Skyfall © - Parte I
img img Skyfall © - Parte I img Capítulo 5 NATHANIEL
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Capítulo 5 NATHANIEL

La morena con cabellera rubia llegó en mi Audi, apenas estacionó el auto frente a mí sonreí. Bajó de este, sonrió al mirarme, puedo jurar que casi chilla de emoción cuando corrió hacia mí y se me abalanzó para abrazarme. Cuando llegó me abrazó, reí abrazándola igual mientras soltaba el agarre de mi maleta.

-Espero hayas llegado hasta aquí sin que mi auto tenga un solo rasguño -bromee con una sonrisa y esta se separó de mí mirándome con el ceño fruncido.

-Eres un imbécil -me miró y después sonrió.

-Sí, yo también te extrañé, Jessica -le miré con una ceja alzada y sonrió.

-Agradece que no estaba ocupada para poder venir por ti, en tu preciado auto -se cruzó de brazos y yo volví a tomar mi maleta-. Ahora subamos que necesitas llevarme a dejar a Eliza.

Fruncí el entrecejo.

-¿Traes a la bebé? -pregunté mirándole y esta me miró como si fuese obvio.

-Obviamente, Nate. Necesito llevarla con Thiago -se dio la vuelta y caminé hasta la cajuela que yacía ya abierta.

Metí la maleta en esta, la cerré y miré que Jessica subía al asiento del copiloto. En mi mente agradecí pues las ganas de volver a manejar mi auto eran grandes. Subí al asiento del conductor, sonreí en automático al ver todo dentro. Tal cual lo había dejado en casa de William.

Jessica y William habían estado en constante contacto los últimos meses, después de lo sucedido. Habían sido días difíciles para ambos. Jessica con el embarazo y la pérdida de su padre. William con la perdida de su esposa. Jessica, junto a Ingrid, se habían quedado en casa de William los primeros días después de mi marchada a Los Ángeles. Después Jessica encontró un buen lugar donde criar a su pequeña.

Aunque en mi cabeza aún sonaba extraño, Jessica y yo nos habíamos apegado mucho en los últimos meses. Sobre todo Jessica, que solía repetirme lo agradecida que estaba conmigo por haberle salvado la vida a ella y ahora a su hija. Había noches cuando recién había llegado a Los Ángeles donde me llamaba llorando pidiéndome perdón, pues se sentía culpable de que hubiese renunciado por completo al control de mi vida, que ahora en cierto punto tenía Henry.

Pero no. Ella no había sido la que había ocasionado aquello. No había renunciado al control de mi vida por ella, no era el que no hubiese hecho nada ante el hecho de que su vida estaba en mis manos, claro que iba a hacer algo pero no de la manera en que había tenido que hacer.

Durante estos meses Jessica y yo habíamos aprendido mucho uno del otro. Nos apoyábamos entre nosotros a pesar de la distancia. Dos personas que lo habían perdido absolutamente todo en un mundo donde tuvieron que estar para sobrevivir. Aunque ella ya estaba mejor de lo esperado, pues su pequeña parecía darle un propósito ahora.

También me ayudó a saber de ella. Me ayudó a saber dónde estaba, pero aún así no la busqué.

Después de todo el padre de su hija era nada más y nada menos que el mejor amigo de la persona que me había arruinado por completo. Irónico como en la ciudad más poblada del país, parecía ser pequeña por los hilos que entrelazaban nuestros conocidos.

-Entonces, ¿irás con Thiago? -pregunté mirándole de reojo.

De pronto un balbuceó me hizo girar mi rostro, casi olvidando por un momento la persona que también se encontraba ahí. La bebé.

Atrás en el asiento trasero se encontraba un portabebés, con una pequeña rubia y de ojos verdes. Miraba hacia al frente embobada mientras balbuceaba y movía sus pequeñas manos. Tenía la forma de ojos de su madre, pero el color de su padre. Era bonita.

