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El domingo amaneció con un cielo despejado y una brisa agradable que entraba por las ventanas de la casa. Lucas se encontraba mucho mejor y, aunque aún estaba un poco débil, insistió en que ya no quería estar en la cama.
-Papá, me siento bien -protestó mientras Andrés lo ayudaba a vestirse-. ¿Podemos salir al parque?
Andrés dudó. Aunque la fiebre había desaparecido, aún no estaba seguro de exponerlo demasiado pronto.
-Tal vez mañana, campeón. Hoy podemos quedarnos en casa y hacer algo divertido aquí.
Lucas hizo un puchero, pero no discutió. En ese momento, Mariana apareció en la puerta de la habitación con su usual sonrisa cálida.
-¿Qué tal una tarde de películas con palomitas? -sugirió-. Podemos hacer una maratón de tus películas favoritas.
Lucas pareció pensarlo por un segundo antes de asentir con emoción.
-¡Sí! ¡Quiero ver las de aventuras!
-Entonces es un trato -dijo Mariana, revolviéndole el cabello con cariño.
Andrés la miró con agradecimiento. A veces le sorprendía lo fácil que ella hacía que todo fluyera de manera natural con Lucas.
Tarde de Películas y Momentos Compartidos
Después del almuerzo, los tres se acomodaron en la sala. Lucas estaba acurrucado entre Mariana y Andrés, con una manta cubriéndolo mientras devoraba un enorme tazón de palomitas.
-Esta es la mejor parte, ¡mira, Mari! -exclamó emocionado mientras en la pantalla el protagonista saltaba por un puente colapsado.
-¡Wow! -exclamó Mariana con fingida sorpresa-. Pero, ¿crees que lo logrará?
-¡Sí, porque es el héroe!
Andrés, por su parte, observaba la escena con una media sonrisa. No tanto la de la película, sino la que tenía frente a él. Su hijo, feliz y riendo, y Mariana... Mariana, que lograba que todo pareciera más simple, más cálido.
En algún momento, Lucas se quedó dormido apoyado en el brazo de Mariana. Ella bajó el volumen de la película y miró a Andrés con ternura.
-Parece que aún está cansado.
-Sí... pero se ve en paz -respondió Andrés en voz baja.
Mariana asintió y, con movimientos cuidadosos, intentó acomodarse para no despertarlo.
-No tienes que quedarte así -le dijo Andrés-. Puedo llevarlo a su habitación.
Ella negó con la cabeza.
-Está cómodo. No quiero moverlo.
Hubo un breve silencio entre ellos.
-Gracias -dijo Andrés de repente.
Mariana parpadeó.
-¿Por qué?
-Por todo. Por quedarte con él cuando estuvo enfermo. Por hacer que se sienta seguro.
-No tienes que agradecerme eso, Andrés -respondió ella con una sonrisa-. Lo hago porque quiero.
Él se quedó observándola por un momento más de lo necesario. Había algo en su expresión, en la suavidad de su mirada, que lo hacía sentir cosas que no había permitido sentir en mucho tiempo.
-Mariana...
Ella levantó la mirada, expectante.
Pero antes de que Andrés pudiera decir algo más, Lucas se removió y murmuró algo en sueños. Ambos se quedaron en silencio, mirándolo, hasta que volvió a quedarse quieto.
Mariana sonrió y, con un susurro, dijo:
-Creo que te toca cargarlo a la cama.
Andrés rió entre dientes y, con cuidado, tomó a su hijo en brazos.
Mientras se alejaba, Mariana lo observó con una sensación extraña en el pecho.
Tal vez, solo tal vez, ella también estaba sintiendo algo más.