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Fuimos en el auto de Thiago. Olivia al frente con él, Jessica y yo en la parte de atrás con Eliza en la parte de en medio sobre el portabebés. La pequeña vestía con un vestido blanco y un pequeño gorrito del mismo color haciendo juego con el vestido. Vestía también con calcetines arrugados en la parte de arriba unos zapatos de a juego, que la pequeña no paraba de tocarse y de vez en cuando quitarse alguno. Se veía preciosa.
Íbamos de camino a la iglesia, casi se me hacía tarde porque había olvidado que tenía que quedarme unas horas más dentro de las oficinas ayudando a organizar la famosa subasta anual que hacía Columbia en beneficio de la UNICEF. Fue entonces que llegué casi corriendo al edificio para bañarme y alistarme para el bautizo. Gracias al cielo ya tenía en mente que ponerme para esa ocasión, pues días antes me había encargado de ir a comprar un vestido adecuado.
Mi vestimenta constaba de un vestido color beige, pegado a mi pecho y cintura, pero suelto de la cintura para abajo. Me llegaba unos dedos arriba de las rodillas, era totalmente adecuado para la ocasión, sencillo y lindo con un pequeño toque de formalidad pues sería la madrina. Llevaba tacones casi del mismo color, a excepción de que estos eran un poco más oscuros haciendo un contraste perfecto. No eran altos, pero tampoco eran bajos, era la medida perfecta para mí.
El cabello fue una gran odisea. Si bien me lo había cortado hace tres meses, parecía que no lo hubiese hecho tanto porque ya había crecido un poco. Solo un poco, lo suficiente para que las puntas ya no estuvieran por encima de mis hombros. Aunque había querido arreglarlo de otra manera, terminé dejándolo al natural al ver que ese día al parecer la suerte no me había dejado del todo, pues mi cabello se había acomodado de una manera espectacular y linda. Eso no se veía todos los días.
Maquillaje fue sencillo, en realidad no tenía planeado hacerlo del todo, pero terminé retocando lo básico. Apenas polvo y claro corrector para cubrir las ojeras que había debajo de mis ojos. La sombra en mis párpados fue apenas, siendo un poco de brillo y color neutro solo para darle un poco más de resalto al color de mis ojos. Rubor, un poco de rímel y brillo en los labios.
Hacía tiempo que no me arreglaba, cuando me miré en el espejo casi no me reconozco. Las veces para las que me había arreglado era para salidas a algún café con Thiago o en ocasiones cuando salía con Cassie, quien casi me mataba al verme por haber perdido el contacto por muchos meses. De ahí en más no había ocasiones en las que tuviese que arreglarme como aquel día.
Fue imposible que la tristeza no me invadiera por un momento, ¿cómo había pasado a eso? ¿Cómo había podido permitir que me transformara a esa manera? No era yo. No era que fuese una chica obsesionada por la moda, maquillaje, etc, pero el hecho de que ya no salía como antes me hizo sentir un poco mal. Aunque la verdad es que prefería no hacerlo ahora.
-Alguien no para de quitarse su zapato -Jessica suspiró y miré como volvía a colocarle el zapato a Eliza quien miraba a su madre embobada.
-¿Le quedarán grandes? -preguntó Olivia girando su rostro apenas un poco para poder mirarnos.
-No creo -hablé esta vez yo llevando mi mano al pie de Eliza, toqué el empiezo de este apretando apenas un poco lo suficiente para sentir donde llegaba el dedo grande de la pequeña-. Le quedan perfectos, quizá solamente quiera quitárselo porque no está acostumbrada a ellos.
La pequeña movió sus ojos hacia mí al escucharme, balbuceó y sonreí.
-Eres una mimada -rió Jessica negando después de colocarle el zapato-. Y sé exactamente por qué.
Jessica levantó la mirada, mirando a Thiago por el retrovisor de en medio. Este la miró a través de este, carcajeó mientras conducía y negó.
-Es mi hija, por supuesto que voy a mimarla -la miró de reojo con una ceja alzada, sonreí.
-A ver si dices lo mismo cuando crezca -recitó Jessica mientras ladeaba la cabeza.
Fue imposible que Olivia y yo no soltáramos una carcajada. Thiago sonrió negando.
