Capítulo 7 Entre Terrenos y Promesas

Los días transcurrían con una calma inquietante, mientras los planes para la expansión del negocio tomaban forma. Enzo, acompañado de su círculo cercano, se encontraba reunido en una de las salas más elegantes de la mansión Bourth. La mesa de madera oscura, cuidadosamente pulida, estaba llena de papeles, mapas y contratos. La luz suave que entraba por las ventanas bañaba las figuras de los hombres que, con seriedad, discutían el próximo paso en sus ambiciosos proyectos.

Ethan Wolf, un hombre de negocios de mirada afilada, había llegado para presentar la última oportunidad que podría ser clave para el futuro de su empresa: un terreno perfectamente ubicado entre dos importantes vías, ideal para erigir el casino que tanto anhelaban.

-El terreno tiene un potencial enorme, pero para que el proyecto avance necesitamos asegurarnos de que las propiedades colindantes sean adquiridas -dijo Ethan, con la voz tranquila pero firme, señalando los mapas sobre la mesa.

Enzo, sentado al final, observaba con calma. Su rostro, de expresión imperturbable, reflejaba la capacidad de tomar decisiones sin mostrar titubeos. Massimo, por su parte, parecía menos interesado en los detalles y más en alguna broma interna, pero su tono se apagó cuando notó que la mirada de Enzo era más penetrante de lo habitual. Paolo y Mateo intercambiaron miradas, ya anticipando el curso que tomarían las cosas. Emilio, que hasta entonces había estado jugueteando con un anillo en su dedo, intervino con un aire relajado, como si nada fuera a alterarlo.

-¿Y qué tan dispuestos están los vecinos a vender? -preguntó, con una ligera sonrisa mientras observaba a Ethan con su mirada tranquila.

Ethan respondió con confianza.

-No será sencillo, pero tengo un plan. Primero, intentaremos convencerlos de que este proyecto beneficiará a la comunidad. Y si eso no funciona... bueno, ya sabemos qué hacer.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Nadie dentro de ese círculo necesitaba explicaciones adicionales; el asunto estaba claro: las decisiones no siempre eran tomadas por el camino más limpio.

Mateo, siempre pragmático, fue el primero en reaccionar.

-El terreno es perfecto. Si conseguimos las propiedades aledañas, las ganancias serán monstruosas. Pero creo que deberíamos esperar hasta después del cumpleaños de Enzo para tomar una decisión final. Ese evento puede ser clave para asegurar alianzas.

Hubo un asentimiento general entre los presentes. Cuando Mateo hablaba de negocios, su juicio no se cuestionaba. Todos sabían que la prudencia era esencial, y, en ese momento, nadie deseaba apresurarse a tomar decisiones que pudieran alterar la estabilidad de sus planes.

Mientras tanto, en otro extremo del mundo, Amatista se encontraba en la mansión donde Enzo la mantenía, alejada del bullicio de los negocios, pero sin escapar de las expectativas que él tenía sobre ella. Aquella tarde, se encontraba con Rose, una joven de rizos oscuros y mirada vivaz, quien la observaba con atención mientras Amatista le explicaba, con voz pausada, los secretos detrás de una seducción sutil.

-No es solo lo que llevas puesto, Rose. Es cómo lo usas. El caminar, el gesto, incluso el tono de voz tiene poder -dijo Amatista, mientras daba un ejemplo, haciendo una pequeña inclinación de cabeza, demostrando una confianza que Rose apenas empezaba a comprender.

Rose, un poco nerviosa, trataba de imitarla con cierto torpe entusiasmo, lo que provocó que Amatista se riera suavemente. La risa, siempre tan contenida, hizo que la joven corrigiera su postura.

De repente, la puerta se abrió con un suave crujido, y Roque, el mensajero constante de Enzo, apareció en el umbral con varios paquetes bajo el brazo. Su presencia era familiar para Amatista, quien siempre lo recibía con una sonrisa, sabiendo que traía noticias de su "lobito", aunque la distancia entre ellos siempre le causaba una extraña sensación de vacío.

-Señorita Amatista, estos son para usted. De parte del señor Bourth -dijo Roque, colocando los paquetes sobre una mesa cercana con un gesto formal, antes de retirarse, dejándolas solas en la estancia.

Amatista, aún sorprendida por la llegada de los paquetes, se acercó rápidamente, desechando momentáneamente la lección con Rose. Cuando comenzó a abrir los paquetes, una oleada de sorpresa y emoción la invadió. Dentro, encontró una serie de regalos cuidados hasta el más mínimo detalle. Cada paquete parecía diseñado para resaltar su belleza, como si Enzo hubiera elegido los elementos para que se sintiera única y deseada.

El primer paquete contenía un vestido de alta costura, de un azul profundo, que brillaba a la luz tenue de la habitación. La tela era suave, como si se deslizara entre los dedos, y su corte perfecto evocaba elegancia. En el segundo, halló unos zapatos de tacón alto, diseñados a la perfección, con detalles en oro que complementaban el vestido. El siguiente paquete contenía un collar de perlas, sencillo, pero con un brillo que rivalizaba con las estrellas. Finalmente, un frasco de perfume con una fragancia floral, intensa y delicada al mismo tiempo, la envolvía al abrirlo.

En medio de la emoción de los regalos, Amatista encontró una carta. Su caligrafía, tan firme y elegante como siempre, estaba dirigida a ella:

"Para mi gatita. Quiero que te pongas bella para nuestro próximo encuentro. Prometo que mi visita será pronto. Con amor, Enzo."

El corazón de Amatista dio un vuelco. Aunque sabía que él siempre la sorprendía con detalles como estos, no dejaba de sentir una profunda mezcla de gratitud y angustia. La ausencia de Enzo siempre se hacía sentir, pero esos gestos, esas promesas escritas, la hacían sentir su presencia aún en la distancia.

Rose, que había permanecido en silencio hasta ese momento, no pudo contener su sorpresa. Sus ojos brillaron al ver los regalos, los cuales no solo parecían lujosos, sino que tenían un toque personal que no pasaba desapercibido.

-¡Es impresionante! -exclamó Rose, acercándose a Amatista con una sonrisa incrédula-. ¡Este hombre realmente sabe cómo hacerte sentir especial!

Amatista asintió lentamente, con una leve sonrisa en sus labios. Rose, observando la reacción de su amiga, entendió que esos regalos significaban mucho más que simplemente lujo. Eran símbolos de algo más profundo, algo que solo Enzo y Amatista compartían en su extraño vínculo.

-Sí, lo sé -respondió Amatista con una suavidad que reflejaba una mezcla de sentimientos-. Y siempre lo hace, incluso cuando está lejos.

El gesto de Enzo le recordó, más que nunca, el poder de las promesas que había hecho, y lo cerca que estaba de cumplirlas. Aunque los días pasaban entre negocios y decisiones frías, para ella, el próximo encuentro, tan ansiado, se volvía una necesidad tangible, casi real.

            
            

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