/0/3279/coverbig.jpg?v=2fb9c3d52078746890cbf121e562d369)
-Quiero bajar del auto -repetí cuando volvió a ignorarme sin dejar de conducir.
No sirvió de nada el que lo repitiera pues siguió avanzando sin siquiera mirarme.
Fruncí el ceño. ¿Por qué tenía que comportarse de esa manera? Parecía muy relajado, como si nadie le estuviese hablando. Trataba de ignorar mi presencia, y aunque eso antes me lastimaba ahora también me enojaba.
Justo cuando se detuvo en un alto, tomé aquello como oportunidad. Me quité el cinturón, abrí la puerta y bajé lo más rápido que pude antes de que me lo impidiera. Detrás de mí antes de que cerrara la puerta lo escuché maldecir.
Caminé hasta la acera agradeciendo que no estábamos en un lugar con muchos autos y estábamos en un lugar tranquilo, justo frente a un parque al cual subí para comenzar a caminar por la acera.
Escuché el rugido del auto de Nate, me estremecí tratando de ignorarle. Seguramente ya se había ido, seguramente ya se había marchado y aquel rugido del motor había sido su manera de dejármelo en claro. Pero por el rabillo del ojo vi como dio vuelta para estacionarse frente al parque, apagó el auto y bajó de este hecho furia.
-Valet, vuelve al auto -dijo lo suficientemente alto para que lo escuchará.
Lo ignoré mientras seguía caminando, maldiciendo en mi cabeza por haber elegido aquellos tacones que definitivamente no eran aptos para una caminata. Acomodé mejor el bolso sobre mi hombro sin dejar de caminar.
-Valet, deja de comportarte como una niña pequeña y sube al auto -casi ordenó, pero volví a ignorarle.
Poco a poco me iba alejando de él, no quería estar cerca suyo. Si para llegar a casa de los padres de Thiago tenía que caminar, entonces lo haría. Seguramente podría encontrar un taxi de camino que pudiese llevarme o cuando estuviera lo suficientemente alejada de él para poder volver a pensar con claridad, podría pedir un uber desde la aplicación.
-Valet -escuché y lo siguiente que sentí fue su mano rodear mi brazo deteniéndome de golpe-. Sube al auto.
-¿Por qué? -le pregunté mirándolo cuando me hizo girarme sobre mis talones-. ¿Por qué te ofreciste a llevarme a mí? Si no quieres verme o hablarme entonces hubieras dejado que Jessica fuera contigo, no necesito de tu lástima para que quieras arrastrarme contigo.
Se mantuvo callado, noté como la fina línea de su mandíbula se marcó un poco más por como la había apretado. Sin soltar mi brazo miró hacia otra parte, relamiendo sus labios, después volvió a mirarme directo a los ojos con las mismas expresiones serias e inmóviles.
-Sube al auto, Valet -dijo ignorando todo lo que le había dicho antes.
Fruncí el ceño, sacudí mi brazo zafándome de su agarre arrepintiéndome al instante pues quería volver a sentir su tacto. Lo miré con enfado, con dolor, con rabia.
-¿Por qué me tratas así? ¿Por qué te comportas de esa manera? Te dije que lo sentía, te pedí que me perdonaras y te lloré -berreé mirándolo con dolor.
-No es suficiente -reveló mirándome serio.
Me quedé callada. No era suficiente. El que le pidiera perdón, el que llorara frente a él, el que viera cómo me afectaba su presencia. No era suficiente para él.
-Entonces, si no piensas perdonarme ni hablarme y tampoco mirarme, deja de jugar y ahórrame ese sufrimiento -escupí dándome la vuelta para seguir con mi camino.
De nuevo su mano me detuvo tomándome por el brazo.
-¿Me estás pidiendo que te ahorre el sufrimiento cuando tú me hiciste pasar un infierno? -ironizó casi sonriendo de manera falsa.
