La semana siguiente llegué antes que Aspen a la casa del árbol.
Me costó un poco subir en silencio con todo lo que quería llevar, pero lo conseguí. Estaba recolocando los platos una vez más cuando oí que alguien trepaba por el árbol.
-¡Buh!
Aspen se sobresaltó y se rió. Encendí la vela nueva que había comprado para la ocasión. Él cruzó la casa del árbol para darme un beso y, al momento, me puse a contarle todo lo que había sucedido durante la semana.
-No te he contado lo de las inscripciones -le solté, muy animada.
-¿Cómo fue? Mamá me dijo que estaba hasta los topes.
-Fue una locura, Aspen. ¡Deberías haber visto cómo iban vestidas algunas!
Y ya sabrás que de sorteo no tiene nada. Así que tenía razón. Hay gente mucho más interesante que yo en Carolina para elegir, de modo que todo esto se queda en nada.
-De todos modos te agradezco que lo hicieras. Significa mucho para mí -dijo, sin apartar su mirada. Ni siquiera se había molestado en echar un vistazo a la casa del árbol. Se me comía con los ojos, como siempre.
-Bueno, lo mejor es que, como mi madre no tenía ni idea de que ya te lo había prometido a ti, me sobornó para que firmara.
No pude contener una sonrisa. Aquella semana, las familias ya habían empezado a celebrar fiestas en honor de sus hijas, convencidas de que la suya sería la elegida para la Selección. Había cantado en nada menos que siete celebraciones. Incluso una noche había actuado un par de veces. Y mamá había cumplido con su palabra. Tener dinero propio era una sensación liberadora.
-¿Te sobornó? ¿Con qué? -preguntó Aspen, con el rostro iluminado.
-Con dinero, por supuesto. ¡Mira, te he preparado un festín!
Me separé de él y empecé a sacar platos. Había preparado cena de más con la intención de que sobrara para él, y llevaba días horneando pastitas. De todos modos, May y yo sufríamos de una terrible adicción a los dulces, así que ella estaba encantada de que yo me dedicara a gastar mi dinero en eso.
-¿Qué es todo esto?
-Comida. La he hecho yo misma -dije, henchida de orgullo.
Por fin, aquella misma noche, Aspen podría irse a la cama con el estómago lleno. Pero su sonrisa se desvaneció al ir descubriendo un plato tras otro.
-Aspen, ¿pasa algo?
-Esto no está bien -sacudió la cabeza y apartó la mirada de la comida.
-¿Qué quieres decir?
-America, se supone que soy yo quien tiene que cuidarte. Me resulta humillante venir aquí y que tú tengas que hacer todo esto.
-Pero si siempre te traigo comida...
-Unos cuantos restos. ¿Te crees que no me doy cuenta? No pasa nada por que me quede con algo que tú no quieres. Pero que seas tú... Se supone que soy...
-Aspen, tú me das cosas constantemente. Tengo todos mis céntimos...
-¿Los céntimos? ¿De verdad crees que sacar eso, precisamente ahora, es una buena idea? En serio, America, ¿no te das cuenta? Odio la idea de no poder pagar por escuchar tus canciones, como los demás.
-¡Tú no tendrías que pagarme nada en absoluto! Es un regalo. ¡Todo lo mío es tuyo! -sabía que teníamos que ir con cuidado, no levantar la voz. Pero en aquel momento no me importaba.
-No quiero caridad, America. Soy un hombre. Se supone que soy yo quien debe mantenerte.
Aspen se llevó las manos a la cabeza. Respiraba aceleradamente. Como siempre, estaba reconsiderando su postura. Pero esta vez había algo diferente en su mirada. En lugar de irse centrando, se le veía más y más confundido. Mi rabia fue desvaneciéndose al verlo ahí, tan perdido. Me sentí culpable. Mi intención era darle un capricho, no humillarle.
-Yo te quiero -susurré.
Él meneó la cabeza.
-Yo también te quiero, America -pero no me miraba a la cara.
Recogí un poco del pan que había hecho y se lo puse en la mano. Tenía demasiada hambre como para no darle un bocado.
-No quería herir tu orgullo. Pensé que te gustaría.
-No es eso, Mer; me encanta. No me puedo creer que hayas hecho todo esto por mí. Es solo que... no sabes cuánto me molesta que yo no pueda hacerlo por ti. Te mereces algo más.
