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Mi Mundo está Muerto

Wendolyn5568
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Capítulo 1 Todo va a estar bien

Verónica Rowell

En una ciudad no muy amplia llamada Aftil, caminando cerca del gran hospital, con un papel de despido en la mano, me rascaba la cabeza preguntándome cómo decirle a mi hermana que perdí mi trabajo y tenía una gran deuda con la renta.

Una chica no muy mayor salió de aquél edificio de establecimiento de asistencia médica y de la nada se desplomó en el suelo, todos se acercaron para ver si podían ayudar, pero de repente alguien cayó del edificio, del piso más alto de aquel lugar; como buenos curiosos ciudadanos nos acercamos para ayudar, algunos corrieron dentro para llamar médicos, haciendo que un chico de pelo azabache y con bata blanca corriera con rapidez hacia el incidente para tomar su pulso.

-Está muerto.- Dijo él, cabizbajo.

De todos modos sabíamos que era imposible sobrevivir a una caída de tal altura.

Pero ¿qué veían mis ojos?, no tenía sentido, se había levantado; sin apenas darnos cuenta se levantó como de una satisfactoria siesta y listo para su banquete mordió al doctor.

Todos como era de esperarse salieron corriendo, huían, pero,

¿De qué?

¿Eso de allí era un zombie?

¿Un muerto viviente?

Mi mente se enredó y volvió a la realidad cuando un pequeño niño corría por su vida de aquella mujer del principio, tomé una pala del parque de al frente, suponiendo que en estos momentos no se consideraba robo, corrí con todas mis fuerzas hacia el pequeño y le pegué a esa cosa en la cara, según mi conocimiento por las películas de cine debo romperles la cabeza para que mueran o pegarles un tiro en la misma, le pegué por décima ves hasta que no se levantó más y fui hacia el niño.

Acabo de asesinar a alguien, esta chica, era una persona.

-¿Estás bien?- Le pregunté y él con lágrimas en sus ojos me miró y señaló su barriga; tenía una mordida, llegué tarde, mis piernas quedaron temblorosas y casi no podía moverme.

-Todo va a estar bien, ¿si? Todo va a estar bien.- Le dije acariciando su cabeza, lo cargué, se me acercó un infectado con deseos de arrancarme la piel y con todas las fuerzas posible con una sola mano le lancé la pala, corrí con el niño en brazos, en cualquier momento podría convertirse y morderme, lo llevé al parque, lo dejé en un columpio y lo comencé a mecer, con mis lágrimas fuera lo dejé al ver que comenzó a gemir de dolor y fui hacia un auto que se encontraba frente a mí, casualmente con las llaves puestas.

La carretera estaba completamente llena de tráfico, el auto no era una opción y bajarme tampoco, pero debía llegar, debía llegar al colegio para recoger a mi hermana, no debía, tenía que llegar, el colegio estaba lejos del hospital, pero por como van las cosas esto no va a tardar mucho en hacerse grande.

Me bajé del auto y busqué rápidamente un transporte, ¡una moto!

Frente a mi cara había una moto Rali modelo Caribe ll, fácil de manejar, las aceras aún estaban vacías todos pensaban dejar la ciudad en auto, así que me monté en la milagrosa moto, la encendí y yendo por la acera lo más rápido que pude, esquivando todo casi le paso por encima a más de una persona consciente; veía como esas cosas mordían, arrancaban partes del cuerpo como si estuvieran despedazando el pavo de navidad.

-Llegué.- Soltaron mis labios jadeando nada más tocar el patio de la escuela.

-¿Hola, puedo ayudarte?- Me habla una maestra con voz calmada y manos cruzadas sin tener en mente de lo que hay allá afuera.

-Sí, vengo a buscar a Gabriela por favor, Gabriela Rowell.- Dije respirando con dificultad y desesperadamente agitándole los hombros -¡Es una emergencia señora!

-Cálmese señorita por favor, en un momento ella está aquí.

La profesora caminó dentro, miré y de lejos, se veía como Aftil caía lentamente, policías, muertos ¿muertos vivos? Nada de lo que se veía tenía sentido para la realidad.

Salió mi hermana, con una sonrisa alzando la mano; su precioso cabello medio rojizo suelto y sus brillantes ojos color miel con aquel brillo especial.

-Vámonos.- Le dije y ella solo quitó su sonrisa poniendo su vista ahora opaca por encima de mi hombro; detrás de mí estaba uno de esos muertos vivientes comiendo vivo a uno de los compañeros de clase de Gaby.

