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La tarde estaba pesada, húmeda, como si el cielo también estuviera a punto de llorar. Marina se encontraba sola en su habitación, con las cortinas cerradas, los pies descalzos y una taza de té frío entre las manos. No había ido a la churuata. No tenía ánimo. No desde esa noche con Antonio, no desde la forma en que Javier apareció... como si todavía