Incluso yo estaba sorprendido.
¿En qué momento había llegado a conocerla tan bien? Tanto tiempo de conflictos y desprecio mutuo habían servido para memorizar sus movimientos, habilidades y hasta sus gestos...
A lo lejos, como si el destino se burlara de mí, Arianna cambió la raqueta a su otra mano, dejando a Cristina boquiabierta.
-¡Qué bien conoce Sebastián a su mujercita! ¡Qué romántico! -gritó Dante con tono burlón, encendiendo las risas de Ivanno y Nicola.
El siguiente saque fue feroz, dejando claro que Arianna no estaba ahí para entretenerse. Todos callaron cuando Cristina perdió el control de su raqueta, que salió disparada con violencia tras un golpe imposible de contener.
De ahí en adelante, la partida se volvió una ejecución lenta. La Alberti se mantenía en pie solo por orgullo, pero los tiros de Arianna eran cada vez más brutales. En uno de ellos, la pelota impactó directamente en su rostro e intentó bloquearla con la raqueta, pero falló estrepitosamente.
Arianna ni siquiera pestañeó. Su postura era fría, casi satisfecha.
-¡Mierda! ¡Tu novia sí que es de temer! -exclamó Ivanno, medio impresionado y medio divertido.
Quise responder algo, pero Cristina se levantó con evidente rabia, ignorando el dolor. Parecía decidida a continuar.
Arianna la señaló con la raqueta, como si anticipara el final.
Y lo hizo.
Su siguiente golpe fue definitivo, un tiro lleno de fuerza y precisión que terminó lastimando la muñeca de Cristina, quien dejó escapar un grito que resonó en toda la cancha.
Los paramédicos corrieron a asistirla, confirmando que no había ningún daño grave, pero el mensaje ya estaba claro.
Arianna había ganado.
Por cuarta vez consecutiva.
El público estalló en aplausos, mientras Arianna aceptaba la ovación con indiferencia antes de dirigirse a los vestidores. Aproveché el momento para seguirla.
Al entrar, mi enojo era evidente.
-¿Qué rayos fue eso? -pregunté, cerrando la puerta tras de mí.
Arianna ni siquiera se inmutó.
-¿Qué? ¿No te gustó que me vengara de tu noviecita?
Su tono altanero encendió algo en mí, esa chispa que solo ella sabía provocar.
-La lastimaste allá afuera y lo peor es que sé que lo hiciste a propósito. Te conozco bien, Arianna Lucciano.
Ella se giró lentamente, con una sonrisa amarga.
-¿Tú? ¿Conocerme? -Soltó una carcajada seca, dando un paso hacia mí-. No me hagas reír, Sebastian Bellucci.
Su cercanía era desafiante, peligrosa, pero no me moví ni un centímetro.
-Esa niña a la que tanto defiendes vino aquí, sin invitación, a abofetearme y llamarme zorra porque, según ella, te "robé". ¡No voy a tolerar berrinches de ninguna de tus mujeres! ¡Así que más te vale mantenerlas lejos de mí!
-¡Yo no tengo mujeres! -respondí, exasperado.
-¡No me interesan tus excusas! ¡Solo mantén a tus problemas lejos de mí!
Era ridículo. Estábamos peleando como si fuéramos una pareja recién casada y lo peor de todo era que parecía ser por celos.
-¿Qué pasa? ¿Ni siquiera nos casamos y ya estás celosa? -pregunté con sarcasmo, buscando encenderla aún más.
Funcionó. Su respuesta fue un empujón inesperado pero lejos de apartarme, solo me acerqué más. Era como un baile retorcido donde ambos queríamos dominar.
La acorralé contra los casilleros, mi rostro estaba a centímetros del suyo.
-¿Qué rayos piensas que haces? -espetó, con los ojos ardiendo de furia-. ¿Crees que con esto vas a intimidarme? ¡Esas cosas no funcionan conmigo!
Sus palabras salían a borbotones, pero yo ya no la escuchaba. Su constante desafío era un fuego que avivaba mi propio enojo. La tomé del rostro, obligándola a mirarme.