-Dios, ¿por qué me dejas estar en un auto con estas mujeres? -bromeó Thiago negando.
Olivia lo fulminó con la mirada, aquello fue suficiente para que mi mejor amigo alzara una de sus manos en forma de inocencia y paz mientras la otra seguía sobre el volante conduciendo.
Thiago aparcó el auto frente a la iglesia cuando llegamos. Fui yo quien tomó en brazos a Eliza, sacándola del portabebés y bajando del auto con ella. De inmediato Thiago se acercó a mí y me miró a los ojos mientras en mis brazos tenía a su hija.
-¿Estás bien? -preguntó mirándome como si estuviese mirando a un pequeño perro callejero.
Estaba preocupado. Estaba preocupado por lo que dentro de unos momentos podría ocurrir.
Apreté mis labios de pronto recordando aquel detalle. Respiré profundo y asentí.
-Tranquilo, estoy bien -traté de convencerle, pero sabía que no me creería.
Se acercó, me abrazó con cuidado de no aplastar a Eliza y susurró algo en mi oído.
-Gracias por hacer esto, sé que no es fácil -dijo después separándose de mí.
Le sonreí, me encogí de hombros y después miré a la pequeña en mis brazos que se había metido una de sus pequeñas manitas a la boca.
-Con esta preciosura sé que lo será -aclaré sonriendo después dejando un beso en una de sus regordetas mejillas.
En ese momento se escuchó un carro. Giré mi rostro para mirar pensando que serían los padres de Thiago pero me equivoqué cuando vi el Audi negro aparcar detrás del auto de mi mejor amigo. Sentí estremecerme mientras sostenía a Eliza en mis brazos. Mi corazón comenzó a palpitar de una manera rápida e intensa que sentí que en cualquier momento se saldría de mi pecho.
Respiré profundo, Thiago de inmediato me miró casi alarmado. Yo le sonreí apenas para decirle que todo estaba bien. Con la mirada supe que me decía que tan solo con decírselo podría sacarme de ahí si era necesario. Negué. Necesitaba enfrentar aquello. En algún momento iba a tener que pasar, no podía durar toda la vida sin verlo cuando nuestros amigos eran padres de la misma niña. La niña que sería nuestra ahijada.
Por alguna razón temblé ante aquel pensamiento.
Bajó del auto, acomodándose la camisa blanca que llevaba puesta. Casi me quedo congelada al verlo. Se veía guapo, Dios. Traía el pelo de la misma manera que le había visto la última vez. Y es que le sentaba bien que casi me hacía mirarlo sin siquiera disimular un poco, pero lo hice, tampoco quería que viera lo mucho que su presencia me provocaba o afectaba.
Por el rabillo del ojo vi como rodeó el auto para subir a la acera y acercarse a nosotros. Iba con pantalones negros y una camisa blanca de la cual se arregló las mangas arremangándolas a la altura de sus codos. Automáticamente me giré para no mirar más, no si no quería desmayarme ahí mismo y mucho menos con la pequeña Eliza entre mis brazos quien no paraba de dejar la baba por toda su mano.
Oh Dios, quien pudiese ser bebé como ella para ahorrar todo este sufrimiento.
-Llegaste puntual, Nate -escuché a Jessica decirle claramente vacilando.
-Sabes que yo soy puntual -le regañó casi Nate pero luego la escuché reír.
Me quedé de esa manera, mientras comenzaba a jugar un poco con Eliza a quien le pasaba el dedo por la barbilla y esta sonreía enseñando sus encías. Sonreí por aquel gesto.
Detrás de mí escuché a Nate y Thiago hablando, me fue imposible no hacer una mueca. ¿Cómo había podido pasar esto? ¿En qué mundo mi mejor amigo sería más capaz de poder hablar con Nathaniel que yo?
Mientras escuchaba murmuros, conversaciones y carcajadas yo traté de evadir todo aquello para no salir de ahí corriendo.
Tú puedes, Val. Tú puedes. Hazlo por Thiago. Hazlo por Eliza.
Respiré profundo, cerré los ojos por unos segundos y al abrirlos me encontré con la pequeña entre mis brazos mirándome fijamente. Quise reír por la expresión en su rostro, seguramente se preguntaría qué era lo que le pasaba a la loca de su tía. Justo cuando iba a darle una explicación escuché aquella voz que me hacía estremecer.
