reloj de la pared y noto que es media mañana y la tienda estaba muy concurrida. Aún esperaba recibir una llamada de Adriano por lo de ayer. Dejo el café con más fuerza de lo necesario. Vamos Gianna, sabes que Adriano no es tu problema, sino Lucas.
-Tierra llamando a Gianna- Carlo está parado en frente de mí con un cliente haciendo gestos con la mano.
-Sí. ¿Dime? -me sobresalto. Él sonríe y pone encima del mostrador dos camisas perfectamente dobladas.
-El caballero se llevará estas- me informa- Disfrútelas- le dice al cliente mientras yo facturo. Una vez se va, repaso la tienda y mientras Carlo le muestra unas corbatas a un hombre, Nicole está atendiendo a una mujer que no sabía si llevarse un vestido u otro.
-Gianna. Esto es para ti- dice Pía entregándome una tarjeta- En una semana celebraré el cumpleaños de Dominic y me gustaría que estuvieras allí -Dominic era su esposo desde hace un año y era el primer cumpleaños que pasarían con marido y mujer.
-No faltaré -la leo y me rio-¿En serio? -pregunto con diversión, ella asiente.
-Me pareció genial hacerla de disfraces- habla sonriendo encantada -Ya sabes. Era eso o una fiesta común y corriente que Dominic quería. ¡Gracias a Dios! Me tiene -nos reímos ante su comentario, miro mi móvil que me anunciaba la llegada de un correo electrónico-¡Madre mía! - exclama de pronto Pía-Que par de especímenes -levanto la vista y tengo que agarrarme del mostrador para no caerme redonda -Si no estuviera casada y amara a mi marido, no me importaría tirarme a uno de ellos.
De pie. En la entrada de la boutique, se encontraban Adriano y Lucas. Este último, tenía la mirada fija en mí y mostraba total hostilidad.
Los dos llevaban trajes hechos a medidas que los hacían verse imponente. Mientras Adriano lleva un traje negro. Lucas, por su parte, usa un traje azul oscuro que le queda perfecto. Adriano mira alrededor asegurándose que nada perturbe a su jefe.
Me tenso cuando Lucas comienza su andar hasta mí. También veo como las clientas miran a ambos hombres con descaro. Cuando llega hasta donde estamos Pía y yo, quería salir corriendo.
Pero a ver, ¿Tú no lo fuiste a buscar ayer?
¡Maldita conciencia!
-Gianna-cierro mis ojos cuando el sonido de su voz me envuelve.
Su voz es más ronca de lo que recordaba y ya no era un chico de veinte y tres años al cual deje. Ahora, era un hombre de treinta y un años. Ocho años después.
-¿Podemos hablar? -continúa de forma dura, haciendo que abriera mis ojos rápidamente. Asiento y miro a una embobada Pía.
-Te dejo a cargo -le digo para luego mirar de nuevo a Lucas- Pasemos a mi oficina -Camino hasta atrás de la tienda sintiendo la mirada de Lucas clavada en mi espalda. Abro la puerta de mi oficina y entro.
Escucho la puerta cerrándose. Miro a Lucas y su mirada se encuentra con la mía. Me estudia con total descaro y me estremezco.
Reviso mentalmente lo que me había puesto esta mañana; falda, tubo de corte alto, rosa fuerte, top negro que dejaba un poco de piel al descubierto, y sobre él un collar largo con un triángulo al final, mi cabello estaba recogido en una cola alta y me había puesto mis sandalias beige de doce centímetros con la punta descubierta dejando ver las uñas de mis pies pintadas de rosa.
Podía trabajar con eso.
-¿Quieres sentarte? -digo. ¿Qué podía decir después de ocho años? Toma asiento en uno de los sofás que tenía en la oficina -¿Algo de beber?
-No estoy aquí para socializar -su respuesta es fría.
Me siento en el sillón de enfrente y lo estudio. Era el mismo hombre que había conocido, solo que con las facciones más duras por el tiempo. Ojos y cabellos negros, mentón fuerte, labios gruesos y sexos que me llevo a la gloria en más de una vez. Su cuerpo era más fuerte. Hombros anchos y caderas estrechas. Manos grandes y masculinas con dedos largos. ¡Dios! No estaba lista para esto.
-¿A qué has venido Lucas? - sentía la boca seca.
-Bueno. No nos hagamos los tontos-comienza- Ayer fuiste a buscarme y déjame decirte desde ya, que tienes un mes y medio para desocupar la propiedad -anuncia mirando fijamente.