-Escúchame bien, estúpida. No me importa que seas mi supuesta prometida. Si sigues fastidiándome, te juro que voy a hacerte la vida imposible.
Sus ojos se entrecerraron, pero no de miedo. Era una batalla de voluntades y por alguna razón, esta mujer despertaba en mí algo primitivo, salvaje.
Algo que no entendía... ni quería entender.
Arianna estaba peligrosamente cerca, demasiado cerca.
Podía sentir su aliento cálido, la intensidad de sus ojos caramelo fijándose en los míos, desafiándome como si intentara leerme.
Su mirada, aunque cargada de rabia, tenía algo más. Algo que me hizo dudar por un instante.
-¿Crees que con esto me vas a intimidar, Sebastian? -me espetó con la rabia vibrando en su voz.
-No me interesa intimidarte. Me interesa que entiendas que no me vas a tener a tu antojo.
Pero incluso mientras lo decía, su proximidad hacía que mi autocontrol flaqueara. Estábamos tan cerca que podía distinguir cada pequeño matiz en su mirada.
Había furia, sí, pero también una chispa, un fuego latente que se parecía demasiado al mío.
Ella trató de apartarse, pero mis manos se apoyaron contra el casillero a ambos lados de su rostro, bloqueando cualquier intento de escape.
-¿Siempre necesitas tener la última palabra, Lucciano?
Arianna levantó el mentón, retándome, aunque su respiración era más rápida e irregular.
-¿Y tú? ¿Siempre necesitas imponer tu voluntad? -replicó, pero su voz sonaba más tensa, como si estuviera perdiendo el control tanto como yo.
El aire entre nosotros parecía más denso, cargado de algo que ninguno de los dos quería nombrar. Mi mirada bajó apenas un instante, hasta sus labios.
Maldición. No debí haberlo hecho.
-¿Qué estás mirando? -dijo, con una mezcla de furia y nerviosismo.
-¿Dentro de poco vas a ser mi prometida oficialmente no? Al menos tengo derecho a mirarte bien la cara -respondí, con una sonrisa que sabía que la enfurecería aún más.
Pero en lugar de empujarme o gritarme, su expresión cambió. Su mandíbula se tensó, y por un segundo, pareció tan confundida como yo.
-¿Sabes qué? -murmuró, con un tono bajo que me sorprendió-. Lo peor de ti, Sebastian, no es tu arrogancia ni tu maldito ego. Es que... que...
Se quedó callada, y su mirada se movió fugazmente hacia mi boca.
Fue suficiente para hacerme perder la poca compostura que me quedaba.
-¿Es que qué? -la presioné y mi voz salió más grave de lo que pretendía.
Ella se mordió el labio, como si estuviera debatiéndose consigo misma, pero no dijo nada más. Su silencio fue peor que cualquier insulto.
En un impulso que no pude controlar, acerqué mi rostro aún más. La intensidad entre nosotros era insoportable, un tira y afloja que ninguno de los dos sabía cómo manejar.
Mi nariz rozó la suya, apenas un roce, pero suficiente para que mi pulso se descontrolara.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó, apenas un susurro.
-Lo mismo que tú estás pensando hacer -respondí con la voz baja, casi ronca.
Por un instante, pensé que iba a ceder, que esa tensión insoportable iba a explotar en algo más. Pero entonces, como si recordara de repente quién era, Arianna giró el rostro y me empujó con ambas manos.
-¡Aléjate de mí! -gritó, pero su voz tembló, traicionándola.
Sonreí, aunque yo mismo estaba tan descolocado como ella.
Fingí que no me había removido tanto desde el fondo como efectivamente lo había hecho.
-No eres tan valiente ahora ¿verdad? Charlatana.
-¡Eres un imbécil, Sebastian! -espetó, pero su mirada no podía ocultar lo que ambos sabíamos.
Lo que había ocurrido entre nosotros no era solo odio. Era otra cosa, algo más peligroso.
Suspiré.
-Te veo fuera en quince minutos. Estoy obligado a llevarte a casa.
Y sin decir más la abandoné.
Tenía que recoger la poca estabilidad que me quedaba y reprenderme a mi mismo por ese momento tan extraño.