Skyfall © - Parte I
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Capítulo 3 NATHANIEL

-¿Me estás diciendo que en todo este tiempo no hemos llenado el espacio en la zona C? -inquirió Henry con el ceño fruncido, mirando al castaño frente a él.

El castaño tembló sobre el asiento. Aunque su espalda era lo que veía de él, pude notar como tragó saliva, aclaró su garganta y se revolvió sobre el asiento inclinándose hacia enfrente.

-Aquí están los planos del lugar, señor -se inclinó dejando sobre el escritorio aquel pliegue de papel enrollado-. La zona C es la única que se ha mantenido en blanco. Hace poco vino el arquitecto para saber qué querría hacer en ese espacio, le dije que se lo comunicaría a usted, pero en el camino le informé a su hijo y él dijo que sería algo que comentaría con usted.

La mirada de Henry se enfocó por unos segundos solamente en el castaño; Walter. Lo miró con los ojos entrecerrados, después se levantó de la silla giratoria rodeando el escritorio para llegar a la mesita que estaba a la par de este, donde el licor un vaso de cristal yacía. Tomó la botella de whisky, sirvió en el vaso donde primero había puesto hielos y después lo llevó a su boca dando apenas un trago.

-Me temo decir que mi hijo no me informó de absolutamente nada -confesó exhalando después de aquel trago.

Se relamió los labios, mirando un punto fijo en la pared negra del otro lado de aquella habitación.

-Con todo respeto, señor -empezó a decir Walter mientras miraba a Henry-. En ocasiones su hijo no se toma el trabajo con seriedad.

Henry no lo miró. Tan solo asintió volviendo a dar otro trago.

-Conozco a mis hijos -pluralizó esta vez regalándole una mirada al castaño-. Sé perfectamente qué es lo que les interesa y qué no -sonrió de lado.

Un silencio se formó en la sala, abrumador para Walter, exquisito para Henry, pero para mí simplemente aburrido. Quería que aquella conversación terminara para poder salir de ahí y volver a mi apartamento.

Había trabajado durante cinco noches seguidas, de juego en juego, monitoreando cada mesa o sala general. A pesar de que ya debía de ser una costumbre definitivamente no iba a poder acostumbrarme a aquella rutina. Me resultaba desgastante el hecho de solamente trabajar por las noches, hubiese preferido que fuese la mañana. Pero la ambición solía ser por la noche, los juegos fuertes y la gente solía disfrutar más de la noche en aquel lugar.

Los demonios se divierten más por las noches.

-Algo se me ocurrirá -espetó Henry esta vez dirigiendo su mirada hacia mí.

Estaba sentado sobre el sofá en una esquina, cruzando casi las piernas colocando mi tobillo sobre mi rodilla opuesta. Mi mano derecha rodeaba un vaso de cristal, con mucho hielo y whisky.

Le sostuve la mirada a Henry, sus labios se curvearon hacia un lado, yo acerqué el cristal a mi boca dando un trago sin despegar mi mirada de él.

-Dile al arquitecto que venga en una semana -ordenó Henry a Walter sin siquiera mirarlo-. Para ese entonces seguramente ya tendré una idea de que hacer con ese espacio.

Walter asintió. Se levantó del asiento frente al escritorio, me miró y después salió de la habitación dejándonos solamente a mí y a Henry. Él me miró, soltó un suspiro y se acercó hasta donde yo estaba quedándose a una distancia prudente.

-¿Tú qué piensas, muchacho? -preguntó mirándome con los ojos entrecerrados.

Le miré con una ceja alzada.

-¿Me estás preguntando qué es lo que deberías de hacer en ese espacio? -ironicé mientras sonreía de lado.

Un asentimiento, fue todo lo que recibí de su parte.

Otro trago di, haciendo que mi lengua saboreara el whisky y después resbalara por mi garganta. Exhalé, apretando la boca y después mirando un punto fijo en las grandes puertas que había del otro lado de aquel lugar.

-Tienes suficientes salas privadas para juegos. Tienes área de fiesta y música, máquinas de juego -apunté después de relamer mis labios-. Pero no tienes algún área al aire libre -aclaré encogiéndome de hombros.

