La mañana siguiente me vestí con el uniforme de las seleccionadas: pantalones negros, camisa blanca y la flor de mi provincia -un lirio- en el pelo.
Los zapatos los pude escoger. Me decanté por unos rojos bajos desgastados. Pensé que más valía dejar claro desde el principio que no tenía madera de princesa.
Estábamos ya a punto para salir en dirección a la plaza. Cada una de las seleccionadas iba a tener una ceremonia de despedida en su provincia de origen, y a mí la mía no me hacía ninguna ilusión. Toda aquella gente allí mirándome, y yo de pie como una tonta. La escena en conjunto era ridícula, ya que tenía que recorrer los tres kilómetros de trayecto en coche, por motivos de seguridad.
El día fue incómodo desde el principio. Kenna vino con James para despedirme, lo cual fue todo un detalle, teniendo en cuenta que estaba embarazada y cansada. Kota también vino, aunque su presencia no hizo más que añadir tensión. En el camino de casa hasta el coche que nos habían dejado, Kota fue con mucho el más lento, de modo que los fotógrafos y curiosos pudieran verle bien.
Papá se limitó a menear la cabeza, y en el coche nadie dijo nada.
May era mi único consuelo. Me cogió de la mano e intentó transmitirme parte de su entusiasmo. Cuando llegamos a la atestada plaza aún íbamos de la mano. Daba la impresión de que toda la provincia de Carolina había acudido a despedirme. O a ver qué tenía yo de especial. Desde la tarima en la que me encontraba, vi la masa de gente que me observaba.
Allí de pie pude comprobar las diferencias entre las castas. Margareta Stines era una Tres, y ella y sus padres me perforaron con la mirada. Tenile Digger era una Siete, y me lanzaba besos. La gente de las castas superiores me miraba como si les hubiera robado algo que les perteneciera. Las Cuatros y la gente de castas inferiores me animaban, veían en mí a una chica del montón que había triunfado.
Me di cuenta de lo que significaba para aquellas personas, como si representara algo para cada una de ellas.
Intenté concentrarme en aquellas caras, levantando la cabeza. Estaba decidida a hacerlo bien. Sería la mejor de mi grupo: la heroína de la plebe. Aquello me dio una razón de ser. America Singer: la campeona de las castas bajas.
El alcalde hizo un discurso lleno de florituras:
-¡... y Carolina animará a la bella hija de Magda y de Shalom Singer, Lady America Singer!
La multitud aplaudió y me vitoreó. Algunos lanzaron flores.
Registré aquel sonido por un momento, sonriendo y saludando con la mano, y luego volví a escrutar a la multitud, pero esta vez con un objetivo diferente.
Quería ver su rostro una vez más si podía. No sabía si habría venido. El día anterior me había dicho que estaba preciosa, pero se había mostrado aún más distante y reservado que en la casa del árbol. Habíamos acabado, y lo sabía. Pero no puedes amar a una persona casi dos años y luego olvidarlo de la noche a la
mañana.
Tuve que pasear la vista varias veces por entre la gente, pero por fin lo encontré, y de inmediato deseé no haberlo hecho. Aspen estaba allí de pie, con Brenna Butler delante de él, agarrándola por la cintura desenfadadamente y sonriendo.
Quizá sí había gente que podía olvidar de la noche a la mañana.
Brenna era una Seis y debía de tener mi edad. Era bastante guapa, supongo, aunque no se parecía en nada a mí. Tal vez ella se quedara con la boda y la vida que antes iba a ser para mí. Y, al parecer, a Aspen la posibilidad de ser reclutado
no le importaba ya tanto. Ella le sonrió y luego fue a reunirse con su familia.
¿Acaso ya le gustaba Brenna desde antes? A lo mejor se veían cada día, mientras que yo solo le daba de comer y le cubría de besos una vez por semana. Tal vez todo el resto del tiempo del que no me hablaba durante nuestras conversaciones furtivas no se correspondía simplemente con largas horas de tediosos inventarios.
Estaba demasiado furiosa como para llorar.
Además, tenía admiradores que reclamaban mi atención. Y Aspen ni siquiera se había dado cuenta de que lo había visto. Me volqué con aquellos rostros entregados. Volví a lucir mi mejor sonrisa y me puse a saludar. No le iba a dar a Aspen la satisfacción de romperme el corazón una vez más. Estaba allí por su
culpa, e iba a aprovecharlo.
-¡Damas y caballeros, despidamos como se merece a America Singer, nuestra hija de Illéa predilecta! -jaleó el alcalde.
Detrás de mí, una pequeña banda tocó el himno nacional.
Más vítores, más flores. De pronto me encontré al alcalde hablándome al oído.
-¿Querrías decir algo, querida?
No sabía cómo decir que no sin parecer maleducada.
-Gracias, pero estoy tan impresionada que no creo que pueda.
-Por supuesto, pequeña -dijo él, cogiéndome las manos entre las suyas-. No te preocupes. Yo me ocuparé de todo. Ya te prepararán para estas cosas en palacio. Lo necesitarás.
