El reloj marcaba las once de la noche, y la ciudad parecía estar sumida en una quietud sospechosa. Las luces de los edificios reflejaban el brillo de una luna llena, que iluminaba las calles sin misericordia, como si esperara que la tormenta finalmente se desatara. Ethan Blake, con el rostro endurecido por la concentración, se encontraba en su auto