La sala de juntas estaba más silenciosa de lo habitual. Los ejecutivos de ambas empresas se habían reunido para analizar los resultados preliminares de las estrategias piloto en los mercados internacionales, pero la tensión era palpable. Cada lado del tablero tenía algo que demostrar, y cada mirada intercambiada era una apuesta velada por el control.
Isabela repasaba las cifras proyectadas en la pantalla con expresión seria, mientras sus dedos tamborileaban ligeramente sobre la mesa de vidrio. Javier, a su izquierda, parecía más relajado, con una sonrisa ligera que nunca desaparecía del todo, como si estuviera seguro de que las cartas jugarían a su favor.
-Los datos del mercado europeo muestran un aumento del 15% en la retención de clientes, con un ligero repunte en las ganancias netas -dijo Santiago desde el extremo de la mesa, mientras pasaba a la siguiente diapositiva-. Sin embargo, los costos operativos siguen siendo significativamente altos.
-Eso confirma mi punto -intervino Isabela, girándose hacia los presentes-. Mantener una inversión significativa en un mercado que apenas está estabilizándose es un riesgo innecesario.
-O un riesgo calculado -contrapuso Javier, inclinándose hacia adelante-. Esa retención del 15% puede ser la base para una recuperación más fuerte en los próximos trimestres.
-¿Y cuánto tiempo esperas que dure esa recuperación? -replicó Isabela, con los ojos entrecerrados-. Porque no tenemos el lujo de esperar indefinidamente mientras los recursos se desperdician.
-La paciencia también es una inversión, Villaseñor. Quizás deberías intentarlo.
Isabela estaba a punto de responder cuando Emilia levantó una mano, interrumpiendo antes de que el debate se desbordara.
-Ambos tienen puntos válidos, pero necesitamos una solución que nos permita avanzar. No podemos quedarnos estancados en esta discusión eternamente.
-Propongo mantener las operaciones en Europa con una estructura optimizada -sugirió Adrián, mirando a ambos líderes-. Reducimos los costos donde sea posible, pero sin abandonar el mercado.
-Es un enfoque intermedio razonable -dijo Santiago con un asentimiento-. Aunque no resuelve la presión financiera a corto plazo.
Isabela suspiró. Aunque detestaba admitirlo, la propuesta de Adrián tenía sentido.
-De acuerdo -dijo finalmente, con un tono que reflejaba tanto resignación como pragmatismo-. Pero necesitamos un cronograma claro para implementar esos ajustes y evaluar su impacto.
-Perfecto -respondió Javier, inclinándose hacia atrás con una expresión triunfante-. Sabía que podías ser razonable si lo intentabas.
Isabela le lanzó una mirada fulminante, pero optó por guardar silencio. No tenía sentido alimentar su ego en ese momento.
Más tarde, mientras los demás abandonaban la sala, Isabela se quedó atrás, revisando sus notas y los informes que habían quedado sobre la mesa. No quería dejar cabos sueltos, especialmente cuando cada detalle podía marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso.
-¿Siempre trabajas hasta tan tarde? -La voz de Javier interrumpió su concentración.
Isabela no levantó la vista.
-¿Siempre haces preguntas obvias?
Él sonrió y se apoyó contra el marco de la puerta.
-Eres implacable, lo admito. Pero tal vez deberías tomarte un respiro de vez en cuando.
-¿Por qué? ¿Para perder el tiempo como tú?
-Tocarás fondo si sigues a este ritmo, Villaseñor. Hasta los relojes necesitan que les den cuerda de vez en cuando.
Ella finalmente alzó la mirada, con una expresión que mezclaba cansancio y desafío.
-Si quieres darme consejos, Altamira, asegúrate de que vengan de alguien que sepa lo que está haciendo.
-Tú me subestimas.
-Y tú me subestimas al pensar que no lo noto.
La tensión entre ellos era tan palpable como el aire pesado de una tormenta inminente. Pero antes de que alguno pudiera decir algo más, Santiago apareció en la puerta.
-Isa, necesitamos revisar el presupuesto de logística antes de mañana. ¿Puedes venir a la oficina?
-Voy en un minuto.
Javier sonrió con satisfacción al ver la interrupción.
-Siempre ocupada. Qué predecible.
Isabela no respondió. Tomó sus papeles y salió de la sala sin mirar atrás, decidida a no darle el placer de otra respuesta cortante.
Esa noche, mientras trabajaba desde su apartamento, Isabela recibió un mensaje inesperado. Era de su padre, Martín Villaseñor, pidiéndole que se reunieran a primera hora del día siguiente. El tono del mensaje era breve, casi frío, lo cual no era inusual en él, pero la urgencia la dejó intrigada.
Por otro lado, Javier recibió una llamada de su madre, Patricia Altamira. A pesar de que la conversación comenzó con el tono casual de siempre, pronto se tornó seria.
-Tu padre y yo estamos preocupados, Javier. Esta alianza no es suficiente. Necesitamos algo más sólido para proteger el legado familiar.
-Estoy trabajando en ello, mamá. Pero estas cosas llevan tiempo.
-No tenemos tiempo, Javier. Cada día que pasa, nuestra posición se debilita más.
La conversación dejó a Javier pensativo, con una presión adicional que no esperaba.
A la mañana siguiente, Isabela llegó a la mansión Villaseñor para encontrarse con su padre. El estudio, con sus paredes cubiertas de libros antiguos y la luz tenue filtrándose a través de las cortinas, era el escenario perfecto para las conversaciones difíciles.
-¿Qué sucede, papá? -preguntó, sentándose frente a él.
Martín, un hombre de aspecto imponente y mirada fría, la observó con detenimiento antes de responder.
-Necesitamos consolidar esta alianza, Isabela. No solo a nivel empresarial, sino también personal.
Ella lo miró con confusión.
-¿Qué quieres decir?
-He estado en contacto con Patricia Altamira. Creemos que una unión entre nuestras familias fortalecería esta alianza más allá de los números.
El corazón de Isabela se detuvo por un momento.
-¿Estás sugiriendo... un matrimonio?
Martín asintió con calma, como si fuera la solución más lógica del mundo.
-Es lo mejor para ambas familias.
-¿Lo mejor? -replicó ella, incapaz de ocultar su incredulidad-. ¿Y qué hay de lo que yo quiero?
-Esto no se trata de lo que quieres, Isabela. Se trata de lo que necesitamos.
Mientras tanto, en la casa Altamira, Patricia planteaba la misma idea a Javier.
-¿Quieres que me case con Isabela Villaseñor? -preguntó él, riendo incrédulo.
-Esto no es una broma, Javier. Es una estrategia.
-Es una locura. Apenas podemos soportarnos.
-Precisamente por eso sería una alianza perfecta. Dos líderes fuertes trabajando juntos por un bien común.
La idea de un matrimonio arreglado puso a ambos líderes en un nuevo dilema, enfrentando no solo las tensiones entre sus empresas, sino también las expectativas de sus propias familias. Lo que comenzaba como una unión de conveniencia ahora estaba a punto de entrar en un territorio aún más complicado, donde los sentimientos, la ambición y la lealtad se entrelazarían de formas impredecibles.ada