Capítulo 4 El Regreso de Enzo

El sol comenzaba a ascender lentamente sobre la ciudad, tiñendo el cielo de tonos cálidos, cuando Enzo Bourth dejó atrás la tranquilidad de la finca que le servía de refugio. Había sido un día largo, lleno de recuerdos y emociones intensas que lo mantenían ocupado en su mente. Sin embargo, a pesar de la calma que le ofrecía la mansión, algo persistía en su interior: el pensamiento de Amatista. Se vio a sí mismo en la carretera, conduciendo hacia el lugar que más anhelaba, sin saber cómo manejar la desconcertante sensación de su propia vulnerabilidad.

Mientras manejaba, el sonido del motor parecía calmarlo, y por un breve instante, su mente se despejó.

Al llegar a la mansión, se sintió nuevamente envuelto por el aire de rutina y la familiaridad que siempre le había brindado ese lugar. Sin embargo, al cruzar la puerta, algo se encendió dentro de él, algo que no podía apagar. A los pocos minutos, su madre, Alicia, apareció en la cocina con una taza de té en las manos. Siempre había sabido leer a su hijo, y no necesitaba preguntarle para saber que algo no estaba bien. Enzo era un hombre de pocos secretos, pero sus emociones siempre estaban bien ocultas. Alicia, con su mirada aguda y tranquila, lo observó en silencio mientras comenzaba a preparar el desayuno.

"Buenos días, hijo", dijo Alicia con su voz suave y calmada, tratando de captar la atención de Enzo. "¿Dormiste bien?"

Enzo asintió, pero sus ojos no mostraban la misma paz que pretendía transmitir. "Sí, madre", respondió de manera breve, mientras se sentaba a la mesa. Pero Alicia no dejó de observarlo, sabiendo que había algo más que no estaba diciendo. No era la primera vez que veía a su hijo afectado por algo o alguien, y aunque ella no se atrevió a preguntar, lo que sí sabía era que Amatista seguía siendo una presencia constante en sus pensamientos.

Alessandra, su hermana menor, hizo su aparición poco después. Con su presencia fresca y su mirada aguda, Alessandra tenía una forma de entender las situaciones que solo un familiar cercano podría tener. Al entrar en la cocina, no tardó en notar el aire pensativo de Enzo. Con su característica sonrisa juguetona, se acercó a la mesa, se sirvió una taza de café y lanzó un comentario con un tono ligero.

"¿Te veo pensativo, hermano?", dijo Alessandra, sabiendo que no podía haber algo que Enzo ocultara por mucho tiempo. "¿Hay algo que te preocupe o es que simplemente estás perdiendo el control?"

Enzo levantó la mirada, encontrándose con las dos mujeres que conocían demasiado bien sus pensamientos y sentimientos. A pesar de la broma, Alessandra tenía razón: algo no estaba bien. Pero él, como siempre, no iba a ceder fácilmente. Sonrió con una mezcla de frustración y calma. "No es nada importante", contestó con tono firme. "Solo estoy ocupado con los negocios."

Pero Alicia, sin dejar de observar a su hijo, intervino, cambiando el tono de la conversación. "Sabemos lo que significa 'ocupado con los negocios', Enzo", dijo con suavidad, pero con una cierta determinación en su mirada. "El asunto con Amatista no es algo que puedas ocultar por mucho tiempo."

Alessandra, con su habitual tono burlón, no perdió la oportunidad de agregar, "Lo que pasa, hermano, es que ya nos hemos dado cuenta de tu obsesión. No necesitas esconderlo."

Enzo se quedó en silencio, mirando a su madre y hermana. Sabía que no podía engañarlas. "No es una obsesión", replicó, aunque su tono no sonaba tan seguro. "Es solo que... las cosas han cambiado. Hay algo en ella que no puedo ignorar."

Alicia lo miró fijamente, como si estuviera evaluando sus palabras. "Es más que eso, Enzo", dijo con calma. "Lo sabes, yo lo sé, y Alessandra también lo sabe."

"Te preocupas demasiado, madre", respondió Enzo, pero su voz carecía de la firmeza que normalmente tenía. "Ella está bien, y eso es todo lo que importa."

Alessandra, con una mirada cómplice a su madre, añadió: "Bueno, bueno. Al menos es un buen cambio. ¿No es así, mamá? Cuando no te obsesionas con el trabajo, te obsesionas con ella."

Enzo rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír, a pesar de su frustración. "No es una obsesión", insistió, aunque sabía que era inútil. Ellas siempre sabían más de lo que él quería admitir.