Detesté eso y apenas pestañeé por sus palabras.
-¿Tú hiciste algo para ahorrarme el mío? -preguntó mirándome serio, antes de que pudiese abrir la boca para contestar a su pregunta, volvió a hablar-. No, Valet. Las cosas no funcionan así. Me llenaste de noches insomnio. Hiciste de mi vida una miseria. Me rompiste el corazón sin piedad. Hiciste todo lo que nunca pensé que podrías llegar a hacer porque lo hubiera esperado de cualquier otra persona, pero no de ti. Te di el interruptor para que iluminaras mi vida y lo que hiciste fue oscurecerla. Apagaste toda aquella esperanza que tenía de poder ser feliz. Te llevaste mi corazón a otra ciudad para simplemente dejar que se hiciera añicos preguntándome cada maldita noche la razón del por qué lo habías hecho. Ni un mensaje. Ni una llamada. Ni una despedida. Te llevaste todo de mí: mi alma, mi vida, mi corazón. Me arruinaste y ahora vuelves y piensas que puedo perdonarte, así como si nada.
Lo miré sintiendo una presión en el pecho. Quise llorar. Quise acercarme y abrazarlo. ¿De verdad se sentía de esa manera? ¿De verdad le había ocasionado todo eso?
-Si me dejaras explicarte...
-Esa es la cuestión, Valet. No quiero escucharte. No quiero escuchar cualquier excusa que pueda salir de tu boca. No quiero escuchar absolutamente nada de ese maldito tema. Así que no hagas las cosas más difíciles, sube al auto para poder terminar de una vez con esto, porque créeme que desearía estar en cualquier otro lugar que el tener que estar lidiando contigo.
Sentí paralizarme. Mi corazón dejó de palpitar por un momento. Mis ojos se cristalizaron sin más, no me importaba el que él lo notara. No me importaba si me volvía a ver llorar. En aquel momento no importaba nada ya. Había sido bastante claro, había dicho todo lo que tenía que decir para terminar por romper mi corazón, porque si yo lo había hecho con el de él, él se había asegurado de hacer lo mismo con el mío.
Negué mirándolo, sin despegar mi mirada de sus ojos. Traté de respirar, pero solamente un jadeo salió de mi boca mientras sacudía mi brazo con fuerza hasta hacer que me soltara. No se inmutó, tan sólo me soltó, pero no se movió.
-Eres un idiota -escupí con dolor mientras le miraba-. No sé por qué me esfuerzo por hacerte ver cómo fueron realmente las cosas. Eres un idiota porque muy dentro de ti disfrutas imaginar que ahora tú has hecho lo mismo que yo hice contigo. Lo disfrutas. Disfrutas verme rogándote para que me perdones, disfrutas ver como me rompes el corazón cuando no tienes ni la más mínima idea de lo que mi cabeza ha tenido que soportar todos estos meses -le dije con coraje mientras las lágrimas comenzaban a resbalar por mis mejillas-. Ha pasado casi un año. Casi un año y sigues sin perdonarme, ¿qué tengo que hacer para que puedas escucharme y perdonarme?
Un silencio se formó en el lugar. Él no despegó su vista de mí, me miraba sin alguna expresión alguna. Me miraba a los ojos, después a mis mejillas ya empapadas y de nuevo a los ojos.
Cuando pensé que no diría nada más, dijo lo que terminó por romperme en mil pedazos.
-Tienes razón, quizá y lo disfruto -confesó casi saboreando cada una de las palabras que había lanzado con veneno.
Se hizo para atrás, cuando todo este tiempo se había encontrado casi inclinado hacia mí. Se enderezó sobre sí, me miró con una mano en el bolsillo de su pantalón. En su otra mano llevaba las llaves, con las que empezó a jugar en sus dedos.
-Sube al auto -ordenó mirándome.
