El amanecer llegó tranquilo, con un aire frío que se colaba entre las cortinas de la habitación de Amatista. Ella despertó despacio, los párpados pesados por el cansancio acumulado de los últimos días. Estiró la mano hacia su teléfono, un gesto habitual, y al encenderlo, su rostro se transformó. La pantalla estaba inundada de notificaciones: decena
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