Capítulo 3 Anillo

Sebastian

Faltaban dos horas para la medianoche y ahí estaba yo, en un auto al lado de la chica que más detestaba en el mundo.

Arianna Lucciano.

Para colmo, íbamos camino a comprarle un anillo de compromiso.

Ni siquiera en mis peores pesadillas habría imaginado algo tan absurdo. Observé de reojo a la Lucciano, quien se había deslizado hasta el otro extremo del asiento, mirando fijamente por la ventana con una expresión perdida. Como si quisiera escapar de la realidad.

En momentos como este me preguntaba cómo demonios habíamos terminado en este retorcido juego.

Después de graduarme, estaba seguro de que me había librado de ella, de sus gestos altivos y de su lengua afilada. Pero aquí estábamos, forzados a representar una mentira más grande que nosotros mismos.

-Cuando entren, asegúrense de colocarse cerca de las ventanas. Mi equipo de fotógrafos se encargará de tomar evidencia de que estuvieron allí -nos instruyó Enzo con ese tono autoritario que parecía tan natural en él.

-¿Fotos? ¿Para qué?... -comencé a preguntar, pero Arianna me interrumpió antes de terminar.

-Espera... -dijo, despertando de su trance como si de pronto hubiera comprendido algo importante-. ¿No vas a entrar con nosotros?

Esperaba que mi hermano dijera que sí, que estaría allí para al menos moderar la incomodidad entre nosotros.

-Claro que no. Sería muy sospechoso que me vieran a mí en medio de un momento de pareja como ese. -respondió, imperturbable.

-No me jodas, Enzo. No voy a entrar solo con esta loca para buscar un anillo de compromiso -protesté, mi voz llena de desagrado.

Pero Enzo ni siquiera se molestó en discutir. Simplemente detuvo el auto a unas calles de la joyería y nos miró a través del espejo retrovisor.

Su orden fue clara, sin necesidad de palabras. Ambos entendimos que no había opción.

Suspiré y salí del auto, sin siquiera voltear a ver a Arianna, mientras sentía la mirada reprobatoria de mi hermano clavada en mi nuca por no haberle abierto la puerta ni ofrecerle mi mano.

Pero ¿Qué esperaba? ¡No estaba tratando con una mujer normal! Ella era un maldito demonio.

Nos encontramos frente a la puerta de la joyería y al entrar, una vendedora nos recibió con una sonrisa profesional.

No parecía importarle que nuestros rostros no mostraran la emoción típica de una pareja. Al parecer, su único objetivo era convencernos de comprar.

-¿Tienen pensado algún modelo en especial? Puedo mostrarles los que tenemos por este lado -ofreció, con amabilidad.

Antes de que pudiera responder con algún comentario sarcástico, Arianna se adelantó.

-Preferiría ver algo discreto, pero elegante -su voz fue firme y educada, aunque fría.

Su tono me irritaba.

¿Discreto? Si ella era todo menos discreta. La observé mientras se acercaba a las vitrinas con una expresión casi despreocupada, como si estuviera eligiendo un accesorio cualquiera y no el anillo que, supuestamente, representaría nuestro compromiso.

-¿Discreto? -murmuré, incapaz de callarme cuando la vendedora nos dio un momento a solas-. Para una mujer que hace de todo un espectáculo, eso suena contradictorio.

Arianna me lanzó una mirada gélida, pero no dijo nada. Se limitó a seguir examinando los anillos como si yo no existiera.

La vendedora, ignorando por completo la tensión entre nosotros, comenzó a mostrarle varias opciones, describiendo cada detalle con entusiasmo.

Mi paciencia estaba al borde. La idea de ver a Arianna con un anillo en el dedo fingiendo ser mi prometida, me revolvía el estómago.

Finalmente, Arianna se detuvo en un modelo sencillo pero elegante, un anillo de oro blanco con un pequeño diamante en el centro. Nada ostentoso, pero llamaba la atención de forma sutil.

-Este será perfecto -dijo lanzándome una breve mirada desafiante, como si estuviera probando hasta dónde llegaba mi incomodidad.

-¿Perfecto para qué? -espeté sin poder contenerme y la mujer, entendiéndola pesadez, desapareció entre los mostradores-. Esto no es real, ¿recuerdas? Es solo una maldita actuación.

-Lo sé -respondió, con una calma que me exasperó aún más-. Pero si vamos a hacer esto, al menos hagámoslo bien. No quiero darle a nadie un motivo para dudar.

La seguridad en su voz me cabreaba aún más.

Odiaba esa maldita actitud. ¿Quién se creía para hablarme como si supiera lo que era mejor?

-Bien. Compra el anillo, haz lo que quieras. Solo recuerda que esto no significa nada para mí. Y en cuanto se acabe el maldito año, tú y yo no volveremos a cruzarnos.

Arianna mantuvo su mirada fija en el anillo con el rostro inmutable, pero pude ver un destello de desafío en sus ojos. Sabía que no diría nada, que no me daría el gusto de reaccionar.

-¿Pagarán en efectivo o con tarjeta? -preguntó la vendedora, rompiendo el incómodo silencio que se había formado.

Saqué la tarjeta sin siquiera mirarla, deseando acabar con esa escena lo antes posible.

Mientras realizaban la transacción, miré a Arianna una última vez, con una mezcla de desprecio y frustración.

A partir de ahora estaríamos unidos en una mentira, y la idea de tener que pasar un año fingiendo ser su pareja me resultaba insoportable.

Algo en el fondo de mi mente me decía que este maldito juego no iba a ser tan sencillo como esperaba.

            
            

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