/0/15957/coverbig.jpg?v=e70384ba757934d1e80958b870296a65)
La fiesta de cumpleaños de Enzo Bourth se llevó a cabo en una de los salones más exclusivos de un hotel de lujo en el centro de la ciudad. El aire estaba cargado de risas superficiales, el tintinear de copas, y el murmullo de conversaciones que parecían tan vacías como las miradas de aquellos que se encontraban allí. La música, suave al principio, parecía tocar las fibras de un mundo que se movía al ritmo de la riqueza y la ostentación. Los invitados llegaban con sus esposas, otros con amantes, y todos parecían moverse como piezas de ajedrez en un tablero de lujo y poder.
Enzo detestaba ese ambiente. La gente que se acercaba a él no lo hacía por su compañía, sino por lo que representaba: poder, riqueza, una posición. Ese mundo superficial y calculador era todo lo que él repudiaba, y fue por eso que mantuvo a Amatista tan alejada de este lugar. Sabía que ella, con su pureza e inocencia, nunca podría comprenderlo. Su mundo era diferente: más silencioso, más cerrado, más oscuro.
Él se encontraba en una mesa apartada junto a sus socios, Emilio, Paolo, Massimo y Mateo. La conversación fluía sin muchas emociones, como era usual entre ellos. Cada palabra era medida, cada gesto calculado. Sin embargo, a medida que el tiempo avanzaba, la presión de la fiesta se notaba. Las miradas de las mujeres que pasaban cerca de la mesa se cruzaban con las de los hombres, algunas buscando atención, otras jugando sus cartas sin pudor. Enzo, con su mirada fría y calculadora, las ignoraba. Sus ojos se mantenían fijos en la conversación, pero su mente vagaba en otro lugar. Su mente volvía siempre a ella: Amatista. Lejos, en la mansión, mientras él estaba atrapado en ese escenario de mentiras y máscaras, ella lo esperaba, sin saber lo que ocurría en su mundo.
Al lado de Enzo, Emilio no dejaba de lanzar miradas discretas a las mujeres que se movían cerca. Siempre con una sonrisa astuta, él era el tipo de hombre que jugaba con las emociones de los demás, un seductor profesional, pero al mismo tiempo calculador. Paolo, por su parte, parecía más tranquilo, observando con una mirada pensativa, mientras Massimo y Mateo discutían sobre los números de un nuevo negocio.
Fue en ese preciso momento cuando la figura de Alicia Bourth, madre de Enzo, apareció por la puerta del salón. Su porte elegante y su presencia sobria no pasaron desapercibidos para nadie. Alicia, con su mirada analítica y aguda, parecía ser capaz de leer a las personas con una facilidad que asustaba. A pesar de ser una mujer mayor, su elegancia y estilo nunca se desentonaban en un lugar como ese. Aunque su rostro mostraba una aparente calma, aquellos que la conocían sabían que su mente siempre estaba en movimiento, analizando cada detalle.
Cuando Alicia se unió a la mesa de Enzo y sus socios, todos hicieron una ligera reverencia, reconociendo su autoridad y presencia. Sin embargo, ella no se quedó mucho rato en la mesa. Se desplazó por el salón con una gracia sutil, observando, siempre observando.
Al otro lado del salón, su hija Alesandra, una joven de belleza discreta pero indiscutible elegancia, recorría la sala. Su mirada no solo era curiosa, sino también calculadora. Alesandra, al igual que su madre, sabía leer a las personas con precisión, y esta noche no era la excepción. Su juego consistía en observar a los invitados, identificar sus personalidades y, a menudo, predecir sus intenciones. Algunas veces acertaba, otras no, pero siempre encontraba diversión en el desafío.
Mientras Alessandra recorría la sala, una discusión entre tres mujeres llamó su atención. Emma, Elizabeth y Jazmín, cada una más hermosa y coqueta que la otra, se encontraban enfrascadas en una disputa sobre quién debía acercarse a Enzo. Alesandra observaba con cierto fastidio. Las mujeres, tan empeñadas en impresionar a Enzo, no parecían entender que él no necesitaba de sus juegos.
Alessandra, cansada de escuchar sus ridículas discusiones, intervino con voz firme. "Enzo solo ama a una mujer", dijo con una tranquilidad que contrastaba con la tensión que se acumulaba en la habitación.