Entonces el alcalde procedió a ensalzar mis virtudes ante la audiencia, mencionando solapadamente que era muy inteligente y atractiva, para ser una Cinco. No parecía un mal tipo, pero a veces hasta los miembros más agradables de las castas superiores se mostraban condescendientes.
Al pasar la vista por la multitud, una vez más vi el rostro de Aspen. Parecía que lo estaba pasando mal. Su expresión era el extremo opuesto a la que le había visto cuando estaba con Brenna, unos minutos antes. ¿Otro jueguecito? Aparté la mirada.
El alcalde acabó su discurso. Sonreí y todo el mundo aplaudió, como si aquel hombre hubiera soltado un discurso legendario.
Y de pronto llegó el momento de decir adiós. Mitsy, mi asistente personal, me indicó que me despidiera con calma pero sin extenderme, y que luego ella me acompañaría hasta el coche que me conduciría al aeropuerto.
Kota me abrazó y me dijo que estaba orgulloso de mí. Luego, con menos sutilidad, me pidió que le hablara de sus creaciones al príncipe Maxon. Me libré de su abrazo con la máxima elegancia posible.
Kenna estaba llorando.
-Apenas te veo ya. ¿Qué voy a hacer cuando no estés?
-No te preocupes. Volveré pronto.
-¡Sí, ya! Eres la chica más guapa de toda Illéa. ¡Se enamorará de ti!
¿Por qué todo el mundo pensaba que todo dependía de la belleza? A lo mejor era así. Tal vez el príncipe Maxon no necesitaba una esposa con la que hablar, sino solo una que fuera guapa. Me estremecí, considerando la posibilidad de que mi futuro se redujera a eso. Pero había un montón de chicas mucho más guapas que yo en la Selección.
Resultó difícil abrazar a Kenna con aquella barriga, pero lo conseguimos.
James, al que en realidad tampoco conocía tanto, también me abrazó. Entonces llegó Gerad.
-Sé bueno, ¿de acuerdo? Prueba con el piano. Estoy segura de que se te dará de fábula. Quiero oírte cuando vuelva, ¿vale?
Gerad se limitó a asentir, de pronto embargado por la tristeza, y se lanzó hacia mí abriendo sus pequeños bracitos.
-Te quiero, America.
-Yo también te quiero. No estés triste. Volveré pronto.
Él volvió a asentir, pero se cruzó de brazos e hizo morritos. No tenía ni idea de que se lo fuese a tomar así. Era justo lo contrario que May, que estaba dando saltitos, de puntillas, emocionadísima.
-¡Oh, America, vas a ser la princesa! ¡Lo sé!
-¡Venga ya! Preferiría ser una Ocho y quedarme con vosotros. Tú sé buena y trabaja duro, ¿eh?
May asintió y dio unos saltitos más, y luego le llegó el turno a papá, que estaba al borde de las lágrimas.
-¡Papá! No llores -dije, y me dejé caer entre sus brazos.
-Escucha, gatita: ganes o pierdas, para mí siempre serás una princesa.
-Oh, papá... -aquello hizo que me echara a llorar yo también y sacara al exterior todo mi miedo, mi tristeza, la preocupación, los nervios... Precisamente aquella frase de papá, que dejaba claro que nada de todo aquello importaba.
Si después de aprovecharse de mí me descartaban y tenía que volver a casa, él seguiría estando orgulloso de mí.
Tanto amor era difícil de sobrellevar. En palacio estaría rodeada de un ejército de guardias, pero no podía imaginar un lugar más seguro que los brazos de mi padre. Me separé de él y me giré para abrazar a mamá.
-Haz todo lo que te digan. Intenta no protestar y sé feliz. Pórtate bien. Sonríe. Mantennos informados. ¡Hija mía! Sabía que acabarías demostrándonos que eres especial.
Lo dijo como un halago, pero no era eso lo que necesitaba oír. Me habría gustado que me hubiera dicho que para ella ya era especial, como lo era para mi padre. Pero supuse que ella nunca dejaría de desear algo más para mí, algo más de mí. Quizá fuera algo típico de las madres.
-Lady America, ¿está lista? -preguntó Mitsy.
Yo estaba de espaldas a la multitud, y enseguida me limpié las lágrimas.
-Sí, estoy lista.
Mi bolsa esperaba en el reluciente coche blanco. Ya estaba. Eché a caminar hacia las escaleras al borde de la tarima.
-¡Mer!
Me giré. Habría reconocido aquella voz en cualquier parte.
-¡America!
Miré y vi a Aspen agitando los brazos. Iba apartando a la multitud. La gente protestaba ante sus empujones, no demasiado considerados.
Nuestros ojos se encontraron.
Se detuvo y se me quedó mirando. No pude leerle el rostro. ¿Preocupación? ¿Arrepentimiento? Fuera lo que fuera, era demasiado tarde. Negué con la cabeza.
Ya tenía bastante de los juegos de Aspen.
-Por aquí, Lady America -me indicó Mitsy, al pie de las escaleras.
Me detuve un segundo para asimilar que me iban a llamar así a partir de entonces.
-Adiós, cariño -dijo mi madre.
Y se me llevaron de allí.