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Kate
Estaba con los hombres que Paulina había dejado para que me protegieran. Varios de ellos nos atacaron, pero los demás hombres se interpusieron y defendieron con valentía. Yo quería luchar también, pero no me lo permitieron. Paulina había sido clara en sus instrucciones: "Quédense atrás, cuiden a los demás, yo me encargaré de la pelea".
Han pasado varios minutos desde que comenzaron los ataques. Caminaba entre los hombres rumbo al centro de la manada, mis ojos recorrían el campo de batalla, buscando a Paulina entre la multitud. Luego, la vi. La moto de Paulina estaba estacionada en un costado, y rápidamente mi mirada la encontró peleando con un vampiro. Mientras tanto, Fabricio yacía en el suelo. Cuando el vampiro se alejó de ella, pude ver lo furiosa que estaba. Había algo en su rostro que delataba su enojo, como si no le importara nada más que lo que estaba sucediendo a su alrededor. Le habló a Fabricio, quien aún estaba tirado, y luego cayó de rodillas al suelo. Escupió sangre, pero siguió adelante.
-¡PAULINA! -grité, corriendo hacia ella.
-Estoy bien -dijo con esa voz que solía tener cuando no quería que la preocupáramos. Pero sus palabras no me convencieron, no en ese momento.
Antes de que pudiera decir algo más, escuché a Fabricio hablar con una voz llena de frustración.
-¿Cómo que estás bien? -dijo, arrastrándose hacia ella. Paulina, con gran esfuerzo, se levantó, pero su cuerpo estaba visiblemente agotado.
-¿Qué? ¿Ahora te importo? -respondió Paulina, caminando hacia no sabía dónde, sus pasos arrastrándose por el suelo.
-¿A dónde vas? -le pregunté, incapaz de ocultar mi preocupación.
-Al hospital, a ver si los niños llegaron bien. -Respondió ella, como si fuera lo más normal del mundo, pero su cuerpo apenas se sostenía. Se tambaleó unos pasos más, hasta que finalmente cayó al suelo, desmayada.
-¡PAULINA! -grité, al unísono con Fabricio, mientras me acercaba rápidamente a ella. La levanté, con la ayuda de él.
-Pau... -dije entre lágrimas, abrazándola con fuerza. -Por favor, recuerda lo que tienes que hacer. Tienes que transformarte, encontrar a tu mate, ser la alpha de esta manada. No te mueras, por favor, no te vayas.
Fabricio, de pie a nuestro lado, gritó con una mezcla de rabia y desesperación.
-¿USTEDES QUÉ HACEN AHÍ PARADOS? ¡LLEVENLA AL HOSPITAL PARA QUE LA CUREN! -Todos se apresuraron a moverse y, finalmente, la cargaron. Fabricio intentó levantarme para que pudiéramos seguir adelante, pero él insistió:
-¡YO ESTOY BIEN! ELLA ES LA PRIORIDAD, ¡MUEVANSE! -Su tono era imperativo, y los demás no dudaron en obedecer. Paulina era lo más importante en ese momento.
Caminar al hospital fue una pesadilla. El paisaje era aterrador: muertos, fuego, partes de cuerpos esparcidas por doquier, gritos, caos. Pero en mi mente solo había una cosa: Paulina. ¿Estaría bien? No importaba todo lo demás, solo ella.
Cuando finalmente llegamos al hospital, el panorama era igualmente sombrío. Había heridos por todas partes, varios agonizando, otros ya sin vida. Vi a Alpha Juan y a la Luna Erika, que se acercaron rápidamente al vernos entrar. Cuando la vieron en brazos de los hombres, con Fabricio siguiéndonos de cerca, la Luna Erika, visiblemente preocupada, preguntó:
-¿Qué pasó?
Fabricio, aún agitado, respondió con una mirada cargada de dolor.
-Ella me salvó la vida... y salvó a la manada. -Todos nos sorprendimos al escuchar esas palabras. Fabricio había admitido algo que nadie esperaba.
