/0/15957/coverbig.jpg?v=e70384ba757934d1e80958b870296a65)
Los días habían sido una vorágine de reuniones y decisiones difíciles. Enzo Bourth, acompañado de su equipo de confianza, había estado inmerso en la planificación de un ambicioso proyecto: la construcción de un casino que ampliaría su poder y su influencia. La mañana era fresca, pero el ambiente cargado de expectativa.
Mateo Toner, el analítico del grupo, llevaba días revisando las cifras y los detalles del posible terreno que habían escogido. Según las proyecciones, parecía perfecto para el negocio. Sin embargo, cuando llegaron al lugar, la decepción fue inmediata.
El terreno era un desastre: el suelo estaba en malas condiciones, la ubicación distaba mucho de lo prometido y, para colmo, algunos sectores estaban contaminados. Enzo caminaba con paso firme, pero su mandíbula apretada y la mirada fulminante evidenciaban su disgusto. Massimo, siempre menos serio, intentó aligerar el ambiente con una broma.
-¿Qué opinas, Enzo? ¿Construimos el casino o un parque de diversiones para ratas?
El comentario provocó una pequeña sonrisa en Paolo De Luca, pero no logró arrancar una reacción de Enzo, quien simplemente ordenó regresar a la camioneta. La tensión entre los hombres era palpable. Una vez dentro del vehículo, Paolo rompió el silencio.
-Necesitamos buscar otra propiedad, pero será complicado sin un contacto sólido en bienes raíces.
Enzo asintió brevemente, sin apartar la mirada del camino. Su mente ya estaba proyectándose hacia el futuro, buscando soluciones mientras el fracaso del terreno quedaba atrás.
Esa misma mañana, Amatista Fernández despertó en la mansión con una mezcla de emociones que oscilaban entre la anticipación y el nerviosismo. Había pasado varios días desde la última visita de Enzo. La rutina de la casa seguía siendo monótona, pero ese día algo era diferente: Rose, la asistente que solía preparar la mansión para las llegadas de Enzo, no había aparecido.
Este pequeño detalle encendió una chispa en el interior de Amatista. Esa ausencia significaba que Enzo llegaría en algún momento del día, y ella no podía evitar recordar su último encuentro: el calor de su mirada, su voz grave pronunciando su apodo, y las sensaciones que él despertaba en su piel.
Se levantó con una determinación renovada. Si ese era el día en que volvería a verlo, quería que todo fuera perfecto. Su primera parada fue el vestidor. Escogió un vestido de tela suave, de un color que sabía que a él le gustaba, y se aseguró de que su cabello cayera con naturalidad sobre sus hombros. Aplicó un toque de perfume en su cuello y muñecas, y, finalmente, revisó cada rincón de la mansión.
Encendió velas aromáticas en el baño, llenó la bañera con agua tibia y añadió sales relajantes, pensando que tal vez Enzo querría relajarse después de su largo día. Luego, preparó la sala para que estuviera impecable. Los nervios se mezclaban con el deseo mientras su mente repetía una y otra vez la misma idea: "Quiero que esta noche sea nuestra".
Pasaron varias horas antes de que Enzo finalmente regresara. La reunión había terminado en la oficina de Paolo, y aunque el fracaso del terreno seguía siendo una espina en su costado, la idea de volver a la mansión lo tranquilizaba. La figura de Amatista esperando por él era un refugio que, aunque jamás admitiría en voz alta, lo hacía sentirse completo.
Cuando la puerta principal se abrió, Amatista estaba allí, justo como él lo había imaginado. Su silueta se recortaba contra la luz tenue de la sala, y su sonrisa, tan seductora como cálida, lo recibió. Enzo sintió que la tensión de los días pesados desaparecía, al menos por un momento.
-Gatita... -murmuró él mientras se acercaba y la rodeaba con sus brazos. La besó con una mezcla de dulzura y firmeza, como si quisiera recordarle que, aunque el mundo estuviera en caos, ella seguía siendo su centro.
