Capítulo 3 3

Nicole se despertó con una opresión en el pecho, miró en derredor y vio la silueta de Cristóbal en la ventana; miraba hacia afuera. Se levantó, él no pareció notar su presencia sino hasta cuando se acercó y lo abrazó por detrás, él dio un respingo y resopló, colocó sus manos sobre las de ella.

―¿Qué pasa? ―le preguntó la mujer.

―No puedo dejar de sentirme preocupado.

―¿Por Klaus?

―Ese hombre es peligroso y está muy enojado por lo de Verónica, temo que pueda hacer algo en mi contra. Y no a mí, precisamente.

―¿Crees que le pueda hacer algo a Daniela?

―No. O no sé. Puede hacerle daño a cualquiera de ustedes.

Nicole guardó silencio, recordó la amenaza que le hizo en la clínica en Grecia, por más que se haya disculpado y echado atrás, no dejó de ser una amenaza.

―Quizás estoy un poco paranoico.

Otra vez silencio. Nicole pensó en cómo podía decirle que no era solo su idea, que ese hombre sí era peligroso. El mismo Diego había sufrido las consecuencias de haberse puesto en contra de Klaus, ese hombre no tenía miramientos en sacar del camino a quien le estorbara.

―¿Qué pasa, linda?

―Nada, solo pensaba en lo que dijiste.

―No me hagas caso. Vamos a dormir.

Cristóbal se dio la vuelta y abrazó a Nicole de la cintura, la pegó a su cuerpo con fuerza y, acto seguido, la besó con pasión y miedo mezclados. Tenía miedo por ella más que por nadie. Klaus podría querer vengarse de él en ella. Y no quería perderla.

―Parece que no quieres dormir, precisamente ―comentó ella con una sonrisa divertida.

La volvió a besar, con más ímpetu y pasión, necesitaba sentirla, saber que era suya y que él también le pertenecía, que nada ni nadie los separaría.

Miraron la cama, Daniela estaba dormida allí. Sin pensarlo, Cristóbal tomó la mano de Nicole y la condujo al baño, una vez dentro, la besó con más ansias.

―Cristóbal, ¿crees que esto es lo correcto?

Él se apartó de ella y buscó su mirada.

―¿No quieres?

―No es eso, yo solo digo...

―Te necesito, necesito sentirte mía, necesito amarte... Pero si tú no quieres, está bien. ―Le dio un beso con más ternura que deseo.

Nicole, en respuesta, profundizó el beso y lo besó con el deseo que él había despertado en ella.

―Te amo, linda, te amo.

―Yo también te amo.

Entre besos, se quitaron la ropa para la entrega de sus cuerpos. Él la alzó en sus brazos, ella enrolló sus piernas en torno a él y él la apoyó contra la pared.

La besó por mucho rato antes de entrar en ella, no solo quería su sexo, quería su amor, su alma, su compromiso de superar todos los problemas... juntos.

Esteban se levantó al alba, apenas comenzaba a clarear cuando despertó sin sueño. Se dirigió a la cocina y colocó la cafetera. Mientras esperaba a que su café estuviera listo, miró por la ventana, pensaba en lo que estaba sucediendo, en lo mucho que había sucedido en tan poco tiempo. Parecían años desde que habían vuelto de Grecia. Desde que había perdido la razón.

Suspiró y decidió pensar en cosas más agradables. En Rosmeiry, su luz y su vida. En su madre, que sabía lo estaba viendo y acompañando. Sonrió. Cuando era niño, él jugaba en el jardín frente a la ventana de la cocina mientras su madre lo observaba. A ella le gustaba pasar tiempo allí con Lina, la vieja cocinera que la crio y que murió cuando él tenía doce años.

La cafetera anunció que la bebida estaba lista. Esteban se dio la vuelta y vio a Cristóbal que lo miraba interrogante.

―Buenos días, Cristóbal, tan temprano en pie.

―Buenos días. Lo mismo podría decir yo, ¿pasa algo?

―No pude seguir durmiendo, ¿y tú?

―Dormí poco y mal, así que preferí levantarme.

Esteban sirvió dos tazas de café y ambos se sentaron ante la mesa de la cocina.

―¿Estás preocupado por Klaus? ―inquirió Esteban.

―Sí, tengo miedo de que quiera hacerle daño a Nicole por mi culpa.