Sonreí mirándole cuando la pequeña me miró.

-Conoce al tío Nate, Eliza -dijo Jessica sonriendo mientras extendía su brazo y le tocaba la pequeña mano a la bebé.

La pequeña pareció soltar un suspiro y entonces Jessica carcajeó. Yo igual lo hice y después le miré con una ceja alzada.

-Parece que ya le caigo bien a alguien -sonreí y entonces Jessica me dio un débil manotazo en el hombro.

-No seas tan modesto, Nate -me regañó volviendo su mirada a la pequeña sonriendo-. No caigas en sus encantos, Eliza, detrás de esa cara bonita hay un hombre odioso y enojón.

Volví a carcajear.

-Claro, eso no decías antes -espeté entre dientes y esta me miró fulminándome con la mirada.

-Gracias al cielo ya no soy una de esas chicas rogonas como con las que te acostaste en Los Ángeles -escupió y abrí mis ojos sorprendido.

-¿Qué te hace pensar que estuve con otras chicas? -le miré con una ceja alzada.

-Oh vamos, Nate, por favor -rodeó los ojos volviendo a acomodarse en su asiento, colocándose el cinturón-. Soy una rubia que puede que haya fingido estupidez por un cierto tiempo, pero ya no.

Quise reír, pero antes de que pudiese hacerlo esta me advirtió con la mirada.

-¿Me negarás que no estuviste acostándote con chicas de ese club? -se cruzó de brazos.

Me quedé callado, sonriendo, pero con la boca apretada. Suspiré, encendí el auto y arranqué. Cuando salimos del estacionamiento del aeropuerto me atreví a contestar.

-Quizá algunas -respondí sonriendo, pero en automático la sonrisa desapareció cuando pensé en algo que no debía de hacer.

Quizá algunas, pero ninguna como ella.

Me negué a bajar, no quería ver a Thiago. No porque fuese un chico que no me agradara, sino por lo que me haría recordar el verlo. No podía hacerlo. Prefería mantener esa distancia. Ayudé a Jessica a bajar a la bebé del auto, también lo que parecía ser una pequeña maleta de la bebé. A lo que tenía entendido, era la semana que le correspondía a Thiago para cuidar a Eliza. Así funcionaban Jessica y él, lo que me había contado ella era que Thiago había sido un gran apoyo para ella, había sido totalmente responsable de la pequeña. No había resultado ser un chico de esos que deciden simplemente no hacerse cargo e inventar mil pretextos con tal de liberar de la responsabilidad. Fue tanta la responsabilidad que él ocupaba que incluso había decidido rentar un apartamento para poder tener su espacio con la pequeña.

Jessica y él se llevaban bien. Aunque ella había gustado de él en un tiempo, dejó de hacerlo. Pensé que buscaría a alguien, pero no lo hizo. Me había dicho que por ahora ella solamente quería dedicarse a su hija. Incluso me comentó sobre buscar alguna manera de estudiar, cosa que sí me sorprendió. Parecía que después de la muerte de Stone, había crecido más de lo que había tenido que hacer bajo el mismo techo que él.

La maternidad le había hecho bien al grado de tener que madurar de una manera sorprendente. Creo que por eso también ahora nos llevábamos tan bien.

Cuando salió del edificio, subió al auto. La noté extraña, tensa.

-¿Todo bien? -pregunté mirándola.

Esta me miró, hizo una mueca ladeando la cabeza.

-Para mí todo está perfecto, pero creo que para ti no tanto -rió nerviosa.

Fruncí el entrecejo confundido.

-¿Qué pasa? -pregunté mirándole sin encender el auto.

-¿De verdad quieres que te lo diga? -alzó una de sus cejas.

-¿Me beneficia saberlo? -cuestioné esta vez.

Se quedó callada. Respiró hondo y después suspiró.

-Realmente no sé si es algo que quieras saber o no -volvió a hacer una mueca mirándome.

