-¡Claro que no, señor Lucciano! ¡Le aseguro que Ariana no está embarazada! -Se apresuró a responder él, visiblemente avergonzado.
Ni siquiera sabia de dónde sacó el valor para acompañarme allí a solas y sin ningún respaldo de su familia.
-Tú no te atrevas a decir nada, Sebastían Bellucci. Contigo tengo una conversación pendiente a solas...
Vi cómo él bajaba la mirada, con la misma inquietud que yo sentía.
La presencia de mi padre intimidaba, pero la de Bárbara, mi madrastra, era aún peor. Permanecía en silencio con esa mirada evaluadora, probablemente analizando cada uno de nuestros movimientos.
-Debiste habérnoslo contado, Arianna. No dejar que nos enteráramos de esta manera tan vergonzosa, con una propuesta de matrimonio tan repentina.
-Pensé que te alegraría por mí -contesté, desviando la mirada hacia el suelo, con una respuesta que no me había atrevido a pensar hasta ese momento-. Se supone que deberías estar feliz de que al fin encontré el amor y de que me voy a casar con alguien a quien amo.
Sorpresivamente y sin saber de dónde surgía tanto coraje, alcé la vista para sostener la mirada de mi padre.
-Después de todo, ese es el anhelo de un padre, ¿no? Ver a su hija feliz.
Él bufó, incrédulo y cada vez más molesto.
-No tienes idea de lo que acabas de hacer.
-Sí, sí la tengo. Amo a Sebastian y estoy dispuesta a enfrentar las consecuencias.
Papá, visiblemente afectado, se dejó caer en el sofá detrás de él, mientras Sebastian me lanzaba una mirada que parecía pregunta "¿Y ahora qué hacemos?"
Justo en ese momento, Bárbara, con sus aires de dueña y señora de la casa, decidió intervenir con su tono habitual de desaprobación.
-Mañana mismo tú y yo iremos al médico para hacerte un examen de embarazo. Si estás haciendo esto tan apresuradamente, es por algo.
-¿Qué? -Exclamé, sin poder creer lo que estaba escuchando.
-Señora Lucciano, no es necesario -dijo Sebastian- ya le hemos dicho que...
-Tú no te metas Bellucci. Ya has hecho suficiente con tu "romántica" propuesta de matrimonio.
Nunca había sido la principal defensora de Sebastian, pero en este momento no iba a permitir que Bárbara lo humillara de esa manera. No cuando su autoridad sobre mí era inexistente.
-¡No le hables así! -le grité, para sorpresa incluso de Sebastian-. No voy a ir a ningún lado contigo. Y deja de creer que tienes autoridad sobre mí, porque ni siquiera eres de mi agrado.
Vi cómo su mano se alzaba, preparándose para darme una bofetada a causa de mi insolencia. Pero antes de que pudiera siquiera rozarme, la mano de Sebastian la detuvo, firme e implacable.
-Señora Lucciano -dijo con una voz sombría, cargada de una amenaza sutil-, le pido que no vuelva a intentar golpear a mi futura esposa. Y mucho menos mientras yo esté presente.
La forma en la que lo dijo, el tono frío y oscuro en su mirada, dejó a Bárbara paralizada. Por un instante vislumbré en él ese mismo aire gris y peligroso que todos los Bellucci llevaban consigo, esa presencia inquietante que tantas veces había visto en Enzo.
No pude evitar sentir una mezcla de orgullo y algo más al verlo tan protector y posesivo al defenderme. Me convencí poco después de que era parte de su actuación.
Por primera vez alguien había puesto a mi madrastra en su lugar. Y aunque todo era una farsa, no pude negar que en ese momento, Sebastian había ganado algo más que mi respeto.
-¿Cómo te atreves?
Sebastian la soltó justo antes de que mi padre pudiera intervenir.
-No le he faltado el respeto, señora Lucciano. Solo le pido que tampoco se lo falte a mi prometida.
La tensión en el aire era tan densa que apenas podía respirar.
Instintivamente busqué la mano de Sebastian y entrelacé mis dedos con los suyos, intentando dar una apariencia de seguridad en medio del caos. Bárbara nos miró incrédula, a punto de responder, pero una interrupción inesperada la detuvo.
Enzo y Mattia Bellucci, el padre de Sebastian, acababan de entrar.
No podía negar que la presencia de Mattia era impresionante. Pese a su edad, mantenía una apariencia y porte envidiables. Sus dos hijos habían heredado esa expresión gélida capaz de intimidar a cualquiera. Sin embargo, Mattia sonreía de oreja a oreja, como si disfrutara de la situación.
Enzo nos dio una mirada seria, recordándonos que debíamos seguir en el papel que habíamos creado.
-Franco, amigo -empezó Mattia, todavía con su sonrisa- parece que no te ha hecho gracia que nuestros hijos planeen unirse en matrimonio. ¿Ya olvidaste tu juventud? Sabes que a esa edad el amor es algo fundamental.
-Déjate de tonterías, Mattia. Tu hijo ni siquiera se ha presentado formalmente ante mí. Ninguna de mis dos hijas es una mujer sin hogar, y no permitiré una humillación semejante.
Mattia no parecía molesto, más bien intentaba persuadir a mi padre. Para sorpresa de todos, parecía dispuesto a apoyarnos en esta mentira.
Hasta Enzo, quien había ideado todo el plan, lucía desconcertado.
-Mi Sebastian es un chico respetuoso y serio. Tomará a tu hija con la dignidad que merece, y estoy seguro de que será el hombre que ella necesita. ¿Verdad, Sebastián? -Mattia dirigió una mirada de reojo a su hijo, quien visiblemente nervioso asintió.
Mi padre me miró con una expresión sombría y derrotada, como si finalmente aceptara la situación.
-Parece que mi hija ya ha tomado una decisión, y no soy quien para interponerme.
Aquellas palabras me provocaron una punzada de culpa.
-Esto debemos celebrarlo con una fiesta de compromiso. Todos tienen que enterarse... -sugirió Mattia, y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
No estaba preparada para sostener esta mentira frente a toda la sociedad. Todavía no
-¿Estás segura de que eso es lo que deseas realmente, Arianna? -preguntó mi padre, con su tono cargado de un último rastro de esperanza.
La habitación se llenó de un silencio incómodo. Me tomé unos segundos para pensar, evaluando rápidamente todas mis opciones.
Recordé lo que me había llevado a esto, y la idea de escapar de un destino como amante de un hombre mayor me dio el valor necesario para seguir adelante.
-Sí, papá. Ya te dije que amo a Sebastian.
Mi padre suspiró con resignación y sus siguientes palabras me hicieron sentir el peso de mi decisión.
-Entonces espero que nunca vuelvas a mí arrepentida.
Sin decir más, se dio la vuelta y se marchó, cargando consigo una decepción que parecía irreparable. Bárbara lo siguió, lanzándome una última mirada llena de desprecio.
Ahora me quedaba sola con mi supuesta "nueva familia".
-Tranquila, cariño -me dijo Mattia en un tono casi paternal-. Te prometo que haremos de todo para que ese día sea inolvidable para ti.
Y en el fondo, sabía que lo sería... aunque no precisamente de la manera en la que todos esperaban.