-Amor, ¿quieres que te prepare algo para comer? -preguntó Amatista con un tono casi tímido, aunque su mirada reflejaba un deseo inconfundible.
-Algo ligero estará bien. -Él acarició su mejilla antes de soltarla, pero no antes de añadir-: Luego, podemos tomar un baño juntos.
Amatista sonrió, pero su corazón latía con fuerza. Había imaginado ese momento todo el día, y ahora que estaba sucediendo, sentía que todo debía ser perfecto. Se dirigió a la cocina y preparó un par de platos sencillos, pero bien presentados. Comieron en silencio, con miradas que hablaban más que las palabras.
Cuando terminaron, Enzo extendió una mano hacia ella.
-Vamos, gatita.
El baño estaba listo, justo como Amatista lo había preparado esa mañana. Las velas aromáticas proyectaban un cálido resplandor sobre las paredes, y el vapor que ascendía del agua perfumada llenaba el ambiente con una atmósfera íntima y relajante.
Enzo entró primero, su mirada explorando el lugar antes de detenerse en Amatista. Ella estaba junto a la puerta, sus manos descansando suavemente a los lados de su cuerpo. Él notó cada detalle: el ligero rubor en sus mejillas, el brillo de sus ojos que parecía reflejar la luz de las velas.
-Te ves hermosa esta noche -dijo Enzo con su voz grave, sus palabras cargadas de sinceridad y deseo.
Amatista sonrió con timidez, pero no apartó la mirada. Dio un paso hacia él, deslizándose con elegancia por el espacio que los separaba, y levantó las manos hacia los botones de su camisa. Los desabrochó uno por uno, con una lentitud deliberada que hizo que el aire entre ellos se volviera más denso.
-¿Tuviste un día difícil? -preguntó ella en un susurro, sin dejar de concentrarse en su tarea.
-Siempre lo es cuando no estoy contigo, gatita -respondió él, dejando que su chaqueta cayera al suelo antes de tomar las manos de Amatista y guiarlas hasta su pecho desnudo.
Ella sintió el calor de su piel bajo sus dedos, y sus labios se curvaron en una sonrisa suave. Enzo bajó la mirada hacia ella y llevó una mano a su rostro, trazando con delicadeza la línea de su mandíbula antes de inclinarse para besarla. Sus labios se encontraron, y el mundo exterior dejó de existir.
Cuando el beso terminó, Enzo deslizó sus manos hacia los hombros de Amatista, acariciándolos antes de tomar el borde de su vestido. Sus ojos no se apartaron de los de ella mientras deslizaba la prenda hacia abajo, dejando al descubierto su piel que brillaba bajo la tenue luz.
-Eres perfecta... -murmuró, su tono cargado de una admiración sincera que hizo que Amatista sintiera un calor especial en el pecho-. No sabes cuánto te extrañé mientras trabajaba. Cada minuto lejos de ti me parece eterno.
Ella no respondió con palabras; en cambio, sus dedos subieron hacia el cuello de Enzo, atrayéndolo hacia otro beso, más profundo y lleno de promesas no dichas.
Enzo fue el primero en entrar al agua, inclinándose para probar la temperatura antes de acomodarse en la bañera. Le tendió la mano a Amatista, que lo siguió con movimientos cuidadosos, dejando que sus piernas se rozaran mientras tomaba asiento frente a él.
Por un momento, ninguno de los dos habló. Sus miradas se encontraron, y todo lo que necesitaban decirse quedó suspendido en el aire, transmitido a través de un lenguaje que no requería palabras.
Enzo extendió las manos hacia ella, rodeándola por la cintura para acercarla más. Sus dedos trazaron círculos lentos en su espalda, mientras sus labios buscaban la piel de su cuello y hombros. Los besos eran suaves, pero llenos de intención, como si quisiera explorar cada rincón de su cuerpo.