-No sé qué te has creído, pero esta es mi boutique. Mi padre no tenía derecho a apostar algo que no le pertenece.
-Ya es tarde- me interrumpe- Pero hay algo que no me queda claro -dice inclinándose hacia adelante- ¿Por qué solo te aterra perder la boutique y no las demás propiedades?
-Esas propiedades son de mi padre y él puede hacer con ellas lo que quiera- respondo mientras juego con la pulsera que llevo en mi mano derecha -Esta es mi tienda. Yo la compré, solamente que al momento del contrato yo no estaba en el país y el arreglo todos los documentos.
-Vaya. Debiste conseguirte a un amante con mucho dinero -dice en tono mondas y siento la ira crecer en mi interior.
-Recibí la herencia de mi madre, pero no debería de decírtelo- su expresión se suaviza un poco. Él más que nadie sabía la falta que me hacía mi madre. No crecer con ella, dejaba un vacío en mí que no podía llenar con nada y siempre estaría allí.
-Bueno. Lamento que tu padre hiciera lo que hizo, pero no pienso echarme hacia atrás, así que ya estás sobre aviso -se pone de pie.
-¿Tanto me odias, que solo quieres dejarme sin nada? -se detiene en seco -Lamento lo que sucedió hace ocho años.
-Ya no me interesa hablar de eso -sus palabras salen con esfuerzo- Te largaste sin decir más y eso nunca te lo voy a perdonar-siento que me apuñalan directamente al corazón.
Sale de manera apresurada de la oficina y con el poco acople que me queda camino de nuevo a la parte de enfrente de la boutique.
Al llegar. Lucas está saludando a un cliente y conversaba animadamente con este. Conocía de quien se trataba. Claus Dimitriou, un griego que tenía negocios en Palermo y tanto su esposa, como su hija siempre vienen a la boutique cuando tienen un compromiso importante.
-No sabía que venías a estos lugares- habla el señor Dimitriou.
-Yo podría decir lo mismo, Claus- la voz de Lucas es profunda.
-Oh. Yo siempre que necesitó de ayuda, vengó con mi Afrodita preferida- dice dándole una palmada en el brazo a Lucas y caminando hasta mí.
-Señor Dimitriou -lo saludo -¿Qué lo trae por aquí en esta oportunidad? - digo dándole mi sonrisa especial para clientes.
-Mi aniversario -ríe -Treinta años junto a Elena.
-En ese caso. Tengo un Dior que le quedara muy bien- busco con la mirada a Marcelo, pero me encuentro con la mirada de reproche de Lucas- Sabe que -digo mirando a mi cliente -Yo misma lo atenderé. Venga por aquí.
Le muestro diferentes trajes, pero como supuse, el Dior le queda muy bien. Por un momento me olvido de Lucas y me dedico al cliente. No era por alardear, pero sabía el talle perfecto de un cliente y cuál traje le sentaba mejor. Eso se lo debía a la esposa de mi tío en Londres, que, a pesar de estar financieramente bien, nunca dejo su negocio y me enseño todo lo que sé en cuanto a trajes
-Me has salvado la noche -me dice caminando conmigo hasta la caja- Si mi mujer me ve con un traje que no me entalla bien, no me la acabo en toda la noche -me rio ante su gesto de horror.
-Pero con este Dior, se lo come a besos- bromeo y es su turno de reír. Facturo y el tomo, el traje guardado perfectamente en su funda-regrese cuando tenga algún problemilla con un traje.
-Gracias, hija -se despide el señor Dimitriou. Cierro la registradora y cuando me volteo, Lucas está de pie en frente de mí.
-Tengo una oferta que hacerte-habla siseando a través de sus dientes-Mandaré por ti a las siete.
-¿Perdón? -digo incrédula por sus palabras -No creo que me apetezca verte esta noche. Ya dejaste todo claro.
-Me acabó de dar cuenta que no -continúa- Pero si quieres conservar esto- hice un gesto con la mano alrededor de la tienda -estarás lista a esa hora.
-No sabes en donde vivo- digo alzando mi rubia ceja.
-No creo que sea imposible averiguarlo -replica dándome una mirada divertida -siete.
Horas después, estoy frente al espejo escogiendo que me pondría. Eran las seis treinta y ya había hecho mi cabello, dejándolo en ondas con ayuda de la pinza. Me había maquillado solo un poco: base, polvo compacto, delineador para ojos, rubor en las mejillas, solo me faltaba el lápiz labial. Tomo un traje de chaqueta y pantalón rojo. No. Lo desecho. Vestido azul oscuro. No, ¿Qué mierda? No me sentía cómoda.