Negué, di un paso hacia atrás y después de mirarlo con coraje me di la vuelta. Seguí caminando, no pensaba subir al auto con él. No quería llegar a casa de los padres de Thiago con él. No quería. No después de todo lo que me había dicho. No después de haberme dicho a la cara que disfrutaba el verme de esa manera.
Pensé que volvería a detenerme, pero entonces el rugido del motor de su auto se escuchó. Segundos después vi cómo pasó por un lado mío a una velocidad en la que en cuestión de segundos mis ojos lo perdieron de vista.
Me había dejado. Me había dejado ahí y no le había importado. Quise derrumbarme ahí en la acera, tirarme al suelo y seguir llorando.
¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué las cosas habían tenido que ocurrir de esa manera? Lo único que le pedía era que me escuchara, que me perdonara, pero no iba a hacerlo. No después de todo lo que me había confesado que le había hecho sentir durante todo este tiempo.
Quizá aquel era mi castigo. Quizá aquel era mi castigo por no haber arriesgado lo que tuve que haber hecho desde un principio. Nathaniel no iba a perdonarme. Nathaniel ya no me quería y tenía razones para no hacerlo, pero la esperanza de que algo dentro de él tuviera compasión había estado ahí en mi pecho por todo este tiempo. Ahora era diferente. Esa pequeña chispa de esperanza la había matado él mismo hacía unos minutos.
Quise gritar. Quise llamar a Thiago. Quise volver a mi apartamento para encerrarme y no salir en los próximos días. Si había pensado que en los tres meses que habían pasado había podido sanar al menos un poco, aquel avance se había ido por la borda. La herida ahora sangraba, mucho más que de lo que antes ya había hecho.
Por mi mente nunca había pasado la idea de Nathaniel diciéndome tales cosas. Nathaniel diciéndome cosas hirientes con la intención de romperme. Hundiéndome con mis propios errores. Ahogándome con mis propios errores.
En ese momento de desesperación y confusión, minutos caminando por la acera un taxi pasó lentamente a la par de mí cuando crucé la calle hacia la otra acera. Lo miré mientras con el dorso de mi mano trataba de limpiar mis mejillas húmedas por las lágrimas.
-¿Necesita un taxi, señorita? -preguntó el hombre mayor que iba conduciendo lentamente a la par.
Me detuve. Lo miré, después bajé la mirada a mis tacones, cosa que él hizo también. Claro, era de creerse que el ver a una mujer arreglada con tacones caminando por la calle por supuesto que necesitaría un taxi.
-Sí, de hecho, sí -dije sorbiendo mi nariz.
El hombre sonrió, yo traté de hacerlo igual, pero una sonrisa débil se formó en mis labios. Me acerqué al taxi, abrí la puerta trasera y después subí acomodándome sobre el asiento. El taxista me miró, preocupado y con justa razón pues seguro debía lucir terrible.
-¿Se encuentra bien? -preguntó con preocupación en su tono.
Alcé la mirada, asentí volviendo a dedicarle una débil sonrisa.
-Sólo ha sido un mal día -me encogí de hombros haciendo una mueca.
Aclaré mi garganta bajando la mirada a mi celular el cual saqué de mi bolsillo.
Después de unos segundos el taxista volvió a acomodarse sobre su asiento, tomó el volante y por el retrovisor me miró.
-¿A dónde la llevo, señorita? -preguntó mirándome atento por el retrovisor.
Me quedé mirándolo por unos segundos. Respiré profundo, miré por la ventanilla mordiéndome el labio. ¿A dónde debería de ir? ¿Debería de ir con Thiago? ¿Debería de presentarme en esa cena? ¿Debería de volver a mi apartamento para terminar de llorar y sacar todo aquel sentimiento que me estaba ahogando? ¿Debía de ir a otra parte? ¿A dónde tenía que ír?
Miré al taxista. Apreté mis labios en una mueca y después de pensármelo muchas veces, terminé soltando un suspiro.
A veces las cosas no resultaban como lo planeado.