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La mañana del sábado llegó con un sol brillante filtrándose por las ventanas del apartamento. Lucas fue el primero en despertarse, corriendo emocionado a la habitación de Mariana.
-¡Mari! -exclamó, sacudiéndola suavemente-. ¿Vamos al zoológico hoy?
Mariana abrió los ojos con una sonrisa soñolienta.
-¿Zoológico? ¿Quién dijo que íbamos al zoológico?
-Papá -respondió Lucas con emoción-. Dijo que hoy no trabajaría y que podríamos salir juntos.
Mariana se incorporó con sorpresa. Durante las semanas que llevaba trabajando en la casa de los Villaverde, nunca había visto a Andrés tomar un día libre.
-¿De verdad?
-¡Sí! ¡Vamos a ver jirafas!
Mariana rió ante el entusiasmo del niño.
-Bueno, entonces hay que prepararnos.
Minutos después, cuando entró a la cocina, encontró a Andrés sirviéndose café. Llevaba una camisa azul con las mangas arremangadas y jeans en lugar de sus usuales trajes formales.
-Así que, ¿un día libre? -preguntó ella con una sonrisa divertida.
Él levantó la mirada y se encogió de hombros.
-Lucas lo pidió. No podía decirle que no.
Mariana lo observó con curiosidad. Sabía que, aunque Andrés adoraba a su hijo, solía mantener su vida profesional y personal estrictamente separadas.
-Te queda bien el look relajado, señor CEO -bromeó ella, señalando su ropa.
Andrés negó con la cabeza, pero no pudo evitar una sonrisa.
-No te acostumbres.
Un Día Diferente
El zoológico estaba lleno de familias y niños correteando de un lado a otro. Lucas no cabía en sí de la emoción, arrastrando a Mariana y Andrés de un lado a otro para ver cada animal.
-¡Miren! ¡Los leones están despiertos! -gritó Lucas, corriendo hasta la reja de su exhibición.
Andrés y Mariana lo siguieron a un ritmo más pausado.
-Definitivamente no hace esto todos los días -comentó Mariana, observando cómo Andrés miraba a su hijo con una mezcla de orgullo y ternura.
-No tanto como debería -admitió él, con un dejo de culpa en su voz.
Mariana lo miró de reojo.
-Pero hoy estás aquí. Y eso es lo que importa.
Andrés se quedó en silencio por un momento antes de asentir lentamente.
Continuaron recorriendo el zoológico, disfrutando del clima y de la emoción contagiosa de Lucas. Para Mariana, la escena se sentía casi como una familia normal. Casi.
Había momentos en los que Andrés se veía completamente inmerso en la felicidad del día, riendo con su hijo y relajándose, pero de vez en cuando, su expresión cambiaba. Como si un recuerdo lo atrapara, como si parte de él se sintiera culpable por estar disfrutando.
Después de varias horas, se detuvieron en una zona de picnic para almorzar. Lucas insistió en comer un helado de postre, y mientras él saboreaba su cono con entusiasmo, Mariana y Andrés se sentaron en una banca a su lado.
-No pareces un hombre que coma helado muy seguido -comentó Mariana, observando cómo Andrés sostenía el suyo con cierta duda.
-No suelo hacerlo -admitió él-. Pero Lucas insistió.
-A veces es bueno hacer cosas fuera de lo común.
Andrés la miró de reojo, dándose cuenta de que no hablaban solo de helado.
-Tú pareces hacerlo todo con facilidad -comentó él-. Como si nada te afectara.
Mariana bajó la vista a su helado y sonrió con un dejo de nostalgia.
-No siempre fue así.
-¿Por qué eres niñera? -preguntó Andrés de repente.
Ella levantó la mirada, sorprendida por la pregunta.
-Me gustan los niños. Me gusta ayudarlos, hacer que se sientan seguros.
-Eso lo entiendo -dijo él-, pero hay algo más.
Mariana suspiró, como si dudara antes de hablar.
-Cuando era niña, mis padres trabajaban todo el tiempo. No era que no me quisieran, pero siempre estaban ocupados. Tuve una niñera increíble que, en muchos sentidos, fue más madre para mí de lo que mi propia madre pudo ser.
Andrés la escuchó en silencio.
-Quiero ser ese apoyo para otros niños -continuó Mariana-. Porque sé lo que se siente crecer sintiéndote... un poco solo.
Andrés sintió un extraño nudo en la garganta.
-Lucas no está solo -dijo, casi a la defensiva.
-Lo sé -respondió Mariana con suavidad-. Pero a veces, necesita que su papá se lo recuerde.
Andrés bajó la vista a su helado, sin saber qué responder.
En ese momento, Lucas se subió a la banca entre los dos y les mostró su cono derretido.
-¡Miren! ¡Mi helado parece un monstruo!
Ambos rieron, y la conversación quedó en el aire. Pero mientras el día llegaba a su fin y regresaban a casa, Andrés supo que Mariana había dado en el blanco.
Lucas no estaba solo.
Pero quizás, él sí lo había estado todo este tiempo.