/0/15957/coverbig.jpg?v=e70384ba757934d1e80958b870296a65)
La luz del sol se filtraba con suavidad entre las gruesas cortinas, bañando la habitación con un resplandor cálido. Amatista abrió los ojos lentamente, acostumbrándose al nuevo día. La cama a su lado estaba vacía, y el espacio donde solía dormir Enzo aún retenía su calor. Por un momento, se quedó inmóvil, disfrutando del aroma de su perfume que impregnaba las sábanas. Luego se levantó, su cabello cayendo en ondas desordenadas sobre sus hombros, y se vistió con un sencillo pero elegante vestido blanco que hacía resaltar su delicadeza.
Al entrar al comedor, lo vio de pie junto a la ventana, con el teléfono en la mano y el rostro serio. Enzo parecía una figura sacada de un cuadro, con su postura relajada y al mismo tiempo llena de autoridad. Sus palabras eran firmes, directas, y el tono de su voz denotaba que estaba organizando algo importante. Amatista se acercó lentamente, como si no quisiera interrumpir, y lo abrazó por detrás, apoyando su mejilla contra su espalda. Enzo, sin detener su conversación, acarició las manos de ella, transmitiendo una calidez que la hizo sonreír.
Finalmente, se giró hacia ella, sosteniendo su mirada por un instante antes de inclinarse para besarla suavemente. Sin decir una palabra, volvió su atención al teléfono.
-Pasaré el día con Amatista, no quiero que me llamen por nada. Solo contáctame si es una emergencia -ordenó Enzo a su interlocutor, su voz cargada de autoridad antes de colgar sin más preámbulos.
El desayuno fue una experiencia diferente esa mañana. Ambos disfrutaron de la comida mientras intercambiaban miradas cómplices y sonrisas. Amatista no podía evitar sentirse especial; cuando Enzo decidía pasar el día con ella, hacía que todos los guardias y hasta Rose abandonaran la mansión, asegurándose de que tuvieran absoluta privacidad. Era su forma de demostrarle cuánto valoraba esos momentos a solas.
Después de comer, salieron a caminar por los vastos campos que rodeaban la propiedad. El aire fresco llenaba los pulmones de Amatista, y el sol cálido acariciaba su piel, haciéndola sentir ligera, casi como si flotara. Enzo la seguía con la mirada, fascinado por cada movimiento.
-Te ves hermosa bajo este sol, gatita -murmuró él, acercándose para tomar su mano.
Amatista respondió con una sonrisa traviesa, inclinándose hacia él para dejarle un beso fugaz en los labios antes de seguir caminando, dejando que Enzo la observara. Él, acostumbrado a tener el control, se encontraba constantemente a la merced de su encanto.
Cuando regresaban hacia la mansión, Amatista notó el auto de Enzo estacionado cerca de la entrada y, con una chispa de emoción en los ojos, le pidió que le enseñara a conducir.
-No, gatita. Jamás necesitarás manejar -replicó él, su tono firme pero no frío.
Sin embargo, Amatista no se rindió. Se acercó a él con un aire seductor, su mirada fija en los ojos oscuros de Enzo, y deslizó suavemente los dedos por su brazo.
-Por favor, amor. Solo quiero aprender algo nuevo... contigo -susurró, inclinándose lo justo para que su perfume envolviera a Enzo, dejándolo momentáneamente sin palabras.
Él apretó los labios, debatiéndose internamente. Finalmente, se mordió el labio y asintió, aunque con una clara advertencia:
-Será solo por esta vez.
Condujeron el auto lejos de la mansión, hacia un terreno amplio y despejado, asegurándose de que no hubiera riesgos. Amatista se sentó en el asiento del conductor, emocionada pero nerviosa, mientras Enzo le daba instrucciones. Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba. La coordinación entre sus manos y pies no era tan sencilla como parecía, y, tras varios intentos fallidos, su frustración comenzó a aparecer.
-Esto es más complicado de lo que pensé -admitió con un puchero, cruzándose de brazos.
-¿Quieres rendirte tan rápido, gatita? -bromeó Enzo, aunque su tono no era burlón.