Su ceño se frunció. Me miró esperando a que siguiese hablando, pero cuando se percató de que no lo haría él fue quien lo hizo.

-La zona C es muy pequeña para hacer un área libre ahí -me miró confundido.

-Es pequeña pero lo suficiente grande para hacer unas escaleras o un ascensor -repuse de inmediato sin mirarlo.

-Ya tenemos escaleras y ascensor que llevan al segundo y tercer piso.

-Pero no que lleven al cuarto -le miré despreocupado después de dar otro trago.

Me miró de lado, sosteniendo la bebida en su mano. Pareció captar pronto de lo esperado lo que quería decirle con aquello.

-¿Sugieres que construya un cuarto piso? -cuestionó y yo asentí.

-Un piso completo para un área al aire libre, podría ser una sala repleta de mesas de juego, ¿a quién no le gustaría tener una vista de la ciudad por la noche? -le miré encogiéndome de hombros y después di otro trago-. Aunque te sugeriría que con ese piso complementaras el lado del club y no el lado del casino. A los jóvenes les encantará la idea de un club al aire libre en un cuarto piso, sobre todo por la zona en que el edificio está construido -me levanté dando el último trago.

Me acerqué a la mesita donde dejé ya el vaso con apenas unos cuantos hielos que no lograron diluirse con el licor.

-Tu idea es intrigante -escuché a Henry decir detrás de mí-. ¿No crees que deba de invertir más en el área del casino?

Negué. Me di la vuelta para volver al sofá donde tomé mi saco.

-Ya tienes suficientes áreas -comenté sin mirarlo-. Te va bien, pero deberías invertir en algo nuevo porque en algún punto aquello será meramente aburrido para los clientes. Construye algo nuevo y fascinante que atraiga la atención de las personas. El punto es que sea algo novedoso y nuevo.

Me coloqué el saco después mirando el reloj en mi muñeca izquierda.

-Estamos en Los Ángeles, Nathaniel -comentó Henry como si fuese algo obvio-. Hay muchos clubs de esa manera.

-Lo sé, pero no son tuyos -le miré esta vez-. El hecho de que sepan que El Vice tendrá un nuevo piso al aire libre los va a hacer querer venir. Ten por seguro que el primer día va a haber una larga fila de jóvenes que van a querer entrar en cuanto antes -le dije serio después metiendo una de mis manos en los bolsillos.

Me miró por unos segundos, asintiendo mientras al parecer mis palabras hacían cierto ruido en su cabeza; de manera positiva.

-Tienes buenas ideas, muchacho -afirmó alzando su vaso hacia mí-. Bastante emprendedor -agregó después dando un trago.

Asentí.

-Lo sé -aseguré con un asentimiento-. Tengo que irme. Mañana sale mi vuelo temprano.

-Entonces, ¿quieres que tenga ese contrato preparado para ti? -preguntó Henry antes de que pudiese darme la vuelta-. Nuevo año, nuevo contrato, muchacho.

Le miré por unos segundos. Apreté los labios después enfocando mi vista en un punto en específico en el suelo, al mismo tiempo que arreglaba las mangas de mi camisa que sobresalían por debajo del saco.

Habían sido seis meses en los que había trabajado para Henry. Seis meses lejos de Nueva York. ¿Me había beneficiado? Bastante. ¿Deseaba estar ahí? No había un lugar en específico en el que desearía estar.

Al principio me negaba a cooperar en este lugar. Me negaba siquiera a dirigirle la palabra a Henry, pero vamos, tenía que hacerlo. Decidí dejar ir toda aquella ira a pesar de que sabía que no podía confiar del todo en Henry. De su hijo mayor mucho menos. Tenía estrictamente prohibido pasarse por aquí cuando yo estuviese pues le había advertido a Henry que no dudaría en golpearle si lo llegase a ver en alguna ocasión.

Solamente lo hice una vez. La única vez que le volví a ver después de lo ocurrido hace siete meses. En los primeros días, cuando llegamos a Los Ángeles y Henry me enseñó el lugar, aquel idiota se dignó a cruzar la puerta y poner un pie en la misma habitación que yo. No dudé en golpearlo, y si no le desfiguré el rostro fue porque los hombres de Henry estuvieron ahí para impedirlo.

