A las diez en punto, Cristóbal entró a la oficina de Mateo Santos. Los dos guardaespaldas del empresario se quedaron fuera del establecimiento, claro que insistieron en que llevara un micrófono, no confiaban en ese hombre. La tarde anterior le habían dado un buen escarmiento pese a que no lo tocaron, no por falta de ganas, si no por prudencia. Solo