El desayuno continuó en una atmósfera cargada de complicidad, pero también de silencios. Nadie habló más sobre Amatista, pero el tema flotaba en el aire. Enzo, sintiéndose un poco presionado, decidió salir de la mansión y dirigirse al trabajo. Había una reunión con sus socios que no podía posponer. La rutina de los negocios siempre lo ayudaba a despejar la mente, aunque en el fondo sabía que su pensamiento seguiría anclado a la mujer que había dejado atrás en el campo.

poco después Enzo se dirigió al estudio, donde sus socios estaban esperando. Massimo, Paolo, Mateo y Emilio ya estaban presentes, junto con un nuevo posible socio: Ethan Wolf, un hombre de mediana edad con un aire elegante y cordial. De inmediato, el ambiente de la reunión se sintió distendido, como si los negocios quedaran en segundo plano.

Ethan, con su mirada segura, fue el primero en hablar sobre el terreno que estaban evaluando. "Debemos asegurarnos de que la accesibilidad sea la adecuada", dijo, su voz firme y sin dudar. "Este terreno tiene un gran potencial, pero la ubicación es clave."

Enzo asintió, mirando al grupo con atención. Sus pensamientos, sin embargo, no estaban en el terreno. Había algo que lo mantenía distraído, algo que no podía quitarse de la cabeza. La imagen de Amatista, tan inocente y atrapada en su mundo, lo atormentaba. Aunque en su rostro no se reflejaba, su mente estaba sumida en pensamientos de ella.

Mientras la reunión avanzaba, Massimo, con su carácter juguetón y particular, comenzó a bromear sobre el cambio de actitud de Enzo. En su estilo irreverente, comentó: "Parece que tienes un aire más relajado hoy, Enzo. ¿Quién fue esa mujer que te cambió?"

Enzo, inmutable, no reaccionó. Sabía que Massimo estaba jugando, pero no tenía intención de compartir nada relacionado con Amatista. "Solo estoy ocupado con el trabajo", respondió con una sonrisa contenida.

La reunión, como siempre, se extendió a temas más ligeros, alejándose poco a poco de los negocios. Las bebidas comenzaron a circular, y las risas se volvieron más frecuentes. A pesar de la relajación en el ambiente, Enzo no podía dejar de pensar en lo que había hecho. Había contratado a Rose, una mujer que podría servir como su compañía en los eventos sociales, pero en el fondo sabía que nada ni nadie podría llenar el vacío que sentía por Amatista.

Después de varias horas, la reunión terminó. Ethan Wolf se despidió, comprometido a presentar varias ofertas sobre el terreno en los próximos días. Enzo, aunque agradecido por la colaboración, no podía dejar de pensar en lo que había dejado atrás. La mansión, el lujo y los socios importantes no eran nada en comparación con lo que sentía por la mujer que tenía encerrada en su casa en el campo.

Mientras tanto, Amatista estaba sumida en su rutina. El sol ya se había elevado por completo cuando comenzó su jornada. Tras hacer su ejercicio matutino, que consistía en estiramientos y caminatas por el jardín, se dedicó a cuidar de sí misma como siempre lo hacía. Aún no había olvidado la mirada de Enzo cuando se despidió de ella. Aquella intensidad, esa forma de mirarla, era algo que la desconcertaba.

Al terminar sus tareas, se sentó en el rincón de la sala donde siempre leía. Los libros se habían convertido en su compañía más fiel. Mientras pasaba las páginas, su mente no podía evitar divagar hacia Enzo. La imagen de él seguía ahí, fresca, tan real en sus pensamientos. ¿Qué pensará él de mí? pensaba Amatista mientras le daba vueltas a las posibles respuestas.

En el silencio de la habitación, se permitió soñar despierta, imaginar lo que sería si Enzo finalmente la dejara salir de su "cárcel". Tal vez algún día podría acompañarlo fuera de esas paredes, ver el mundo con él. Aunque sabía que esas ideas eran solo fantasías, no podía evitar el deseo de algo más allá de las cuatro paredes que la mantenían cautiva.

La tarde avanzaba, y Enzo, cansado de la rutina, sintió una necesidad imperiosa de ver a Amatista nuevamente. No sabía si era el peso de sus pensamientos o la urgencia de sus sentimientos, pero decidió que no podía esperar más. Sin pensarlo dos veces, se subió a su coche y condujo rápidamente hacia la casa en el campo.

Al abrir la puerta, la quietud de la casa lo envolvió. Subió las escaleras lentamente, el sonido de sus pasos resonando en los pasillos vacíos. El segundo piso estaba en silencio, como siempre, pero en su mente no podía dejar de imaginar cómo se encontraría ella, sumida en su rincón de lectura. Amatista ya no necesitaba ser buscada, ella siempre estaba en su mundo, entregada a lo que más le gustaba.