Amatista suspiró, sintiéndose agotada por sus propios nervios.
-Será mejor intentarlo otro día.
Enzo no insistió. Entendía cuándo dejar que las cosas fluyeran. Se pasó al asiento del conductor, tomó el control del auto y comenzaron a regresar. A mitad del camino, el sonido de su teléfono interrumpió el silencio. Era Emilio, y por el ruido de fondo, parecía que estaba en medio de una fiesta.
-¿Qué sucede? -preguntó Enzo mientras respondía la llamada.
La voz de Emilio, acompañada de risas y música, le explicó que estaban reunidos para discutir un terreno prometedor para el proyecto del casino. Lorenzo, el propietario del terreno, era ambicioso y requeriría un enfoque estratégico para la negociación. Mientras Enzo analizaba la información, Amatista, aburrida de esperar, decidió tomar el asunto en sus propias manos.
Se deslizó desde el asiento del acompañante hacia el regazo de Enzo, quien solo pudo mirarla con sorpresa. Sus movimientos eran seguros, decididos. Se acomodó sobre él y comenzó a acariciar su pecho con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su mirada.
Enzo intentó mantenerse concentrado en la conversación.
-Entiendo, Emilio. Habrá que proceder con cautela... -empezó a decir, pero su voz se debilitó cuando sintió cómo Amatista desabrochaba el primer botón de su camisa.
Ella continuó, ignorando deliberadamente su intento de resistirse. Sus labios se posaron en el cuello de Enzo, dejando suaves besos que se transformaron en mordidas ligeras cerca de su mandíbula.
En el otro lado de la llamada, Emilio, Paolo, Massimo y Mateo comenzaron a captar lo que estaba ocurriendo. Entre risas, empezaron a lanzar comentarios bromistas que solo añadieron a la tensión del momento.
-Enzo, parece que estás... ocupado -dijo Emilio con un tono malicioso, provocando más risas.
Amatista no se detuvo. Su mano bajó hasta la entrepierna de Enzo, desabrochando su cinturón con destreza y abriendo el cierre de su pantalón. Fue entonces cuando un leve gemido escapó de los labios de Enzo, un sonido que no pasó desapercibido para sus socios al otro lado de la línea.
-Gatita... -murmuró Enzo en un tono de advertencia, aunque su resistencia estaba claramente desapareciendo.
Finalmente, decidió cortar la llamada abruptamente.
-Esperaremos a ver qué consigue Ethan -fue todo lo que dijo antes de colgar, ignorando las risas sorprendidas de sus socios.
Giró su atención hacia Amatista, quien lo miraba con un aire travieso, mordiéndose ligeramente el labio.
-¿Estás jugando conmigo? -preguntó Enzo, su voz profunda y cargada de deseo.
-¿Qué crees? -respondió ella, susurrando cerca de su oído.
Esa fue la última gota. Enzo, incapaz de contenerse más, la atrajo hacia él, besándola con una pasión que parecía haber estado conteniéndose durante horas. Sus manos recorrieron el cuerpo de Amatista, deslizándose por su vestido mientras ella respondía con igual intensidad.
El auto se convirtió en su refugio momentáneo, donde ambos dejaron salir sus deseos sin reservas. Amatista se movía sobre él con una necesidad que parecía reflejarse en cada beso y caricia que compartían. Enzo, por su parte, no podía dejar de besar su cuello y su pecho, dejando marcas ligeras que hablaban de su control quebrado.
El encuentro fue intenso, una mezcla de pasión y conexión que ambos parecían necesitar desesperadamente. Cuando finalmente se acomodaron, sus respiraciones aún entrecortadas, Enzo volvió a encender el auto y condujo de regreso a la mansión.
Al llegar, mientras subían las escaleras hacia el segundo piso, Enzo tomó la mano de Amatista, girándola hacia él con un movimiento repentino.
-No creas que saldrás impune por hacerme perder el control, gatita -le susurró, arrinconándola contra la pared con una mezcla de deseo y desafío en sus ojos.
Amatista no respondió con palabras, sino con una sonrisa que lo desarmó. Esa era su forma de decirle que había ganado, al menos por ahora.