La observé por unos segundos más, tratando de encontrar alguna respuesta por mí mismo.

-Si dudas de si realmente es algo que quiera o no saber, entonces no me lo digas -dije como respuesta y esta se mantuvo mirándome, casi esperando a que le dijera que me lo dijera, pero no lo hice.

-De acuerdo -se puso el cinturón y miró al frente.

Yo no dejé de mirarla, como si mi mente tratase de descifrar lo que quería decirme.

Decidí no darle más vueltas, asentí casi para mí mismo. Miré al frente encendiendo el auto y arrancando hacia el edificio de Jessica.

La sensación fue extraña desde el momento en que la puerta se abrió. Siquiera tuve que poner un pie dentro para que todos los recuerdos vinieran a mi mente. Sentí que mi mano se apretó alrededor del agarre de la maleta. Sentí querer entrar en busca de algo que ya no estaba ahí. Aquello fue lo peor.

Entré al apartamento, encontrando casi todo de la misma manera. Me había incluso a rehusado a llevarme los muebles, todo estaba ahí a excepción de las cosas personales. No había querido llevarme ningún recuerdo de aquí, pero lo había hecho. En mi mente tenía recuerdos que hubiese deseado borrar si pudiese ser posible.

Fui a la habitación, todo seguía intacto. Me acerqué a la cama donde dejé caer las maletas. Miré la ventana. El día era nublado, no había ni un solo rastro de los rayos del sol. Quizá podría aprovechar el día para ocuparme de unas cosas, así podría estar el resto de los días libre y prepararme para dentro de una semana volver a lo que se podría decir mi vida de antes.

No. Una nueva vida, porque la anterior ya no existía. Miré el baño, el armario, la cama, salí de la habitación. La cocina, el pasillo, la estancia, las habitaciones. Mis ojos fueron directo a aquel punto de la estancia donde antes yacía el piano. Ya no estaba. Lo había destrozado en mi momento de ira y desesperación. Apreté los labios sintiendo un nudo en el pecho al recordar ese momento.

Mis ojos miraron el suelo. El desastre que había ocasionado aquella noche no estaba, como si nunca hubiese pasado. Quise reír. Claro que había pasado porque era una de las escenas que no salió de mi mente en los primeros meses de la ausencia de ella.

Pasé mi mano por mi rostro, casi restregando este de lo exasperado y ansioso que me sentí en ese momento. Necesitaba salir de ahí.

Fui a la habitación, saqué alguna ropa de la maleta y me di la ducha más rápida de todas. Necesitaba salir de ahí en ese momento. Cuando salí ya listo, tomé las llaves, tomé una carpeta con papeles que necesitaría en aquella salida y salí del apartamento casi azotando la puerta. Fue con tanta fuerza que por un momento quise que con esa fuerza, todo lo que había adentro se destruyera de una vez por todas.

Afuera el frío dominaba la ciudad y es que la ausencia del sol lo hacía más notorio e intenso. Había decidido ir primero a comprar cosas para la cocina ya que esta estaba vacía. Compré lo necesario para un mes, probablemente no duraría mucho tiempo en ese lugar y terminaría yendo a otro apartamento. No necesitaba quedarme en un lugar donde los recuerdos y la ira solamente me carcomerían los nervios a tal punto de volver a enloquecer. Había dejado eso atrás y no necesitaba volver a vivirlo porque le había dedicado meses ya.

Después fui a ver a William.

Toqué el timbre de su casa. Un minuto después abrió la puerta, me miró con una sonrisa.

-Nathaniel -dijo con una sonrisa.

Lo miré, apreté los labios y cuando puse un pie dentro de la casa me abrazó. Lo hizo fuerte y por un momento me pregunté a mí mismo si debía de preguntarle si todo estaba bien.

Lo abracé igual. Después al separarnos cerró la puerta.

