Capítulo 2 La Soledad de la Ausencia

El sol de la mañana apenas se filtraba a través de las cortinas, proyectando un resplandor tenue sobre la habitación donde Amatista despertaba lentamente. Como siempre, disfrutaba de la quietud, pero hoy había algo diferente. El aire, pesado con una sensación inexplicable, la hizo girarse hacia el lado vacío de la cama. No había rastro de Enzo. La ausencia se sentía más profunda que nunca, como una sombra que se instalaba en cada rincón del cuarto. Por un momento, cerró los ojos, tratando de apaciguar la ansiedad que comenzaba a crecer en su pecho.

No era solo que Enzo no estuviera, sino que algo dentro de ella le decía que no era solo una ausencia física. Algo mucho más oscuro se cernía sobre ellos.

Se levantó, la sensación de vacío la empujaba a moverse. Recorrió la mansión con pasos lentos, sin rumbo fijo, hasta que llegó al vestíbulo. Rose, la joven que la acompañaba durante las ausencias de Enzo, estaba sentada en la mesa, con una taza de café en las manos, mirando pensativa el espacio vacío a su alrededor. La sonrisa de Rose era siempre cálida, pero hoy parecía que la falta de Enzo había dejado su huella también en ella.

-Buenos días, Amatista. ¿Te gustaría desayunar? -preguntó Rose con esa suavidad habitual, tratando de romper el silencio incómodo.

Amatista sonrió levemente, pero la preocupación seguía fresca en su mente. No podía negar que sentía un vacío abrumador. El lugar estaba demasiado callado, incluso para el estándar de la mansión. Era como si el mismo espacio hubiera dejado de respirar.

-Sí, gracias. -Amatista se sentó, pero su mente seguía lejos, atrapada entre los recuerdos de los momentos que había compartido con Enzo. Algo no estaba bien.

Mientras tanto, Enzo se encontraba en su club de golf, apartado de la mansión, aunque su mente seguía atrapada en las imágenes de Amatista. La brisa fresca rozaba su rostro mientras caminaba por el campo, rodeado de socios que discutían sobre negocios. Sus palabras entraban en sus oídos, pero nada realmente le interesaba. Algo en su interior lo inquietaba. A pesar de que estaba rodeado de poder y prestigio, el vacío de la ausencia de Amatista se hacía cada vez más difícil de ignorar.

-Enzo, ¿te parece bien la idea de abrir un casino en el centro? -preguntó Massimo, rompiendo el flujo de pensamientos de Enzo. Estaba claramente interesado en la propuesta, pero Enzo, aunque asintió con la cabeza, parecía distante, como si estuviera absorto en algo mucho más profundo que simples inversiones.

-Depende de la ubicación -respondió Enzo, su tono bajo y calculador, como siempre. Sin embargo, en sus ojos había algo más que no podía disimular. La mirada fija, distante. El lugar que ocupaba su mente no era este campo de golf, sino otro más cercano a su vida: la mansión, Amatista.

A lo lejos, se acercaban Emma y Elizabeth, esas mujeres cuya presencia en la vida de Enzo nunca había sido más que un simple entretenimiento. Emma, con su cabello rubio y su actitud descarada, caminaba con una sonrisa juguetona. Elizabeth, por su parte, con su figura elegante y su mirada calculadora, observaba el terreno de juego con aire de superioridad.

Enzo las miró de soslayo, pero no les prestó mucha atención. No eran más que piezas en el juego, pero nada que pudiera reemplazar lo que sentía por Amatista. Sin embargo, algo en su pecho comenzó a tensarse aún más, como si necesitara algo más, algo que ni los negocios ni las mujeres a su alrededor podían ofrecerle.

La tarde avanzaba, y la conversación entre los socios continuaba, pero Enzo no podía dejar de pensar en lo distante que estaba todo, lo distante que se había vuelto él mismo. Algo lo arrastró a moverse, y antes de que pudiera pensarlo, sus pasos lo guiaron fuera del club y hacia el bar cercano donde frecuentaba algunas veces.

En el bar, el ambiente era mucho más relajado. La música suave de fondo y el murmullo de las conversaciones creaban una atmósfera más íntima. Enzo se sentó en la barra, pidiendo un trago, pero cuando la copa llegó a sus manos, una mirada intensa lo hizo volver a levantar la cabeza.

