-Bienvenida a tu humilde hogar -dijo sonriendo mientras arrastraba la maleta hacia el interior.
-Oye, después de todo no tienes mal gusto para la decoración -dije al entrar mirando la combinación de colores del lugar.
-Olivia fue de ayuda -dijo encogiéndose de hombros mientras cerraba la puerta detrás de él-. Vamos, te mostraré tu habitación.
-Habitación de huéspedes -le corregí y este me miró rodeando los ojos.
-Sabes que puedes quedarte aquí el tiempo que necesites, Valet -dijo mientras al fondo se acercaba a una puerta blanca, la abrió y encendió la luz después entrando en esta-. Considerando que no te veo desde hace casi siete meses, seguro no me hartaré de ti en un buen tiempo.
Lo fulminé con la mirada, este me miró divertido desde la puerta de la habitación después de haber metido la maleta ahí.
-Entonces, ¿desde cuando dices que vives aquí? -dije mirando el lugar caminando hasta el centro de lo que parecía ser la sala.
-Cuatro meses -dijo metiendo ambas de sus manos en los bolsillos de sus pantalones-. Dos meses antes de que naciera Eliza.
Mi mejor amigo había tenido una hermosa y preciosa niña, a la cual nombraron Eliza. Justo como Jessica había dicho que se llamaría si llegaba a ser una nena. Lo fue. Durante estos meses lejos de la ciudad, Thiago siempre me mandó fotos y videos de ella, incluso el día en que nació. Era una bebé preciosa, rubia y de ojos verdes como los de su padre.
Una de las razones por las que Thiago había decidido salirse de casa de sus padres y tener su propio espacio era la bebé. Había trabajado mucho más duro de lo que hacía antes, pues la noticia de ser padre no era de tomárselo a la poca, así que había ganado suficiente para también pagarse la renta de un apartamento en un edificio bastante lindo. Ahora que su padre le apoyaba con la universidad, Thiago tenía muchos más ahorros para usar en sus cosas como la renta, sus lujos y por supuesto como prioridad; su hija.
-Necesito conocerla -sonreí mirando a mi mejor amigo mientras me acercaba y entraba a la habitación donde dormiría por los siguientes días, hasta que me instalara en algún otro lugar.
-Lo harás. Esta semana le toca quedarse acá -dijo mientras se cruzaba de brazos.
-¿Se queda aquí contigo? -le miré con ambas cejas alzadas.
-Claro, tiene su propia habitación -dijo sonriendo de lado.
Lo miré por unos segundos, casi sin pestañear.
-Oh Thiago, no me digas que voy a dormir en la habitación de Eliza -mascullé mirándole de lado.
Soltó una carcajada haciendo la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos.
-Claro que no, tonta -espetó mirándome con diversión, con un movimiento de cabeza me dijo que lo siguiera y lo hice.
Salimos de la habitación, justo a lado de esa había otra puerta blanca. Thiago se detuvo frente a esta, me miró y después de que sus labios se curvearan hacia un lado, abrió la puerta dando un paso hacia adentro estirando su brazo hacia el interruptor para encender la luz.
Lo miré por unos segundos, después entré, unos cuantos pasos hasta pasar la puerta. Me detuve. La habitación era blanca, con tonos beige y tenuemente amarillo pastel. Había una cuna del lado de una pared, con un carrusel con colgantes encima de este y a la par un cambia pañales donde encima yacía una mochila que lo que pensé es que era la pañalera.
Del otro lado de la habitación en una esquina había un sofá café, con una manta amarilla encima de este. Justo a la par de la puerta en un hueco yacía un armario blanco. En la pared libre donde parte del sofá se apoyaba, había flores entre nubes. De pronto me percaté del aroma en la habitación. Olía a bebé.
Sí, los bebés tenían olor y nadie me lo podía negar. Un aroma suave, combinado con jabón y olor a flores. Suspiré sintiéndome relajada por un momento.
-Es muy bonito, ¿tú hiciste la decoración? -indagué girando mi rostro para mirarlo por unos segundos.
-¿De verdad crees eso? -me miró con una ceja alzada.
Reí.
-La verdad es que no -aclaré sonriendo después acercándome a un baúl que yacía en el piso del otro lado de la habitación-. ¿Olivia te ayudó?
-Bastante -reconoció mientras escuchaba como daba unos cuantos pasos al interior de la habitación-. De hecho, ella fue quien pintó aquella pared -apuntó hacia las flores en conjunto con las nubes.
Miré los dibujos de pintura, abrí los ojos sorprendida.
-¿De verdad? -cuestioné-. No sabía que tenía dones para la pintura.
