Era viernes, de modo que el noticiario Illéa Capital Report sería a las ocho. No es que estuviéramos obligados a verlo, pero resultaba conveniente. Incluso los Ochos -los sin techo, los vagabundos- se buscaban alguna tienda o alguna iglesia donde pudieran ver el Report. Y con la Selección en ciernes, era algo más que aconsejable. Todo el mundo quería saber qué sucedía al respecto.
-¿Crees que anunciarán a las ganadoras esta noche? -preguntó May, metiéndose una cucharada de puré de patata en la boca.
-No, cariño. Todas las candidatas tienen aún nueve días para presentar sus solicitudes. Probablemente no sepamos nada hasta dentro de dos semanas -respondió mamá, con el tono de voz más tranquilo que le había oído en años.
Estaba completamente serena, satisfecha de haber conseguido algo que quería de verdad.
-¡Jo! Qué largo se me va a hacer -se quejó May.
¿Se le iba a hacer largo a ella? ¡Era mi nombre el que estaba en el bombo!
-Tu madre me ha dicho que habéis tenido que hacer una cola bastante larga -intervino papá. Me sorprendió que quisiera tomar parte en la conversación.
-Sí -respondí-. No esperaba que hubiera tantas chicas. No sé por qué van a esperar nueve días más. Juraría que toda la provincia se ha apuntado ya.
Papá chasqueó la lengua.
-Te habrás divertido haciendo cábalas sobre tus posibilidades...
-Ni me he molestado -respondí con sinceridad-. Eso se lo he dejado a mamá.
Ella asintió.
-Pues sí, no he podido evitar darle vueltas al asunto. Pero creo que America iba muy bien, arreglada pero natural. ¡Y además, estabas tan guapa, cariño! Si realmente se fijan en el aspecto, en lugar de elegir por sorteo, tienes aún más posibilidades de las que me pensaba.
-No sé -dije-. Había una chica que llevaba tanto pintalabios que parecía que estaba sangrando. A lo mejor a los príncipes les gusta eso.
Todos se rieron, y mamá y yo seguimos deleitándolos con nuestros comentarios sobre los atuendos de las otras chicas. May no se perdía detalle. Gerad se limitó a sonreír entre bocado y bocado. A veces nos olvidábamos de la tensión constante en la que vivíamos últimamente, más o menos desde que Gerad tenía uso de razón.
A las ocho nos amontonamos todos en el salón -papá en su sillón, May junto a mamá en el sofá, con Gerad en el regazo, y yo tirada por el suelo- y pusimos el canal de acceso público de la tele. Era el único canal que no había que pagar, así que incluso los Ochos podían verlo si tenían un televisor.
Sonaba el himno. Puede parecer tonto, pero siempre me había gustado nuestro himno nacional. Era una de las canciones que más me gustaba cantar.
Apareció la imagen de la familia real. Sobre la tarima estaba el rey Clarkson.
Sus asesores, que tenían noticias sobre infraestructuras y algunos asuntos medioambientales, estaban sentados a un lado, y la cámara los enfocó. Parecía que iba a haber varios anuncios aquella noche. A la izquierda de la pantalla estaban sentados la reina y el príncipe Maxon, en sus habituales butacas, que más parecían tronos, vestidos elegantemente, dando imagen de realeza y de poder.
-Ahí está tu novio, Ames -anunció May, y todos se rieron.
Miré con más atención a Maxon. Supongo que, en cierto modo, era atractivo.
Aunque desde luego no como Aspen. Tenía el cabello de color miel y los ojos marrones. Eran los colores del verano, lo que supongo que a algunas les resultaría atractivo. Llevaba el pelo corto y bien peinado, y su traje gris le quedaba perfecto.
Sin embargo, estaba demasiado rígido. Parecía tenso. Su peinado era excesivamente perfecto; su traje a medida, demasiado impecable. Parecía más una pintura que una persona. Casi lo lamentaba por la chica que fuera a acabar con él.
Es probable que llevara la vida más aburrida imaginable.
Observé a su madre. Tenía un aspecto sereno. También estaba rígida en su silla, pero no tan tiesa. Caí en la cuenta de que, a diferencia del rey y del príncipe Maxon, ella no se había criado en palacio. Era una auténtica hija de Illéa. Quizás antes fuera alguien como yo.
El rey ya estaba hablando, pero yo necesitaba saberlo.
-¿Mamá? -susurré, intentando no distraer a papá.
-¿Sí?
-La reina... ¿qué era? De casta, quiero decir.
Mi madre sonrió al verme interesada.
-Una Cuatro.
Una Cuatro. Habría pasado sus años de juventud trabajando en una fábrica o en una tienda, o quizás en una granja. Me pregunté cómo habría sido su vida.
¿Tendría una gran familia? Probablemente no habría tenido que preocuparse por la comida cuando era pequeña. ¿Se habrían puesto celosas sus amigas cuando la escogieron? Si tuviera alguna amiga cercana de verdad, ¿sentiría celos de mí?
