El amanecer se colaba entre las cortinas de Santa Aurora, iluminando tenuemente el rostro cansado de Amatista. Había pasado gran parte de la noche en vela, dándole vueltas a las palabras de Roque. Cada pensamiento regresaba al mismo punto: no podía quedarse de brazos cruzados mientras otros jugaban con su vida.
El sonido de su teléfono la sacó de s
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