- Estoy seguro de que esa mujer de ahí abajo no te dijo nada de lo que quiero. Y no puedes llenar el puesto. Pero si estás diciendo que quieres el trabajo y prometes no decepcionarme, pruébame, quítate la ropa y empecemos.
- No voy a quitarme la ropa, tarado. - Peleó empinando nuevamente la nariz, la petulancia asustó al otro, lo sorprendió. - Pensé que servirlo particularmente quería decir
- Decir que era mi pasatiempo favorito. - Ella dio un paso atrás. - No quiero una criada que me sirva té, quiero una mujer en la que pueda tenerla cuando quiera, en mi cama.
- Entonces búscate una esposa, idiota. ¿Qué tipo de hombre anuncia que quiere una criada y le dice que se quite la ropa?
- Le pedí una sumisa, no una criada. - Ella desvió la mirada - Le dije que estaba en el lugar equivocado, pero prometo pagar bien por hoy. Si tanto necesita el trabajo, no le importará.
- No voy a hacer eso. prefiero fregar esta casa ridícula y sin color dos veces al día que pensar en la posibilidad de tener sexo contigo.
- ¿Cómo es eso?
- Eso mismo que usted oyó. Usted es un enfermo y loco y no se puede llamar a una mujer así, de sumisa, usted piensa que es algo dios del mundo. Qué ridículo.
- ¿Con... con quién crees que estás hablando? - Volvió a caminar hacia ti - Crees que puedes hablarme como quieras, así que estás equivocada. Una cosa es que no quieras quedarte, y otra es que me ofendas y no he dicho nada.
- Ya has hablado bastante, psicópata. - Le diste la espalda yendo hacia la puerta. Además de gritar, el ofender no le obedeció, le dio la espalda como si no fuera nada. - No puedes tratar a las mujeres de esa manera, por eso no tienes ninguna para estar a tu lado.
- Con todo el dinero que pago, no quiero tener que escuchar ningún tipo de reclamo. - Gritó siguiéndola. No tenía derecho a decir eso como si lo conociera.
La frase "con todo el dinero que yo pago" la hizo vacilar en el camino, pero aún así, abrió la puerta volviendo al pasillo y siguió adelante.
- Parece que ni siquiera con una fortuna alguien es capaz de quedarse y aguantarte - Él la alcanzó en la cima de la escalera tirando del brazo, el contacto la hizo estremecer y ni siquiera era de miedo, volvió a mirar los ojos color miel e incluso sintió su garganta secarse. - ¿Qué estás haciendo? Suéltame.
- Nadie me habla así y se va como si nada.
- ¿Crees que eres dios del mundo o alguna otra cosa importante. ¿Qué deplorable es tener que pagar a alguien para qué? ¿dormir contigo? ¿De qué sirve tener toda esta belleza si es tan insoportable que ni siquiera pagas una fortuna? - ella tiró del brazo mientras él articulaba alguna frase para decir, pero la sorpresa de oír aquello de alguien era mayor. - Yo me voy ahora.
Y eso es lo que hizo. bajó las escaleras y no se detuvo hasta que salió de ese lugar. Paró frente al auto de Mirella e incluso volvió para pedir aventón, pero corrió por la carretera y se detuvo cuando no podía ver la torre de la casa.
Desde la cima de la escalera, Levi encaraba la puerta aún abierta, sus puños se cerraron con tanto odio que apenas podía caber en su gran cuerpo. ¿Cómo es que una mujer de aquella, apareciendo de la nada, hablaba todo aquello para sí y salía corriendo? Nadie le hablaba así. Miró a la habitación de abajo, mirando a los ojos abiertos de Mirella, cerca de la puerta de la cocina, y podía adivinar que las otras estaban cerca.
Él bajó las escaleras viendo intentar huir, pero no fue lo suficientemente rápido, sabía que vendría pelea.
- ¿Qué crees que estás haciendo? Cuando te dije que buscaras a otra de mis chicas, pensé que estabas buscando en el lugar correcto, así que me trajiste una descalificada sin decirte qué hacer. Sentiría pena por la chica si no fuera tan petulante.
- ¿En el lugar correcto? Cuántas y cuántas mujeres te trajeron aquí en dos semanas y las echaste. Pensé que estabas buscando algo nuevo. Ya que ninguna de las otras fueron aceptadas. - Explicó calma, no quería estresarse. - Eres muy exigente y actúas como si todos estuvieran equivocados, y no era suficiente.
- Y ninguna lo es. - Cruzó los brazos - Traiga otra. Yo le pago muy bien para hacer lo que yo digo y cuando yo mando. Entonces haga su trabajo. - Mirella asintió además que con odio dentro de sí. Él dio la espalda para ir, pero paró. - ¿Cuál es el nombre de aquella mujer?
- Mel.
- Miel. - Repitió el nombre con una sonrisa. - El nombre es dulce, pero amargo.
- Estoy seguro de que eres mucho más. asustaste a la chica. - Él cerró la cara y Mirella tomó su rumbo rápidamente.
-
-
Cuanto más me alejaba de esa casa, más quería desaparecer y nunca volver. Cuando se detuvo en medio de ese laberinto sin saber dónde caminar, miró a su alrededor, trató de saber dónde estaba realmente y qué podía hacer, pero nada, nada. De repente se asustó hasta con el toque del celular dentro del bolsillo, lo sacó a la misma hora y la desesperación se apoderó de su pecho cuando vio que era el número del hospital.
- ¿Hola? - Tragó en seco - Ya estoy en camino.
Y empezó a correr, hasta llegar al hospital
- ¿Cómo está mi hermano? - ¿Preguntó cuando llegó a la puerta del cuarto de su hermano. - ¿Mejor?
- Sí, sí, sólo aumentó la presión, se puso un poco enfermo. El médico vino rápido y todo salió bien. - dijo la mujer. Mel se sentó en el asiento de la puerta.
- No tengo que repetir lo que digo todos los días; necesita una cirugía lo antes posible. ¿Crees que el cáncer es una broma?
- Sé que lo necesitas - miró el hermano del vidrio que había en la puerta del cuarto. - Estoy buscando un empleo.
- ¿Y cuando lo hagas? - La chica se calló - Espero que sea antes de que se enferme más, y no pudimos salvarlo más - dijo yéndose. Mel se sentó en el banco de nuevo, suspiró derrotada, completamente.
- Que mierda es eso!
Respiró hondo, por supuesto que eso terminaría. Un día acabaría.