''No te imaginas lo mucho que lo disfrutó, Vaughan'', se burló en mi cara después de que le hubiese dado casi una paliza.

''No dejaba de decirme lo mucho que le encantaba todo lo que le hacía y me rogaba por más. Que chica te tenías escondida, ahora entiendo porque tanta fascinación por ella.''

Mi sangre hirvió en esos momentos.

Apenas pude controlarme con aquellas palabras cuando las dijo. Le advertí a Henry que no quería verlo más. Me importaba un carajo que fuese su hijo, no me importaba que fuese parte del proyecto del club. Definitivamente no quería volver a verle en mi vida. Por supuesto a Henry le convenía mantenerme contento en este lugar si quería que pusiera de mi parte, así que lo hizo.

Los primeros meses fueron un martirio. Noches de desvelo. Noches en las cuales me preguntaba qué había pasado. Cómo. Por qué. ¿Cómo dejé que pasará? ¿Cómo no me di cuenta?

La llamé. La llamé tantas veces que llegué a perder la cuenta. Nada. Había cambiado su número al parecer. Quise buscarla, sabía que no estaba en Nueva York, Jessica me lo dijo, pues Thiago le había dicho. Estaba en California. Estábamos en el mismo estado, quizá aquello no sería mera coincidencia.

Necesitaba una explicación. Necesitaba que me dijera que todo era mentira. Pero sabía que no lo era. Todo había estado tan claro como el agua. Decidí no buscarla, porque si ella hubiese querido que lo hiciera, sé que de alguna manera me hubiese dado una señal. No lo hizo. Entonces entendí que, todo había sido una mentira. Lo nuestro había sido una mentira. Quizá en algún momento si había sentido algo por mí, pero ¿qué pasó después?

Después ya todo fue simplemente nada.

La traición. Aquello era suficiente.

Mis ojos habían visto parte de esa traición.

Me había engañado. Me había traicionado. Me había mentido. ¿Cómo podía perdonárselo? ¿Cómo podía ser tan estúpido en que la idea de buscarla pasara por mi cabeza? No podía permitirme eso. No podía dejar que me pisoteara una vez más. No iba a permitirlo. Ni a ella ni a nadie.

Me había traicionado de las peores maneras, y era algo que jamás iba a perdonarle.

-Quizá -levanté la mirada relamiendo mis labios-. ¿Me darás la opción? -pregunté mirándole.

Una sonrisa apareció en su rostro. Burlona.

-Te dije que serían seis meses, Nathaniel -dio un paso hacia mí-. Lo demás lo dejo a tu decisión. Aunque dudo que quieras dejarlo ahora que te va mejor que antes aquí.

Dio otro trago, sin despegar su mirada de mí.

Aquello que decía no era mentira. Me había ido mucho mejor que antes. No era algo que me encantara, pero sabía que todas esas noches de juego, su fruto me ayudaría en algún futuro el día que decidiera apartarme por completo de ese mundo. Porque lo haría. Algún día lo haría sin duda.

Asentí. Volví a mirar el reloj en mi muñeca.

-Quizá tengas razón, Henry -dije mirándole y sonreí de lado-. Pero en estos momentos quiero disfrutar de mis vacaciones.

Me miró de lado, con los ojos ligeramente entrecerrados. Sonrió. Volvió a alzar su vaso hacía mí.

-Buen viaje entonces, Nathaniel -exclamó sonriendo-. Esperaré con ansias a tu respuesta. Disfruta de estos tres meses.

Asentí. No dije nada más. Apreté mi boca dándome la vuelta caminando hacia las grandes puertas de aquella habitación. Justo cuando mi mano se posó en la manija dorada, escuché de nuevo la voz de Henry.

-Dos cosas -comenzó a decir y lo miré-. Me encargué de pagar renta todos estos meses en tu antiguo apartamento, espero no te sea molestia el que lo seguí reservando para ti, así que puedes volver a tu 'antigua vida'.

Me tensé. No quería volver a ese apartamento. No quería hacerlo. Ahí había dejado una parte de mi vida que no quería volver a recordar ni vivir.

-¿Cuál es la otra cosa? -pregunté frunciendo el ceño.