-No creas que te vas a salir con la tuya, gatita -le susurró, una sonrisa juguetona jugando en sus labios, mientras la miraba con esa mezcla de deseo y cariño que solo él podía mostrarle.
Amatista se quedó quieta, sintiendo cómo su corazón latía más rápido, no por miedo, sino por la conexión palpable entre ellos. La electricidad que se había encendido en su interior, solo por la cercanía de Enzo, la envolvía por completo.
-¿Y qué harás al respecto, amor? -respondió en un tono bajo, sin apartar la mirada de los ojos de Enzo.
Enzo sonrió con complicidad, sus ojos brillando con una mezcla de ternura y desafío, pero sin perder el calor que siempre lo conectaba con ella. Se acercó un poco más, pero sin apresurarse, disfrutando de ese juego entre ambos.
-Voy a recordarte lo que significa estar a mi lado, gatita -le susurró suavemente, la calidez de su voz desbordando esa promesa de un amor intenso, profundo, pero también lleno de una ternura que solo ellos comprendían.
Amatista, sin moverse, levantó una mano hacia su rostro, acariciando con suavidad su mejilla. La provocación estaba allí, sí, pero lo que realmente buscaba era esa cercanía que solo Enzo podía darle. El control no era algo que deseaba de él, sino la protección, el refugio en sus brazos.
-No me importa que me lo recuerdes -le dijo con suavidad, su voz ahora cargada de una dulzura que era solo para él. -Porque, al final, siempre quiero estar contigo.
Enzo sintió el nudo en su pecho aflojarse al escuchar sus palabras. Algo en ella lo llenaba de calma, a pesar de lo complejo que era todo lo que vivían. No solo era pasión, sino también una conexión tan profunda que no podía describir.
No pudo resistirse más, y sin mediar palabra, sus labios se encontraron con los de ella. El beso fue lento al principio, tierno, como si cada uno de ellos quisiera saborear la proximidad del otro, explorar esos sentimientos que nunca parecían suficientes. Pero pronto, la urgencia de lo que sentían se apoderó de ellos, y el beso se transformó en algo más pasional, sin perder la dulzura, pero sí la intensidad.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad, pero ninguno de los dos quería romper ese momento. Enzo, con una sonrisa suave, la miró a los ojos, como si estuviera evaluando cómo seguiría este camino entre ellos.
-Gatita... -dijo, su voz ahora más suave, pero igual de cargada de amor-. No quiero que pienses que no te valoro. No quiero que dudes de lo que somos.
Amatista lo miró fijamente, su mirada llena de complicidad. Sabía lo que Enzo quería decir. No era solo control, ni posesión, sino un amor tan firme como el hierro, pero suave como el viento. Una lealtad mutua que no necesitaba palabras para entenderse.
-Te lo dije antes, amor -respondió, sonriendo con esa dulzura que solo él podía desatar en ella-. No me molesta que quieras cuidarme... De hecho, me gusta. Pero no olvides que, tú también eres mío.
Enzo se quedó en silencio un momento, sintiendo como sus palabras lo atravesaban. Había algo en ella, una fuerza silenciosa que lo desarmaba, que le mostraba que, por más que creyera tener el control de todo, con ella nunca podría estar completamente seguro de lo que pasaría.
Sin embargo, todo eso solo lo hacía amarla más. Con un movimiento suave, la levantó en brazos, como si no quisiera perder un segundo de esa intimidad que compartían. Amatista se aferró a su cuello, un suspiro escapando de sus labios ante el gesto inesperado.
-Vamos a la habitación -murmuró Enzo, mientras la llevaba entre sus brazos, sabiendo que ese momento, al igual que todos los que compartían, era algo único, algo que no necesitaban explicar, solo sentir.
Cuando llegaron a la habitación, Enzo la dejó suavemente sobre la cama, sus manos recorriendo su cuerpo con una ternura que dejaba claro que no solo la deseaba, sino que la quería, la necesitaba en su vida de una manera que era imposible de ignorar.