-Salvó a su mayor dolor de culo -dijo, mirando a Paulina. Fue una frase irónica, pero cargada de una tristeza profunda. Él sabía que había fallado, y esa era su forma de aceptarlo.
-Y quedó así... -murmuró con pesar-. Ella tiene razón... Yo no puedo ser el alpha de esta manada.
Las palabras de Fabricio dejaron a todos en shock. Nadie podía creerlo. ¿Renunciaría realmente al puesto de alpha, el puesto por el cual tanto había luchado?
-¿A qué quieres llegar con esto? -preguntó el padre de Paulina, quien se encontraba de pie, mirando a su hijo adoptivo.
Fabricio se enderezó, su rostro lleno de determinación y arrepentimiento.
-Yo, Fabricio Meléndez Moon, hijo adoptivo del alpha Juan Moon, renuncio al puesto de alpha de la manada Sangre de Luna y se lo dejo a la verdadera hija del alpha: Paulina Moon.
El shock recorrió la sala. El silencio fue abrumador. En ese momento, no era solo un cambio de liderazgo, era el reconocimiento de la verdad. Todos sabíamos que Paulina era la líder que necesitaba la manada. Fabricio, de alguna manera, se había dado cuenta de que solo ella tenía la fuerza para llevar a todos adelante.
El doctor ya estaba atendiendo a Paulina, revisando sus heridas. Después de un momento, el alpha Juan Moon habló.
-Yo, Juan Moon, acepto tu renuncia, dejando a mi hija Paulina Moon como la próxima alpha de esta manada.
Sentí una mezcla de emoción y alivio. Sabía que Paulina era la líder natural, pero ver que finalmente tomaba su lugar me hizo sentir una pequeña chispa de esperanza. Me giré para mirar a Paulina, aún inconsciente. En ese momento, no quería celebrar. Estaba demasiado preocupada por ella.
Me acerqué a su cama, tomándola suavemente de la mano.
-Lo ves -le susurré, hablando directamente a su inconsciente. -Ahora tienes más razones para despertar, no solo yo, tu padre, tu mate, sino ahora también la manada. -Mis lágrimas cayeron, recorriendo mis mejillas-. Por favor, sé que eres fuerte y despertarás. Y sé que te odiarás por no haber presenciado a tu dolor de culo aceptando que te da el puesto de alpha. -Reí entre lágrimas, sin importarme las miradas de los demás-. Lo que siempre quisiste, lo que le prometiste a tu madre, lo cumpliste. Y ahora, tienes que seguir cumpliéndolo. ¿Ok? Así que despierta pronto. -Me levanté de su lado, mirándola con una sonrisa melancólica-. Te doy al menos una semana para que levantes ese hermoso culo de esa camilla. Tenemos que preparar tu fiesta y tu presentación de alpha. -Reí, dejando escapar una pequeña risa nerviosa, y me lancé de nuevo a ella, abrazándola, llorando por todo lo que había pasado.
***
Paulina Moon
Me duele el cuerpo, me siento agotada. Abrí los ojos lentamente para acostumbrarme a la luz del cuarto. Si, estaba en mi cuarto, con todo un equipo de hospital a mi alrededor. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, ni qué ha pasado con la manada. Me senté en la cama con dificultad.
-Mierda, duele como los mil demonios -dije, riendo sarcásticamente-. Eso me pasa por pendeja. Pude haberlo dejado morir y luego matar al maldito que causó los destrozos en mi manada, pero no, tenía que entrar a protegerlo... -reí-. Puta, hasta me duele respirar.
Me levanté de la cama, quité las cosas que estaban en mi nariz y los tubitos insertados en mis brazos. Fui al baño y me duché.
-¡Qué relajante! -dije. Me quedé ahí un buen rato. Salí del baño, me metí al clóset a buscar ropa y vestirme. En eso, escuché abrirse la puerta del cuarto.
-¿A dónde te metiste, estúpida? -dijo alguien, y era Kate.