-Walter te mandará mensaje de los días que jugarás allá -volvió a su escritorio, dejó el vaso y se recargó en este mirándome-. Dos veces al mes, ¿te parece? A menos que quieras descansar por completo -sonrió.

Apreté la boca.

Dos veces por mes, no sonaba mal. Definitivamente era mejor de lo que esperaba.

Solamente asentí. Me di la vuelta y salí de ahí siquiera sin darle las gracias. No lo haría jamás.

Al salir de aquel lugar caminé por el pasillo. Donde de camino a la salida me topé con Walter quien al instante de mirarme caminó hacia mí apresurado.

-¿Por qué no interviniste ahí adentro? -me reprochó con el ceño fruncido.

Sonreí.

-¿Querías que lo hiciera? -le pregunté con una ceja alzada mientras ahora ambos caminábamos hacia la salida.

-Casi me mata con la mirada cuando le dije de la zona C. Todo es culpa del estúpido de su hijo -lo escuché gruñir a mi lado.

-Alejandro no es nada más que un niño mimado, Walt -comenté sin mirarlo.

-¿Crees que no lo sé? Estoy harto de verlo solamente pasearse por aquí para conseguir mujeres -refunfuñó y sonreí de lado al escucharle.

Walter era el gerente del lugar. Era bastante joven. La imagen perfecta que Henry quería enseñar a los clientes. Era trabajador, joven, inteligente, aunque ante la presencia de Henry solía cohibirse. ¿Quién no lo hacía? Creo que todos los trabajadores en este lugar lo hacían. A excepción de mí y sus hombres.

Lo conocí cuando llegué. De inmediato me pareció un sujeto agradable y era una buena compañía en ocasiones, pues lo parlanchín explotaba en su personalidad. Algo diferente a la mía.

-Debiste de tomar el puesto de gerente cuando te lo ofreció -comentó entre dientes cuando salimos del pasillo llegando al ascensor para bajar.

-No es algo que me interese -dije sin importancia porque la verdad era así.

-¿De verdad? -preguntó igual de sorprendido que las demás veces-. Eres un sujeto muy extraño, Nathaniel Vaughan.

Apenas sonreí negando mientras ya estando dentro presioné el botón del primer piso.

-Entonces, ¿vuelves a Nueva York? -preguntó cuando las puertas del ascensor se cerraron frente a nosotros.

-Sí -respondí metiendo ambas de mis manos dentro de los bolsillos de mi pantalón.

-¿Por cuánto tiempo? -cuestionó esta vez.

Lo miré y alcé una de mis cejas.

-¿Quieres acompañarme para no quedarte solo aquí con Henry o qué?

-Definitivamente preferiría eso -masculló y sonreí.

-Henry no durará mucho aquí. No tarda en ir a monitorear los clubs en Las Vegas, después volver a Nueva York -lo miré de reojo y palmeé su hombro-. Tú tranquilo. No puede hacer mucho más que solamente matarte si metes la pata.

Este pareció temblar. Las puertas del ascensor se abrieron, salí de este.

-¡No estás ayudando, Nathaniel! -exclamó cuando me adelanté unos cuantos pasos.

Al salir al lobby la gente entraba y salía del lugar. Era jueves, por alguna extraña razón el lugar estaba que reventaba. Antes de llegar a la entrada Walter me alcanzó.

-Entonces, ¿cuánto tiempo te vas? -preguntó cuando llegó a la par mía.

Me detuve junto a la entrada.

-No lo sé. Tres meses -dije sin en realidad pensarlo con certeza.

Walter pareció abrir los ojos sorprendido.

-¿De verdad Henry te ha dejado ir por tres meses? -inquirió con sorpresa en su tono.

Lo miré, fruncí el ceño y abrí la puerta saliendo de ahí siento como este me siguió.

-Henry no necesita dejarme ir, voy por decisión propia. Porque puedo y quiero -reafirmé serio y este pareció arrepentirse de lo dicho.

-Sí, lo sé, pero es decir... -comenzó a decir, pero se detuvo, pues su mirada fue a un punto detrás de mí.

Fruncí el ceño ante su mirada. Giré mi rostro para mirar qué era lo que miraba y entonces ahí entendí.

