Hasta que la mafia nos separe
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Capítulo 5 Comprometidos

Sebastian

El teatro comenzó en ese instante.

Enzo ya nos había advertido que algo así podría suceder, así que pasamos toda la semana practicando cada posible desenlace. No pensaba dejar que Ariana tomara el control de la situación, menos aún en un juego de apariencias.

Esto ya era un asunto de orgullo, y yo no me quedaría atrás.

Le tomé la mano, jalándola hacia mí. Su madrastra pareció confundirse aún más ante el gesto.

-Arianna Lucciano, quiero que me expliques ahora mismo qué rayos está pasando aquí.

Bárbara Paoli cruzó los brazos, golpeando su zapato contra el suelo en un claro gesto de espera ansiosa. Nuestra supuesta relación no encajaba en los planes que tenía para mi "novia".

-Bárbara... cielos -Arianna fingió sorpresa y se llevó una mano a la frente, como si la hubieran descubierto-. Yo... quería contarles hoy a todos sobre...

-¿Sobre qué? -replicó la morena con una expresión de molestia-. ¿Sobre que estabas a punto de besuquearte con el menor de los Bellucci?

¿"Besuquearnos"? ¡Habíamos estado a años luz de eso! Pero su percepción me favorecía.

-No planeo esconder nada, quería contarles en un momento.

Arianna adoptó una postura desafiante y supe que si no intervenía, aquello terminaría en una pelea que nadie quería presenciar.

-Arianna, cariño, será mejor que entremos. La ceremonia está por comenzar.

Intenté llevarla hacia el salón, pero ella se mantuvo firme, al igual que nuestra "espectadora".

-No puedo permitir que te pongas de noviecita con él. No ahora, Arianna, no puedes.

La llama en los ojos de Arianna se avivó; mala señal.

-No tienes el derecho de prohibirme nada. No eres mi madre, así que ahórrate el berrinche, porque jamás voy a obedecerte.

Antes de que la situación empeorara, la tomé del brazo y prácticamente la arrastré hacia adentro.

-¡No voy a permitirlo, Arianna! ¡Te lo aseguro!

Había esperado tensión, pero no tan pronto, y me dieron ganas de reprender a mi acompañante. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, una de las anfitrionas nos abordó al llegar al salón, llevándonos hacia la mesa que Enzo había dispuesto para nosotros.

El cumpleaños de Helena Prada era la excusa perfecta para proponerle matrimonio. Me daba igual si le arruinaba la noche a mi futura cuñada y a mi hermano le importaba aún menos. Considerando que él mismo sugirió la fecha.

-Mi padre acaba de llegar -me susurró Arianna, ignorando todas las miradas sobre nosotros-. No creo que Bárbara haya tenido tiempo de contarle lo que vio, pero está mirando hacia aquí, confundido.

-Que espere a ver lo que tenemos para él, no hará falta que nadie le cuente nada -respondí, sin ocultar mi sarcasmo.

Ariana se mantuvo en silencio durante la mayor parte de la velada. Observó con aparente calma cómo los invitados felicitaban a Helena y luego, uno a uno, le ofrecían sus mejores deseos. Por suerte la reunión era privada y con un poco más de fortuna, no haría el ridículo ante una gran multitud.

Una hora después, cuando la formalidad se había disipado, Arianna carraspeó para indicarme que ya era el momento. Respiré hondo.

"Debo estar loco para hacer esto. Estoy loco."

Jugando con la caja de terciopelo en el bolsillo de mi traje, intenté darme valor.

"Esta es la única salida, Sebastian. Confía en Enzo."

Me armé de valor y golpeé la copa con una cuchara.

-Eh... lamento interrumpirlos a todos, pero me gustaría hacer un anuncio.

No era común que tomara la palabra en este tipo de eventos, así que todos me miraron de inmediato. Tragué saliva, esforzándome por ocultar mi incomodidad.

Tal y como lo habíamos practicado, seguí el plan.

-Quiero agradecer a mi futura cuñada, Helena, por la invitación -mencioné, consciente de que nos observaba con recelo, como si supiera que íbamos a opacarle la fiesta-. No encontré un momento tan perfecto como este para decirles que... estoy enamorado.

Era humillante decirlo así, frente a todos. Pero la mirada orgullosa de mi hermano fue el único aliento que necesité.

-La persona de la que estoy enamorado está aquí esta noche, y afortunadamente me corresponde -dije, fingiendo una sonrisa enamorada que pareció conmover a quienes desconocían lo que sucedía-. La intensidad con la que la quiero es lo que me trajo aquí. Llevamos ya un tiempo conociéndonos, apoyándonos, ustedes saben...

Arianna bebió un trago de vino, como si eso fuera a protegerla de lo que venía.

-Arianna Lucciano.

