/0/16377/coverbig.jpg?v=0007912cbdfe6ee13f72ccf9827e8c71)
Javier conducía la patrulla sin decir palabra, con las manos cerradas con fuerza sobre el volante.
Llevaba el uniforme, el cinturón reglamentario, el rostro impasible que tanto le enseñaron en la academia. Pero por dentro era un incendio.
No podía sacarse la imagen de Antonio. Su cara. Su tono. Esa forma de aparecer justo en el momento más vulnerable de Marina.
Era como si el tipo tuviera un radar, como si supiera exactamente cuándo y cómo hacerle daño.
Y lo peor de todo era que, aunque no lo admitiera en voz alta, le molestaba profundamente que Marina no lo hubiera empujado, no lo hubiera frenado, no le hubiera dicho a Antonio "vete". Lo había mirado con miedo. Con lástima. No con rabia. Y eso dolía más que cualquier golpe.
-¿Vas a reventar el volante o vas a decir qué te pasa? -preguntó su compañero, el oficial Lugo, con una ceja alzada y mirada afilada.
-Nada. Estoy bien -murmuró Javier.
-Mentira. Estás hecho mierda desde anoche. ¿Tiene que ver con lo de la hija de Mireya?
Javier lo miró, desconfiado. No era habitual que alguien nombrara a Marina por su madre. Eso solo pasaba cuando se hablaba en serio.
Lugo se encogió de hombros, como quien no quiere meter el dedo, pero igual lo mete.
-Escucha, te lo digo como pana. Todo el mundo aquí da por hecho que esa chama y Antonio van a terminar juntos. No porque se criaron lado a lado, sino porque se conocen desde hace años.
La gente ya los ve casados sin que ellos lo hayan decidido. Es como si fuera una tradición que nadie se atreve a cuestionar.
-Eso es cosa de ellos. Marina no es parte de ningún plan de nadie -dijo Javier, sin levantar la voz, pero con un filo helado.
-Eso díselo al barrio -respondió Lugo-. Porque tú puedes sentirte muy valiente, pero estás pisando terreno que muchos creen "reservado". Y eso, tarde o temprano, te va a explotar en la cara.
Una hora después, cuando ya estaban terminando la ronda, Javier se bajó solo frente a una bodega para comprar algo de agua. Fue ahí cuando lo vio: Antonio, caminando con paso decidido en dirección al restaurante.
Chaqueta de cuero, mirada al frente, celular en la mano. Lo interceptó casi sin pensarlo.
-¿A dónde vas? -preguntó Javier, con tono plano, demasiado neutro para no sonar peligroso.
Antonio lo miró con media sonrisa.
-¿Te importa?
-Depende.
Antonio se acercó un poco más, sin miedo.
-Voy a ver a Marina. A mi Marina. Porque, aunque a ti se te haya olvidado, ella y yo tenemos historia. Y tú... bueno, tú vas de paso.
Javier sostuvo la mirada. Firme. Sin moverse. Antonio continuó.
-Y ya que estamos siendo sinceros... la otra chama, la que me escribe desde hace semanas, también me está esperando en otra parte.
Marina se hace la santa, pero al final todas terminan igual. Tú deberías saberlo. O mejor dicho: vas a saberlo pronto.
Hubo un silencio denso. Javier respiró hondo. Quería partirle la cara ahí mismo. Pero algo en él sabía que eso era justo lo que Antonio quería.
-Te estás cavando tu propio hueco -le dijo Javier, con voz grave, helada.
Antonio se encogió de hombros.
-O capaz solo te estoy dejando ver que esta guerra, compadre, tú ya la tenías perdida antes de empezar.
Se alejó con esa arrogancia que solo tienen los hombres que siempre han tenido todo sin merecerlo.
Javier no dijo nada en todo el camino de regreso. Solo soltó un seco "vamos" cuando Lugo le preguntó si se quedaban a cenar en el puesto de siempre.
Tenía el pecho apretado, no por lo que Antonio había dicho... sino por el miedo a que fuera cierto.
No quería dudar de Marina. No después de cómo lo había mirado, cómo lo había besado. Pero algo dentro de él se quebró un poco. Solo un poco. Lo suficiente para doler.
Esa noche, mientras se quitaba las botas y la radio, y dejaba caer el uniforme sobre una silla, tomó el celular.
Mensajes:
11:17 PM
Javier:
"¿Estás bien?"
11:20 PM
Marina:
"Sí. Mi madre no me ha hablado desde ayer. Pero al menos no gritó."
11:22 PM
Javier:
"Antonio pasó por aquí. Me dijo que iba a verte. También dijo otras cosas. No sé si son ciertas. No me importa. Solo quería saber si tú estabas bien."
11:26 PM
Marina:
"Vino. No lo dejé entrar. Ni siquiera le abrí la reja."
11:27 PM
Javier:
"Gracias por decirlo. Hoy necesitaba eso más de lo que pensaba."
11:28 PM
Marina:
"Lo nuestro no va a ser fácil, Javier. Y empiezo a pensar que tampoco va a ser justo. Pero es real. Y eso, al menos, me da fuerza."
11:30 PM
Javier:
"Entonces agárrate fuerte, Marina. Porque ya no pienso soltar esto."
11:31 PM
Marina:
"No lo hagas. Por favor."
Y esa noche, mientras la ciudad dormía, Javier se quedó con el celular sobre el pecho, la pantalla apagada, y el corazón palpitando por algo más fuerte que la rabia: la certeza de que la batalla apenas comenzaba.