No me encontró. Buscó en todas partes. En la mansión. En la hacienda. En el hospital. En todos los lugares donde me había humillado. Donde me había traicionado. Pero yo ya no estaba. Había desaparecido. Como un fantasma.
Entonces apareció mi abogado. Alto. Imponente. Con una sonrisa en los labios. "Señor Navarro, vengo en representación de mi clienta, la señora Estrella Pujol" .
Mauricio lo miró. Sus ojos, llenos de rabia. "¿Estrella Pujol? ¿Qué demonios es eso? ¿Dónde está Estrella? ¿Qué le hiciste?"
Mi abogado sonrió. Una sonrisa fría. "La señora Pujol está bien. No se preocupe. Simplemente no pudo asistir a esta reunión tan... importante" .
La preocupación se apoderó de Mauricio. ¿Estaba enferma? ¿Estaba herida? ¿Le había pasado algo? Un nudo se formó en su estómago.
En ese momento, mis padres Mascaraque irrumpieron en la sala de prensa. Sus rostros, desfigurados por la ira y el pánico. "¡Mauricio! ¡Qué demonios está pasando aquí! ¡Nuestras empresas! ¡Nuestro dinero! ¡Todo se está yendo a pique!"
Mi padre Mascaraque, el que me había vendido, se acercó a mi abogado. Lo agarró del cuello de la camisa. "¡Dónde está Estrella! ¡Tráela aquí ahora mismo! ¡Ella es la culpable de todo esto!"
Mi abogado, imperturbable, se soltó. "Señor Mascaraque, le ruego que se calme. La señora Pujol ha tomado una decisión. Ha decidido divorciarse del señor Navarro" .
"¡¿Divorciarse?!" Mis padres Mascaraque gritaron al unísono. Sus voces resonaron en la sala.
Mauricio se negó a firmar los papeles. Con rabia. Con furia. "¡No! ¡No firmaré nada! ¡Esto es una locura! ¡Estrella no puede hacerme esto! ¡Ella es mi esposa! ¡Ella me pertenece!"
Mi abogado lo miró con calma. "Señor Navarro, la señora Pujol ya no es su esposa. Y usted no tiene ningún derecho sobre ella. Ella se ha liberado de sus cadenas" . Luego, se dirigió al atril.
La sala se sumió en el caos. Los teléfonos sonaban. Las noticias volaban. La fortuna de los Navarro y los Mascaraque se desmoronaba en cuestión de minutos. Las acciones caían en picada. Los contratos se cancelaban.
Mauricio miró a sus padres. Sus rostros, llenos de desesperación. Todo era mi culpa. Toda la culpa.
Su padre, el señor Navarro, lo agarró del brazo. Lo arrastró. "¡Mauricio, ven conmigo! ¡Tenemos que hablar! ¡Esto es un desastre! ¡Un desastre total!"
Mi abogado, con una sonrisa en los labios, continuó: "La señora Estrella Mascaraque es, en realidad, la hija adoptiva de Rocco Pujol, el magnate de las telecomunicaciones. Y su única heredera" .
Mauricio se quedó helado. Sus ojos se abrieron en shock. Rocco Pujol. El hombre más rico de México. ¿Estrella era su hija? ¿La mujer que él había despreciado? ¿La mujer que él había humillado?
El resentimiento. El remordimiento. El miedo. Todo lo golpeó a la vez. Él había tratado a la heredera de uno de los hombres más poderosos del mundo como un objeto. Como una incubadora.
Su ira se desvaneció. Reemplazada por un terror frío. Un terror que le heló la sangre. Él se había equivocado. Se había equivocado de la peor manera posible.
Intentó contactarme. Mi teléfono. Mi número. Mis redes sociales. Todo estaba bloqueado. Yo había desaparecido. Por completo. Para siempre.
Mauricio caminó por los pasillos del hospital. Desorientado. Perdido. Se encontró con Felipa. Ella estaba sentada en una silla de ruedas. La muñeca vendada. Su rostro, pálido.
Mauricio la miró. Sus ojos, llenos de rabia. "¿Tú lo sabías, verdad? ¿Sabías quién era Estrella? ¿Quién era en realidad?"
Ella lo miró con ojos vacíos. "No... no sé de qué hablas, Mauricio. Yo solo... yo solo quiero que me ames" .
Él la miró con desprecio. Su amor por ella se había evaporado. Reemplazado por un vacío inmenso. Ella era solo una mentira. Una farsa más.
Se dio cuenta de la fragilidad de Felipa. De su debilidad. Ella no era la mujer fuerte que él había imaginado. Era solo una niña. Una niña que había sido manipulada.
Se dio cuenta de que se había equivocado. Se había equivocado de la peor manera posible. Se había equivocado con Felipa. Se había equivocado conmigo. Se había equivocado con todo.
Mauricio se sorprendió. Un mensaje en su teléfono. Una noticia de última hora. El divorcio de la heredera Pujol. Y la cancelación de todos los contratos.
Los periodistas. Los flashes. Las preguntas. El caos. Todo lo golpeó de nuevo.
Los guardias lo rodearon. Lo protegieron. Lo sacaron de la sala de prensa.
Mientras tanto, yo llegaba a la mansión Pujol. El jet privado aterrizó suavemente. Las luces me recibieron. Cálidas. Acogedoras. Mi hogar. Mi verdadero hogar.
Un ejército de hombres, altos y fuertes, me esperaba en la pista. Vestidos de traje. Serios. Imponentes. Eran los guardaespaldas de mi padre adoptivo, Rocco Pujol.
Mis padres adoptivos, Rocco y Elena, me esperaban en la puerta. Sus brazos se abrieron. Me envolvieron en un abrazo. Un abrazo lleno de amor. De calor. De incondicionalidad.
"¡Mi pequeña Estrella! ¡Mi amor! ¡Estás en casa!" La voz de Rocco era fuerte. Emocionada. "¡No sabes cuánto te extrañamos! ¡Mi niña! ¡Mi pequeña tigre!"
Sonreí. Una sonrisa sincera. Por primera vez en mucho tiempo. Me sentí amada. Me sentí segura. Me sentí en casa.