-Hey -escuché detrás de mí y dejé de respirar por un momento.
Tragué saliva, subí la mirada y me di la vuelta para encontrarme con él.
-Hola -fue lo único que dije cuando lo miré frente a mí.
Su mirada se mantuvo en mí, pareciendo estudiar mi rostro con detenimiento. No sabía si debía de apartarme, acercarme o simplemente mirar hacia otro lado. Los nervios comenzaron a carcomerme sin saber con exactitud qué era lo que tenía que hacer.
Aproveché ese momento para mirarle. Las ganas de subir mi mano a su rostro para acariciarle me mataban, sentía que los dedos me temblaban por la inmensa necesidad de hacerlo. Pero no podía y recordar me hizo sentir un pequeño pinchazo en el pecho.
Aunque tratase de no mirarle, aunque tratase de mirarle tan solo un segundo, podía decir con certeza que lucía condenadamente guapo. Incluso a la distancia que estaba de mí el aroma de su loción me invadió haciéndome casi soltar un suspiro de lo delicioso que era. Sentí que me embriagaba y en ese momento deseé más. Quería más.
Compórtate, Valet. Estás con una pequeña en brazos frente a una iglesia y tú pensando en esas obscenidades.
Sus ojos permanecieron en los míos, mirándome tan fijamente que casi siento que las piernas me flaquearon. Bajó su mirada a mi boca, después a mi pecho y después detuvo esta en la personita que llevaba en mis brazos. Sonrió.
Dios, hacía mucho tiempo que no lo veía sonreír y casi me echo a llorar por eso. Había olvidado como era verlo de esa manera.
-Hola, hermosa -masculló mirando a Eliza mientras daba un paso más hacia mí.
Contuve el aire por un momento.
Tomó la pequeña mano de Eliza acariciando esta y de inmediato empezó a balbucear mientras miraba a Nate. Sonreí un poco ante eso, de reojo miré a Nate quien lo hizo igual mientras jugaba con su manita. Luego una clase de suspiro salió de Eliza y casi quise carcajear.
¿Acaso acababa de suspirar? No la culpaba.
En los labios de Nate la sonrisa se ensanchó, le acarició la mejilla y después se separó metiendo ambas de sus manos en los bolsillos de su pantalón. Lo miré y este me volvió a mirar.
¿Por qué lo haces? ¿Por qué me miras de esa manera? ¿Es que no ves que es una tortura? Perdóname, por favor. Dime que todo está bien y que volverá a ser como antes.
Nos miramos por unos segundos que me parecieron una eternidad, y aunque disfrutaba de hacerlo al mismo tiempo era una tortura. Tenerlo frente a mí sin poder hacer nada, sin poder abrazarlo, sin poder tocarlo, acariciarlo, besarlo.
-Llegaron mis padres -intervino Thiago en aquella conversación entre nuestras miradas.
Fue él quien desvió la mirada de inmediato evitando mirarme más. Hice una mueca disimulada para que no pudiese ver el dolor que aquello me causó. Miré a Thiago y como pude sonreír.
-Ah claro, voy a saludarlos -maticé mirando a mi mejor amigo.
Este me miró, asintió. Miré a Nate quien seguía sin mirarme con la mirada fija en otro lado. Casi quise esperar a que me mirara, pero no lo hizo. Apreté mi boca y me alejé de ahí caminando en dirección a donde estaban los padres de Thiago saludando a Jessica y Olivia. Al verme su madre, sonrió. Dio unos pasos hacia mí y me saludó con un cálido y delicado abrazo.
-Hola, Valet cariño -me dijo la madre de Thiago con aquella sonrisa que la caracterizaba.
-Hola, señora Carman -le dediqué una sonrisa.
-Oh, cariño. Te he dicho que me llames Isa -casi me reprendió con una sonrisa.
Reí asintiendo.
-De acuerdo, Isa -me encogí de hombros y esta rió.
Miró a la pequeña en mis brazos e hizo un gesto de ternura.
