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El cielo seguía gris cuando Marina volvió a la churuata. El mar no rugía, apenas respiraba. Las mesas estaban más vacías de lo usual y la brisa arrastraba olor a sal y leña húmeda. Ella llevaba gafas oscuras aunque el sol no brillaba. No quería preguntas. No quería hablar.
Los ojos aún se le notaban hinchados, aunque había hecho todo por disimular.