Gracias a Dios, siguió comiendo mientras hablaba.
-Tienes que dejar de pensar en mí de ese modo. Cuando estamos juntos, yo no soy una Cinco y tú no eres un Seis. Somos simplemente Aspen y America. No quiero nada más, solo estar contigo.
-Pero es que no puedo cambiar mi modo de pensar -me miró-. Así es como me educaron. Desde que era pequeño, aprendí que «los Seises han nacido para servir» y que «los Seises deben pasar desapercibidos». Toda mi vida, he aprendido a ser invisible -me agarró la mano con la fuerza de una tenaza-. Si estás conmigo, Mer, tú también tendrás que aprender a ser invisible. Y no quiero eso para ti.
-Aspen, ya hemos hablado de eso. Sé que las cosas serán de otro modo, y estoy preparada. No sé cómo decírtelo más claro -le puse la mano sobre el corazón-. Estoy preparada para darte el sí en el momento en que me lo pidas.
Resultaba aterrador exponerse de aquel modo, dejar absolutamente claro hasta dónde llegaban mis sentimientos. Él sabía lo que le estaba diciendo. Pero si ponerme en una posición vulnerable le ayudaba a encontrar el valor, lo soportaría.
Sus ojos buscaron los míos. Si buscaba la sombra de una duda, estaba perdiendo el tiempo. Aspen era lo único de lo que estaba segura en la vida.
-No.
-¿Qué?
-No -repitió, y aquella palabra me cayó como una bofetada.
-¿Aspen?
-No sé cómo he podido engañarme y pensar que esto podría funcionar -se pasó los dedos por entre el cabello otra vez, como si estuviera intentando recopilar todos los pensamientos que tenía sobre mí en la cabeza.
-Pero si acabas de decirme que me quieres...
-Y te quiero, Mer. De eso se trata. No puedo convertirte en alguien como yo. No soporto la idea de que llegue a verte pasar hambre, frío o miedo. No puedo convertirte en una Seis.
Sentí que estaba a punto de llorar. No querría decir eso. No podía ser. Pero antes de que pudiera pedirle que lo retirara, se encaminó hacia la salida de la casa del árbol.
-¿Adónde..., adónde vas?
-Me voy. Me voy a casa. Siento haberte hecho esto, America. Hemos
acabado.
-¿Qué?
-Hemos acabado. No volveré por aquí nunca más. No de este modo.
-Aspen, por favor -insistí, con lágrimas en los ojos-. Hablemos del tema. Sé que estás confuso.
-Estoy más confuso de lo que te imaginas, pero no estoy enfadado contigo. Es simplemente que no puedo hacerlo, Mer. No puedo.
-Aspen, por favor...
Me agarró con fuerza y me besó -un beso de verdad- por última vez.
Luego desapareció entre la oscuridad. Y como vivíamos en el país en el que vivíamos, con todas esas reglas que hacían que nos tuviéramos que ocultar, no pude siquiera llamarle, no pude gritarle, aunque fuera por última vez, que le amaba.
Pasaron los días. Estaba claro que mi familia se daba cuenta de que sucedía algo, pero debían de suponer que estaba nerviosa por la Selección. Quise llorar mil veces, pero me contuve. Solo tenía ganas de que llegara el viernes, para que emitieran el Capital Report y para que, tras hacerse públicos los nombres de las elegidas, todo volviera a ser como antes.
Me imaginé la escena: cómo anunciarían el nombre de Celia o Kamber, y la cara de mi madre, decepcionada, pero no tanto como si hubieran elegido a una desconocida. Papá y May estarían contentos por las chicas; toda la familia tenía una relación próxima con la suya. Sabía que Aspen estaría pensando en mí igual que yo pensaba en él. Estaba segura de que se presentaría por allí antes de que acabara el programa, para rogar que le perdonara y pedir mi mano. Sería algo prematuro, ya que las chicas no tendrían nada seguro, pero podría aprovechar la emoción general del día. Probablemente aquello suavizaría mucho las cosas.
En mi imaginación, todo salía perfectamente. En mi imaginación, todo elmundo era feliz...
Faltaban diez minutos para que empezara el Report, y ya estábamos todos preparados. Estaba segura de que no éramos los únicos que no queríamos perdernos ni un segundo del anuncio.
-¡Recuerdo cuando eligieron a la reina Amberly! Sabía desde el principio que iba a conseguirlo -dijo mamá, que estaba haciendo palomitas, como si aquello fuera una película.