Era ella. La mujer que lo había observado en el club de golf. Alta, de cabello castaño que caía en ondas suaves sobre su rostro. Sus ojos, claros como el cristal, lo miraban con una mezcla de desafío y curiosidad. No era una mujer común, no se ajustaba a los estereotipos de las que acostumbraba encontrar. Ella no necesitaba lucir perfecta para llamar la atención. Había algo en su porte, en su manera de moverse, que emanaba una confianza desafiante.

-¿Te molesta si me siento? -preguntó con una sonrisa coqueta mientras se acercaba.

Enzo la miró de arriba abajo, sin inmutarse. No se sentía intimidado, pero había algo en ella que lo inquietaba. Por un momento, no respondió, solo la observó fijamente. Había algo en esa mujer que lo hacía sentirse... reticente. Como si su actitud desafiara su control.

-Tómate la libertad -respondió Enzo finalmente, alzando la copa con indiferencia.

La mujer se sentó a su lado, un pequeño gesto, pero lo suficientemente cercano como para hacerle sentir su presencia. No era solo su cuerpo lo que le atraía, sino algo más. Algo que lo desconcertaba.

-Sabes, no muchos hombres se atreven a ser tan... serios. No sé si es fascinante o aterrador -dijo ella con una sonrisa enigmática. Su voz tenía un toque de dulzura que parecía envolverlo.

Enzo la miró, pero no dijo nada. Sus palabras eran provocativas, pero no lo intimidaban. La mujer, leyendo su silencio, se acercó un poco más, dejando que su perfume se mezclara con la cercanía.

-¿Por qué no te quedas un poco más? -sugirió ella, su voz ahora más suave, casi susurrante. No lo miraba con desesperación, sino con una calma que solo los que realmente entendían el juego podían mostrar. -Creo que podría hacer que valiera la pena.

Enzo la observó, su mirada dura y fría. No era la primera vez que una mujer intentaba seducirlo, pero había algo en su actitud que lo hacía pensar que no era simplemente otra víctima del deseo. En su mente, había una pequeña voz que lo advertía de no caer en su juego, pero a su vez, algo dentro de él se sentía atrapado por su magnetismo.

Sin embargo, en su interior, una chispa de resistencia se encendió. No buscaba ese tipo de encuentro. No ahora. No con ella.

-No me interesa -respondió Enzo, su tono tan cortante como siempre, pero esta vez, algo más firme. -No estoy aquí para juegos.

La mujer pareció desconcertada por un momento, pero rápidamente recuperó su compostura. Se inclinó un poco hacia él, sus labios rozando su oído mientras susurraba:

-¿Seguro no quieres? Puede que te guste más de lo que crees.

Enzo no respondió. Simplemente, cuando la mujer intentó acercarse más, él la detuvo con una mano firme sobre su brazo, impidiendo que sus labios se encontraran. La miró fijamente, sin una pizca de duda en su rostro.

-No. -La palabra salió de sus labios con una contundencia que no dejaba espacio a la negociación.

La mujer, aunque claramente sorprendida por la negativa, se recompuso rápidamente, levantándose con una sonrisa algo desafiante.

-Bueno, quizás otro día -dijo, mientras tomaba unos billetes de su bolso y los dejaba sobre la mesa. -Pero no olvides, Enzo... Lo que deseas no siempre está tan lejos. Solo tienes que atreverte a pedirlo.

Enzo la observó alejarse, pero antes de que pudiera reaccionar, la mujer se detuvo en la puerta y gritó, su voz cargada de veneno y desafío:

-Nunca olvides que los hombres como tú también tienen miedo de lo que no pueden controlar.

Enzo, que había permanecido en silencio durante todo el intercambio, finalmente se levantó de su asiento, con los billetes en su mano. En su pecho, algo hirvió por dentro, pero no se dejó llevar por esa emoción. Caminó hacia la salida sin mirar atrás, su mente ocupada, aunque todavía atormentada por la pregunta que nunca había podido responder: ¿cuánto control estaba dispuesto a ceder para no perder lo que más le importaba?

Volvió al club con paso firme, pero una sensación extraña lo acompañaba. Era como si el desafío de esa mujer lo hubiera despertado de un sueño del que aún no podía escapar.

            
            

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