-Oh pero que nena tan hermosa -extendió los brazos y le entregué a Eliza para que su abuela pudiese cargarla-. Hoy por fin te sacarán el diablillo que llevas dentro.
Reí al escuchar aquello, luego Thiago llegó a la par mía rodeando los ojos.
En ese momento también se acercó el padre de Thiago, quien me saludó de la misma manera que su madre. Eran unos señores bastante agradables y que habían sido totalmente amables conmigo desde el día en que me conocieron.
-Me alegra que seas tú la madrina de Eliza, cariño -dijo Isabela mirándome con una sonrisa.
-También a mí, es un placer ser la madrina de esta princesa -me acerqué acariciar la mejilla de la pequeña quien comenzaba de nuevo a balbucear.
-El padrino será tu novio, ¿no? -preguntó esta vez y la sonrisa se borró de mi rostro.
Mi novio.
-Oh no, Nathaniel él... -comencé a decir, pero me quedé callada sin saber que decir.
Miré a Nate quien estaba del otro lado conversando con Jessica. Tragué saliva para tratar de alejar aquel nudo en la garganta que se había formado. Cuando miré de nuevo a la madre de Thiago en su rostro vi una mueca de vergüenza.
-Mamá... -masculló Thiago casi reprendiéndola mientras la miraba con los ojos bien abiertos.
-Oh lo siento, pensé que ustedes dos estaban juntos, Thiago me comentó que...
-Está bien -le interrumpí tratando de dedicarle una leve sonrisa-. Estábamos, sí. Ya no lo estamos.
Dios, ¿acaso podía empeorar ese día?
-Lo siento, cariño -me pidió con una sonrisa apenada.
-No se preocupe, está bien -traté de volver a fingir otra sonrisa, pero en ese momento no pude hacerlo-. Si me disculpan, veré si puedo ir a un baño antes de que la ceremonia comience.
La madre de Thiago sonrió, aún apenada y avergonzada de lo que sus palabras habían causado en mí. Thiago me miró casi diciéndome con la mirada a que me acompañaba, pero negué. Necesitaba unos segundo sola antes de que comenzara todo aquel evento que probablemente terminaría matándome para el final del día.
Cuando me di la vuelta caminé de prisa hasta el par de la iglesia donde un salón yacía y donde seguramente se encontraba el baño. Por suerte estaba abierto, entré y me encerré en este. Cerré los ojos, respiré profundo, suspiré. Me miré en el espejo, conté hasta diez, luego hasta veinte, después hasta treinta, para cuando llegué al cincuenta sentí tranquilizarme un poco.
Podía hacerlo, claro que podía. Solo sería un momento, después de eso será la cena y supongo que eso será menos pesado. Para ese entonces seguramente habrá un momento donde olvidaré su presencia y no será más una tortura. Podía hacerlo.
Después de tranquilizarme, salí. No porque quisiera sino porque tenía que hacerlo. Volví de nuevo hasta la entrada donde ahí estaban todos reunidos, incluso noté una persona más. Una mujer de estatura promedio, pero más baja que Jessica, aquello lo noté porque estaba a la par de ella. Tenía el cabello negro, recogido un moño totalmente ordenado sobre la nuca. Supuse entonces que sería una invitada más.
Cuando me acerqué Thiago me miró, me extendió el brazo y me acerqué colocándome a la par de él. Me abrazó pasando su brazo por mis hombros incluyéndome en aquel pequeño círculo.
-¿Estás bien? -susurró en mi oído, asentí sin mirarlo.
Me abrazó de manera que pude apoyar mi cabeza en su hombro por unos segundos, agradeciendo a que los tacones me ponían un poco más a su altura.
En ese momento mis ojos chocaron con los de Nate, quien me miraba fijamente. En cuanto vio que lo atrapé mirándome desvió la mirada. Hice una mueca porque me hubiese gustado que no lo hiciera. Suspiré, luego sentí un brazo tocar el mío. Giré mi rostro para ver de quien se trataba, era Olivia quien me miraba y le daba un suave apretón a mi brazo, claramente porque había presenciado aquella escena y sabía que no era un muy buen momento para mí.
Me dedicó una leve sonrisa, queriendo animarme, le devolví la sonrisa igual y esta asintió.
Luego un hombre se acercó a nosotros. El sacerdote. De inmediato todos nos callamos.
