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El día amaneció sombrío, cubierto por un cielo nublado que no dejaba entrever la luz del sol. Isabel se encontraba en su apartamento, sentada en el sofá, con las manos entrelazadas sobre sus rodillas. Sus pensamientos estaban a mil por hora, y la pesadez de la revelación de Samuel aún seguía abrumándola. No podía dejar de pensar en lo que había esc
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