El tenis era mi pasión, de no haber sido por la muerte de mamá y la vida complicada que vino después, quizá habría intentado hacerlo mi profesión. Pero lamentarme por lo perdido no tenía sentido.
Tomé mi raqueta y practiqué un par de golpes imaginarios al aire. La empuñadura encajaba a la perfección en mis manos, como siempre.
Ese año estaba decidida a retener el título conmigo.
Aunque la ironía de la situación me sacaba una sonrisa amarga, me disputaba la victoria contra Cristina Alberti. La mujer que alguna vez intentaron emparejar con mi ahora prometido, Sebastian.
-Pero miren nada más a quién tenemos aquí, a la futura señora Bellucci.
Su voz cortó el aire como un látigo, seguida por un agarre brusco que me obligó a girar. Antes de reaccionar, me empujó contra los casilleros, arrancándome un jadeo por el impacto.
Y como si fuera una mofa del destino, ahí estaba la misma Cristina. Con una actitud matona y una mirada cargada de odio.
-¡¿Pero qué carajos te pasa?! -le grité, todavía intentando procesar lo que acababa de suceder.
Nunca había cruzado palabra con Cristina Alberti. Apenas éramos conocidas de vista, pero no fue difícil adivinar qué la había llevado a arremeter contra mí.
-¡¿Cómo te atreves a robarte a mi hombre, maldita perra?!
La bofetada cayó como un látigo en mi mejilla, haciéndome girar la cara. El ardor que dejó no era nada comparado con la rabia que empezó a bullir en mi interior.
No podía creer que esa tipa se presentara repentinamente para armar semejante escena. Me encendió más saber que todo ello era causado por Sebastian.
Maldito imbécil.
-Créeme, quiero devolverte el gesto con un puño. Pero ya suficiente lástima me da verte humillarte así, peleando por un hombre.
Mi respuesta la cabreó aún más. Tragó saliva con esfuerzo y levantó la mano otra vez, pero esta vez fui más rápida. Me moví antes de que me alcanzara.
-Te lo advierto, Cristina. Soy increíblemente impulsiva y estoy sacando paciencia de donde no tengo. No me provoques.
-¡Tú me jodiste primero! -chistó entre dientes, con el rostro descompuesto por la ira- ¡Te metiste con Sebastian! ¡Éramos felices hasta que llegaste! ¡Seguramente te le metiste por los ojos!
Lo dicho no me sorprendía. Sebastian Bellucci siempre había sido un mujeriego de lo peor.
-Entonces eso es algo que deberías discutir con él ¿No te parece? Nadie se mete donde no lo dejan entrar. No soy yo quien debe darte explicaciones.
Intenté mantenerme serena, aunque ella no se lo merecía. Ni yo misma podía creer mi grado paciencia.
-¡Esto es tu culpa! ¡Ya te revolcaste con él, ¿verdad?! ¡Conozco a las de tu clase! ¡Seguramente te embarazaste a propósito!
-Qué mentalidad tan machista...
Mi frialdad fue la chispa que detonó todo.
Cristina se lanzó sobre mí con los brazos extendidos en un intento frenético de alcanzar mi rostro con sus manotazos.
Esta vez la sostuve con fuerza, hasta que mis límites cedieron. En ese instante, Dante de Luca apareció de la nada y la retuvo, apartándola de mí.
Mientras intentaba recuperar el aliento, Ivanno llegó a mi lado para ayudarme a levantarme.
Me sorprendía ver que ellos, los mismos que me habían hecho la vida imposible en la escuela junto a Sebastian, ahora estaban de mi lado.
Era probable que el hecho de ser la prometida de su amigo les cambiaba las reglas del juego.
-¡Basta, Cristina! ¡Compórtate! -La voz de Sebastian resonó en el vestidor, llenando cada rincón.
Él llegó justo cuando Cristina seguía forcejeando con Dante, con su furia intacta y ese berrinche digno de una niña de cinco años.
-¡No me digas qué hacer! ¡Tú te fuiste con esa zorra sin darme explicaciones! ¡Por eso rechazaste casarte conmigo!
Nicola, que entraba tras Sebastian, soltó una risa sarcástica.
