Skyfall © - Parte I
img img Skyfall © - Parte I img Capítulo 4 VALET
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Capítulo 4 VALET

Desperté por el ruido de la licuadora. De inmediato mis ojos lo primero que miraron fue una pared blanca. Una pared blanca y una ventana. Por un momento desconocí el lugar, fruncí el ceño confundida, pero luego mi memoria tomó partido recordando todo.

Estaba en el apartamento de Thiago. Estaba en Nueva York. Estaba de nuevo ahí.

En automático sentí mi corazón detenerse por un segundo. ¿De verdad estaba ahí? ¿No había sido un sueño? Ojalá pudiese serlo. En esos momentos de verdad deseaba que lo fuera.

Como pude me incorporé, sentándome sobre la cama. Miré mi celular y toqué la pantalla para que esta se iluminara: 08:09 de la mañana. Era temprano.

Tallé uno de mis ojos, después salí de entre las sábanas acercándome a la ventana con las persianas arriba. Suspiré. Ya no había lluvia, pero incluso desde ahí podía ver las calles húmedas por el agua. El cielo estaba cubierto de nubes, sin rastro de sol. Cosa que detesté pues hoy tendría que salir y sabía que el frío sería insoportable.

Anoche no había podido dormir. A lo mucho pude hacerlo tres horas solamente. Aunque era poco, parecía que mi cuerpo se había acostumbrado a tan corto plazo de sueño.

De nuevo la licuadora hizo ruido. Me giré sobre mis talones para mirar hacia la puerta, antes de acercarme a esta para salir me coloqué mis pantuflas. Sentía frío a pesar de que la calefacción estuviese encendida. Había olvidado lo frío que podía ser aquella ciudad.

Abrí la puerta, salí de la habitación y caminé hasta llegar a la cocina donde Thiago se encontraba en pijama con todo el cabello desordenado. Pareció escucharme cuando la licuadora se detuvo. Me miró con una ceja alzada y después sonrió.

-Buenos días, perezosa -exclamó mientras me miraba y después volvía a enfocar su mirada en la estufa donde había unas tiras de tocino-. ¿Dormiste bien?

¿Era el momento para explicarle todo? ¿Era momento para contarle la verdad? No. No podía hacerlo. Eso sería recordar.

¿Existía la posibilidad de que lo supiera? Jessica pudo haberle dicho algo. No. No lo sabía, porque de saberlo me hubiese dicho al menos algo.

-Sí -mascullé sonriendo un poco. Me froté un brazo y me acerqué a él-. ¿Qué haces?

-Waffles -contestó dirigiendo su mirada a la waflera-. Tocino y ya hay café.

Lo miré, asentí y me acerqué a explorar en su cocina para buscar alguna taza.

-¿Quieres que prepare tu café? -pregunté abriendo las puertas de la alacena en busca de tazas.

-Si no es mucha molestia, claro -comentó Thiago riendo después-. En la última puerta están las tazas.

Cerré la que había abierto, caminé hasta la última y de puntas la abrí tomando dos tazas blancas. En la cafetera el café hervía, con cuidado la tomé sirviendo de este en las tazas. Me acerqué al refrigerador, saqué un poco de leche agradeciendo que Thiago comenzaba a tomar el café de la misma manera que yo. Preparé ambos y los coloqué en la pequeña barra que había del otro lado de la cocina.

Todo en silencio. Siquiera hablé, él tampoco lo hizo y lo agradecí. Aunque sabía que en cualquier momento lo haría, agradecía que respetara aquel silencio que quería mantener al menos por un momento. Al menos para que mi cabeza se acostumbrara al hecho de que de nuevo me encontraba ahí.

Thiago colocó dos platos en la barra, uno de cada lado. Yo puse los cubiertos que antes me atreví a buscar entre los cajones. Coloqué las servilletas que por suerte estaban a la mano y después me senté, Thiago lo hizo igual, teniéndome de frente.

-Gracias -murmuré antes de que pudiese comenzar a comer de los waffles junto a las tiras de tocino.

Eran dos grandes waffles. Tres tiras de tocino. Thiago sabía que adoraba aquella combinación y quise abrazarlo porque sabía que lo había hecho para recibirme de la mejor manera. Aquel platillo de desayuno era uno que podría devorarme en unos cuantos minutos. La antigua Valet, porque la de hoy seguramente apenas y podría tocar el segundo waffle.

Tomé el pequeño tarro con miel, coloqué un poco en el waffle superior y después comencé a partir este para comenzar a comer. Lentamente.

-¿Esta vez no le pondrás mermelada? -escuché a Thiago cuestionar mientras me miraba con una ceja alzada-. Siempre colocas miel y mermelada. Eres una bomba de azúcar.

Confundido.