-Me dijo Jessica que iría por ti, vino por tu auto -comenzó a decir mientras me miraba.

Metí las manos en los bolsillos del abrigo.

-Sí, se ofreció a hacerlo. Vi la oportunidad y la aproveché -sonreí y este rió asintiendo.

-Vino en un taxi junto a su pequeña hija -sonrió de lado y yo lo hice igual.

-Después la llevé a dejar a la pequeña con su padre y luego la llevé a su apartamento -solté un suspiro-. Gracias por dejarme dejar el auto aquí.

-Es preciosa, se parece mucho a ella -sonrió cruzándose de brazos-. Oh eso no es problema, hijo -rió dando dos palmadas en mi hombro y después caminando hacia las escaleras.

Lo seguí, hasta que llegamos a la planta alta y terminamos dirigiéndonos a su despacho. Al entrar este se sentó detrás del escritorio y yo me senté frente a este sobre el sofá.

-Y bien, ¿cómo te ha ido? ¿Por cuánto tiempo vienes? -preguntó mirándome atento.

Estiré mis brazos colocándolos en el respaldo del sofá.

-Tres meses probablemente -respondí después relamiendo mis labios-. Lo mejor que se ha podido, aunque más trabajo de lo normal.

Me miró por unos segundos, asintió y se recargó en su silla.

-Me imagino -soltó con cierta pena en su voz.

Lo miré, él lo hizo igual y después miró un punto fijo en el escritorio juntando sus manos en su abdomen. Me di cuenta segundos después de qué era lo que miraba. Una fotografía. No necesité verla de frente para saber quién se encontraba ahí.

-Lo lamento -mascullé inclinándome y colocando mis codos sobre mis rodillas juntando mis manos.

-No fue tu culpa, hijo -trató de sonreír mirándome.

-Lo fue, lo sabes -dije de inmediato-. Cualquier otra persona siquiera me hubiese dejado entrar a su casa de nuevo.

-No fue tu culpa, Nathaniel -se levantó de la silla y se colocó a la par del escritorio-. Tú no les dijiste que lo hicieran, ni vinieron hasta aquí porque tú se los hayas pedido.

-Vinieron por Jessica para amenazarme a mí -repuse apretando esta vez la boca.

Aquella noche habían venido por Jessica a casa de William, se la habían llevado a la fuerza y antes de hacerlo le exigieron a William que les dijera donde estaba. En el proceso terminaron matando a su esposa, quien reposaba en cama debido a la enfermedad del cáncer. Después se llevaron a Jessica, dejando a William desolado con su mujer fallecida en la cama.

-Fue culpa de ellos, no tuya -me miró a los ojos. Trató de sonreír, pero solo se formó una mueca en sus labios-. A veces pienso que era lo mejor. Estaba sufriendo, el cáncer le causaba dolor a tal punto de delirar.

Aunque sabía que decía aquello para hacerme sentir menos culpable, no lo hizo. Quizá tenía razón, quizá había sido mejor para ella, pero no para él. Lo habían hecho frente a sus ojos, es lo que me dijo Jessica.

-Lamento no haber podido ir al funeral -dije mirándole después mirando un punto en la pared-. Ella fue muy buena conmigo, al aceptarme aquí cuando llegué.

Sonrió. Se cruzó de brazos mirando el techo por unos segundos soltando un largo suspiro.

-Ella te quería, siempre me preguntaba por ti -me miró por unos segundos después mirando hacia las puertas del despacho-. Te llegó a querer como un hijo. Supongo que eso ya lo sabías, pero creo que es necesario que te lo recuerde.

Le miré, apreté mi mandíbula y labios y asentí. Lo sabía, ella me lo había dejado claro en el año que me estuve quedando aquí.

-Incluso me llegó insultar por lo que te hice -bajó la mirada-. Tuvimos discusiones respecto a eso, me dijo que no podía permitir que entraras a este mundo -hizo una mueca con vergüenza-. Tenía razón.