-¡No quiero que vuelvas a acercarte a Arianna! ¿Entendido?
El tono de Sebastian era tan autoritario que incluso Cristina pareció congelarse por un momento. La furia en su rostro se transformó en algo más, en incredulidad.
La tensión quedó suspendida cuando el altavoz resonó por el vestidor.
-Señorita Lucciano, señorita Alberti, al campo. Empiezan en tres minutos.
Todo terminó en ese instante, pero sabía que esta guerra estaba lejos de acabarse.
-Las están llamando, será mejor que vayan de una vez.
Nicola dejó de reír lo justo para lanzar su comentario con un tono neutral, casi aburrido. Apenas lo miré de reojo mientras recogía mis cosas, furiosa.
Estaba cabreada, y no de una manera superficial.
Era una furia hirviente, de esas que queman en el pecho y nublan la mente. Pero no podía detenerme a reclamar ni a desahogarme con nadie; llegar tarde a un partido tan importante podría significar la descalificación, algo que no pensaba permitir.
Cristina, por su parte, también lo entendió. Acomodó su ropa y salió en busca de sus herramientas, su rostro endurecido por la frustración.
Los cuatro hombres permanecieron quietos, observándome con atención cuando ella se marchó.
Me giré hacia Sebastian, clavando mi mirada en él como si fuera una daga.
-Esto no se va a quedar así -dije, con una voz tensa, cargada de ira contenida-. Cuando todo esto termine, tú y yo vamos a hablar. Muy seriamente.
Él alzó ambas manos, un gesto de falsa inocencia que me irritó aún más.
-¡Alguien está en problemas! -bromeó Dante, con una sonrisa burlona.
No respondí. Con mi maleta al hombro, salí hacia el campo sin mirar atrás, ignorando el eco de las risas que quedaban a mis espaldas.
El aplauso del público me recibió como un torrente al entrar a la cancha. Ello no me hizo sentir alivio ni orgullo, solo un creciente deseo de venganza que se alimentaba de cada paso que daba.
Mi mirada fue directo a Cristina. Quien estaba calentando en su parte del campo, como si nada hubiera pasado. Como si no acabara de desafiarme en el peor lugar y momento.
"Te las voy a cobrar todas, maldita niña mimada".
Ese pensamiento se aferró a mi mente con fuerza. A partir de ese momento, dejé que mi lado más oscuro tomara el control.
Sabía que tenía dos defectos marcados que rara vez lograba dominar, mi impulsividad, que borraba cualquier rastro de sentido común cuando estaba furiosa, y mi instinto vengativo, que no descansaba hasta equilibrar la balanza.
Y en ese preciso momento ambos estaban en su máximo esplendor.
El partido comenzó con Cristina sirviendo primero. La vi moverse con precisión y determinación, ignorante de lo que estaba por venir.
A pesar de ser una oponente hábil y digna de admiración, me tomó poco tiempo descifrar su estilo de juego. Gané varios puntos al comienzo, estos me aseguraban que podía concentrarme en mi verdadero objetivo sin arriesgar el resultado.
Cuando llegamos al último set, supe que era el momento. Una voz en mi interior, oscura y decidida, susurró con claridad.
"Haré que esta perra pague por su insolencia".
En mi primer saque, no medí mi fuerza. La pelota salió disparada con tal velocidad que Cristina apenas logró alcanzarla.
La vi correr, desesperada, estirándose al máximo para devolverla. Golpeó la pelota con la raqueta, pero el impacto fue tan fuerte que no pudo sostenerla y el instrumento voló por los aires antes de caer al suelo.
-¿¡Pero qué demonios!? -gritó, incrédula y furiosa.
Una sonrisa fría y llena de satisfacción se dibujó en mis labios.
-Y esto apenas comienza -murmuré, ajustando mi posición para el siguiente saque.
El juego continuó, y durante los siguientes diez minutos, Cristina luchó con todas sus fuerzas para contener mis golpes. Cada tiro era más fuerte, más rápido, más implacable. Su muñeca mostraba signos evidentes de agotamiento y su ritmo había decaído.
Finalmente, vi mi oportunidad. Era el momento de la estocada final.