-Estoy cambiándome, espera un momento -le contesté. Me terminé de vestir y salí del clóset. Me puse una camisa blanca ombliguera, un jeans azul y zapatos negros.
-¡Ay, pero mira qué sexy! -comentó ella.
-Claro, mi amor. Me sentiré como la mierda, pero jamás me veré como ella -dije, con algo de arrogancia. Me acerqué y me abrazó, me dolió hasta el culo.
-¡Espérate que aún me duele el cuerpo! -nos separamos y me senté en la cama-. ¿Cuánto llevo dormida? -pregunté.
-Una semana -respondió-, y más te vale, porque hoy era tu último día del plazo para que movieras ese hermoso y sexy culo -me dijo.
-Con razón tenía urgencia -dije, riendo-. Si no me despertaba, tú ibas a matarme. -Reímos juntas-. Cuéntame, ¿qué ha pasado en esta semana? ¿Cómo está la manada?
-No me lo creerás -dijo-. Fabricio renunció a su puesto de alpha y te dejó a ti en ese lugar.
-¿QUÉ? -dejé escapar, levantándome de la cama.
-Sí, lo que oíste -respondió. Estaba sorprendida, así que me volví a sentar en la cama.
-Cuéntame todo -le dije, agarrándola de las manos-. Con lujo de detalle.
(...)
Me contó todo y me arrepentí de haberme desmayado. Yo quería ver eso y sonreír. Ahora estaba en la cocina buscando qué comer, moría de hambre. En eso entra Fabricio y me ve como si hubiera visto a un muerto.
-¿Qué me ves, imbécil? -le dije-. ¿Acaso te hice falta? -pregunté, arrogante. Se acercó a mí y me abrazó.
-¡Ay no, qué mierda te pasa! -lo aparté de mí-. ¿Estás enfermo?
-Pensé que morías por mi culpa -dijo.
-Y casi lo hago, pero la estúpida de Kate ni eso me deja hacer -respondí, cortante, mientras me hacía huevos revueltos para comer.
-¿Ya te contó cierto? -dijo. Inconscientemente reí.
-Por esa cara digo que sí.
-Eres un estúpido, no podías esperarte a que despertara para hacerlo. Yo quería ver tu cara y la de todos en ese momento -dije, sirviéndome los huevos en mi plato.
-Sí que te conoce, ella dijo que te ibas a molestar por no verlo -dijo.
-Claro, es mi mejor amiga, como mi hermana -le respondí-. Ella sabe todo de mí. Hay cosas que ni mi padre sabe, y ella sí. Es mi vida, por eso la defiendo tanto -mi voz pasó de triste a molesta-. Y tú -lo señalé con un tenedor-, no creas que se me olvidó que le pegaste en la cara... Que te haya salvado el culo no significa que no cobre ese golpe. Además, a la perra de tu novia me falta meterle la cabeza en el retrete como hizo ella con Kate. -Al principio reía por mi amenaza, pero cuando dije lo último, se sorprendió.
-¿Qué hizo qué? -gritó.
-Lo que oíste -le dije, fría, apretando mi tenedor-. Así que no te metas cuando lo haga, porque no tendré piedad con esa zorra. Una cosa es que me lo hagan a mí, pero a ella... -Me metí un poco de los huevos que me preparé-. No, mi ciela -dije, con la boca llena.
-¿Qué te he dicho de hablar con la boca llena? -dijo mi padre en el marco de la puerta-. No es propio de una princesa como tú. -Se acercó y me limpió la mejilla en la que tenía un poco de huevo-. Además, ese vocabulario...
-No comiences, papá -le dije, tomando jugo de naranja-. Sabes que yo soy así.
-Lo sé, mi princesa, y así te amo -me besó la frente.
-Como ya vi que no me dejarán comer, voy a mi cuarto -dije, agarrando mi plato, y salí de la cocina.
-Ni estar al borde de la muerte la cambiará -dijo Fabricio con fingida molestia. Sonreí y me fui a mi cuarto.