Lo miré, después miré hacia enfrente sobre la madera oscura del escritorio.

Aquello no podía contradecirlo. Si había estado en ese mundo era por él, pero no le tenía odio, mucho menos resentimiento. William era un buen hombre y me había apoyado de maneras diferentes en estos meses, cosa que no esperé de él porque me culpaba a mí mismo por la muerte de su esposa.

-¿Has sabido de ella? -preguntó de repente tomándome desprevenido.

Ella. Siquiera decía su nombre y sabía a quien se refería.

No lo miré, no quise hacerlo. Volví a apoyarme en el sofá, respirando profundo y después dejando salir todo el aire. No quería hablar de ella, no quería hacerlo.

-No -contesté esta vez atreviéndome a mirarle-. Y tampoco es algo que me interese -escupí y me levanté del sofá.

Me miró, tratando de divagar casi en mi mente, pero no se daba ni una mínima idea de todo lo que pasaba por ella en ese momento. Nadie lo hacía. Siquiera ella misma.

-En algún punto la encontrarás y tendrán que hablar de qué fue lo que pasó, Nathaniel -dijo mirándome atento.

Reí, casi amargo.

-No me interesa ya -volví a decir con cierto veneno.

Sus ojos se mantuvieron en mí, casi queriendo desmentir mis palabras, pero ni él ni nadie más lo haría. Lo que había pasado se iba a quedar así, nadie lo iba a cambiar. Las cosas habían sido claras y yo no pensaba divagar en ellas.

Miré el reloj en mi muñeca.

-Tengo que irme -dije mirándole de nuevo-. Venía a saludar y ver cómo estaba todo.

Sonrió, me acompañó a la puerta y cuando bajamos lo escuché decir.

-Todo está bien, ¿no crees? -preguntó.

Perfectamente, pensé.

Tenía que ir a entregar los últimos papeles para la maestría de mi licenciatura. Si bien no había podido hacerlo el semestre pasado debido a lo ocurrido, ahora tenía la oportunidad de hacerlo al menos de manera presencial por tres meses. Cuando llegara el tiempo de volver a Los Ángeles lo seguiría en línea, lo cual había sido una gran ventaja para mí pues si iba atrasado en los estudios, no querría perder más tiempo para actualizarme.

Al llegar a las oficinas agradecí que no hubiese gente del todo, después de todo era temprano, aunque yo sentía que ya había pasado todo un día entero. Entré de inmediato dirigiéndome a la mujer detrás del mostrador en el cubículo de número uno.

Al verme se acomodó los anteojos.

-Buenos días -dije mientras colocaba sobre el mostrador la carpeta con los papeles-. Vengo a entregar mi certificado como comprobante de estudiante graduado hace un semestre.

La mujer pelirroja me miró, asintió y extendió su mano hacia la carpeta la cual le acerqué. La tomó, la abrió y sus ojos comenzaron a leer lo que había dentro después escribiendo algo en su computadora.

-¿Maestría en la misma área? -preguntó mirándome por encima de sus lentes y asentí-. ¿Ya realizó el pago o lo hará ahora?

-Ya lo realicé -aclaré mi garganta-. El comprobante está ahí mismo.

Señalé la carpeta con mi mirada.

Esta volvió a posar sus ojos en la computadora comenzando a teclear algo en ella. Yo suspiré mirando un punto fijo en la pared metiendo mis manos en los bolsillos del abrigo. La mujer siguió tecleando, al mismo tiempo que en la impresora a su lado comenzaban a salir hojas con lo que parecía ser nueva documentación que tendría que

Después de lo que parecieron ser cinco minutos o un poco más, la mujer me extendió la carpeta esta vez con nuevos papeles dentro.

-Ya está como alumno definitivo, ahí adentro está toda la documentación como comprobante de su pago y de sus estudios aquí -me dedicó una sonrisa.

