Después pararon frente a un condominio. Todo muy sigiloso con códigos e incluso contraseñas para que la puerta pudiera abrir. Cuando Mirella comentó que su jefe era rico, no pensó que fuera tanto. Las casas de aquel lugar eran muy bonitas, con espejos y balcones llenos de flores, una riqueza sin tamaño. Una casa frente a la otra con colores claros, derrochando elegancia y alegría.
Mel estaba sorprendida, y ni siquiera iba a ocultarlo. No iba a hacerlo. Jamás. Su sonrisa solo crecía conforme las casas pasaban delante de sus ojos, hasta que las casas más bonitas comenzaron a desaparecer, una más lejana que la otra, hasta que el coche dobla otra esquina mostrando ahora solo un largo camino hasta finalmente parar frente a una casa completamente diferente de las que pasó.
Mel primero miró la casa desde el interior del coche, era grande, como un gran castillo, desde la fachada hasta el balcón sin color y sin flores solo con cortinas negras y vidrios que nada podía ver. Nada allí mostraba alegría, ni siquiera parecía que alguien vivía allí.
- Tengo que ser honesta contigo antes de entrar. - Mirella rompió el silencio fijando su bolsa en el hombro y confrontó a Mel que intentó sonreír, pero algo le decía sólo para quedarse en el coche e ir. - Mi jefe quiere a alguien que le sirva particularmente... pero no tengo que contarte todo. él te explicará.
Abrió la puerta de su lado mirando aquella casa vieja que ya estaba harta de entrar y salir. Esperó a que Mel hiciera lo mismo y juntas siguieron hacia la entrada. Mirella ya era más que bienvenida, estaba para recoger sus cosas e ir y vivir allí una vez que pasaba más tiempo en aquellas salas que en otro lugar.
Una vez que entró, Mel primero miró la enorme lámpara de araña en el vestíbulo, brillante y aparentemente elegante, bien iluminado y podía jurar que no era un simple cristal.
- ¿Te gustó? Tiene algunas piezas en diamantes, lo que lo hace único y especial para un coleccionista de cosas caras y sin sentido. - Comentó la mayor. Entraron en la sala bien organizada y cada rincón allí era decorado y cuidado con todos los detalles de una persona que le gustaba mostrar lo rico que era, y que tenía más dinero del que podía mostrar.
Sin embargo, los colores oscuros y el silencio de la casa decían lo triste que era, y eso no era algo bueno.
- Mirella, usted volvió. - Mel siguió el sonido de la voz que se acercaba y encontró una señora bien arreglada y uniformada. - Qué bueno que volvió. El Sr. Levi no parece estar de buen humor.
- Lo sé. Pero he traído a alguien que le animará - Señaló a Mei que sonrió dando una pequeña despedida. La señora la miró de pies a cabeza y estrechó los ojos, lo que no pasó desapercibido por Mel que extrañó en la hora. - Vamos a subir.
Antes de dar el primer paso, Mel se detuvo para enfrentar a la señora que incluso sin sonreír, le deseó suerte.
¿Suerte para qué, señor?
¿Quién diablos estaba arriba?
Eh?
La escalera con una barandilla de madera oscura estaba casi de frente a la puerta.
Era larga, pero la vista desde arriba era aún mejor. Se podía ver la sala completamente más allá de una mesa grande en un rincón apartado. Tal vez algunas puertas eran la de la cocina que se podía ver desde allí, pero se podía notar que todo estaba bien arreglado y cuidado por personas profesionales que claramente darían su vida para pagar cualquier escultura, florero o cuadro de aquel lugar.
¿Siguió a Mirella por un pasillo pasando por más puertas de las que esperaba algunos cuadros en la pared e incluso de una familia antigua, o sería la del dueño de aquella casa tan grande? ¿Por qué no había nadie en el lugar? Tan vacío y silencioso.
