Capítulo 9 El Rastro de la Duda

La reunión en Altamira Global terminó con una frialdad incómoda, sin que ninguno de los presentes pareciera dispuesto a dejar de lado la postura de negocios en favor de algo más humano. Isabela salió de allí sintiendo un peso aún más grande sobre sus hombros, como si el futuro estuviera decidiendo por ella y no al revés. El compromiso con Javier Altamira, aunque necesario desde un punto de vista empresarial, comenzaba a ser una carga emocional difícil de soportar.

Con el contrato en mano, las horas siguientes se convirtieron en una serie de conversaciones y decisiones que parecían más una rutina que una elección consciente. Isabela tenía la sensación de estar perdiendo algo en el camino: su voz, su capacidad para decidir por sí misma, su libertad. Pero el futuro de su familia y de su empresa no parecía permitirle darse el lujo de ser débil, de dudar.

Esa noche, cuando llegó a su departamento, se dejó caer sobre el sofá con un suspiro profundo. La ciudad brillaba a través de la ventana, pero ni la vista de los rascacielos iluminados ni el bullicio lejano lograban distraerla de sus pensamientos. Estaba a punto de embarcarse en un viaje en el que no estaba segura de poder encontrar el camino de vuelta.

El sonido de su teléfono interrumpió su enredo de pensamientos. Un mensaje de su padre, como siempre, directo y claro.

"Felicidades, Isabela. Este es el comienzo de una nueva etapa. Asegúrate de estar preparada."

Esas palabras, aparentemente sencillas, parecían más una orden que una felicitación. ¿Estar preparada? Isabela se preguntó. Pero para qué, si no entendía completamente lo que implicaba este nuevo paso. ¿Estaba realmente lista para casarse con un hombre que solo conocía superficialmente y, además, veía como una pieza más en un juego mucho más grande?

Decidió ignorar el mensaje por un momento y salió a caminar por la ciudad. Quizás necesitaba pensar, respirar el aire frío de la noche y dejar que las luces y los ruidos la desconectaran de la presión que sentía en su pecho. No era un escape, pero podía ser un respiro, una manera de calmar la mente.

Al día siguiente, la decisión ya estaba tomada. Javier había enviado un mensaje temprano en la mañana, confirmando que los detalles de la boda se discutirían esa tarde en una nueva reunión, donde se firmaría el contrato de fusión. Isabela sabía que, a partir de ese momento, su vida personal dejaría de ser solo suya. Todo se convertía en un acto público, una formalidad necesaria.

La reunión comenzó de nuevo con la familia Altamira reunida alrededor de la mesa. Esta vez, el ambiente era aún más rígido. La presencia de Patricia, la madre de Javier, era imponente, mientras que Alejandro se mantenía en un segundo plano, observando sin intervenir.

-Isabela, estoy contenta de que todo esté en marcha. -Patricia comenzó, con su voz suave pero firme. Aunque sus palabras eran de bienvenida, la mirada que le dedicaba era cargada de análisis, como si estuviera buscando algo más en ella. Patricia Altamira no dejaba nada al azar.

Isabela, por su parte, se sentó sin demasiada expresión en su rostro. Ya no sabía qué decir. Todo esto se sentía como una representación, y ella solo estaba siguiendo el guion, obligada a cumplir con su rol.

-Sí, todo parece estar en orden. -respondió, forzando una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

-¿Sabes, Isabela? -dijo Patricia, cambiando el tono de la conversación-. Muchas veces he escuchado decir que los negocios y el amor no deben mezclarse, pero te diré algo que he aprendido con los años: a veces el amor crece cuando menos lo esperas. Y tú y Javier... -Patricia hizo una pausa, observando cuidadosamente-. Ustedes están destinados a trabajar juntos en más de un sentido.

Isabela tragó saliva, con una sensación extraña formándose en su estómago. ¿Acaso era esa la forma en que Patricia veía la situación? ¿Como una oportunidad para algo más que negocios? O tal vez lo decía como una forma de fortalecer la fachada que querían construir.

-A veces, las relaciones más fuertes nacen de la necesidad, no de la atracción instantánea. -dijo Javier, con una sonrisa que, aunque amable, no lograba disipar la tensión en el aire. No había ni una pizca de emoción personal en sus palabras, solo una frialdad que Isabela comenzaba a reconocer como su verdadera naturaleza.

-Sí, es cierto. -Isabela respondió, pero sus palabras fueron vacías, casi automáticas. ¿A qué punto había llegado? ¿Qué tan lejos podría llegar con alguien como Javier, si las emociones no formaban parte del trato?

El contrato estaba sobre la mesa, y Isabela lo observó, las letras pequeñas pareciendo gritarle en silencio. Ya no era solo un acuerdo de negocios. El matrimonio, aunque parecía solo una formalidad, estaba integrado en él de manera tan intrínseca que no podría separarse jamás. La fusión de sus familias sería más que un intercambio de recursos; sería una cadena que ataría sus vidas.

-Entonces, solo faltaría que firmes aquí, y el acuerdo estará listo. -dijo Patricia, mientras deslizaba un bolígrafo hacia ella.

Isabela miró el bolígrafo con una mezcla de repulsión y resignación. Todo había sido tan rápido, tan calculado, que de alguna manera ya no tenía control sobre la situación. Las palabras de su padre resonaban en su mente: "Hazlo por la familia, por el futuro." ¿Cuánto más debería sacrificar en nombre de ese futuro?

-Lo haré. -dijo finalmente, tomando el bolígrafo con una mano temblorosa y firmando el contrato sin mirar el resto de las cláusulas. De alguna forma, ya había tomado la decisión, aunque no pudiera comprender completamente el alcance de lo que estaba firmando.

Javier la miró, su expresión neutral, casi indiferente. Isabela no sabía si se sentía decepcionada o aliviada al ver que, al final, las cosas simplemente sucedían como él había previsto. Y ella no era más que una pieza en el tablero de su familia.

El resto de la reunión transcurrió de manera mecánica. Los detalles de la boda se discutieron, la fecha elegida, las formalidades que rodearían la fusión. Isabela se sintió desconectada de todo, como si estuviera mirando todo desde afuera. Javier, Patricia y Alejandro hablaban entre sí, pero ella estaba atrapada en su propio pensamiento.

Cuando finalmente salió de la oficina de los Altamira, sentía el peso de la decisión sobre sus hombros. Ya no estaba sola en este camino, y aunque no podía evitar sentir que se estaba traicionando a sí misma, sabía que había algo aún más grande en juego.

Las semanas siguientes transcurrieron rápidamente, entre reuniones y arreglos para la boda. Las conversaciones con Javier fueron mínimas y frías, siempre centradas en los negocios. Isabela comenzaba a comprender que todo lo que sucedía tenía una finalidad y que, en este mundo, las emociones solo eran un lujo que no podía permitirse.

Pero en el fondo, una duda persistía. ¿Podría realmente ser feliz en esta nueva vida? Y lo más importante: ¿Realmente quería este futuro?

Una tarde, mientras se encontraba sola en su apartamento, mirando la ciudad desde la ventana, su teléfono sonó. Era un mensaje de Javier.

"Nos vemos mañana para firmar el acuerdo final. El futuro comienza ahora."

Isabela no podía evitar sentirse vacía. Quizá el futuro que Javier veía para ellos no fuera el que ella hubiera elegido, pero una parte de ella sabía que, de alguna manera, ambos estaban atrapados en el mismo destino. Una vida que comenzaba a ser más de lo que ella había imaginado. Pero ¿realmente estaba dispuesta a aceptarlo sin luchar?

            
            

COPYRIGHT(©) 2022