Amatista cerró los ojos, inclinando la cabeza hacia atrás y dejándose llevar por las sensaciones. Sus manos encontraron el pecho de Enzo, acariciando con movimientos delicados pero firmes, sintiendo los latidos constantes de su corazón.
-Amor... -susurró ella, su voz apenas audible sobre el murmullo del agua-. Esto es justo lo que necesitaba.
-Y yo te necesitaba a ti -respondió él, su voz ronca y cargada de emoción. Bajó las manos hacia su cintura, trazando el contorno de su figura bajo el agua, mientras sus labios continuaban dejando un rastro de besos que hacía que el tiempo pareciera detenerse.
El baño se convirtió en un refugio, un lugar donde ambos podían olvidarse de todo lo demás. Enzo la sostuvo con firmeza, pero con cuidado, mientras sus caricias se volvían más íntimas, más cercanas. Sus dedos entrelazados, sus respiraciones entrecortadas y los suspiros que escapaban de sus labios llenaron el espacio con una melodía que solo ellos podían comprender.
Cuando finalmente salieron del agua, el ambiente estaba cargado de una energía distinta. Amatista tomó una toalla y comenzó a secar a Enzo con movimientos pausados, deleitándose en cada detalle de su cuerpo, en cada cicatriz que contaba una historia que solo él conocía. Él, en respuesta, tomó otra toalla y repitió el gesto con ella, sus manos cálidas deslizándose por su piel mientras sus ojos no se apartaban de los de ella.
Más tarde, en la cama, buscaron refugio el uno en el otro con una intensidad que iba más allá del deseo físico. Cada caricia, cada beso, cada susurro era una reafirmación de lo que sentían, una manera de reconectar después de días de distancia.
Enzo la miró mientras ella se arqueaba bajo su toque, sus manos explorando cada centímetro de su piel. Sus ojos oscuros estaban llenos de algo más que pasión: había devoción, había posesión, pero también una vulnerabilidad que pocas veces permitía que otros vieran.
Amatista respondió con la misma entrega, sus dedos enredándose en su cabello mientras lo atraía más cerca. Sus nombres escaparon de sus labios en susurros entrecortados, como un eco íntimo que llenaba el espacio entre ellos.
Cuando finalmente se quedaron en silencio, el peso de su conexión se sintió como una fuerza tangible en la habitación. Amatista apoyó su cabeza sobre el pecho de Enzo, escuchando el ritmo constante de su corazón mientras él le acariciaba el cabello con movimientos lentos.
-No quiero que te vayas nunca -murmuró ella, su voz apenas un susurro.
-Nunca me iré, gatita. Siempre estaré contigo.
Y con esas palabras, ambos cerraron los ojos, dejándose envolver por la calidez de su cercanía y la promesa de que, al menos en ese momento, nada podría separarlos.
El amanecer llegó demasiado rápido. Enzo comenzó a moverse con cuidado, intentando no despertarla, pero Amatista lo sintió y lo abrazó por la espalda, su rostro enterrado en su hombro.
-Quédate a desayunar conmigo, amor... -pidió ella con voz suave, apenas un susurro.
Enzo cerró los ojos por un momento, tentado a ceder. Sin embargo, la realidad lo llamaba.
-No puedo, gatita. Tengo una reunión importante.
Amatista asintió, aunque no pudo ocultar la tristeza en su rostro. Enzo, al notar su expresión, la tomó entre sus brazos y la besó en la frente.
-Volveré en unos días, te lo prometo.
Amatista sonrió con esfuerzo, deseando que el tiempo pasara rápido para volver a verlo. Mientras él se preparaba para salir, ella lo siguió con la mirada, grabando cada detalle de su partida en su memoria.
Cuando la puerta finalmente se cerró, Amatista sintió que la mansión volvía a quedarse en silencio, pero ese silencio ya no la intimidaba. Ella sabía que él volvería.