-Buenas tardes, bienvenidos a la casa del señor -dijo el sacerdote mirándonos con una sonrisa bondadosa.
Todos le contestamos casi al unísono.
-¿Quiénes son los padrinos? -preguntó esta vez y sentí tensarme.
Thiago me dio un suave apretón en el hombro, mis ojos fueron directo a los de Nate que también me buscaron con la mirada. Me acerqué a la madre de Thiago quien sostenía a Eliza en brazos y me la entregó. Le dediqué una sonrisa antes de darme la vuelta y acercarme al padre, después sentí la presencia de Nate a la par mía.
Mientras el sacerdote comenzaba a decirnos unas palabras, yo no podía dejar de pensar en el hecho en que las miradas de los demás estaban posadas sobre nosotros. En que lo tenía junto a mí pero a la vez no. Porque el Nate que quería que estuviese a mi lado no lo estaba, lo había dejado de estar hace mucho tiempo y dolía. Ardía.
Respiré profundo cuando después de las palabras del sacerdote todos entramos a la iglesia. Donde tuvimos que tomar asiento y Nate tuvo que hacerlo a mi lado por el resto de la misa. A mi otro lado estaba Thiago, quien de vez en cuando me apretaba el muslo cuando notaba que me ponía incómoda. Me tranquilizaba, pero minutos después los nervios volvían a mi cuerpo haciéndome casi temblar sobre el asiento haciendo todo lo que estaba en mis manos para que Nathaniel no lo notara.
Los nervios casi me matan cuando tuvimos que pasar al frente para que le colocasen el agua bendita a Eliza, lo más importante y fundamental de la ceremonia. Cuando lo hicimos, Nate me miró a los ojos, después miró a la pequeña en mis brazos y negué. Me preguntaba con la mirada si quería que la llevase él o yo, preferí hacerlo yo pues así podría mantenerme enfocada en algo más que no fuese pensar en su cercanía.
No hubo momento en la ceremonia que no pudiese dejar de pensar en él. Estaba siendo una tortura. Llegué a pensar que Dios me castigaba en su misma casa por todas mis malas acciones. Las ganas de hincarme dentro de la iglesia me invadieron, con tal de que aquel ser supremo terminara de una vez por todas con esa tortura.
Después de la ceremonia, cuando salimos de la iglesia, sentí respirar de nuevo. El aire me hizo bien. La pequeña Eliza ya no estaba en mis brazos sino en los de su madre quien le besó su mejilla y Thiago hizo lo mismo. La sesión de fotos improvisadas comenzó. Thiago, Jessica y la pequeña. Luego Jessica y Eliza junto con aquella mujer que seguía sin saber quién era. Después Eliza junto a sus abuelos paternos, luego Thiago, Olivia y Eliza.
Hasta que el padre de Thiago habló.
-Ahora una con los padrinos -comentó sonriendo, buscándome con la mirada.
De inmediato la tensión se formó en el lugar. Parecía que el señor Carman no estaba al tanto de la situación. Claro que no iba a estarlo y si lo estuviera aún así el momento de la fotografía tenía que llegar.
Busqué con la mirada a Thiago, me miró con los ojos bien abiertos, después miré a Nate quien estaba con sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Casi vuelvo a temblar. Me estaba mirando.
-Claro -terminé musitando mientras esbozaba la mejor sonrisa que podría fingir en aquel momento.
Me acerqué a Olivia quien sostenía a Eliza. Me miró como si quisiese ayudarme en ese momento, pero sabía que no había escapatoria. Me entregó a la bebé, la tomé en brazos sonriendo mientras esta volvía a balbucear claro sin saber y sin estar consciente de todo lo que estaba pasando. Ojalá pudiese ser ella en esos momentos.
Me acerqué al lugar donde todos antes se habían colocado para las fotografías. Por el rabillo del ojo vi como Nate se acercó hacia mí y se colocó a la par mía. Jessica nos miraba a ambos, casi pidiéndonos disculpa por aquello. Apreté mis labios de modo que no pudiesen notar mi nerviosismo y lo mal que aquello me estaba poniendo.