-Creo que el del café y la miel es suficiente por hoy -traté de sonreír haciendo una mueca, después llevé aquel pedazo de waffle a mi boca.

Thiago no me dejó de mirar. Sus ojos siguieron fijos en mí, sin siquiera tocar un bocado de su plato. Me miró por unos segundos más, después suspiró y dejó los cubiertos a la par del desayuno.

-Val -comenzó a decir, pero lo miré en modo de advertencia de que no quería que me dijera absolutamente nada del tema.

No fue una mirada fulminante, fue una mirada de piedad. Una mirada en la que le rogaba que no dijera nada al respecto. No quería hablar de ello. No quería porque sabía que me echaría a llorar.

Apretó sus labios, cerró los ojos y suspiró cuando los abrió, sin dejar de mirarme.

-Sé que no quieres hablar de ello -siguió hablando y bajé la mirada evitando su mirada, seguí concentrada en mi comida esta vez cortando un pedazo de tocino-. Pero necesitas hacerlo. No estás bien.

-Estoy bien -mentí sin mirarlo, tomé la taza de café-. Solo estoy cansada -repuse dando un sorbo al café que estaba caliente, pero aquello no me importó.

-No lo estás -matizó mirándome-. No lo has estado, siquiera antes de que llegaras aquí. Lo sé, puedes mentirme todo lo que quieras, pero sé que no estás bien -alcé la mirada, sus ojos fijados en los míos.

Apreté mis labios sin saber qué decir. ¿De que servía? ¿De qué servía excusarme? Era Thiago, por supuesto que lo sabía. Era totalmente obvio que sabría que no estaba bien.

-Estás más delgada -confesó y me fue imposible no encogerme de hombros sobre el asiento-. Sé que no terminarás comiéndote todo en ese plato. No comes, tampoco duermes.

Lo miré sorprendida. ¿Cómo?

-Tu madre estuvo hablándome durante todos estos meses, diciéndome que algo había mal contigo. Preguntándome qué era lo que realmente había pasado para que decidieras volver a California por un semestre. Diciéndome que no comías, siquiera salías -frunció el ceño esta vez colocando sus codos sobre la barra y juntando sus manos-. No puedes seguir así.

-Estoy bien, ya estoy aquí -traté de terminar con aquello.

-¿Por qué? -preguntó y lo miré confundida-. Si lo querías tanto, ¿por qué lo dejaste? ¿Pasó algo más? No te creo cuando dices que ustedes dos no funcionaban, esa historia yo ya me la sé.

Sentí un nudo en la garganta.

¿Cómo le explicaba? ¿Cómo le explicaba a mi mejor amigo todo lo que había pasado? ¿Cómo le había explicado lo que había hecho, lo que había ocasionado y lo que había perdido? No podía.

-No lo entenderías -solamente dije bajando mi mirada a mi plato.

-Hazme entender, entonces -buscó mi mirada.

Apreté los labios.

-No podría -logré decir sintiendo el nudo en mi garganta hacer más presión que antes-. Hice algo que dudo que alguna vez pueda perdonarme -fue lo único que dije bajando de nuevo la mirada.

No quería llorar. No quería hacerlo. Ya lo había hecho lo suficiente, todo este tiempo lejos de aquí. Ni siquiera podía darme aquel consuelo, no merecía llorar. Había arruinado todo. Había sido yo quien lo había arruinado a él.

No pude sonreír, simplemente hice una mueca. Aparté la mirada de los ojos de mi mejor amigo volviéndola a enfocar en la comida sobre mi plato. Tomé un respiro, después volví a cortar aquel waffle que ya había comenzado a comer. Traté de ignorar la mirada fija de Thiago. Lo hice, hasta que lo escuché suspirar y volver a tomar sus cubiertos comenzando con su desayuno.

Pasaron unos minutos, en los que apenas había terminado el primer waffle. Definitivamente un segundo no cabría en mi estómago.

-¿Saldrás hoy? -preguntó Thiago y asentí.

-Tengo que ir a la universidad a dejar el papeleo -le dije mirándolo por unos segundos.

Asintió, apretó la boca.

-¿Quieres que te acompañe? -preguntó ladeando un poco su cabeza.

¿Quería que lo hiciera? Probablemente, definitiva el andar sola por la ciudad no iba a ser una ingeniosa idea.

-No, gracias. Volveré pronto igual -le dediqué una sonrisa.

Me miró esperando a que le confirmara que estaba segura de aquella decisión. No hablé, pero mi silencio le fue suficiente.

Me levanté tomando mi plato, lo llevé al lavaplatos mientras colocaba el waffle restante en otro lado.

-Hoy vendrá Jessica -soltó de repente y sentí tensarme-. Traerá a Eliza, quizá después quieras ir a dar un paseo a Central Park con nosotros. Seríamos Eliza, tú y yo.