-Los tiene, es lo que más le gusta hacer -sonrió y estaba segura de que la imagen de ella pintando aquí vino a su mente-. Era lo que quería estudiar, pero su padre no le dejó.
Hice una mueca. Me incliné sobre el baúl y abrí este cuando mi gato curioso interior me lo pidió. Dentro había libros infantiles, peluches; más de los que ya había en la cuna y en el sofá.
-¿Le lees esto? -pregunté sacando un libro pequeño.
-En ocasiones. He escuchado que es bueno leerles desde pequeños -aclaró su garganta.
Sonreí mirándole de reojo después volviendo a ver el libro entre mis manos. Lo volví a meter dentro del baúl, exploré un poco más aquel y después lo cerré incorporándome sobre mis pies nuevamente. Miré alrededor, había casi ignorado las fotos que yacían colgadas en un espacio en específico de la pared. Me acerqué. Era Jessica con la pequeña Eliza en sus brazos. En otra estaba Thiago con ella entre sus brazos. En la tercera los tres, Jessica con la pequeña entre sus brazos y Thiago mirando aquella escena con una sonrisa. Eran fotos que en su mayoría las poses eran desprevenidas.
-Fue Olivia -contestó casi mi pregunta en la mente-. Un regalo. Ella tomó las fotografías y después mandó a enmarcarlas en conjunto para colgarlas aquí.
Asentí en modo de comprensión, sin despegar mis ojos de aquellas escenas captadas en fotografía.
Sonreí.
Ambos se veían tan felices con la pequeña entre sus brazos a pesar de que no estaban preparados para ser padres. Bueno, en realidad nadie nunca estaba preparado para serlo.
-Que bonito detalle -mascullé dando un paso hacia atrás para girarme y mirar a mi mejor amigo que ahora se encontraba a la par de la cuna-. Olivia te ha ayudado mucho, ¿no?
Este asintió, sonrió, respiró profundo y después soltó todo el aire.
-Ni te imaginas. Ella fue quien me enseño a cambiarle de pañal los primeros días, era un desastre -rió después de que en sus labios se formara una mueca.
Carcajeé al imaginar aquella escena. Thiago tratando de cambiarle el pañal a la pobre Eliza, terminando en un gran y desastroso fracaso. Olivia interviniendo, haciéndolo en unos segundos de manera rápida y fácil. Thiago mirando. Thiago volviendo a intentarlo. Fracaso. Gruñidos de su parte y regaños de Olivia dándolo por vencido y tomando a la pequeña en brazos. Sí, definitivamente toda una escena con certeza.
-Es muy linda -me crucé de brazos mirando a mi mejor amigo-. Por apoyarte y ayudarte. Cualquier otra chica no lo hubiese hecho, Thiago.
Me miró por unos segundos, suspiró mirando hacia otro lado después llevando su mano a su nuca rascando ahí.
-Lo sé. Me ha sido de bastante ayuda para ser sinceros -sus ojos verdes volvieron a posarse en mí-. Aunque Jessica también trató de ayudarme en su momento. Ella también ha estado haciendo un gran trabajo.
-¿Cómo está ella? -pregunté con curiosidad.
Jessica. Ella había sido una de las últimas personas que me había visto antes de irme de esta ciudad. Había también sido parte de aquel espectáculo que me hizo querer marcharme de aquí sin mirar atrás. Aquella noche me di cuenta de que Jessica no solamente era la madre de la hija de mi mejor amigo, sino algo más que eso en la vida de esa persona que...
-Bien. Fue duro su embarazo por un tiempo, no sé si te comenté que su padre murió y bueno, aquí se quedó completamente sola. Por unos meses se fue a Chicago con la familia de su madre... -comenzó a decir, pero mi mente volvió a aquella noche.
Sí. El padre de Jessica había muerto, eso lo sabía mucho antes de que Thiago lo supiera. Desgraciadamente sabía más sobre Jessica de lo que Thiago sabía. De alguna forma aquello me parecía extraño e injusto. Siquiera debía de saber sobre ella del todo, pero por desgracia la vida de Jessica estaba ligada a una de las personas que había sido importante para mí en esta ciudad.
Era. Aún lo era.
-Entiendo -espeté automáticamente cuando mi mejor amigo dejó de hablar.
Siquiera le había escuchado con atención, pero sabía que nada en sus palabras era algo que no supiera ya. Thiago sabía lo básico, lo normal, no la verdad. ¿Era prudente que lo supiera? No lo sé.
-Y, ¿mañana irás a entregar el papeleo? -preguntó Thiago de repente sacándome de mis pensamientos.