Junto a uno de los pilares de la entrada había una chica. Rubia, ojos claros y tez blanca. Nos miraba a Walter y a mí, con una sonrisa divertida y coqueta. No. Me miraba a mí, porque en cuanto la miré su sonrisa pareció ensancharse más. Llevaba un vestido pegado, algo corto, pero cubría lo suficiente. Me pregunté si no tendría frío, pero claro, estábamos en California.

-Supongo que tendrás una buena despedida esta noche -escuché a Walter vacilar y sonreí.

-Al parecer -apreté mis labios sin dejar de mirar a la chica que de pronto se apoyó sobre el pilar ladeando su cabeza.

Bastante seductora.

-¿Quieres que le diga al valet parking que traiga tu auto?

Me tensé. Escuchar aquel nombre en aquella oración me hizo de repente detestar todo lo que se encontraba a mi alrededor. Sentí que mi respiración se hizo pesada. Definitivamente la vida se reía de mí por tener que escuchar aquel nombre más de lo que desearía. En realidad, siquiera quería volver a escucharlo. Irónicamente su nombre era uno bastante peculiar que jamás había escuchado en alguien, al menos no como nombre propio. Aquí tenía que escucharlo o leerlo la mayoría de las noches que venía aquí, pero siempre trataba de evitarlo.

-No, lo haré yo -dije aún con la mirada fija en la chica.

Incluso mis ganas de llevarme a esa chica al apartamento se esfumaron en el aire con tan solo la pronunciación de aquel nombre. De pronto me había puesto de mal humor. Quería solamente buscar mi auto, salir de ahí e ir a descansar para el vuelo de mañana por la mañana.

No podía escuchar ese nombre. Le había tomado cierto desprecio después de simplemente sentir dolor durante meses. Había sido una lucha constante conmigo el escuchar ese nombre, pensar en ese nombre, imaginarlo. Simplemente no podía. No más. Había pasado de disfrutar decir ese nombre, a simplemente detestarlo y no querer escucharlo nunca más. El rechazo. Sentía rechazo.

-Nos vemos, Walter -dije solamente después acercándome al chico que se encargaría de traer mi auto.

En cuanto me vio, se acercó a donde las llaves colgaban.

-Señor Vaughan, ¿quiere que le traiga su auto? -cuestionó mirándome.

Asentí.

-Por favor -contesté mientras metía una de mis manos en el bolsillo de mi pantalón.

El chico encargado de traer mi auto tomó las llaves de este. En los minutos que tardó mi mente volvió a divagar en aquel nombre. No importaba que hiciese, de alguna manera siempre se concentraba en este como si quisiese analizarlo. Pero al mismo tiempo quería simplemente olvidarlo.

Giré mi rostro de nuevo sintiendo aquella mirada. La rubia no despegaba sus ojos de mí. Era guapa, no podía negarlo. Tenía buen cuerpo, las curvas se hacían notar por debajo de aquel vestido. La miré disimuladamente de abajo hacia arriba. Sus tacones de aguja le hacían resaltar sus largas piernas.

Hice contacto visual con ella. Me sonrió de lado de manera coqueta mientras se arreglaba sutilmente el cabello.

Minutos antes había pensado llevarla a mi apartamento, definitivamente podía pasar un buen rato con ella. Pero al escuchar aquel nombre toda intención se había esfumado.

No. De ninguna manera. No iba a dejar que me arruinara de esa manera, no iba a permitirlo.

Sentí ira. Sentí celos. Probablemente ella estaba bien. Probablemente ella había seguido con su vida y quien sabe con cuantos habría estado después de mí. Había estado con Bastian. Sebastian. Había estado con él cuando estábamos aún juntos. Me había engañado y a ella no le había importado.

¿De verdad iba a abstenerme a divertirme por ella? No era el que no lo hubiese hecho antes. Había llevado a mi cama a algunas chicas durante los últimos meses. No muchas, apenas lo había hecho, porque una parte de mí seguía aferrándose a ella. Seguía buscando aquella sensación que sentía con ella, en otra piel.

-Aquí tiene, señor Vaughan -escuché al chico cuando dejó mi auto frente a mí.

Bajó y me extendió las llaves.

No era mi Audi, aquel se había quedado en Nueva York junto con el Mercedes.