Aquello era una tontería. No me iban a coger.
Me concentré en las palabras del rey.
-Esta misma mañana hemos sufrido otro ataque en nuestras bases de Nueva Asia que ha diezmado ligeramente nuestras tropas, pero confiamos en que el nuevo reemplazo del mes que viene reforzará la moral de los soldados, además de su potencia de combate.
Odiaba la guerra. Por desgracia, vivíamos en un país joven que tenía que protegerse de todo el mundo. Si el territorio sufría una nueva invasión, probablemente sería el fin.
Después de que el rey nos pusiera al día acerca de un reciente ataque sobre un campamento rebelde, el Equipo Económico hizo un repaso al estado de la deuda, y el jefe del Comité de Infraestructuras anunció que al cabo de dos años esperaban iniciar las obras de reconstrucción de numerosas carreteras, algunas de las cuales estaban aún tal como habían quedado tras la Cuarta Guerra Mundial.
Por último subió al estrado el coordinador de Eventos.
-Buenas noches, señoras y señores de Illéa. Como todos ustedes saben, recientemente se ha distribuido por correo la convocatoria para participar en la Selección. Ya he recibido el primer recuento de solicitudes presentadas, y me alegra decir que miles de bellas mujeres de Illéa ya se han inscrito en el sorteo para la Selección.
Atrás, en su rincón, Maxon se agitó un poco en su asiento. ¿Estaba sudando?
-En nombre de la familia real, querría agradecerles el entusiasmo y el patriotismo mostrados. ¡Con un poco de suerte, para Año Nuevo estaremos celebrando ya el compromiso de nuestro querido príncipe Maxon con una encantadora, inteligente y talentosa hija de Illéa!
El reducido grupo de asesores presentes aplaudió. Maxon sonrió, pero parecía incómodo. Cuando acabaron los aplausos, el coordinador prosiguió.
-Por supuesto, tendremos un amplio programa de actos preparado para conocer a las jóvenes de la Selección, por no hablar de programas especiales sobre su vida en palacio. ¡Y quién mejor y más cualificado para guiarnos a través de esta emocionante aventura que el señor Gavril Fadaye!
Hubo otra salva de aplausos, pero esta vez procedentes de mi madre y de May. Gavril Fadaye era una leyenda. Al menos hacía veinte años que trabajaba como comentarista de los desfiles de la Fiesta del Agradecimiento y de los especiales de Navidad, así como de cualquier cosa que se celebrara en palacio.
Nunca había visto una entrevista a miembro alguno de la familia real o a sus familiares o amigos que no hubiera hecho él.
-¡Oh, America, conocerás a Gavril! -exclamó mamá, encantada.
-¡Ahí viene! -dijo May, agitando sus bracitos.
Efectivamente, ahí estaba Gavril, que entró en el plató dando saltitos, vestido con su impecable traje azul. Tendría casi cincuenta años, y siempre iba impecable. Mientras atravesaba el decorado, la luz incidió en la insignia que llevaba en la solapa, que emitió un brillo dorado más intenso que los fortissimos que hacía yo al piano.
-¡Bueeeeenas noches, Illéa! -saludó-. Tengo que decir que es un honor para mí formar parte de la Selección. ¡Fijaos qué suerte! ¡Voy a conocer a treinta y cinco chicas guapas!
¿Quién sería tan idiota de no desear un trabajo así? -nos guiñó un ojo a través de la cámara-. Pero antes de que tenga ocasión de conocer a esas señoritas encantadoras, una de las cuales será nuestra nueva princesa, voy a tener el placer de hablar con el hombre del momento, nuestro príncipe Maxon.
Al momento, Maxon cruzó la alfombra y se dirigió a un par de asientos preparados para él y para Gavril. Se ajustó la corbata y se alisó el traje, como si no estuviera lo suficientemente acicalado. Le dio la mano a Gavril, se sentó frente a él y cogió un micrófono. La silla era lo bastante alta como para que Maxon tuviera que apoyar los pies en una barra situada a media altura. Aquella postura le daba un aspecto mucho más informal.
-Un placer verle de nuevo, alteza.
-Gracias, Gavril. El placer es mío -respondió, con una voz tan estudiada como su aspecto. Irradiaba formalidad. Arrugué la nariz ante la idea de encontrarme aunque solo fuera en la misma estancia que él.
-Dentro de menos de un mes, treinta y cinco mujeres se mudarán a su casa.
¿Qué le parece la idea?
Maxon se rió.
-Bueno, sinceramente, me inquieta un poco. Me imagino que con tantas invitadas habrá mucho más jaleo. Aun así, estoy deseándolo.
-¿Le ha pedido consejo a su querido padre sobre cómo lo hizo él para conquistar a una esposa tan bella cuando le llegó la ocasión?
Maxon y Gavril miraron en dirección a los reyes, y la cámara los enfocó para que viéramos cómo se miraban, sonrientes y cogidos de la mano. Parecía de verdad, pero ¿cómo íbamos a saberlo?