Las mujeres se giraron de inmediato, clavando miradas sorprendidas y curiosas en Alessandra, como si sus palabras fueran un desafío. Alessandra, al darse cuenta de lo que acababa de soltar, sintió una oleada de incomodidad. Las miradas inquisitivas de las tres mujeres la hicieron dudar por un segundo. Había hablado sin pensar, sin medir las consecuencias.
Aunque había sido una revelación inocente, Alessandra sabía que su comentario podía traer problemas. Decidió que lo mejor era irse rápidamente de allí. Se alejó de las mujeres, no sin antes dejar una leve sonrisa en sus labios, consciente de que las había dejado con más preguntas que respuestas.
Rápidamente, Alessandra se dirigió hacia Enzo, buscando refugio en él. Pero al llegar, notó que su hermano había notado algo extraño en su expresión. Enzo, siempre atento a los más mínimos detalles, había percibido la tensión en su rostro y no pudo evitar preguntar:
-¿Qué sucede, Alessandra?
Alessandra, tratando de encontrar las palabras adecuadas para explicarse, sintió una mezcla de nervios y culpa. Sabía que había cometido un error. Su hermano no era fácil de engañar, y en cuanto a él, la lealtad y el control eran lo más importante.
-Perdón, Enzo, se me escapó... No era mi intención, pero escuché una discusión entre unas mujeres sobre quién debería acercarse a ti, y no pude evitar decir que solo hay una mujer que te interesa -dijo Alessandra, rápidamente. La explicación sonó atropellada, pero era la verdad.
Enzo la miró fijamente. Sus ojos, oscuros como la noche, reflejaban una furia contenida. Sin embargo, antes de estallar, se dio cuenta de que Alessandra no había revelado nombres, ni detalles específicos que pudieran implicar a Amatista.
Alessandra, al ver la ira contenida en los ojos de su hermano, respiró profundamente antes de añadir:
-No dije su nombre, no revelé nada, Enzo. No te preocupes, no mencioné a ella.
El alivio pasó por el rostro de Enzo, pero la furia siguió palpitando en su interior. A pesar de su control, no podía soportar que el nombre de Amatista se mencionara en público. Aunque su hermana no había revelado la identidad de la mujer que amaba, Enzo sabía que la situación podría haberse escapado de control rápidamente.
Con una voz baja pero firme, Enzo le dijo:
-No hables de eso con nadie más, Alessandra. Nadie debe saberlo. Si alguien descubre que existe alguien más en mi vida... será un problema.
Alessandra, aunque algo sorprendida por la intensidad de su reacción, asintió rápidamente. Alicia, al escuchar las palabras de su hijo, intervino de inmediato, sabiendo que la situación podría empeorar si no se controlaba a tiempo.
-Alessandra, vamos -dijo Alicia con un tono suave pero firme-. Mejor vámonos de aquí antes de que esto se convierta en algo más complicado.
Alessandra no dijo nada, pero su rostro mostró una mezcla de arrepentimiento y comprensión. A regañadientes, se levantó y se alejó con su madre, dejando a Enzo junto a sus socios. Sin embargo, la tensión en el aire seguía siendo palpable. Los socios, Emilio, Paolo, Massimo y Mateo, que habían estado observando en silencio, intercambiaron miradas nerviosas. La situación había sido tensa, y la palabra "ella" aún flotaba en el aire, aunque no se hubiera dicho en voz alta.
Para aliviar la tensión, Emilio, Massimo, Mateo y Paolo comenzaron a bromear discretamente entre ellos mientras Enzo observaba en silencio. A lo lejos, uno de ellos comentó:
-Así que, ¿"gatita" aún no ha aparecido por aquí esta noche? -dijo Emilio con una sonrisa torcida.
-Debe estar ocupada en algo importante -agregó Massimo con una ligera carcajada.
-Sí, o tal vez Enzo la tiene bajo control, como siempre -añadió Mateo, disfrutando de la broma.
Paolo, con su usual serenidad, asintió y bromeó suavemente:
-Sea como sea, Enzo, siempre nos mantienes en vilo con tu "gatita".
Enzo, aunque aún molesto, no pudo evitar una leve sonrisa ante la broma. Aunque nunca revelaría detalles de su vida personal, ese apodo, esa "gatita", era algo que solo unos pocos conocían, y para él, su control sobre ella era lo más importante.
Mientras tanto, el peso de los secretos y las miradas furtivas envolvían a todos en la sala. La fiesta había perdido su brillo y se había convertido en un campo de juego peligroso. Enzo sabía que, como siempre, debía mantener todo bajo control.
