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La noche había caído cuando Valentina se recostó en su cama, incapaz de apagar la tormenta que se desataba en su mente. El rostro de Alejandro Montenegro seguía flotando en su conciencia, imponente, como una sombra que se negaba a desvanecerse. El hombre que había amado, el hombre que había dejado atrás, ahora era el mismo que la observaba con la frialdad de un extraño. Habían pasado años, pero su presencia seguía tan real como la primera vez que lo conoció.
Volvió a mirar la carta que Alejandro le había entregado esa tarde. Cada palabra escrita parecía clavarle una aguja en el pecho. ¿Cómo podía él ser tan... cruel? O tal vez, solo tal vez, era ella la que no entendía bien las reglas de su mundo. Alejandro Montenegro nunca había sido un hombre de sentimentalismos, siempre había sido un estratega, un hombre de negocios. Y si había decidido regresar ahora, era porque no solo quería venganza, sino algo mucho más profundo. Algo que no entendía, pero sentía con cada fibra de su ser.
La puerta de su habitación se abrió lentamente. Era su madre, con esa mirada preocupada que siempre tenía cuando algo no estaba bien.
- ¿Hija, estás despierta? -preguntó con suavidad, notando la expresión tensa de su hija.
Valentina asintió, dejando que su madre se acercara y se sentara junto a ella en la cama. El silencio se extendió entre ambas, como una especie de entendimiento tácito de que la situación estaba fuera de su control. Finalmente, fue la madre quien rompió el silencio.
- No sé qué hacer, Valentina. No sé si aceptar lo que él propone o rechazarlo. Todo esto me tiene muy preocupada. Ya sabes cómo están las cosas con la empresa, no podemos seguir adelante sin ayuda. Y esa carta... esa oferta... no sé si es una bendición o una condena.
Valentina observó a su madre, con sus cabellos encanecidos y las manos temblorosas, como si cada uno de esos años le hubiera pasado factura. La familia Duarte nunca había sido rica, pero siempre había sido honorable, con un nombre respetable en los negocios. Ahora, todo eso estaba al borde de la quiebra. La amenaza de perder todo lo que habían construido era real, y la oferta de Alejandro parecía la única forma de evitarlo. Pero ¿a qué costo?
- Lo sé, mamá. Pero no puedo aceptar eso. No puedo hacerle eso a mi vida... a mí misma. Lo que me pide es demasiado.
La madre la miró fijamente, con una mezcla de preocupación y sabiduría en sus ojos.
- A veces, Valentina, uno tiene que tomar decisiones difíciles. No todo en la vida es blanco o negro. Tal vez esta sea nuestra única oportunidad. Yo siempre te he dicho que, en los negocios, a veces tienes que ceder para ganar algo más grande.
Valentina respiró profundamente, sintiendo el peso de sus palabras. Su madre tenía razón. Estaba atrapada en una encrucijada, una en la que ninguna salida parecía completamente limpia.
Al día siguiente, Valentina se dirigió a la oficina de su madre. El negocio familiar, una pequeña pero sólida cadena de almacenes y distribuciones, estaba a punto de colapsar debido a una serie de malas decisiones financieras. Valentina había intentado de todo para salvarlo, pero las deudas se acumulaban rápidamente y las oportunidades de inversión se volvían cada vez más escasas.
El teléfono en su escritorio vibró con fuerza. Era un mensaje de Alejandro.
"Te espero a las tres en mi oficina. Necesito tu respuesta."
Sus manos temblaron al leerlo. Él no estaba dispuesto a esperar más. Valentina miró el reloj, consciente de que el tiempo se agotaba.
A las tres en punto, llegó al imponente edificio de la empresa Montenegro. Era un rascacielos moderno, con paredes de cristal que reflejaban el cielo de la ciudad, y cuando entró, la puerta automática se abrió sin hacer ruido, como si ella fuera simplemente parte del decorado. La recepción estaba vacía, y la secretaria, una mujer joven y eficiente, la condujo directamente al ascensor. No había sonrisas, ni cortesías. Solo un aire de tensión palpable.
El ascensor ascendió sin prisa, llevándola hacia el último piso, el despacho de Alejandro. Al salir, Valentina se encontró en un largo pasillo, adornado con obras de arte caras y modernas. La puerta del despacho de Alejandro estaba abierta, como invitándola a entrar.
Cuando cruzó el umbral, se encontró con él, sentado detrás de un escritorio de caoba, mirando un archivo sin levantar la vista. Sus ojos, fríos y calculadores, no se movieron de las páginas que tenía frente a él.
- Buenas tardes, Valentina -dijo, sin mostrar ningún tipo de emoción en su tono.
Valentina cerró la puerta detrás de ella, con una determinación que no sentía por completo, pero que trataba de disimular.
- He leído tu propuesta -dijo, sin rodeos-. Y no estoy segura de que sea lo que necesito. Tampoco estoy segura de que lo que me pides sea justo.
Alejandro levantó la vista finalmente, sus ojos fijos en los de ella, como si estuviera esperando que dijera algo más.
- La vida no es justa, Valentina -respondió con calma, su voz llena de una seriedad que la hizo sentir pequeña-. Si aceptas este trato, no solo salvarás a tu familia. Te devolveré todo lo que has perdido. El poder, el control, la estabilidad.
Valentina se quedó quieta, observando cómo su mundo se retorcía a su alrededor.
- ¿Y qué obtienes tú a cambio? -preguntó, con el ceño fruncido.
- Lo que quiero, Valentina, es venganza. Tú me dejaste hace años sin ninguna explicación, sin darle ninguna importancia a lo que significaba para mí. Este contrato no es solo una forma de salvar tu negocio. Es una forma de corregir lo que se rompió entre nosotros.
El aire entre ellos parecía volverse más denso. Valentina se acercó al escritorio, sin saber bien qué pensar. ¿Cómo podía un hombre tan exitoso, tan lleno de poder y ambición, aún aferrarse a algo tan pequeño como su orgullo herido?
- No puedo hacer esto -dijo, de repente, con la voz firme, pero con un nudo en la garganta-. No puedo convertirme en lo que esperas de mí. No después de todo lo que pasó.
Alejandro la miró, y por un momento, algo en su mirada cambió. La frialdad se desvaneció por un instante, como si hubiera dejado escapar una emoción oculta. Pero antes de que Valentina pudiera interpretar esa mirada, él se levantó de su silla y caminó hacia ella con paso firme.
- Entonces, ya no hay nada más que discutir -dijo en voz baja, deteniéndose justo frente a ella-. Pero ten en cuenta una cosa, Valentina. El tiempo está corriendo. Y si no aceptas mi oferta, lo perderás todo.
Valentina sintió que el mundo entero se desmoronaba a su alrededor. Todo lo que había sido y todo lo que había construido dependía de una decisión que estaba a punto de tomar. ¿Aceptar lo imposible o luchar contra la marea?