-¿Qué hay de Jessica? -pregunté apoyándome en la barra.

Se giró apenas para mirarme.

-Solamente vine a dejar a Eliza, después se va -metió un pedazo de tocino a su boca.

Me mantuve mirándolo, mientras asentía. Suspiré y sonreí.

-Claro, me encantaría -confesé tratando de sonreír lo más creíble.

Por supuesto me emocionaba el hecho de conocer a la hija de mi mejor amigo, pero el hecho de que probablemente veía cara a cara a Jessica me ponía de nervios. La última vez que la vi fue en esa noche que durante los últimos meses he tratado de olvidar.

-Creo que me iré alistando para irme, así puedo regresar temprano -sonreí a mi mejor amigo dándome la vuelta para salir de ahí, pero antes de hacerlo me giré para mirarlo-. Gracias.

Sonrió. Sabía que no era solamente un gracias por el desayuno, era gracias por todo. Por estar ahí para mí. Por preocuparse y por ayudarme en aquel momento que definitivamente no era bueno.

-No es nada, Val -dijo sonriendo de lado.

Le sonreí, después me di la vuelta y volví a la habitación que sería mía por los siguientes días. Hasta que encontrara de nuevo un lugar al que pudiera llamas hogar en esa ciudad.

Dudaba que pudiese llegar a encontrarlo.

Thiago quería ir a la tienda antes de que Jessica que llegase con Eliza, me sugirió acompañarle y de paso dejarme en Columbia, pero le dije que preferiría caminar un poco después de tomar un taxi. Sé que sus intenciones eran buenas, que no quería dejarme andar sola por las calles sabiendo que no me encontraba del todo bien después de estos meses.

Pero tenía que hacerlo. No podía estar así para siempre, no podía estar en compañía todo el tiempo y mucho menos aquí. Tenía que volver a acostumbrarme a mis espacios.

La universidad no quedaba lejos, por lo que tomé un taxi que me dejara a unas cuantas calles cerca para el resto caminar. Una ligera caminata no me vendría mal.

No me importó el frío, por sorprendente que fuera. Me había encargado de ponerme el abrigo más grande y abrigador para cubrir todo lo posible y que el frío no traspasara a mi piel. Caminé por las aceras, que aún estaban húmedas. Parecía que el cielo se cerraba cada vez más y en cualquier momento volvería a llover.

Justo cuando mis ojos divisaron parte de la arquitectura de la universidad, me detuve. Podía ver la cúpula desde ahí. Miré mi mano, llevaba la carpeta con absolutamente todo lo que dentro de unos minutos seguramente me pedirían en las oficinas. En un momento estaría entregando todo papeleo para ser una alumna definitiva en la universidad de Columbia. Suspiré sintiendo una presión en el pecho.

¿Miedo? ¿Emoción? No lo sé.

En ese momento a mi lado un ruido fue el que me hizo girar mi rostro. Una peluquería. Entrecerré los ojos, dentro una chica y un chico reían mientras le cortaban el cabello a dos hombres. Miré la puerta, después de nuevo el interior.

Una idea descabellada pasó por mi cabeza. ¿Debería? Bueno, siquiera lo había decidido cuando ya había cruzado la puerta entrando a aquel local.

De inmediato todos los ojos se posaron en mí. Una mujer morena con cabello casi de afro me miró detrás de lo que se podría decir que era el mostrador.

-Buen día -sonrió y sonreí igual.

-Buen día -dije después apretando la boca.

-¿Qué necesita? -preguntó aún mostrando aquella sonrisa bondadosa.

Me quedé callada. ¿Qué necesitaba? Siquiera lo había pensado con exactitud cuando ya me encontraba dentro de aquel lugar. Respiré hondo, miré las fotografías arriba en la pared, diferentes estilos de cortes de cabello había ahí. Volví a apretar los labios, sin saber con exactitud qué decir.

-Un cambio -logré decir volviendo a mirar a la mujer detrás del mostrador.

Me miró por unos segundos, su sonrisa creció y asintió acercándose a una silla frente a un espejo.

-Creo que sé lo que buscas, cariño. Anda, siéntate -me invitó mientras me miraba con esa sonrisa que no hizo nada más que tranquilizarme un poco.

Asentí, tragué saliva y después me acerqué sentándome. Coloqué mi bolso y la carpeta sobre mi regazo, la mujer me colocó una especie de capa por encima de mi cuerpo cubriendo este dejando solamente mi cabeza al descubierto.

Miré a la mujer a través del espejo. Esta hizo igual.

-¿Quieres poner algún límite? -preguntó mirándome a los ojos también a través del espejo.

Negué.

-No -contesté algo nerviosa de mi respuesta, pero sin duda con emoción de saber lo que tenía pensado para aquel cambio.

Sonrió, asintió y entonces empezó.

            
            

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