De nuevo olí su loción desprendiendo de él. Casi cierro los ojos, pero no lo hice. Sentí su cercanía a la par de mí y podía jurar que pequeñas chispas de electricidad había entre ese diminuto espacio que nos separaba. Vi que Thiago tomó su celular, Jessica igual, se colocaron frente a nosotros mientras todos presenciaban aquel espectáculo que deseaba que ya terminara.
Acomodé a Eliza en mis brazos, de manera que tuviera un buen ángulo en la fotografía que sería tomada por ambos de sus padres. Cuando estos se acomodaron en definitiva frente a nosotros, alcé la mirada.
Sentí congelarme cuando sentí la mano de Nate colocarse por detrás en mi cintura, apenas rozando y acercándose un poco más a mí. Hice todo por no mostrar una mueca o no quedarme embobada concentrándome nada más en su tacto. Por un momento pensé que todo había terminado. Quizá me había perdonado, quizá se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba que lo hiciera.
-De acuerdo, sonrían -masculló Thiago con la vista enfocada en la pantalla de su celular-. Tres, dos, uno...
Traté de sonreír cuando iba en el número dos. Ambos celulares frente a nosotros hicieron el sonido de una captura de fotografía. De pronto fueron muchas, y cuando finalizaron miré a la pequeña en mis brazos quien se había deshecho de uno de sus zapatos.
-Oh de nuevo va a empezar a quitárselos -exclamó Jessica con cierta diversión.
Di un paso hacia atrás, mirando el pequeño zapato sobre el suelo. Quise inclinarme, pero antes Nate se adelantó, se inclinó y lo tomó para después mirarme. Le sostuve la mirada por unos segundos, después miró en dirección al pie de Eliza sin el zapato, con cuidado se lo colocó mientras estaba balbuceaba y sacudía sus brazos en dirección a Nate.
Sin poder evitarlo sonreí, este también lo hizo y extendió los brazos hacia la pequeña que igual lo hacía. Se la acerqué, entregándosela, sintiendo el roce de sus manos en las mías sintiendo aquella corriente eléctrica que casi me hace temblar.
-Bueno, no falta mucho para que atardezca, así que vamos de una vez a la casa que tengo que preparar lo último de la cena -dijo la madre de Thiago ansiosa mientras nos miraba a todos.
La miramos asentimos y caminamos hasta los autos.
-Valet, no te presenté a Ingrid -dijo Jessica cuando llegó a la par mía.
La mujer que antes había visto estaba a la par de ella. Me miró y sonrió.
-Ella es Ingrid, es una gran amiga de la familia. Me ayudó con todo el proceso del embarazo. Ingrid ella es Valet -exclamó Jessica con cierta emoción mientras nos miraba a ambas.
La mujer me sonrió, me extendió su mano y yo la tomé como en educación.
-Mucho gusto, señorita -me dijo con una sonrisa humilde.
Le devolví la sonrisa asintiendo.
-El gusto es mío. Por favor dígame Valet -ladee un poco mi cabeza mientras le sonreía.
Esta rió un poco, sonrió y asintió cuando nuestras manos se separaron.
Miré en dirección a Jessica quien se había girado para recibir de nuevo a Eliza en sus brazos quien cargaba segundos antes Nate. Jessica le agradeció, lo abrazó por unos segundos y después se separó. Di un paso hacia atrás.
-Nos vemos en la casa -dijo el padre de Thiago mientras subía al auto junto con su esposa.
Encendieron el auto y arrancaron alejándose de aquel lugar. Miré el auto de Thiago, estando a punto de inclinarme a abrir la puerta para subir al auto cuando Olivia habló.
-Sobra una persona -dijo a la par de Thiago quien la miró confundido por su comentario-. Ingrid también irá a la cena, ¿no? -preguntó mirando a Jessica y después a Ingrid.
-Sí, ella también irá -respondió Jessica antes de que Ingrid pudiese decir algo más.
-En el auto solo cabemos cuatro personas, por el portabebés de Eliza es un asiento menos -aclaró Olivia mirando a Thiago de nuevo.
Thiago de inmediato me miró, después miró a Jessica. El silencio incómodo se formó.
-Bueno, puedo yo irme con N... -empezó a decir Jessica encogiéndose de hombros.
-Puedo llevar a Valet conmigo -la voz de Nate no dejó terminar a Jessica.