―No será tu culpa y esperemos que no quiera hacer nada, que no se le ocurra acercarse a nosotros.

―No estaré tranquilo hasta que se vayan.

―Será un gran descanso el día en que vuelva a su país. Al final, ir a Grecia no fue una buena idea.

―Quizás hubiera sido peor si nos hubiésemos quedado, entre el exesposo de Rosario y...

―Mi estupidez ―completó Esteban.

―Creo que ninguno estaba bien en ese momento.

―Yo estaba peor que todos.

―Eso ya pasó, mejor dejarlo atrás.

―Sí, hay que seguir adelante, culparse o recordarlo no tiene sentido.

―Es verdad, no podemos cambiar el pasado.

―Claro que no. ¡Ojalá se pudiera!

Esteban le dio el último sorbo a su café.

―Voy a salir a correr, necesito relajarme.

―Te acompaño, yo también necesito soltar el estrés.

Ambos hombres se levantaron de sus asientos y se dirigieron a sus habitaciones para vestirse.

―¿Vamos a correr por dentro? ―preguntó Cristóbal cuando se encontraron en el pasillo.

―Sí, será mejor, no creo que sea prudente salir sin protección a la calle.

Salieron de la casa y aspiraron el aire fresco de la mañana. A pesar de estar en agosto, no hacía tanto frío. Se miraron y sonrieron a un tiempo.

―¿Una carrera hasta tu casa? ―propuso Esteban.

―¿Cómo en los viejos tiempos?

―Como en los viejos tiempos.

Los dos amigos plantaron carrera por el camino que unía las dos casas y que fue testigo de tantos juegos y carreras de los dos niños que, ya adultos, habían vuelto a encontrarse.

Rosmeiry despertó y sintió el pequeño bracito en su cuello. Miró a Lucas que dormía plácido a su lado. Esteban no se encontraba en la cama. La mujer no se movió, no quería despertar al niño.

De pronto, el pequeño hizo unos pucheros.

―Luquitas, mi niño, despierte, mi amor ―le habló Rosmeiry, el niño abrió los ojos y la contempló largos segundos―. ¿Está bien, mi niño?

―Estaba soñando feo.

―Solo fue un sueño, mi pequeño, ¿quieres contarme?

El niño negó con la cabeza.

―Ven acá.

Ros abrazó al niño a su pecho y le hizo cariño en la cabecita.

―Solo fue un sueño, mi niño, todo está bien.

―¿Y mi papá?

―No sé, yo desperté recién también, tal vez esté en la cocina, ¿quieres que vamos a ver?

El niño asintió con la cabeza. Se iban a levantar cuando la puerta se abrió. Esteban entró con una bandeja y les sonrió al verlos despiertos.

― Buenos días. Justo los venía a despertar.

El hombre colocó la bandeja en la cama. Había café, leche, huevos, pan, jugos y unos trozos de pie que habían sobrado de la noche anterior.

Esteban le dio un beso en la frente a su hijo y uno en los labios a su mujer.

―¿Cómo amanecieron?

―Yo tuve una pesadilla ―le contó Lucas.

―¿Qué soñaste?

El niño negó con la cabeza.

―Tampoco me quiso contar a mí ―le explicó Ros.

Esteban tomó la manito de su hijo.

―Solo fue una pesadilla, hijo, todo está bien.

―Papi...

―Dime, hijo ―lo instó al ver que no hablaba.

―Mi mamá está bien, ¿cierto? ¿O todavía la quieren matar?

―No, nadie quiere matar a Nicole.

―Pero a ti te dispararon por ella.

―No fue a ella a la que querían matar, además, quien quería hacerlo ya no está, murió, no tenemos de qué preocuparnos.

―¿Seguro?

―Seguro. ¿Soñaste con ella?

El niño movió la cabeza en señal de una respuesta negativa.

―Tomemos desayuno, después vamos a ir todos al cine a ver Mi amigo el dragón.

―¡¡Siiii!! ―gritó el niño y comenzó a comer, entusiasmado.

Esteban y Rosmeiry se miraron, Lucas era demasiado perceptivo para su edad y se guardaba muchas cosas. Con el tiempo, eso podía pasarle la factura. Con tantos traumas a tan corta edad, cabía la posibilidad de que le impidiera llevar una vida normal. Esperaban que su amor fuera suficiente para evitar que se convirtiera en un hombre con trancas que no pudiera superar.

            
            

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