Cuando llegó al final del pasillo, su mirada se posó sobre ella. La luz dorada de la tarde se filtraba a través de las ventanas, bañando su rostro de una manera que hacía que todo pareciera más... cálido. Enzo se detuvo un momento, observándola desde la distancia. Amatista estaba absorta en el libro, pero él sabía que la sentiría cerca antes de que lo viera. Sin hacer ruido, dio un paso tras otro hacia ella, como si la estuviera acechando de manera juguetona.

De repente, Amatista levantó la vista, como si su sexto sentido la alertara de su presencia. Sus ojos se encontraron, y la expresión en su rostro pasó de sorpresa a una sonrisa amplia que desbordó en algo mucho más vibrante, mucho más... ansioso. Sin pensarlo dos veces, se levantó de un salto y, en un movimiento rápido, corrió hacia él.

Enzo, con una sonrisa en los labios, extendió los brazos. Esta vez no hubo duda. Amatista se lanzó hacia él con una energía desbordante, pero también con una intensidad que hizo que Enzo la recibiera de forma más firme, sujetándola contra su cuerpo, sosteniéndola en el aire por un momento. El roce de su cuerpo contra el suyo, el calor de su cercanía, lo hizo respirar más profundo.

"¿A dónde vas tan rápido?", preguntó Enzo en un susurro grave, una sonrisa apenas contenida en sus labios mientras la apretaba contra su pecho.

Amatista, con una sonrisa traviesa, lo miró fijamente. "¿No te gusta que te reciba así?", dijo, su voz suave, pero con un dejo de desafío. Sus manos se deslizaron por su torso, buscando una cercanía aún más intensa. Había algo en ese roce, en esa proximidad, que hacía que todo pareciera más real, más inmediato.

"No te creas que todo es tan fácil", respondió él, pero la burla en su tono no se pudo ocultar. Con un movimiento ágil, la levantó del suelo, pero esta vez no fue una acción juguetona. La levantó con firmeza, girándola en el aire como si ella fuera un juguete en sus manos, pero la intensidad de su toque dejó claro que no estaba solo jugando.

Amatista, sorprendida, pero disfrutando de cada segundo, luchó levemente por liberarse de su agarre, su cuerpo se sacudía con una mezcla de risas y deseo. "¡Enzo! Suéltame, que no puedo respirar", exclamó, pero su tono delataba una excitación palpable, como si lo estuviera incitando a continuar con ese juego de poder que, en el fondo, ambos disfrutaban.

"No te conviene jugar conmigo", respondió él, aunque su voz cargaba una mezcla de deseo y advertencia. La sostuvo un instante más, disfrutando de la sensación de tenerla completamente a su merced, antes de dejarla con suavidad sobre el suelo.

Ambos quedaron allí, respirando con pesadez. Enzo la observó con atención, sus manos todavía buscando la calidez de su cuerpo. Por un momento, el mundo a su alrededor desapareció, y todo lo que quedaba era la intensidad entre ellos.

Finalmente, rompió el silencio, su voz más suave de lo esperado, casi como si compartiera un secreto. "Estuve con mi madre y mi hermana hoy", dijo, con una mirada más distante, como si se permitiera vulnerarse solo por un instante.

Amatista, aún recostada junto a él, giró la cabeza para mirarlo. "¿Y qué tal? ¿Cómo están?", preguntó, con una curiosidad genuina, aunque sabía que no eran temas que Enzo solía compartir a menudo. A pesar de la distancia emocional que él siempre mantenía con su familia, en ese momento Amatista podía percibir una leve tristeza en sus palabras.

"Bien", murmuró Enzo, pero sus ojos se oscurecieron ligeramente. "Mi madre sigue preocupada por todo, y mi hermana... es mi hermana. Siempre tan... ocupada con su vida."

Amatista se quedó en silencio, notando el ligero cambio en su tono. Había algo más detrás de sus palabras, pero no insistió. Sabía que Enzo tenía una forma de protegerse de su familia, algo que nunca había terminado de comprender, pero que respetaba. Sin embargo, ese detalle, esa pequeña ventana a su mundo, le dejó un sabor amargo. ¿Por qué se alejaba tanto de ellas? Quizás lo único que realmente podía darle respuesta era la historia que aún no se atrevía a contarle.

"Me alegra que hayas ido a verlas", dijo finalmente, apretándose más contra él, buscando algo de consuelo en su cercanía. Enzo la abrazó de vuelta, sin responder de inmediato, y ambos se quedaron allí un largo rato, en silencio, dejando que el momento hablara por sí mismo.

            
            

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