-En realidad, no. Como sabes, la situación en Nueva Asia ha empeorado últimamente, y los dos nos hemos dedicado más a los asuntos militares. No ha habido ocasión de hablar de chicas.
Mamá y May se rieron. Supongo que lo encontraban divertido.
-No nos queda mucho tiempo, así que querría hacerle una pregunta más.
¿Cómo se imagina que será para usted la chica perfecta?
Dio la impresión de que la pregunta le había pillado desprevenido. No podría estar segura, pero me pareció que se ruborizaba.
-La verdad es que no lo sé. Supongo que eso es lo bonito de la Selección. No habrá dos candidatas iguales: ni en imagen ni en gustos o disposición. Y conociéndolas y hablando con ellas espero descubrir lo que quiero, encontrarlo durante el proceso -dijo el príncipe, sonriente.
-Gracias, alteza. Muy bien dicho. Y creo que hablo por toda Illéa cuando le deseo toda la suerte del mundo.
Gavril le tendió la mano para despedirse.
-Gracias -repuso Maxon.
La cámara no cortó el plano lo suficientemente rápido, y se pudo ver cómo miraba a sus padres, para ver si había dicho lo correcto. El siguiente plano fue del rostro de Gavril, así que no hubo modo de ver cuál fue su respuesta.
-Me temo que esta noche no tenemos más tiempo. Gracias por ver el Illéa Capital Report. Nos veremos la semana que viene.
Y aparecieron los títulos de crédito y la música.
-America y Maxon, la parejita de moda... -se puso a bromear May.
Agarré un cojín y se lo tiré a la cabeza, pero la verdad es que la idea me hacía reír. Maxon era tan remilgado que resultaba difícil imaginar que nadie pudiera ser feliz con aquel pelele.
Me pasé el resto de la noche intentando evitar las bromitas de May, hasta que por fin me fui a la habitación para estar sola. La simple idea de estar cerca de Maxon Schreave me ponía incómoda. Las pullas de May se me quedaron en la cabeza toda la noche, haciendo que me costara dormir.
No tenía muy claro qué era aquel sonido que me despertó, pero cuando fui plenamente consciente intenté escrutar mi habitación en un silencio absoluto, por si acaso había alguien allí.
Tap, tap, tap.
Me giré un poco hacia la ventana, y allí estaba Aspen, sonriéndome. Me levanté de la cama y fui hasta la puerta de puntillas, la cerré y eché el pestillo.
Volví a la cama y abrí la ventana lentamente. En el momento en que Aspen estuvo a mi lado, me entró una oleada de calor que no tenía nada que ver con el verano.
-¿Qué haces aquí? -susurré, sonriendo en la oscuridad.
-Necesitaba verte -dijo, envolviéndome con los brazos y tirando de mí hasta que quedamos tumbados uno junto al otro en la cama. Sentía su respiración contra mi mejilla.
-Tengo muchísimo que contarte, Aspen.
-Chis, no digas nada. Si alguien nos oye, se nos caerá el pelo. Deja que te mire.
Obedecí. Me quede allí, quieta y en silencio, mientras Aspen me miraba a los ojos. Cuando quedó satisfecho, empezó a pasarme la nariz por el cuello y por el pelo. Y entonces sus manos se deslizaron por la curva de mi cintura, arriba y abajo, una y otra vez. Oí que se le agitaba la respiración, y aquello, de algún modo, me atrajo hacia él.
Sus labios, ocultos en mi cuello, empezaron a besarme. Se me entrecortó la respiración. No podía evitarlo. Sus besos recorrieron mi barbilla y me taparon la boca, silenciando mis jadeos. Me agarré a él, y, entre los abrazos desesperados y la humedad de la noche, ambos quedamos empapados en sudor.
Fue un momento robado al destino.
Los labios de Aspen se detuvieron por fin, aunque yo no estaba en absoluto predispuesta a parar. Pero teníamos que ser sensatos. Si íbamos más allá y algún día se descubría, ambos acabaríamos en la cárcel.
Otra razón por la que todo el mundo se casaba joven: la espera era una tortura.
-Debería irme -susurró.
-Pero quiero que te quedes -mis labios estaban junto a su oreja. Percibía de nuevo el olor de su jabón.
-America Singer, llegará el día en que te duermas entre mis brazos cada noche. El día en que te despierte con mis besos cada mañana. Eso, y mucho más -me mordí el labio de la emoción al pensar en ello-. Pero ahora tengo que irme. Estamos tentando al destino.
Suspiré y le solté. Tenía razón.
-Te quiero, America.
-Te quiero, Aspen.
Aquellos momentos furtivos me bastarían para soportar todo lo que se avecinaba: la decepción de mamá cuando me comunicaran que no había sido elegida, todo el trabajo que tendría que hacer para ayudar a Aspen a ahorrar, el cataclismo que me esperaba cuando le pidiera a papá mi mano, y todos los esfuerzos que deberíamos hacer cuando nos casáramos. Nada de aquello importaba. No importaba nada, si tenía a Aspen.