Ah, pero por supuesto. No le gustaba la gente, así que no debería tener a nadie, pero ese silencio también era devastador. Mirella se detuvo frente a una de las puertas y volvió a Mel nuevamente, con una bella sonrisa en la cara, dijo:
- Voy a entrar primero. Te quedas y esperas un poco. Voy a anunciar y decir que estás aquí y lista para tu entrevista. Muy pronto, bajaré cualquier cosa sólo volver y bajar las escaleras que estará libre, ¿de acuerdo?
Mel simplemente sacudió su cabeza ya sintiendo una energía demasiado pesada para seguir parada allí.
Mirella cerró las puertas detrás de sí, viendo al hombre delante ni siquiera preocuparse por su presencia. La silla de cuero negro estaba orientada hacia la mesa donde sólo se veían las espaldas de la misma y los cabellos negros que caían alrededor de su nuca. Las cortinas del lado izquierdo estaban bien cerradas, pero había una pequeña claridad donde paró apenas por no gustar de vivir en la oscuridad como aquel hombre loco.
- Sr. Santiago. - Llamó al hombre que no se volvió. tenía que aguantar para no enloquecer de una vez. trabajar para ese hombre era complicado. Sobrevivir con esa actitud mimada de no querer ver a las personas o simplemente mirarlas como si no fueran nada. - Trajo a alguien.
- Una persona. - De repente se volvió y soltó las hojas en sus manos y se levantó lentamente de su silla. - ¿Dijo que trajo a alguien? ¿Qué otra decepción crees que has traído?
- ¿Quieres saber algo? No me importa si empiezas a gritar y enloquecer porque algunas personas no quieren hacer lo que tú quieras. - cruzó los brazos.
- Las chicas que traje eran más obedientes de lo necesario, no quiero un
- Mira, mira, mira, deja de hablar un poco. hay una chica detrás de la puerta que necesita un trabajo y tú necesitas una empleada. Ella es hermosa, divertida y buena gente. Usted explica lo que quiere, y si ella quiere puede muy bien quedarse y te venera. Pero quiero vacaciones, quiero un momento, quiero días para estar en paz.
- Si yo no tengo paz, tú tampoco tendrás paz. - gritó del otro lado golpeando contra la mesa, Mirella ni se asustó. Se había acostumbrado a los brotes del hombre frente a él.
- Yo me voy, y la mando entrar. - Avisó, puesto que el hombre comenzó a salir de detrás de la mesa. No quería ni quedarse a ver qué iba a dar. Tal vez otra taza de un café caliente y fuerte podría hacerla más feliz. Salió de la habitación nuevamente buscando a la chica de linda apariencia, y cielos, ella era bonita. Tal vez aquel troglodita le gustaba la chica. - Mel, tú puedes entrar.
- ¿Estás seguro? - Se paró delante de la puerta y sonrió dulcemente - Oí gritos.
- Sólo ten paciencia, y si dice algo que no le guste, corre.
Mel intentó decir algo, pero acabó dejando que la mujer pasara con una sonrisa en la cara para irse. Mel respiró profundamente y luego lo soltó manteniendo toda la calma posible. No necesitaba sentirse nerviosa ya que había hecho tantas y tantas entrevistas que ni necesitaba más memorizar lo que hablaría. Abrió la puerta lentamente ya que había un gran silencio desde adentro. Se asustó al notar una cama al otro lado, además de artículos tan personales. ¿La entrevista sería en la habitación del hombre? ¿Para qué?
Cuando él abrió toda la puerta, vio de lejos una gran mesa de madera y, finalmente, un hombre sentado detrás de ella en su silla. Su rostro se puso rojo al notar que los ojos de adentro venían hacia él con curiosidad. Entró de una vez extremadamente menos cómodo que fuera. El cuarto era oscuro, aunque las ventanas eran grandes y cubiertas por cortinas gruesas, sin embargo, había una pequeña grieta que dejaba entrar un poco de sol.
Era sombrío y hasta difícil de sentir bien parada allí. Caminó un poco más parando frente a la mesa. El hombre era guapo en traje, alto y el cabello negro rodeaba la cara masculina con una pequeña barba sin afeitar. Era encantador y a pesar de ignorar, Mel sintió el cuerpo temblar, y sus piernas pesaron cuando lo vio alejarse de la silla para levantarse. Era increíblemente alto, y aunque estuviera lejos, se podía ver cuánto se ejercitaba ese hombre para tener esos hombros anchos que incluso con la camisa tirada a su cuerpo, se notaba cada músculo dividido.