En la mansión de Emilio, el ambiente estaba cargado de asombro y un poco de desconcierto. Los socios se habían reunido alrededor de una mesa, con vasos medio vacíos y las luces tenues iluminando sus rostros serios. Massimo, Mateo, y Paolo intercambiaban miradas de sorpresa y algo de curiosidad, mientras Emilio, reclinado en su silla, parecía pensativo. La llamada que habían tenido con Enzo seguía rondando sus mentes, especialmente una palabra que había quedado suspendida en el aire: "gatita".
- ¿Gatita? - Massimo fue el primero en hablar, su tono cargado de escepticismo. - Enzo nunca se refiere a nadie de esa manera, y mucho menos con tanta... intensidad.
Paolo frunció el ceño, mirando al resto de los presentes. Su actitud, generalmente relajada, había cambiado ante esa información inesperada. - Esto es raro, ¿quién será esa "gatita"? Jamás habíamos oído de ella, y Enzo nunca ha mostrado interés por alguien. Si estuviera con alguien, no sería un misterio. Pero ahora... ¿qué está pasando?
- ¿Y qué hay de esa manera tan... posesiva en su voz? - agregó Mateo, con su mirada fija en Emilio, buscando alguna respuesta. - No se estaba refiriendo a una amante casual. Hablaba de ella como si fuera... algo más. Como si estuviera hablando de su propiedad.
Emma, que hasta entonces había permanecido en silencio, no pudo evitar intervenir, con su típica actitud desafiante. - ¿De verdad creen que hay algo especial con esa "gatita"? ¡Por favor! Enzo siempre ha sido un hombre que mantiene todo bajo control. Si hubiera algo realmente importante en esa mujer, ya lo sabríamos.
Elizabeth, quien no acostumbraba a hablar mucho en este tipo de situaciones, levantó una ceja y miró a los demás con desdén. - Enzo puede hacer lo que le plazca, pero a mí me da la impresión de que está ocultando algo. Nunca hemos visto a ninguna mujer cerca de él, y ahora, de repente, aparece esta... "gatita". Algo no cuadra.
Massimo se recostó en su silla, cruzando los brazos, pensativo. - Es cierto, no hemos oído ni una palabra sobre una mujer en su vida. Y ahora, esta llamada... ¿por qué esconderla si fuera alguien irrelevante? Enzo no es de hacer secretos, a menos que realmente le importe.
- Claro, y si nos ponemos a pensar en su carácter, no es tan fácil que alguien lo atrape así - comentó Paolo, lanzando una mirada a Emilio. - Hay algo que no encaja. Enzo siempre ha sido tan cerrado con su vida privada, pero si alguien ha logrado entrar en su círculo, tiene que ser algo más.
- ¿Y si no se trata solo de una amante? - Emilio finalmente habló, su tono grave y medido. - Si Enzo está manteniéndola oculta, algo grande debe haber detrás. Y no me extrañaría que fuera algo más... personal.
Emma se rió con desprecio, sin poder ocultar su escepticismo. - No sé, Emilio. A mí me parece más una de esas historias en las que se mete por capricho. Enzo siempre hace cosas raras, pero al final todo se desinfla. No veo por qué tanto misterio.
Elizabeth, aún incrédula, se cruzó de brazos. - No sé... Hay algo en la manera en que Enzo se refería a ella que no me gusta. Algo en su tono. Parecía más preocupado por ella que por cualquier otra cosa.
La tensión aumentó, y todos comenzaron a mirar a Emilio, esperando una respuesta. Él, sin embargo, no se apresuró a hablar, dejando que sus pensamientos se formaran con calma. Sabía que Enzo no era alguien fácil de entender, y mucho menos de predecir. Aquel hombre había estado jugando con ellos durante años, pero esta vez, algo había cambiado. Algo los había dejado inquietos, como si la presencia de esa mujer tuviera la capacidad de alterar el equilibrio de poder que todos conocían tan bien.
- Lo único que sé -dijo Emilio finalmente, con una mirada fija- es que Enzo nunca deja que nadie entre en su vida tan fácilmente. Si está ocultando a esta mujer, es porque no quiere que nadie sepa lo que está pasando. Y eso, amigos míos, puede significar muchas cosas.