Alcé la mirada de nuevo sin saber que antes estaba concentrada en un punto fijo sobre la pata de una cuna.
-Eh, sí -respondí aclarando mi garganta mientras metía mis manos en los bolsillos traseros de mis jeans-. Tengo que ir a dejar todo comprobante y bueno, papeleo que me piden para ser aceptada.
Sonrió de lado. Asintió.
-¿Quién iba a decir que terminarías abandonándome incluso también en la universidad para volverte una estudiante de nada más y nada menos que Columbia? -inquirió con ironía mientras me miraba con una ceja alzada.
Columbia. Ahora sería una alumna de Columbia.
-No voy a abandonarte. Seguiremos viéndonos como antes -le miré frunciendo el ceño ligeramente.
-Pero ya no podré mirarte por los pasillos y tirarte alguna bola de papel, o escapar a la cafetería después de que me mandes a comprarte un desayuno en específico -ironizó mirándome divertido con los brazos cruzados.
Lo fulminé con la mirada y este carcajeó.
-No te preocupes por eso, puedo exigirte los desayunos que quiera por los próximos días que me esté quedando aquí -canté mirándole esta vez yo de manera divertida.
Rió. Abrió sus brazos y no dudé en acercarme para abrazarlo. Me estrechó en sus brazos, abrazándome mientras yo lo abrazaba a él.
-Te extrañé, Val -dijo y aunque no podía mirarlo, sabía que una sonrisa se asomaba en su rostro-. Definitivamente puedo soportar vivir bajo el mismo techo que tú por los siguientes días.
Me alejé, le di un puño en el hombro. Se quejó, pero la risa opacó aquel quejido. Sonreí.
-También te extrañé -dije sonriendo, mirando como su mano sobaba la parte donde mi puño había dado.
No dormí. Aquella noche me fue imposible hacerlo. Mi mente no dejaba de divagar por todas esas memorias que no habían podido salir de mi cabeza en todos estos meses. En mi cabeza no podía sacar la imagen de él. Jugando. Mirando las cartas con concentración, después mirándome a mí. De nuevo mirando las cartas. Mirando las fichas. Mirando la mano sobre mi muslo. Mirando los labios que rozaban en mi cuello y mejilla. Sus manos. Sus manos apretando la mesa con tanta fuerza hasta que sus nudillos se tornaron blancos. La sorpresa en su rostro, el miedo, el pánico. La ira.
¿Seguirá pensando en mí? ¿Tenía pesadillas como yo había tenido los últimos meses? ¿Seguía aquí? ¿Me habría perdonado? Necesitaba que lo hiciera. Necesitaba pensar que lo había hecho, porque entonces no podía dormir. No podía no pensar en aquello que me había atormentado por todo el tiempo que estuve lejos de aquí.
Había tenido que mentirles a todos. A Thiago, Cassie, mis padres... a él. Los últimos meses habían sido una tortura, un mar de mis propias mentiras donde en ocasiones simplemente quería hundirme y no dejar que la gravedad me hiciera salir a la superficie. Había sido probablemente una de las peores decisiones que había hecho en mi vida, pero el precio era alto. No podía negarme a tal precio.
Por las noches cuando cerraba los ojos podía verlo. Mirándome confundido, perdido, alarmado, con ganas de correr hacia mí y sacarme de ese lugar. ¿Yo qué hacía? Tan solo reía con su enemigo.
¿Podría alguna vez perdonarme todo lo que ocasioné esa noche? Temía que nunca lo hiciera.
Había tenido que cambiar todo lo que él conocía. Definitivamente había hecho realidad aquel pensamiento de desaparecer de su vida. Ni una llamada. Ni un mensaje. Absolutamente nada.
Me levanté de la cama, sintiéndome de pronto agobiada y con calor a pesar de que las temperaturas eran tremendamente bajas. Me levanté, me acerqué a la ventaba y subí las persianas dejándome ver la noche. Estábamos en el piso once, lo suficiente para ver algunos edificios alumbrar a través de sus ventanas. Mis ojos miraron cada una de estas, y también miraron el cielo que era grisáceo. Nubes. Aún no había llovido. Parecía que estaban comprimiendo toda aquella agua para en algún momento de la noche dejarla caer a cántaros.
Mis ojos se enfocaron a los lejos en aquella área verde que tanto me gustaba de aquella ciudad. Thiago había conseguido un buen apartamento. Era justamente lo que necesitaba, aunque seguía siendo una de las zonas más cercas de Central Park, mucho más de lo que estaba mi antiguo edificio.