El Mercedes.

De inmediato traté de borrar ese recuerdo de mi cabeza.

Había decidido de hacerme de un auto más económico aquí. Lo hice. Era nuevo, pero no se comparaba a mi preciado Audi que el día de mañana me estaría esperando para que lo condujera de nuevo.

Era un auto negro, de algunos dos años atrás. Suficiente eficaz para el tiempo que pensaba quedarme aquí.

Tomé las llaves, le agradecí al chico y me acerqué al auto. Antes de que pudiese rodear este para subir, me detuve. Me acerqué a la puerta del copiloto y la abrí para después darme la vuelta y mirar a la rubia. Esta sonrió, entendió mi referencia y de inmediato caminó hasta mí. Se detuvo a la par mía antes de entrar al auto.

-Annelise -pronunció su nombre mirándome con sus ojos claros.

La miré, teniéndola cerca. Olía a perfume caro. Con aquel vestido, aquellos tacones, ese aroma, aquel bolso que su mano aferraba contra su cuerpo, supe que era una chica hija de papi. Sonreí como respuesta, asentí. Al parecer esta esperaba que le dijera mi nombre, pero no lo hice. Fue entonces cuando subió al auto, cerré la puerta y rodeé este para esta vez subir yo.

Al subir, no dijimos nada. Tampoco esperaba que lo hiciera hasta que a medio camino me preguntó si trabajaba ahí.

-¿Por qué preguntas algo que ya sabes? -revelé mirándole de reojo con una sonrisa.

Esta sonrió mordiéndose el labio.

Sabía que ella lo sabía. No parecía ser una chica ingenua e inocente, todo lo contrario.

-¿Entonces debería preguntar por tu nombre? -preguntó esta vez.

Sonreí. Definitivamente eso no.

Sin mirarla negué.

Esta pareció soltar un suspiro, provocador, coqueto, sensual. No tardamos en llegar a mi edificio. Bajamos, la ayudé a hacerlo. Subimos hasta mi piso. En silencio, nos mantuvimos en silencio sabiendo qué era lo que iba a pasar durante los próximos minutos. Sin duda estábamos conscientes de lo que iba a suceder.

Abrí la puerta, encendí la luz y la dejé pasar primero. Después lo hice yo, deshaciéndome de mi saco para colgar de este en el armario. La rubia miró el lugar con atención, casi embobada con cada detalle. Era una pieza grande, no como mi antigua en Nueva York, pero lo suficiente grande y espaciosa.

Entramos a la sala, donde esta dejó caer su bolso sobre el sillón. Me miró con una ceja alzada, después se mordió el labio.

-Entonces, ¿qué te gustaría hacer? -preguntó ladeando su cabeza dando pasos lentos hacia mí-. Podemos...

No la dejé terminar. No quería escuchar nada de eso. No quería rodeos. Simplemente quería lo que ella había buscado desde un principio.

La besé. La besé con desesperación, con ansiedad, con ira. Como si pudiese descargar todo eso en ella. Ella me respondió igual, siguiéndome aquel juego mientras sus manos se aproximaban a mi camisa queriendo desabotonar esta. La tomé por la cintura pegándola a mí mientras mis manos comenzaban a divagar por su cuerpo.

Le besé el cuello, la mandíbula, las clavículas. Deslicé mi boca por toda la piel de su cuello hasta llegar de nuevo a su boca la cual me recibió de la misma manera que hacía unos segundos. La empujé suavemente, lo suficiente para que avanzara hacia atrás hasta caer sobre el sofá. Me coloqué sobre ella besándola, tratando de saborear cada centímetro de su piel.

-Tu nombre -logró decir en un jadeo.

-No es algo que necesites saber -establecí a centímetros de su boca mientras me encargaba de deshacerme de su vestido.

Aquello también se había vuelto una rutina en los últimos meses. Escoger a la chica indicada para olvidar. Poder olvidar. Olvidar sus labios. Olvidar su piel. Olvidar su rostro. Su aroma. Su tacto. Su voz. Sus gestos. Olvidar mi nombre saliendo de su boca.

Olvidar todo de ella hundiéndome en otra piel que no fuese la de ella.

            
            

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