Por otro lado, el hombre miraba a la mujer desde aquí con cierta curiosidad. Donde Mirella había mirado a la niña baja, de pelo rojo y con una piel tan blanca que parecía no ver un sol hace años y la ciudad caliente que hora u otra agrietaba el suelo de tan caliente era responsable del color saludable en algunas personas, menos en la niña pequeña. Además de que la ropa no es elegante, ¿de dónde viene?
- Buenos días. - Dijo con la nariz. Al menos su voz era bonita. Él salió de detrás de la mesa rodeando la misma con pasadas pequeñas, quería entender y estudiar cada pedazo de aquella criatura bonita, en todo caso. - Yo, vine por... bueno, ella me trajo al trabajo.
Estaba nerviosa y no lo negaría, y cuanto más se acercaba, pero la voz salía, las palabras huían de su mente. Pudo notar el color de los ojos era del color miel, como su nombre, él era de hecho un hombre increíblemente hermoso.
- ¿De dónde eres? - Preguntaste, la chica se sonrojó como si fuera una gran adolescente... Esto era encantador, muy diferente de las otras chicas que entraron en su habitación esa semana. Dios, esa chica no era del tipo que dormía en su cama.
- Del norte de la ciudad, casi del otro lado. De un lugar donde hay ruido y luz, un lugar donde parece tener vida, muy diferente de aquí. - El hombre levantó las cejas, sorprendido.
- ¿Qué? ¿Crees que no hay suficiente luz? ¿Quieres decir que algo está muerto, yo? - ¿Te apuntaste a ti mismo. - ¿Estás diciendo que aquí no hay animación? No me gusta el ruido.
- Lo notó - apartó la mirada, y viendo que él no dijo nada más, volvió a mirarlo encontrando una cara confusa, - Digo... No creo que nadie quisiera acercarse a un lugar así.
- Aún así, estás aquí. - Suspiró agarrando la correa de su bolso, lista para correr. Mordió los labios que eran delicadamente observados por él. La chica era bonita. Aunque no eran nada comparadas con las mujeres que estuvieron allí durante todo aquel mes. - Soy Levi Santiago, apuesto a que has oído mi apellido por ahí.
- En realidad no. No estoy siguiendo tanto el mundo de los famosos. Pero quería decir que estoy aquí para cubrir la vacante. La Sra. Mirella dijo que necesitaba a alguien para servirle en privado y tengo experiencia. - Él estrechó los ojos, bajó los brazos acercándose más a la chica dando una leve vuelta.
Su olor era dulce, un perfume barato cualquiera, estaba seguro. Como ella tenía experiencia en algo.
- No creo que encaje en lo que busco. Por favor, salga y llame a Mirella por mí, se lo pido con toda delicadeza del mundo. - Se burló mientras regresaba a su lugar.
- Espera, ¿cómo es eso? - Se detuvo mirándola. Odiaba que no atendía a sus comandos o cuestionaba algo que él ordenaba, la enfrentó nuevamente, ahora con más curiosidad en saber qué diablos ella aún estaba haciendo allí. - Dije que tengo experiencia y he trabajado sirviendo a otros lugares. Y yo... yo... necesito el trabajo. - Diste un paso adelante sabiendo que podías hasta estás haciendo tonterías, pero no lo pensarías dos veces si fueras a salvar a tu hermano. - Necesito el trabajo, así que si me das una oportunidad, prometo no decepcionarte.
- ¿De verdad quieres el trabajo, cariño? - Ella tardó en asentir, el tono de su voz había cambiado, estaba más grave y encantadora. ¿Qué era eso? ¿Algún tipo de hipnosis?
- Sí. Quiero. - Afirmó fuerte y decidida, y él rió, una sonrisa que la desanimó completamente.
- Entonces quítate la ropa.