Mi antiguo edificio. Tenía que ver a dónde iría, no podía quedarme aquí con Thiago para siempre. Tampoco podía volver a mi antiguo edificio, no podría. No después de todos los recuerdos y el significado que había ahí. Tendría que buscar algo más, quizá algo más cerca de la universidad para ahorrar el dinero de los taxis. El edificio de Thiago quedaba cerca. Podría irme caminando. Quizá podía buscar algún apartamento en ese mismo lugar. Definitivamente tenía que buscar algo en esa zona, después de todo Columbia quedaba cerca de Central Park.
Columbia. Ahora sería una estudiante de Columbia. Cuando regresé a California no podía dejar los estudios. Pace no me ofreció ni me dejó seguir con aquel semestre en línea, y por supuesto que no podía atrasarme en mis estudios. Columbia me ofreció la oportunidad de hacer mi tercer semestre a distancia; debido a mis excelentes calificaciones claro, aquello con la condición de que el próximo semestre sería presencial. La beca ayudó mucho con ello pues estábamos hablando de Columbia.
Me había negado a ir ahí. Era costoso. De ninguna manera podía hacer que mis padres pagaran todo eso, pero insistieron en hacerlo después de explicarme que aquello no sería problema pues el antiguo trabajo de mi padre le había dado su cheque de renuncia por todos los años que había trabajado para esa empresa. Con eso y con el nuevo trabajo que tenía, era suficiente para pagar el resto de los semestres de mi carrera.
Un estruendo se escuchó salir del cielo. Me sobresalté. Un rayo cruzó por el cielo después escuchándose otro estruendo. Miré los edificios, después una gota caer en la ventana deslizándose hasta llegar al final. Me concentré en esa gota, después otra cayó, corriendo hacia abajo casi en misma dirección que la primera. Relamí mis labios de pronto sintiéndolos secos.
Las gotas empezaron a caer sobre la ventana, llenando esta de múltiples gotas. Mis ojos ya no pudieron concentrarse en las luces que desprendían de los edificios, la lluvia había empapado el cristal haciendo que mi visión fuera distorsionada. Apoyé mi mano sobre el cristal. Frío, estaba frío.
Por más que mis ojos trataban de enfocarse en los edificios, no podían. Las gotas de lluvia habían tomado posesión del cristal siendo mi primer panorama en aquella vista. Pero mis ojos fueron tercos, no importaba que las gotas hubiesen invadido aquella vista que tanto temía y deseaba volver a mirar. Se enfocaron en un solo edificio, queriendo no mirar a otra parte. El edificio era alto, pequeños puntos distorsionados de luz lo iluminaban.
¿Qué estaría haciendo? ¿Estaba en la ciudad? Probablemente no, pero tenía la esperanza de que sí.
Mis dedos subieron a mi pecho, rozando con los botones de mi pijama. Después subieron un poco más arriba, sobre mis clavículas. Deslicé mis dedos dentro de la tela abrigadora de mi pijama, hasta que dieron con aquello que colgaba de mi cuello. Rozaron la perla, después los pequeños diamantes que le rodeaban. Un nudo se formó en mi garganta, deseando echarme a llorar en ese momento.
Dios, ¿cómo era posible que estuviese ahí? ¿Cómo había podido pensar que el volver solucionaría las cosas y me haría sentir mejor? Era mucho peor. El saber que estaba en esa ciudad donde todo había pasado, todo eso que había convertido todo en nada. ¿Cómo iba a tener las fuerzas de caminar por las calles sin tener que pensar todo eso? Sin poder pensar en él. Sin imaginar que podría estar caminando por cualquier calle de la ciudad y yo no sabía dónde. Pensar que podría verlo en cualquier lugar, ¿me miraría? ¿Me abrazaría? ¿Correría hasta mí para abrazarme y besarme?
Un rotundo 'no' resonó en mi cabeza.
Ya no tenía escapatoria. Estaba ahí. Yo estaba ahí. No podía regresar a casa. No. California había sido mi casa tiempo atrás, pero ya no. Mi casa se había convertido este lugar. En un edificio alto, un rascacielos, en el piso sesenta y uno. Donde había una estancia con ventanales que dejaban ver la mayor parte de la ciudad, donde por las noches no hacía falta una lámpara o una luz para iluminar el interior pues las luces de los edificios fuera iluminaban dentro. Donde estaba él. Donde estaba él era mi hogar.
Comencé a llorar. Llorar por mis decisiones. Llorar por mis acciones. Llorar por todo. Llorar por haber convertido todo en nada. Llorar por haberlo dejado. Llorar por haberle hecho aquello. Llorar por lo que pudo haber sido pero que no fue.
Llorar por él.
Porque sabía que en cualquier lugar que él estuviese, no podría perdonarme.