La casa estaba iluminada con una luz suave y dorada que daba un aire de majestad a los salones. Valeria se miró en el espejo de cuerpo entero, un reflejo de determinación y nerviosismo. La vestimenta que Damián había elegido para ella era un vestido de seda negro que caía en pliegues elegantes, con un escote discreto y detalles en encaje que acentuaban su figura sin ser ostentosos. Era una prenda que hablaba de sofisticación, y Valeria se preguntó si Damián la había elegido pensando en lo que él consideraba atractivo o si simplemente había sido parte de un calculado plan.
La campanilla de la puerta sonó una vez más, interrumpiendo sus pensamientos. Marco entró sin hacer ruido, su presencia tan sutil como siempre.
-Señora, es hora de dirigirse al salón principal -anunció, con su voz monótona y neutral.
Valeria asintió, tratando de controlar el ritmo de su corazón. Cada paso que daba hacia el salón aumentaba la tensión en su pecho. No era solo una presentación pública, sino un juego de apariencias y poder. Sabía que si quería jugar y sobrevivir en ese mundo, tendría que ser impecable.
El salón era un escenario que desbordaba lujo. Las paredes revestidas de madera oscura, los candelabros de cristal que parpadeaban con una luz tenue, y el eco de voces que se mezclaban en una cacofonía de risas y conversaciones. La familia Ferreira estaba reunida, junto a aliados y asociados, algunos de ellos con miradas inquisitivas y otras tan frías que parecía que podían cortar el aire. Damián estaba de pie en un rincón, su mirada fija en un punto indeterminado, pero su presencia era como un imán que atraía las miradas de todos.
Valeria entró en la sala con paso firme, sintiendo el peso de la atención de todos sobre ella. Los murmullos se apagaron por un momento, y las miradas se concentraron en la figura de la joven que ahora era parte de esa córte de intrigas. Damián avanzó hacia ella, y un ligero temblor recorrió su espina dorsal.
-Valeria -dijo, extendiendo la mano para recibirla, aunque sus ojos se encontraron con los de ella y Valeria no pudo evitar sentir que la mirada de Damián era tan penetrante que podía leer cada uno de sus pensamientos.
-Damián -respondía ella, con una sonrisa que no era más que una máscara cuidadosamente confeccionada.
Un hombre mayor, de cabellos canosos y un traje de tres piezas que mostraba su estatus, se acercó con una copa de champán en la mano.
-La nueva esposa de Damián, supongo -dijo, su tono cargado de un desdén sutil.
Valeria sonrió con un esfuerzo, ignorando el comentario. Era una constante en esos eventos, la mirada de reojo, las palabras envenenadas escondidas tras sonrisas. Sabía que la gente que se movía en ese mundo no tenía reparos en usar la debilidad de otros como una herramienta para sus propios fines. Y Valeria, con su historia de orígenes humildes, era un blanco fácil.
Damián le puso la mano en la espalda, un gesto que buscaba ser tranquilizador, pero Valeria sintió el roce como un peso. Sin embargo, no podía mostrar debilidad. Debía mantener su papel.
-Estamos aquí para celebrar, después de todo -dijo Damián, mientras la condujía hacia el centro de la sala. -Valeria ha hecho una gran aportación a la empresa y es justo que la recibamos como se merece.
Los comentarios continuaron, algunos sinceros, otros llenos de hipocresía. Valeria sintió su corazón latir con fuerza, un ritmo frenético que ella misma trataba de sofocar con respiraciones profundas y la atención enfocada en Damián.
La noche avanzó en una sucesión de conversaciones, brindis y miradas furtivas. Valeria se mantuvo al lado de Damián, respondiendo con frases cortas y educadas, siempre atenta a las miradas que se cruzaban en la sala. Sabía que todos tenían razones para estar allí, y que la propia familia Ferreira no era la excepción. La presencia de Damián, fuerte y segura, se movía como un lobo entre una manada de lobos hambrientos.
-Valeria, ¿te gustaría bailar? -preguntó Damián, con una sonrisa que intentaba parecer genuina.
El simple hecho de bailar era una solicitud que Valeria había evitado durante su vida. Su niñez había estado marcada por la necesidad, y nunca había tenido tiempo para cosas como eso. Sin embargo, aquí, en esa casa llena de secretos y jueces de apariencias, sabía que aceptar era una obligación.
-Claro -respondó, sin dejar que el nerviosismo se filtrara en su voz.
El suelo de madera crujía bajo sus pies, y el silencio se instaló brevemente mientras la orquesta comenzaba a tocar una melodía suave. Damián la guiñó hacia el centro del salón, su mano fácilmente anclada en la de ella. Valeria pudo sentir el calor de su cuerpo, la seguridad que emanaba, y un deseo secreto de poder creer que en algún momento, tras la frialdad y las sombras, había algo más.
El tiempo se dilató, y en el fondo, Valeria supo que esta noche estaba marcada por una dualidad. Un juego en el que cada movimiento, cada palabra y cada mirada contaban. La pregunta persistente seguía resonando en su mente: ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para sobrevivir en este mundo? La respuesta se tornaba cada vez más clara mientras las luces parpadeaban y el vals continuaba.