Sonreí, tomé la carpeta abriéndola para dar un rápida escaneada a la primera hoja y después asentí.

-Muchas gracias -maticé dedicándole una sonrisa igual.

Me di la vuelta observando a las demás mujeres organizando papeles o tecleando en las computadoras. Caminé por el gran lugar, hasta acercarme a las puertas para salir de ahí en busca de mi auto. Hacía mucho tiempo no pasaba por aquel lugar, seguramente en el camino podría toparme con alguien conocido y sinceramente eso era algo que no quería en este momento.

Cuando mi mano tomó la manija para abrir la puerta esta se sintió más ligera, como si alguien le estuviese empujando para entrar. Justo en ese momento, antes de que pudiese dar un paso hacia afuera algo chocó con mi pecho.

Fruncí el ceño y cuando bajé la mirada me percaté que era una chica y no una cosa.

-Lo siento, lo siento, yo... -comenzó a decir, pero cuando su mirada subió hacia mí de inmediato se detuvo.

Yo también lo hice.

Me tensé. Sentí mi corazón detenerse por un momento al ver lo que mis ojos estaban presenciando. La persona que mis ojos estaban presenciando.

Sus ojos me miraron con sorpresa, con miedo, sin saber qué decir. Yo por un momento me quedé perdido en el verde de sus ojos. Llevaba el pelo corto, muy corto, quizá un dedo por encima del hombro, pero se le veía bien. Lucía preciosa. Totalmente hermosa que casi sin pensar estampo mi boca en la suya. Pero no.

Abrió la boca para hablar, pero nada salió de esta.

Estaba aquí. Ella estaba aquí. En la ciudad.

Estaba delgada, incluso por debajo de toda esa ropa que llevaba encima podía ver lo delgada que estaba. Más de lo que ya era antes. Sus pestañas igual de abundantes haciendo resaltar sus ojos. Sus labios al igual que sus mejillas ligeramente rosados por el frío. Era friolenta, seguramente estaba sufriendo del clima a pesar de lo que llevaba puesto.

No podía dejar de mirarla. Siete meses. Siete malditos meses sin una señal de ella, sin verla, sin escuchar su voz, sin saber absolutamente nada de ella.

Entonces la detesté. A mi mente vinieron todos esos recuerdos e imágenes que me habían torturado los últimos meses. Quise gritarle, quise pedirle una explicación, quise alejarla de mí, pero al mismo tiempo abrazarla y preguntarle por qué lo había hecho. Dolía verla, dolía mirarla ahí frente a mí sin poder hacer nada más que pensar en todo lo que había ocasionado y hecho en mi vida. Dolía tenerla frente a mí sin poder hacer todo lo que meses antes había podido hacer con ella sin ningún problema o temor.

No pude evitar mirarla sin que la idea de odiarla pasara por mi cabeza, no pude mirarla y no pensar en lo mucho que hubiese deseado que jamás se hubiese cruzado en mi camino. Jamás iba a poder perdonarle lo que había hecho. Ni una explicación, ni una despedida, ni una señal, nada.

-Yo... -comenzó a decir con voz temblorosa, pero me aparté.

Pasé por su lado sin decirle nada, la ignoré. No quería escuchar absolutamente nada de ella, no necesitaba hacerlo tampoco. No miré atrás, aunque sabía que probablemente ella estaría haciéndolo. No me importaba nada de lo que tuviese pensado decir.

Caminé hasta el auto, subí a este y quedándome unos segundos ahí dentro traté de tranquilizarme. Mis manos estaban hechas puños, quería golpear algo, necesitaba salir de ahí. Había sido una pésima idea el volver, no necesitaba esto, no necesitaba revivir recuerdos que sabía que me hacían mal.

Hace unos segundos frente a mí había estado la persona que me había destrozado, la persona que me había humillado, utilizado y traicionado. La persona que me había roto el corazón.

Valet Boone.

                         

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