"¿Y tú? ¿Qué tienes que decir?" Su voz era un gruñido. Una amenaza. "¿Acaso crees que puedes jugar conmigo? ¿Creías que podías burlarte de mí?"
Lo miré a los ojos. No sentí miedo. Solo un cansancio profundo. Una resignación. "¿Jugar contigo? Mauricio, la única que jugó aquí fuiste tú. Y Felipa. Yo solo fui la víctima. El peón en su juego sucio" .
Mis padres Mascaraque me interrogaron. "Estrella, ¿qué estás diciendo? ¡No hables así de Mauricio! ¿Te das cuenta del daño que le haces a la familia?"
"¡Basta!" Grité. Mi voz resonó en el pasillo. Fuerte. Clara. Los silencié a todos. "¿Daño? ¿Ustedes hablan de daño? ¿Ustedes, que me vendieron como carne en un mercado? ¿Ustedes, que me obligaron a casarme con un hombre que me desprecia? ¿Ustedes, que prefieren a una extraña sobre su propia hija? ¡Ustedes son el daño!"
Mauricio me miró. Su mandíbula estaba apretada. Sus puños, cerrados. Había un brillo peligroso en sus ojos. "¿Crees que eres muy valiente, verdad? ¿Crees que me puedes desafiar?"
Lo miré directamente a los ojos. "Te desafío a que seas un hombre, Mauricio. Un hombre de verdad. No un cobarde que se esconde detrás de las faldas de su amante. No un manipulador que usa a las mujeres como objetos" .
Mis palabras lo golpearon. Lo sabía. Su rostro se descompuso. La ira se transformó en una furia ciega. Me agarró del brazo. Me levantó del suelo. Me arrastró hacia el coche.
"¡Estrella! ¡Suéltala, Mauricio!" Gritó mi madre Mascaraque.
Pero él no la escuchó. Me arrojó al asiento trasero del coche. Con violencia. Cerró la puerta. Se subió al asiento del conductor. Su mirada era demente.
El chófer, asustado, se bajó del coche. Nos dejó solos.
Mauricio se giró hacia mí. Su rostro estaba cerca del mío. Podía sentir su aliento. Su rabia. "¿Crees que puedes hablarme así? ¿Crees que puedes humillarme en público?" Su voz era baja. Peligrosa.
Sentí un escalofrío. El miedo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí miedo. Pero no se lo mostré. No le daría esa satisfacción.
Él se rió. Una risa fría. Sin humor. "¿No te gusta mi trato, verdad? ¿Te atreves a despreciar mi oferta? ¿O acaso eres tan pura que no soportas la idea de la intimidad, aunque la anheles?"
Sus labios se posaron sobre los míos. Con violencia. Sus manos me sujetaron con fuerza. Era un beso cruel. Lleno de rabia. No de pasión. No de amor.
Mis ojos se cerraron. Recordé sus besos al principio. Cuando fingía amarme. Cuando me acariciaba con dulzura. Cuando me hacía creer que yo era suya. Que éramos uno.
Pero ahora... ahora era solo un ataque. Una humillación. Un castigo.
Mauricio se detuvo. Me miró a los ojos. Había un brillo de confusión en su mirada. ¿Se había dado cuenta de algo? ¿Había sentido algo?
Pero la confusión se desvaneció rápidamente. Me agarró del cuello. Me besó de nuevo. Con más fuerza. Más violencia. Quería dominarme. Quería hacerme sentir su poder.
Sentí dolor. Luché. Pero él era más fuerte. Me sentí atrapada. Asfixiada. Mi corazón latía con fuerza. El pánico se apoderó de mí.
De repente, su teléfono sonó. El sonido, estridente, rompió el silencio. Mauricio se detuvo. Me soltó. Su rostro, antes lleno de rabia, se transformó en preocupación.
Miró la pantalla. El nombre de Felipa. Su rostro se volvió pálido. Contestó el teléfono. "¿Felipa? ¿Qué pasa? ¿Estás bien?"
Su voz era suave. Preocupada. Una voz que nunca me había mostrado a mí. Mi corazón se encogió. El dolor, afilado y cruel, me atravesó.
Escuché fragmentos de la conversación. "¿Qué? ¿Felipa? ¿Intentó...?" La voz de Mauricio se quebró. Se puso de pie. Abrió la puerta del coche. "¡Voy para allá! ¡No te muevas!"
Colgó el teléfono. Su ira se había desvanecido. Reemplazada por un pánico y una preocupación que nunca había visto en él. No por mí. Sino por Felipa.
Sus ojos se encontraron con los míos. Por un instante, vi un destello de algo. ¿Arrepentimiento? ¿Culpa? Pero se desvaneció antes de que pudiera comprenderlo.
Salió del coche. Corrió hacia el hospital. Hacia Felipa. Me dejó sola. De nuevo.
Me quedé en el coche. Sentí un vacío. Una soledad inmensa. Él había elegido. Una y otra vez. Siempre ella. Nunca yo.
Su preocupación por Felipa era real. Era palpable. Era el tipo de preocupación que yo siempre había anhelado. El tipo de amor que él nunca me había dado.