Mi hermana soltó un grito que llamó la atención del colegio, niños gritando por aquí y por allá, fui con mi hermana la abracé fuerte y le dije: -Vamos a estar bien.- Ella asintió sin decir una palabra, la cargué en mis brazos, que pesada estaba, pero eso fue lo menos en lo que pensé en ese instante y me dirigí hacía la profesora.

-¡Dame las llaves del autobús!- tengo un breve conocimiento sobre ello y pienso aprovecharlo. La señora llorando asiente sin parar y me da las llaves con las manos temblando. -Súbete y sube algunos niños contigo.- Ella corre hacía niños que están lejos de aquellas tragedias, busca algo con que defenderse y se sube al autobús en nuestra espera.

Yo le digo a mi hermana que corra con la profesora y aprovechando que estamos en el patio de juegos le doy un bate y nos vamos de aquél terrible escenario.

-¿Qué está pasando?- Dice una pequeña niña de kinder apretando mi pierna en lo que yo conducía a toda velocidad por fuera de la carretera intentado salir de la ciudad.

-Todo va a estar bien.- Es lo que he dicho todo el día, pero la pequeña se calmó y hasta sonrío, fue con la profesora y los demás, tomé la mano de mi hermana que estaba a mi lado de copiloto camino a un lugar seguro. Pero...

¿En este mundo hay un lugar seguro?

***

-¿Cuántos somos?- Se me ocurrió preguntar para romper el silencio.

-No muchos.- Contesta la profesora.

-¿Números?- cuestioné alargando el tema.

-Uno, tres, cinco, siete. Siete, somos siete contándonos a ti y a mi.

-Bien digan sus nombres y preséntense, como si fuera el primer día de colegio.- Les hablé inspirando confianza.

-Me llamo Estela.- Dijo una niña, más o menos de once años, menor que mi hermana quizás, morena, con cabellos rojos y grandes ojos.

-Yo soy Daniel.- Se pone de pie un niño de la esquina con un inhalador en la mano, lentes y cabello oscuro, de la misma edad que Estela o más.

-Yo... Me llamo Bela.- La pequeña tímida, la que había sonreído con dulzura ante mi consuelo, ojos llamativos dorados como el oro y el cabello mejor cuidado que había visto.

-Y mi nombre es Mike.- Chico guapo, seguramente el mayor de acá, el típico que muere primero en las películas de terror; camisa de fútbol y sus cabellos con un rubio oscuro.

-Yo me llamo Gabriela- Agregó mi hermana.

-Bien mi nombre es Verónica ¿y el suyo profesora?

-Me llamo Karla.

-Ya que todos nos conocemos, ¿Alguno sabe de un lugar lejano que parezca seguro para esta situación?

-A unos kilómetros hay una base militar.- comentó Daniel.

-No creo que sea lo que buscamos.- Daniel bajó la cabeza como si no hubiera aportado nada importante. -Pero, podemos pasar por allí.- En su rostro mostró una sincera sonrisa y mi mirada volvió a la carretera.

-¿Cuánta gasolina queda?- Preguntó Karla.

-Está llena- Respondí y todos incluyéndome soltamos un suspiro.

-Yo...- Soltó Estela sin terminar.

-¿Tú qué?- cuestiona Mike apoyándose en el asiendo de al frente.

-Yo conozco un lugar.

-¿Y? Cuéntanos.- Agredió Mike a Estela.

-Tranquilos chicos, déjenla hablar.

-Mi papá es doctor fuera de la ciudad y después de la base militar está un hospital reforzado y justo a unas cuadras también hay un pequeño pueblo dónde verás un centro comercial, allí compré estos zapatos...

-Sí, no nos cuentes tu vida.- Susurró Mike.

-Me alegra haberte escuchado, bien, manos a la obra, ¿tienen algo de comer?

-Todos aún tenemos nuestras loncheras.- resalta Gaby alzando su lonchera, todos siguieron su acción y levantaron las suyas.

-No coman nada, lo van a necesitar.- Les hablé mirando por el retrovisor.

-¿Esto es de lo que hablaba el loco de la ciudad?- pregunta la pequeña Bela.

-Supongo que, no estaba tan loco como todos creíamos.- Todos me miraron con preocupación y bajaron la cabeza mirando el suelo.

Aceleré un poco, no mucho para no gastar tan rápido la gasolina y avanzamos, en silencio, no había ni el ruido de una mosca, el único sonido que se percataba era el del viento, el viento soplando las hojas, golpeándolas con fuerza como si algo malo estuviera a punto de pasar.

Todos callados mi hermana se movió junto a Estela, Mike estaba solo en uno de los asientos delanteros y Daniel en los últimos en una esquina mirando por la ventana, la pequeña Bela abrazaba a Karla con ojos soñolientos.

Mientras que a tan solo unos minutos se encontraba nuestra primera parada.

            
            

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