En automático lo miré sorprendida. Vi como todos los demás lo hicieron igual a excepción de Ingrid que por supuesto no estaba al tanto de nuestro repertorio juntos. Nate me miró directo a los ojos, serio, sin ninguna expresión.
-Yo... creo que es mejor que Jessi...
-Vas conmigo -sentenció sin dejar de mirarme, casi ignorando el hecho de que todos los demás estaban ahí presenciando aquella escena.
Tragué saliva, por un momento sentí que me hizo falta el aire, pero no me moví.
-Creo que... -empezó a decir Olivia para intervenir a mi auxilio, pero de inmediato Thiago la tomó de la mano susurrándole algo en el oído que la hizo callar.
Dios, Thiago. ¿Por qué no la dejas intervenir? Déjala, por favor. Deja que abogue por mí porque en estos momentos yo no puedo hacerlo por mí misma.
Antes de que pudiese decir algo más, Nate se dio la vuelta sacando las llaves de su auto. Se acercó a este abriéndolo y subió. Mis ojos no se despegaron de esa acción.
Miré a Thiago, me miraba fijamente al igual que todos en el lugar. Jessica me miró igual con cierta preocupación en su rostro, casi pidiéndome disculpas por lo que acababa de pasar y por lo que podría pasar en unos segundos. Negué en modo de que todo estaba bien, aunque sabía que no era así. Ingrid parecía confundido con todo lo que había ocurrido.
Me di la vuelta, me acerqué al auto de Nate donde él ya estaba dentro esperando a que yo subiera. Respiré profundo cuando me encontré a la par de la puerta del copiloto, abrí esta y en cuanto entré, de inmediato su loción y el olor del auto a nuevo invadieron mis sentidos. ¿Cómo era posible que siguiese oliendo de esa manera si no era nuevo?
No me miró, siquiera se inmutó cuando estuve ya dentro del auto. Me acomodé sobre el asiento sintiendo que cualquier movimiento que hiciese él lo detestaría. No quería estar ahí, y estaba segura de que él tampoco lo quería. ¿Por qué lo había hecho? Jessica había podido ir en mi lugar.
Cuando pensé que no me miraría lo hizo, me miró a los ojos después bajó su mirada a mi pecho y luego cintura.
-¿No piensas ponerte el cinturón? -cuestionó serio y sentí un pinchazo por su brusquedad en el tono de voz.
Miré hacia mi cintura, después volví a mirarlo y me giré para tomar del cinturón colocándomelo. No quise mirarlo más, no quería hacerlo, no si se iba a comportar de esa manera conmigo. ¿Por qué no podía escucharme? ¿Por qué no me dejaba explicarle lo sucedido? ¿Por qué no simplemente la duda lo atormentaba a tal punto de preguntarme cómo habían sido las cosas? Si bien sabía que había hecho mal, y lo reconocía. Sabía que mis acciones no eran las mejores, pero necesitaba que me perdonara.
-Nate... -empecé a decir después de unos segundos, pero con una mano en el volante y la otra en la palanca de cambios, arrancó.
Arrancó y encendió el estéreo donde subió al volumen para ahogar el de mi voz.
Me quedé mirándolo, no me importaba si él lo notara, en realidad quería que lo hiciera. Pero no se inmutó. No me miró, no me dirigió la palabra, nada. Era como si yo no estuviese ahí, como si fuera invisible. Las ganas de echarme a llorar me invadieron, tuve que mirar por la ventanilla para que él no lo notara.
Sabía que él no era estúpido, por supuesto que se daría cuenta en algún momento que en cualquier momento me echaría a llorar. No era algo que no hubiese visto antes. La última vez que nos vimos me dejé mostrar en un llanto inconsolable para demostrarle que lo sentía, no le importó. ¿Por qué lo haría ahora? Me pregunté.
-Detente -sopesé cuando ya habíamos avanzado unas cuantas calles.
Me ignoró.
-Detente -repetí, y aunque la música estaba alta sabía que me había escuchado. Bajé el volumen del estéreo-. He dicho que te detengas.
-¿Para qué? -preguntó seco como si no tuviera importancia el hablar conmigo.
-Quiero bajar del auto.