Ella imitó una expresión de sorpresa e ilusión, poniéndose de pie nerviosa. Si no hubiera estado tan inmerso en la escena, me habría creído aquella actuación.

-Llevamos mucho tiempo conociéndonos el uno al otro.

Me giré para quedar frente a ella, saqué la caja de terciopelo y escuché algunos suspiros sorprendidos cuando me arrodillé frente a ella.

-Oh, por todos los cielos -murmuró, haciendo una interpretación de sorpresa digna de premio.

-Arianna Lucciano, todo lo que hemos compartido me ha hecho darme cuenta de cuánto te adoro y necesito en mi vida.

-Sebastian...

Sintiéndome el hombre más expuesto del mundo, abrí la caja para mostrarle el anillo.

-Arianna, ¿te casarías conmigo?

Vi cómo se llevaba las manos a la boca, en una señal de sorpresa estudiada. Unas lágrimas artificiales adornaron sus ojos mientras finalmente asentía.

-Sí, claro que sí, mi amor.

Se abalanzó sobre mí en un abrazo fingido.

Las únicas palmas que escuchamos fueron las de Enzo y de algunos invitados que no tenían idea de lo que realmente sucedía.

Nadie se esperaba una unión como esa.

Apenas recibí a Arianna en un abrazo algo distinto ocurrió en ese instante.

Era la primera vez que estábamos tan cerca por nuestra propia voluntad y contra toda expectativa, no fue tan desagradable como pensé. Fingir trajo consigo detalles que no me esperaba como hundir mi nariz en su cabello y para mi sorpresa, percibir un aroma dulce, casi hipnótico.

Ese toque especial que la muy condenada poseía me descolocó.

Nos separamos después de unos segundos, atrapados en una mirada fija que parecía decir más de lo necesario.

¿Qué se hacía después de una propuesta?

Lo tradicional, claro, un beso.

Pero ni ella ni yo estábamos preparados para cruzar esa línea, al menos no mentalmente. Aun así, Arianna pareció tomar una decisión; empezó a acercarse, cerrando los ojos en lo que parecía un intento de reunir valor. Justo cuando la distancia se acortaba, una voz retumbó y rompió el momento.

-Un momento ustedes dos.

El padre de Arianna, Franco Lucciano, se acercó. Apenas lo conocía en profundidad, pero en cuanto lo tuve a un metro de distancia, comprendí por qué su nombre despertaba cierta inquietud. Su sola presencia no solo era suficiente para imponer respeto, sino miedo.

-Arianna, esto nos tiene a todos sorprendidos. Ni siquiera sabíamos que tenías una relación -sus ojos ahora estaban en mí como un juicio implacable-. Este muchacho nunca se presentó ante nuestra familia como tu novio, o al menos como tu pretendiente.

Tragué saliva, sintiendo el peso de su mirada.

-Sebastian y yo nos conocemos desde hace años, papá. Tú también conoces a su familia.

-Eso no importa, Arianna. Lo correcto habría sido que él viniera a hablarme de sus intenciones contigo.

Reconocía su postura, y aunque me resultara anticuado, en este juego era parte del protocolo.

Justo cuando intentaba organizar una respuesta, la voz de mi padre se alzó inesperadamente, poniéndose de mi lado.

-Franco, ¡No seas tan duro con ellos! ¿No ves que están enamorados?

El mismo hombre que había tratado de emparejarme con Cristina Alberti sin siquiera consultarme, ahora se erguía como nuestro aliado.

-Sebastian, hijo, no sabía que estabas enamorado de Ariana Lucciano. De haberlo dicho antes podríamos haber hecho las cosas diferentes.

-Lo lamento -musité, buscando una excusa creíble-. Pensé que era evidente, siempre hemos estado juntos en la escuela y fuera de ella.

Era cierto; siempre estábamos juntos, peleando o en silencio, pero juntos.

La madrastra de Arianna se levantó entonces, con una expresión de desaprobación que no pasó desapercibida.

-No estoy de acuerdo. -Su voz gélida cortó el aire-. Este no es el modo de empezar un compromiso.

En ese instante comprendí con claridad por qué Arianna la detestaba tanto. Pero antes de que pudiera intervenir, Arianna volvió a sorprenderme.

-Al final, quien va a casarse con él soy yo. -Lo dijo con una firmeza que dejó a todos sin palabras, incluido a mí mismo-. Siento que se enteren así, pero estoy enamorada y quiero casarme con él.

Aquella declaración dejaba una marca en más de uno y a su manera.

En medio de aquella farsa, no pude evitar preguntarme si había alguien en la vida real, fuera de los libros o las películas, que tuviera esa determinación de defender lo suyo...

Alguien como nosotros, pero que no tuviera fingir que todo era una mentira y peleara con uñas y dientes por puro amor.

            
            

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