Mientras la fiesta continuaba su curso en el gran salón, con risas y murmullos flotando en el aire, Amatista se encontraba sola en la mansión, alejada del bullicio. Se había retirado a la sala de lectura, un espacio que siempre le ofreció consuelo y tranquilidad. Desde allí, se acercó al ventanal que daba al vasto campo, donde la noche había caído en un silencio profundo, interrumpido solo por el susurro del viento entre los árboles. Observaba la oscuridad que se extendía frente a ella, el cielo despejado con miles de estrellas brillando como testigos de su soledad. En sus pensamientos, la fiesta parecía un eco lejano, casi ajeno a su ser.
Mientras sus ojos recorrían el paisaje, su mente comenzó a retroceder en el tiempo, hacia un recuerdo que había permanecido intacto en su memoria. Tenía solo cinco años, y ese día, junto a Enzo, había sido testigo de un acontecimiento que cambiaría para siempre la forma en que se veían el uno al otro. Era una tarde calurosa de verano, y ambos habían estado explorando el campo, jugando entre las flores y persiguiendo mariposas, cuando de repente, encontraron a una pequeña gatita, tirada en el suelo, débil, herida, y claramente sola. Amatista recordó la imagen de la pequeña criatura, temblando y maullando en su intento de mantenerse erguida.
Enzo, aunque aún era un niño, había tomado las riendas de la situación con una firmeza que sorprendió a Amatista. Sin pensarlo dos veces, propuso que la llevaran a casa para cuidarla. Pasaron horas buscando a la madre de la gatita, recorriendo cada rincón de la zona, pero no hubo señales de ella. La tristeza se apoderó de ambos, y en ese momento, Amatista, con su corazón sensible, se acercó a la pequeña, acariciándola con ternura, y comentó: "Está sola, como yo. Yo tampoco tengo a mi mamá desde hace tiempo, y nunca conocí a mi papá." Sus palabras, dichas con la inocencia de una niña que había sufrido demasiado en silencio, revelaban una verdad profunda y dolorosa.
Fue entonces cuando Enzo, quien ya era consciente de la fragilidad de la vida, miró a Amatista con esa mirada protectora que siempre había tenido hacia ella, y sin dudarlo, le dijo: "No te preocupes, gatita. Yo te protegeré siempre. A partir de ahora, serás mi gatita." Esas palabras, dichas con una mezcla de ternura y posesividad, marcaron un antes y un después en la relación entre ambos. Enzo, a sus siete años, ya había tomado una decisión: ella sería su responsabilidad, y él no permitiría que nada ni nadie la lastimara.
Amatista, sin saber que ese momento se quedaría grabado para siempre en su corazón, sonrió tímidamente. En su mente, las palabras de Enzo resonaron como una promesa inquebrantable. Desde entonces, él la llamaría "gatita", un apodo que, al principio, le parecía tierno y cariñoso, pero que con el tiempo adquiriría un matiz mucho más profundo. Para Enzo, no solo era un apodo; era una forma de reclamarla, de marcarla como suya, como algo que él debía proteger, y eso, Amatista lo entendió mucho tiempo después, cuando ya no podía escapar de esa lealtad que, sin darse cuenta, había llegado a dominar su vida.
Años después, cuando Amatista se refugiaba en los recuerdos, ese día seguía siendo uno de los más claros en su mente. La imagen de la gatita débil en los brazos de Enzo, de su promesa silenciosa de protección, de aquella conexión inexplicable que los unió, seguía intacta. Y aunque las circunstancias de su vida habían cambiado, aunque las sombras de su existencia se habían vuelto más densas con el paso del tiempo, el apodo de "gatita" seguía siendo una constante. Era una promesa, una marca, una forma de Enzo de recordarle que, sin importar lo que sucediera, siempre sería suya, y él estaría allí para protegerla.
Amatista sonrió suavemente al recordar todo esto. Mientras miraba la oscuridad de la noche, sintió que, de alguna manera, seguía siendo esa pequeña niña, esa "gatita" bajo la protección de Enzo, aunque los años y las circunstancias hubieran moldeado una realidad muy distinta. Pero algo en su interior le decía que, sin importar cuán grande se hubiera vuelto, siempre sería la gatita de Enzo, y él, su protector, su única constante en un mundo que a menudo parecía inestable y confuso.