Capítulo 3 3

Narradora.

Nada correspondía a lo que Ansol había creado en su mente, pero Gray era consciente de que, sin tranquilizarla primero, resultaría imposible revelarle la verdad. Estos tres años de matrimonio habían transcurrido en silencio, rehuyendo revelar la realidad por temor a una reacción adversa o a que Sol sufriera más de lo que lo hacía por sus declaraciones. Pues no era ajeno a la realidad que lo golpeaba y al suponer que como mujer, desconfiaba de sus escapadas nocturnas.

Ella jamás había sido una persona de actos impulsivos o agresivos, pero existe una primera vez, y él quería evitar de cierta forma que sus palabras la lleven a cometer un terrible error.

-Desde aquel instante inicial en que cruzaron nuestras miradas -expresó él, abordando la pregunta planteada por su esposa.

-Eso es mentira -repuso ella, mientras las lágrimas irrigaban sus mejillas y un tinte carmesí adornaba su nariz pequeña y perfecta-. Si realmente me hubieras tenido afecto, no estarías aquí revelándome la existencia de otra persona.

-No hablo de otra mujer, Sol -rectificó Gray, notando cómo el asombro se entrelazaba con las lágrimas en los ojos de su esposa.

Con decisión, se aproximó a ella y la cobijó entre sus brazos, procurando tranquilizarla y ansiando su comprensión. Era consciente de que, si Ansol lo repudiaba tras esta confesión, no tendría alternativa más que disolver su matrimonio y, por ende, perder a la mujer con la cual deseaba despertar cada día.

-Estoy confundida -manifestó ella, zafándose del abrazo y exigiendo con su mirada una explicación definitiva.

-¿Podrías acompañarme al salón y permitirme concluir mi relato? -propuso Gray, acariciando sus mejillas y contemplando esos iris verdes que tanto le fascinaban.

-De acuerdo -accedió ella, retornando con él al salón y acomodándose uno junto al otro.

-Sol, narraré desde el origen para que logres entender -precisó él, tomando aire y preparándose para lo que vendría-. Antes de nuestro encuentro y compromiso, tu padre estaba al tanto de que poseía una obligación más allá de mi profesión, razón por la cual vacilé al aceptar su proposición matrimonial -sujetó sus manos-. Mucho antes de conocerte, tuve un romance con otra mujer -notó la repentina tensión-, aunque nunca fuimos más allá de ser pareja esporádica -se mordió el labio-. El dilema surgió cuando ella quedó embarazada y... falleció al dar a luz a mi hija.

-Oh... -articuló ella, atónita y sin desviar la vista de la consternación en los ojos de su marido.

-Desde aquel entonces, al ser rechazada la pequeña por sus parientes maternos, asumí la custodia -continuó-. Mis padres me respaldaron y siguen haciéndolo, ocupándose de ella durante el día por mis ocupaciones laborales, conscientes de que por las noches debo visitarte y después regresar para cuidar de mi pequeña -exhaló-. Lo correcto hubiera sido discutirlo antes de casarnos, pero tu padre me incitó a omitirlo, considerando tu recelo a entablar relaciones o conocer a alguien nuevo -expuso, desviando la vista mientras acariciaba las manos de su esposa-. Por ello opté por este método, frecuentándote tras mi jornada laboral y volviendo a casa de mis padres para pasar la noche con mi hija hasta el amanecer.

-¿Qué edad tiene la niña? -indagó ella con interés, observando cómo su esposo alzaba la vista para encontrarse con la suya.

-Cuatro años -respondió él, y ella asintió con la cabeza-. El motivo por el que deseo esclarecer todo, además de que lo mereces, es porque mi madre ha caído enferma y ya no puede encargarse de mi hija y... -suspiró-, tal vez necesite contratar a una cuidadora, pero eso alteraría el tiempo que puedo brindarte y...

-¿Por qué no la traes aquí con nosotros? -sugirió ella, viéndolo sorprenderse y negar-. ¿Temes que yo le cause algun tipo de daño, cierto?

-¡De ninguna manera! -aseguró él con prisa -. Mi inquietud es que te afecte incorporar a mi hija en tu vida y... no deseo que pases por ello -respiró hondo-. Ignoro cómo repartirme, pero intentaré organizar mi agenda para que puedas...

-No -lo interrumpió ella con decisión, avivando la preocupación en su marido.

Aunque era consciente de que revelar la verdad podría empujarlo a perder a su esposa, no estaba dispuesto a seguir ocultándole la realidad ni a desamparar a su princesa.

-Gray, deseo que traigas a la niña aquí -prosiguió ella, observándolo ponerse en pie y ocultar su rostro entre las manos, confundido, inquieto y hasta quizás sin saber que hacer -. No es justo vivir un matrimonio bajo estas circunstancias, ni es saludable para la niña que no compartas ciertos momentos con ella -se levantó y tomó las manos de su esposo-. Es hija, y como tal, la acogeré en mi vida y le proporcionaré el cariño materno que le ha sido falta desde su nacimiento.

-No es tu obligación, Sol -objetó él.

-Lo es desde que me convertí en tu compañera -afirmó ella, acariciando sus mejillas-. Soy capaz de hacerlo -insistió-. Confía en mí.

-Confío en ti -respondió él, envolviéndola en un abrazo-. Solo temo lastimarte al prácticamente forzarte a aceptar a mi hija.

-Nuestra hija -corrigió ella con dulzura-. Es nuestra hija ahora, y nada me colmaría más de alegría que cuidar de ella y permitirte descansar en casa, dedicando el tiempo que desees a ambas, sin tener que estar dividiendote para no abandonar a ninguna o quizás, pensar en perder lo que llevamos tres años construyendo con pocas piezas.

-Mi amor... -sollozó él, sintiéndose aliviado de una carga que lo agobiaba.

Ya no podía más; a veces pensaba en renunciar a una para descansar, pero ahora se cuestionaba por qué no había dialogado antes con su esposa. Quizás así las cosas podrían fluir y finalmente estaría en un solo lugar con las dos mujeres de su vida.

-Calma, todo se resolverá. Seré tu pilar -lo consoló ella, incapaz de reprimir las lágrimas al escuchar a su amado llorar-. Ve por ella, hoy nos dedicaremos a conocernos y a acomodar el cuarto de la pequeña en este nuevo hogar que le brindaremos.

            
            

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