-¿Tú participaste en el sorteo, mamá? -preguntó Gerad.
-No, cariño. A mamá le faltaban dos años para la edad mínima. Pero tuve mucha suerte, porque encontré a tu padre.
Sonrió y le guiñó el ojo a papá. Vaya. Debía de estar de muy buen humor.
No recordaba la última vez que había tenido un gesto de afecto similar hacia papá.
-La reina Amberly es la mejor reina de la historia. Es tan guapa, y tan lista... Cada vez que la veo en la tele, me dan ganas de ser como ella -dijo May,suspirando.
-Es una buena reina -me limité a añadir yo.
Por fin llegaron las ocho. El escudo nacional apareció en la pantalla, acompañado de la versión instrumental del himno. ¿Podía ser que estuvieratemblando? Tenía unas ganas terribles de que aquello se acabara.
Apareció el rey, que puso al país al corriente de la guerra, con pocas palabras. El resto de los comunicados también fueron cortos. Daba la impresión de que todo el mundo estaba de buen humor. Supuse que para ellos también debía de ser emocionante.
Por fin apareció el coordinador de Eventos y presentó a Gavril, que se dirigió directamente a la familia real.
-Buenas noches, majestad -le dijo al rey.
-Gavril, siempre es un placer -repuso el rey, que parecía casi mareado.
-¿Esperando el anuncio?
-Sí, claro. Ayer estuve en la sala mientras se extraían algunos de los nombres; todas ellas, chicas preciosas.
-Así pues, ¿ya sabe quiénes son?
-Solo algunas, solo algunas.
-¿Ha compartido su padre esa información con usted, señor? -preguntó
Gavril, dirigiéndose a Maxon.
-En absoluto. Yo las veré al mismo tiempo que todos los demás -respondió el príncipe. Se notaba que intentaba ocultar los nervios.
Me di cuenta de que me sudaban las manos.
-Majestad -prosiguió Gavril, dirigiéndose esta vez a la reina-, ¿algún consejo para las elegidas?
Ella mostró su habitual sonrisa serena. No sé qué aspecto tendrían las otras chicas de su Selección, pero no podía imaginarme que ninguna fuera tan graciosa y adorable como ella.
-Que disfruten de su última noche como una chica más. Mañana, pase lo que pase, su vida cambiará para siempre. Y un consejo clásico, pero aun así válido: que sean ellas mismas.
-Sabias palabras, mi reina, sabias palabras. Y ahora pasemos a revelar los nombres de las treinta y cinco jóvenes elegidas para la Selección. ¡Damas y caballeros, compartan conmigo la felicitación para las siguientes hijas de Illéa!
En la pantalla volvió a aparecer el escudo nacional. En la esquina superior derecha había una pequeña ventana con la cara de Maxon, para ver sus reacciones a medida que aparecían las caras en el monitor. Él ya estaría haciéndose una idea sobre ellas, como todos los demás.
Gavril tenía un juego de tarjetas en las manos y se dispuso a leer los nombres de las chicas cuyo mundo, tal como había dicho la reina, estaba a punto de cambiar para siempre. La Selección empezaba en aquel mismo instante.
-La señorita Elayna Stoles, de Hansport, Tres.
En la pantalla apareció la foto de una chica menuda con rostro de porcelana.
Parecía toda una dama. A Maxon se le iluminó el rostro.
-La señorita Fiona Castley, de Paloma, Tres.
Esta vez era una morenita con unos ojos provocadores. Quizá de mi edad, pero parecía más... experimentada.
Me giré hacia mamá y May, que estaban en el sofá.
-¿No os parece que es muy...?
-La señorita America Singer, de Carolina, Cinco.
Giré la cabeza como un resorte, y ahí estaba: la fotografía que me habían tomado justo después de enterarme de que Aspen estaba ahorrando para casarse conmigo. Estaba radiante, esperanzada, hermosa. Tenía el aspecto de una chica enamorada. Y algún idiota debía de haber pensado que mi amor era por el príncipe Maxon.
Mamá me gritó al oído y May dio un gran salto, llenándolo todo de palomitas. Gerad también se emocionó y se puso a bailar. Papá..., es difícil de decir, pero creo que sonreía en secreto tras su libro.
Me perdí la expresión de Maxon.
Sonó el teléfono.
Y no dejó de sonar durante varios días.